Podría aburrirlos escribiendo muchas páginas que describan la confusión que existe en los textos psiquiátricos al buscar respuestas significativas. Podría describir las teorías de Freud, “el padre de la Psiquiatría”, o Jung, Sullivan, Adler, Kernberg, Kohut, Beck y muchos otros que les siguieron.
Pero al leer cada una de estas teorías, encontré que había algo que faltaba. Al tratar de encontrarle sentido, me di cuenta de que cada pensador estaba describiendo una pieza de un rompecabezas más grande, un fragmento de un todo mayor. Pero incluso si tomaba todo lo que estos autores habían escrito, aun así no lograría encajar todas las piezas juntas y completar el rompecabezas.
Debido a que muchas de estas teorías asumieron puntos de vista que las ponen en conflicto entre sí, quedó oculto el gran diseño maestro y se hizo difícil encontrar una comprensión global de la mente humana. Se necesitaba un modelo unificado de la mente, un modelo que las personas comunes pudieran comprender. Yo sabía que si quería ayudar a alguien, como la paciente que describí en el prólogo, las respuestas debían ser directas, sensibles y claras. Por lo tanto, empecé desde lo más básico. Y seguí construyendo desde ahí.
El software y el hardware
La mente es una supercomputadora bioeléctrica, intrincadamente compleja. Y así como las computadoras que tenemos en casa, la mente tiene un hardware y un software. El término hardware se refiere a las partes físicas que componen la computadora (ej.: el disco duro, la placa de video, la placa de red, etc.). El “hardware” que conforma nuestra computadora mental es el tejido cerebral, con todos sus miles de millones de neuronas.
Pero la sola presencia del hardware no es suficiente para que la computadora funcione. Debe estar presente igualmente el software, o la programación de la computadora. Una computadora debe tener un “sistema operativo”, marco de reglas que dirige su funcionamiento. Microsoft Windows sería un ejemplo de tal sistema operativo. El cerebro, así mismo, viene con un “hardware”, o conexiones que han sido programadas genéticamente con ciertas características que le permiten recibir un sistema operativo.
El sistema operativo se instala durante la niñez y pasa constantemente por modificaciones a lo largo de la vida. El idioma que hablamos, el Dios que adoramos, nuestras creencias, valores, principios morales, cómo jugamos e interactuamos con otros: todos estos elementos son parte de este complejo sistema operativo.
Pero aún no es suficiente con el hardware y el software para que la computadora funcione. Esta también debe tener una fuente de energía. Si la fuente de energía tiene fallas, entonces pueden ocurrir problemas técnicos o cortocircuitos en el funcionamiento del ordenador. La fuente de energía para nuestro cerebro está en la sangre, que provee de los nutrientes y elimina los desechos. Si alguna cosa interfiere en el flujo constante y confiable de la sangre o si la sangre no está en condiciones saludables, entonces el funcionamiento del cerebro se ve afectado. Comprender este principio nos ayuda a reconocer los beneficios de un estilo de vida saludable.
Todos sabemos que las computadoras que compramos pueden tener problemas con el hardware, el software o ambos. La pregunta de debate candente en psiquiatría es si los problemas mentales son el resultado de problemas en el hardware (problemas genéticos o estructurales del cerebro) o problemas en el software (problemas en el sistema operativo; por ejemplo, en lo que pensamos o en cómo pensamos) o en ambos.
Esta incertidumbre resulta aún más compleja al entrar en el campo de la religión y la espiritualidad. ¿Cuál es la función que tienen las creencias espirituales en el funcionamiento de la mente? Tradicionalmente, los psiquiatras han considerado que las creencias religiosas son, en el mejor de los casos, anticuadas estrategias de afrontamiento, y en el peor de los casos, un engaño colectivo.
Este menosprecio por la religión fue extremadamente frustrante para mí, ya que muchos de mis profesores persistentemente atacaron mis creencias religiosas. Sus comentarios sugerían que una persona inteligente y con estudios no necesitaría aferrarse de “supersticiones” religiosas. Sin embargo, como buen científico, no iba a permitir que la crítica de otros cerrara mi mente a un terreno de información potencial sin primero investigar las evidencias y sacar mis propias conclusiones. Por lo tanto, mi residencia se convirtió no solo en un período para estudiar psiquiatría, sino también en un tiempo para una profunda introspección e investigación sobre mis convicciones religiosas de toda la vida.
