Capítulo 1
Pablo, embajador del gobierno celestial de Dios—no nombrado ni enviado por seres humanos, sino llamado por Jesucristo y confirmado por Dios el Padre, quien lo resucitó de los muertos—y todos los hermanos y hermanas que están conmigo,
A ustedes, que han recibido el Remedio sanador de Dios en Galacia:
Dios nuestro Padre les envía su buena voluntad y paz, al igual que el Señor Jesucristo, quien voluntariamente se sacrificó para restaurar la confianza y sanarnos de la infección del miedo y el egoísmo, y así liberarnos de esta era malvada, centrada en uno mismo y autodestructiva, según el propósito eterno de nuestro Dios y Padre, a quien pertenecen toda la honra, la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Me sorprende y me asombra que estén abandonando tan rápido la verdad acerca de Dios y apartándose de su carácter lleno de gracia y de sus métodos de amor revelados por Cristo, y que en su lugar estén siguiendo otro mensaje de “buenas noticias”, que en realidad no son buenas noticias en absoluto, sino un gran engaño que solo llevará a la destrucción. Al parecer, algunas personas están distorsionando y pervirtiendo las buenas noticias sobre Dios que Cristo ha traído, y los están llenando de confusión.
Pero incluso si nosotros, o un ángel del cielo, viniera a presentar un mensaje diferente al que ya les hemos presentado—un mensaje que en efecto tergiversa a Dios y cambia el significado de lo que Cristo logró—esa persona estaría eternamente perdida, porque está proclamando un mensaje sin verdad y sin poder para sanar o restaurar. Como ya les hemos dicho antes, lo repito ahora para que no haya malentendidos: si alguien, sin importar de dónde venga o qué señales muestre, predica un mensaje diferente del que ustedes ya aceptaron, esa persona estará eternamente perdida, porque está promoviendo una mentira que no tiene poder para sanar ni transformar.
¿Y qué creen que estoy haciendo con mi vida? ¿Estoy buscando ganarme la aprobación de la gente o el favor de Dios? ¿Quiero agradar a los hombres o hacer que me quieran los seres humanos? Si todavía me preocupara por lo que piensa la gente o tratara de complacer a los demás, no sería un servidor y amigo de Cristo.
Hermanos y hermanas, quiero que les quede absolutamente claro: las buenas noticias que proclamo—el mensaje de sanidad y restauración, la verdad sobre el carácter de Dios revelado por Jesús—no es algo inventado o elaborado por seres humanos. No recibí este mensaje sanador de ningún humano, ni lo aprendí en una escuela; fue Jesús mismo quien me lo reveló directamente.
Ustedes ya han oído cómo era mi vida anterior en el judaísmo: practicaba métodos de fuerza y coerción, perseguía al pueblo de Dios, y trataba de destruirlo o de presionarlo para que volviera a los rituales vacíos del judaísmo. Promovía con más intensidad que la mayoría las formas y ceremonias del antiguo sistema simbólico, y tenía un celo irracional por las tradiciones sin poder de mis antepasados.
Pero cuando Dios—quien ha guiado mi vida desde mi nacimiento y me llamó por su gracia a su servicio—decidió revelarme a su Hijo y recrear el carácter de su Hijo en mí para que pudiera presentar la verdad sobre Dios entre los gentiles, no busqué la aprobación de ningún humano. Tampoco fui a Jerusalén para que me enseñaran los que ya eran embajadores de Cristo antes que yo. En lugar de eso, fui directamente a Arabia, y después regresé a Damasco.
Tres años más tarde, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé con él quince días. El único otro embajador de Cristo que vi fue a Jacobo, el hermano del Señor. Como Dios es mi testigo, lo que les escribo es verdad. Después fui a Siria y Cilicia. En las iglesias de Judea, nadie que amaba y aceptaba a Cristo me conocía en persona. Solo habían oído decir: “Aquel que antes nos perseguía ahora proclama las buenas noticias que antes quería destruir—las buenas noticias sobre Dios reveladas en Cristo.” Y alababan y glorificaban a Dios por mi causa.
Capítulo 2
Pasaron catorce años antes de que regresara a Jerusalén, y esta vez llevé conmigo a Bernabé y también a Tito. Fui porque Dios me lo reveló, y presenté ante ellos las buenas noticias que proclamo entre los gentiles—el plan de Dios para sanar y restaurar a toda la humanidad. Les compartí este mensaje en privado a los que eran considerados líderes, porque temía que mis esfuerzos por promover la libertad que todos experimentamos en Cristo pudieran ser en vano.