Estoy extremadamente agradecido a mis profesores por no permitirme divulgar mis puntos de vista sin antes apoyarlos con evidencias y con el buen uso de la razón. Este principio fue la clave para unificar las muchas contradicciones que encontré en psiquiatría; en otras palabras, la clave para comprender la mente. Cuanto más estudiaba psiquiatría y al mismo tiempo exploraba la naturaleza espiritual de los seres humanos, más claramente pude ver un gran diseño maestro, que era bello y armonioso.
Pero aun con el hecho de que yo estaba encontrando respuestas en áreas donde la psiquiatría tradicional temía entrar, la mayoría de mis profesores y muchos profesionales de la salud mental continuaron con la postura que sostiene que las creencias religiosas no tienen lugar en una práctica legítima de la psiquiatría; es decir, que la comprensión científica ha eliminado la necesidad de Dios.
Muchos se aferran a la posición de Sigmund Freud, quien describió el hecho de creer en Dios como una “neurosis de la sociedad” y llamó a los círculos intelectuales a eliminar tal creencia.1 Otros, que se identifican a sí mismos como neuropsiquiatras, consideran la enfermedad mental como resultado de un desequilibrio químico en el cerebro, y afirman que el tratamiento apropiado es, simplemente, cuestión de encontrar las combinaciones apropiadas de medicamentos de modo de restaurar neuronas organizadas en redes complejas. En otras palabras, algunas personas del área de la salud se concentran exclusivamente en el “hardware”, mientras ignoran el “software”.
¿Importan nuestras creencias?
Con estas consideraciones en mente, me di cuenta de que el paso más razonable que debía tomar en mi camino era buscar las respuestas a muchas preguntas básicas como: ¿Importan nuestras creencias? ¿Pueden nuestras creencias realmente afectarnos? El tipo de “software” que tenemos ¿puede efectivamente ser definitorio? ¿Estamos todos “programados” genéticamente para ser como somos? ¿Podemos, al cambiar lo que pensamos o la forma en que pensamos, afectar nuestra salud física y mental?
A partir de estas complejas preguntas, empecé a buscar evidencias con el propósito de responderlas.
Mientras que, por un lado, muy pocos psiquiatras han buscado la integración de la espiritualidad con la psiquiatría, la medicina general ha mostrado una apertura mayor hacia el enfoque sobre asuntos espirituales. Dentro de esta corriente, el doctor Herbert Benson, de la Universidad Harvard, junto con otros colegas, dictan un seminario con el objetivo de prestar más atención a la importancia de la espiritualidad en medicina. Los directores del seminario adoptan el punto de vista de que la práctica de una forma específica de meditación es benéfica para la salud física general. Más importante aún, enfatizan que ciertas formas de espiritualidad realmente mejoran la salud física.
¿Veneno de cobra para el dolor de pecho?
En su libro Timeless Healing: The Power and Biology of Belief [Sanación sin límites: El poder y la biología de la creencia], el Dr. Benson documenta con sumo detalle los datos científicos que demuestran que lo que creemos puede influenciar significativamente nuestra salud física. En su libro, Benson describe cómo él y su colega, doctor David P. McCall Jr., documentaron una lista extensiva de varios tratamientos diseñados para aliviar la angina de pecho, el dolor de pecho asociado con el descenso de la circulación sanguínea hacia al corazón.
En la investigación, descubrieron que en un pasado reciente los médicos habían tratado la angina de pecho con métodos poco convencionales (como inyectar veneno de cobra) y cirugías innecesarias (como la extracción de la tiroides o partes del páncreas).
Aunque la comunidad médica no considera que tales métodos sean tratamientos que resulten en el bienestar fisiológico, los doctores Benson y McCallie identificaron resultados extremadamente interesantes: esos métodos fueron efectivos entre un 70% y un 90% en aquellos pacientes que creyeron que la intervención funcionaría. Cuando la ciencia finalmente probó que esos tratamientos eran falsos, el índice de efectividad cayó a un índice de entre 30% y 40%.2
¿Pueden nuestras creencias prevenir las náuseas, la inflamación, los sarpullidos y los ataques de asma?
El doctor Benson aborda, además, el efecto de nuestras creencias sobre la salud física, al referirse a la investigación del doctor Steward Wolf sobre las náuseas refractarias durante el embarazo. Wolf monitoreó las contracciones del estómago colocando una especie de globo en el estómago de cada mujer embarazada. En esta investigación, se proporcionó a cada una un medicamento identificado como la cura para la náusea, cuando en realidad era jarabe de ipecacuana, una sustancia que de hecho causa vómitos. Sorprendentemente, todas se mejoraron completamente de sus náuseas y vómitos, y las contracciones de su estómago regresaron a una frecuencia normal (de acuerdo con el registro del globo).3
Benson cita otro estudio que examinó la inflamación que ocurre tras la extracción de muelas del juicio. Se tomaron dos grupos de pacientes seleccionados al azar. Un grupo no recibió ningún tratamiento, mientras que el segundo grupo recibió un tratamiento placebo, del que se decía que reduce la inflamación. El grupo del tratamiento placebo tuvo menor inflamación, un 35% menos, en comparación con el grupo que no recibió tratamiento.4
También aparecieron resultados sorprendentes en otro estudio, sobre unos niños japoneses que experimentaban fuertes reacciones alérgicas al árbol de la laca, planta similar a la hiedra venenosa. Los investigadores pusieron una venda cubriendo los ojos de cada niño, y seguidamente rozaron un brazo con una rama del árbol de la laca y el otro brazo con una rama de castaño. Los investigadores, intencionalmente, informaron a los niños que la rama del árbol de la laca era en realidad una rama de castaño, y viceversa. En cuestión de minutos, aparecieron múltiples protuberancias rojas, acompañadas de picazón y ardor, sobre el brazo que los niños creían que había sido tocado con la rama del árbol de la laca, cuando en realidad había sido tocado con la rama de castaño; el otro brazo no evidenció ninguna reacción. Los científicos determinaron que la reacción dependía de una vulnerabilidad genética a la toxina, la cantidad de toxina presente y el efecto de la sugestión. Más importante aún, los investigadores concluyeron que en un 51% de los casos, el efecto de la sugestión fue más poderoso que los demás factores.5
Un estudio de la Universidad de Londres, llevado a cabo por Carole Butler y Andrew Steptoe, tomó a un grupo de asmáticos que inhalaron algo que los investigadores indicaron como broncoconstrictor, lo que provocó dificultad para respirar en un 100% de los pacientes. No tuvo el mismo efecto sobre aquellos individuos que primero fueron tratados con lo que los investigadores denominaron un poderoso broncodilatador. En todos los casos, lo que los pacientes recibieron en realidad fue agua esterilizada.6
Estos y muchos otros experimentos similares demuestran que la mente ejerce un poder abrumador sobre el cuerpo, y que lo que creemos puede dar lugar a padecimientos físicos o puede sanar el organismo. El “software” sí afecta al “hardware”. Lo que pensamos ejerce un poderoso impacto sobre nuestros cuerpos.
La investigación del doctor Benson se concentró en la manera en que lo que cree el paciente influenciaba físicamente al cuerpo. Pero sus investigaciones no exploraron los efectos que nuestras creencias tienen sobre la mente misma. Como resultado de esto, surge un par de preguntas que no podemos evitar: ¿Pueden nuestras creencias afectar nuestra salud mental? Y, aún más importante, ¿pueden nuestras creencias espirituales alterar nuestra salud mental?
¡Los asuntos espirituales sí importan!
Numerosas experiencias me han convencido del papel importante que desempeñan las creencias espirituales en toda nuestra salud mental. Una de las experiencias más claras y conmovedoras ocurrió durante mi servicio como psiquiatra de la 3ª División de Infantería de los Estados Unidos, localizada en el Fuerte Stewart, en Georgia, Estados Unidos.
En la segunda mitad de 1990, los Estados Unidos y muchos otros aliados habían estado reuniendo tropas en Medio Oriente con el objetivo de prepararse para una inevitable respuesta a la invasión de Kuwait por parte de las fuerzas iraquíes de Sadam Husein. Para febrero de 1991, el ataque anticipado a las fuerzas iraquíes que estaban en Kuwait parecía algo inminente.