Pero no fue así, como quedó demostrado con el hecho de que Tito—quien estaba conmigo y era griego de nacimiento—no fue obligado a circuncidarse. Este tema surgió porque algunas personas, que fingían ser nuestros hermanos en Cristo, se infiltraron en medio nuestro para espiarnos y criticar la libertad que tenemos en Cristo, intentando esclavizar nuestras mentes otra vez con reglas y rituales sin sentido. Pero no cedimos ante ellos ni por un instante, y ustedes tampoco deben ceder: aférrense firmemente a la verdad de las buenas noticias que les presentamos.
En cuanto a los líderes—los que eran considerados importantes (aunque eso para mí no tiene valor, ya que Dios no juzga según las apariencias)—ellos no añadieron nada a mi mensaje. Al contrario, reconocieron la verdad y el poder del mensaje que proclamo, y comprendieron que se me había encomendado la responsabilidad de llevar este mensaje sanador a los gentiles, así como a Pedro se le encomendó llevarlo a los judíos. Porque hay un solo mensaje sanador y un solo Dios—la fuente de este Remedio. Dios estaba obrando tanto en el ministerio de Pedro como embajador hacia los judíos, como en el mío hacia los gentiles.
Jacobo, Pedro y Juan—considerados columnas en la iglesia—reconocieron la gracia de Dios actuando en mí y aceptaron a Bernabé y a mí como compañeros en la distribución del Remedio sanador de Dios. Estuvieron de acuerdo en que nosotros lleváramos el mensaje a los gentiles, mientras ellos concentrarían sus esfuerzos en llevarlo a los judíos. Lo único que nos pidieron fue que recordáramos a los pobres, cosa que yo ya estaba ansioso por hacer.
Pero cuando Pedro llegó a Antioquía, lo confronté abiertamente, porque estaba claramente equivocado, y si no se lo corregía, causaría gran confusión. Antes de la llegada de ciertos líderes de la iglesia central—quienes valoraban las tradiciones judías—Pedro compartía comidas y momentos con los gentiles sin problema. Pero cuando estos líderes llegaron, Pedro se apartó de ellos y dejó de convivir con los gentiles por miedo a lo que los defensores de la circuncisión pudieran pensar. Los otros creyentes judíos lo siguieron en esta actitud hipócrita, y se estaba formando una división artificial. Incluso Bernabé fue influenciado por esa conducta incoherente.
Cuando vi que no estaban actuando en armonía con la verdad ni con las buenas noticias de que Dios desea sanar libremente a toda la humanidad, supe que era necesario hablar públicamente. Así que le dije a Pedro delante de todos: “Tú, que eres judío, has experimentado la libertad que Jesús trajo y ya no vives atado a las tradiciones y rituales judíos. ¿Por qué, entonces, estás obligando a los gentiles a someterse a esas costumbres?”.
Nosotros, que nacimos judíos—miembros del pueblo especialmente elegido para enseñar al mundo, bendecidos con símbolos que apuntaban a la verdad—sabemos que una persona no es puesta en armonía con Dios mediante rituales, símbolos o la adhesión a un sistema de educación espiritual, sino solamente mediante la confianza en Jesucristo. Nosotros también hemos sido ganados a esa confianza por la evidencia del verdadero carácter y métodos de Dios revelados por Cristo, y así nuestras mentes han sido puestas en armonía con Dios por medio de la confianza en Cristo, y no por seguir reglas, porque no es posible sanar la mente ni alinear el corazón con Dios simplemente cumpliendo normas.
Ahora bien, si mientras buscamos ser sanados y restaurados a Dios mediante la verdad revelada por Cristo, se hace evidente que el egoísmo aún no ha sido erradicado de nuestros corazones, ¿quiere decir eso que Cristo promueve el egoísmo? ¡De ninguna manera! Si dejo de tomar el Remedio y me reinfecto con egoísmo, solo pruebo que estoy enfermo y fuera de armonía con la ley de amor y vida de Dios.
La ley escrita me diagnosticó como terminal, y eso me llevó a dejar de confiar en mis propios esfuerzos y, en su lugar, confiar en Dios para vivir para él. El “yo” anterior que vivía para sí mismo—el que buscaba obtener en lugar de dar, el que vivía según el principio de la supervivencia del más fuerte—murió cuando comprendí el verdadero significado de todo lo que Cristo hizo. Ese “yo” ya no vive, sino que Cristo—con su carácter de amor abnegado—vive en mí. La vida que ahora vivo en este cuerpo, la vivo confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó libremente para ganar mi confianza y purgar de la humanidad el egoísmo y la muerte.
No descarto la gracia de Dios, porque si la sanación y la restauración pudieran lograrse mediante la obediencia humana a un conjunto de normas, o si el instrumento diagnóstico de la ley pudiera curarnos, entonces la muerte de Cristo no habría sido necesaria.