Debido a que los expertos militares estaban convencidos de que Irak emplearía su arsenal de armas químicas y biológicas, habían predicho que habría alrededor de ochenta mil bajas en el ejército de los Estados Unidos durante esta campaña militar. El presidente George Bush había dado a Irak un ultimátum para retirarse de Kuwait y, mientras la hora para realizar la invasión llegaba, la tensión aumentaba.
Como comandante de un tanque de batalla M-1A-1 Abrams, el sargento Jones dirigía uno de los vehículos militares más poderosos del mundo, y le asignaron una de las divisiones armadas que se preparaban para invadir Irak. Mientras sus habilidades militares le habían hecho ganar gran respeto por parte de sus compañeros, sus firmes creencias cristianas le habían ganado la reputación de un ser un hombre de Dios en todo el batallón.
Ya en la preparación final para la invasión, el sargento Jones pidió al capellán de su batallón un recipiente con aceite sagrado para ungir su tanque. Usando este aceite, Jones dibujó una serie de pequeñas cruces alrededor del casco del vehículo, y se consagró a Dios, junto con sus hombres y su tanque. En sus oraciones, pidió a Dios no solo que lo protegiera a él y a sus hombres al acercase la batalla, sino también pidió que lo usara de una manera poderosa.
Poco después, el comandante de la compañía de Jones descubrió que su radio no estaba funcionando. Debido a que necesitaba una radio que funcionara para recibir órdenes del comandante del batallón así como para dirigir a las unidades en su compañía, el comandante ordenó al sargento Jones que entregara su radio. Al darse cuenta de que estaría prácticamente incomunicado en el campo de batalla y mucho más vulnerable, Jones intentó rehusarse a obedecer la orden. Al recibir amenaza de quedar arrestado y llevado a la corte marcial si no obedecía la orden, entregó a regañadientes su radio al comandante de la compañía.
Complicaciones aún mayores surgieron cuando llegó la noche. Los soldados montaron sus vehículos para iniciar la invasión, y el sargento Jones descubrió que su equipo de visión nocturna había dejado de funcionar. Alarmado por el hecho de que él y los hombres de su tanque estarían “sordos” y “ciegos” en el campo de batalla, rápidamente Jones pidió permiso para retirarse de la batalla. Sus superiores se lo negaron, bajo el argumento de que aunque el tanque de Jones no podría disparar con precisión, por no poder distinguir entre aliado y enemigo, al menos podría alejar el fuego enemigo de aquellos tanques que todavía sí podían localizar sus objetivos para disparar.
Casi inmediatamente después de que comenzara la invasión, la compañía del sargento Jones enfrentó al enemigo y se encontraron en medio del fuego cruzado desde diferentes direcciones: tanques, morteros, artillería y disparos de helicópteros. La noche se iluminaba por la explosión de bombas; se oían estruendos y proyectiles que explotaban, vehículos y gritos de soldados heridos. Muchas unidades de la compañía de Jones recibieron disparos. Todos sus hombres temieron que la muerte fuera algo inminente.
Cuatro años después de haber servido en la Operación Tormenta del Desierto, el sargento Jones acudió a mi oficina buscando ayuda por una serie de problemas: pesadillas, recuerdos recurrentes, angustia, dificultad para dormir, problemas en el trabajo, tensión, imposibilidad para concentrarse, irritabilidad y depresión. Durante el curso de las muchas sesiones, llegué a conocer muy bien al sargento Jones: me enteré de lo que era importante en su vida, qué lo motivaba a actuar, y cómo las experiencias vividas en la Operación Tormenta del Desierto lo habían afectado. El tema central de su conflicto personal era el creer que Dios lo había defraudado. En la cuarta sesión, me sentí lo suficientemente seguro para presentar una serie de declaraciones que creo que resumieron su experiencia en la Operación Tormenta del Desierto, y que fueron esenciales para sobreponerse al trauma de experiencias de guerra no resuelto.
“Tú eras cristiano. Hiciste una muestra pública de tu cristianismo. Marcaste con cruces de aceite consagrado todo el exterior de tu tanque y dedicaste a Dios a tus hombres y a ti mismo. Fuiste a la batalla ‘ciego y sordo’. Y cuando tu compañía fue atacada, muchas otras unidades fueron alcanzadas por el fuego, pero ni una bala, proyectil o esquirla dañó tu tanque”.
Después de que aceptara que cada afirmación era cierta, concluí: “Tu experiencia en la Operación Tormenta del Desierto me recuerda la experiencia de Daniel en el foso de los leones”.
El hombre abrió los ojos sorprendido y boquiabierto. Comprendió de forma inmediata lo que había sucedido. Escondió la cabeza entre sus manos y empezó a llorar por varios minutos. Cuando se fue de mi oficina ese día, se llevó consigo una nueva forma de ver la vida.
Poco después, cuando volví a contactarlo para hacer un seguimiento, Jones me informó que su actitud hacia la vida había mejorado tanto, que no veía la necesidad de volver a verme. Un año y medio más tarde, por propia iniciativa, compartió conmigo los progresos que había alcanzado. Ya no tenía pesadillas ni memorias recurrentes, su sueño volvió a ser normal, la ansiedad y la depresión habían sido eliminadas, y ya no tenía necesidad de usar los medicamentos que antes tomaba. Luego de recibir una baja honorable del servicio militar, completó su título en Educación y empezó su nueva carrera enseñando en un colegio secundario. La relación con su esposa llegó a ser más fuerte que nunca antes, y ahora él era líder en su iglesia.
¿Qué fue lo que determinó la diferencia? El sargento Jones había creído una mentira. Había concluido que Dios no había respondido a su oración, y pensaba que el Señor lo había abandonado. Ahora se había dado cuenta de la verdad: Dios había respondido milagrosamente a su oración. Cambiar lo que creía dio como resultado su recuperación.7
¡Los asuntos espirituales sí importan! Forman parte integral de nuestra experiencia, y deben ser incluidos en nuestro entendimiento y en nuestros tratamientos.
1 “Nuestro reconocimiento del valor histórico de ciertas doctrinas religiosas acrecienta el respeto que estas nos inspiran, pero no invalida en modo alguno nuestra propuesta de retirarlas de la modificación de los mandamientos culturales. Todo lo contrario. Tales residuos históricos nos han ayudado a formar nuestra concepción de las doctrinas religiosas como reliquias neuróticas, siéndonos ya posible declarar que ha llegado probablemente el momento de proceder, en esta cuestión, como en el tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, y sustituir los resultados de la represión por los de una labor mental racional” (Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión [1927], trad. Luis López Ballesteros [Madrid: Taurus, 2012], cap. 8). Dos párrafos antes, Freud se refiere a la religión como la “neurosis obsesiva de la colectividad humana”, que “lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo”; aunque nunca llegó a usar esta frase (citada frecuentemente en antologías): “La religión es comparable a la neurosis infantil”. Citada en The Columbia Dictionary of Quotations (Nueva York: Columbia University Press, 1998).
2 Herbert Benson y Marg Stark, Timeless Healing: The power and Biology of Belief (Nueva York: Scribner, 1996), p. 30.
3 Ibíd., p. 3.
4 Ibíd., p, 33.
5 Ibíd., p, 59.
6 Ibíd., p. 54.
7 Los medicamentos no cambian las creencias; sin embargo, pueden aliviar determinados síntomas. Las ilusiones o los delirios son, por definición, creencias falsas fijas, y el uso de medicamentos puede traer, como resultado, un cambio en quienes sufren de ilusiones o delirios. ¿Cómo puede suceder esto, si los medicamentos mismos no pueden alterar nuestras creencias? Las personas que sufren de ideas falsas han perdido la capacidad de razonar correctamente y de percibir la realidad con precisión. La medicación ayuda a que las personas recuperen la capacidad para razonar o percibir la realidad con precisión, y es entonces que la persona es capaz de evaluar los hechos y las evidencias, y con el uso del poder de su propio razonamiento, entonces será capaz de cambiar sus creencias defectuosas (ilusiones o delirios) por nuevas creencias basadas en la realidad.