Capítulo 3
¡Gálatas insensatos! ¿Quién ha nublado sus mentes y confundido su pensamiento al punto de que prefieren las mentiras a la verdad? Jesús el Cristo fue claramente presentado ante ustedes como crucificado, el único Remedio para nuestras mentes infectadas por el pecado. Solo quiero hacerles una pregunta: ¿Recibieron el Espíritu de amor y verdad, y experimentaron su poder sanador, por practicar rituales y observar reglas, o por entender y creer la verdad que oyeron? ¿De verdad son tan necios que, después de haber comenzado el proceso de sanación por medio del Espíritu, piensan que ahora pueden completarlo con su propio esfuerzo, sin el Espíritu? ¿Todo el camino recorrido fue en vano? ¡Y lo será si insisten en tratar de sanarse ustedes mismos! ¿Es por observar un conjunto de normas que Dios ilumina sus mentes con su Espíritu y transforma milagrosamente su carácter, o es porque han sido ganados a la confianza por la evidencia que Jesús reveló?
Piensen en Abraham: “Él confió en Dios, y su confianza fue considerada como justicia.” La desconfianza causada por las mentiras de Satanás fue eliminada, y mediante la confianza recibió un nuevo corazón, nuevos motivos y principios semejantes a los de Cristo. Tengan esto claro: todos los que confían en Dios como Abraham, experimentan la misma transformación de carácter y son considerados sus hijos. Las Escrituras ya anticipaban que Dios pondría a los gentiles en armonía consigo mismo por medio de la confianza—tal como hizo con Abraham—y anunciaron esta maravillosa buena noticia: “Todas las naciones, pueblos y grupos étnicos serán bendecidos por medio de ti.” Así que los que confían en Dios experimentan la sanación del corazón y la mente, tal como Abraham, quien confió en Dios.
Todos los que intentan obtener la salud espiritual y la unidad con Dios mediante la obediencia a rituales o a un guion escrito están entregados a su propio destino, pues está escrito: “Entregado a su elección queda todo el que no haga absolutamente todo lo que está escrito en el Libro de la Ley.” Es evidente que nadie es sanado ni restaurado a Dios por seguir reglas, porque “Los que están en armonía con Dios viven por la confianza.” La ley escrita, tal como la aplicaban los judíos, no se basa en la confianza; por el contrario, se basa en el esfuerzo personal—en los intentos de salvarse uno mismo—como está escrito: “Quien trabaja por salvarse vivirá con miedo y empeorará cada vez más.”
Cristo nos rescató del punto final al que nos lleva la ley: diagnosticados como terminales y abandonados a la muerte. Lo hizo siendo él mismo abandonado en la cruz, para restaurar nuestra confianza y liberarnos del egoísmo y de la muerte. Pues está escrito: “Maldito es todo el que cuelga de un madero.” Él nos rescató de un sistema inútil y centrado en uno mismo, para que las bendiciones del amor, la vida y la libertad—dadas a Abraham—llegaran también a los gentiles por medio de Jesucristo, y para que mediante la confianza recibiéramos la iluminación completa, la renovación y la regeneración del corazón y la mente que vienen del Espíritu.
Hermanos y hermanas, piensen en un contrato legal: así como nadie puede anular ni modificar un contrato debidamente establecido, así ocurre en este caso. Dios hizo sus promesas a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice “a tus descendientes”, en plural, refiriéndose a muchos, sino “a tu descendencia”, en singular, refiriéndose a una sola persona: Cristo. Lo que quiero dejar en claro es esto: la ley—el instrumento de diagnóstico que revela nuestra enfermedad, y el guion simbólico que enseñaba el verdadero Remedio—fue introducida 430 años después, y no anula el pacto que Dios había hecho previamente ni reemplaza la promesa. Su propósito fue ayudarnos a comprender y valorar esa promesa.
Porque si la sanación y la restauración pudieran lograrse mediante la obediencia a la ley o por el cumplimiento de rituales, entonces Dios no habría necesitado prometer sanarnos, ya que habríamos podido curarnos por nuestros propios medios. Pero Dios, en su gracia, prometió a Abraham que proveería el único Remedio capaz de sanar nuestros corazones y mentes enfermos por el pecado.
Entonces, si Dios prometió sanarnos, ¿para qué fue dada la ley? Fue añadida por causa de nuestro estado enfermo—nuestras mentes oscurecidas y la rapidez con que nos destruíamos a nosotros mismos—para diagnosticar nuestra condición y enseñarnos una forma de vida más saludable, hasta que llegara el único verdadero Remedio: Jesús, el Prometido. Dios comunicó esta ley a través de ángeles, y luego por medio de Moisés, quien actuó como mediador. Pero cuando solo hay un participante involucrado—y Dios y su Hijo Jesús son Uno—no se necesita un mediador.
¿Está entonces la ley escrita en oposición a las promesas de Dios? ¡Claro que no! La ley escrita fue solo una herramienta para diagnosticar nuestra enfermedad y guiarnos hacia Dios para recibir sanación. Si la ley escrita pudiera haber curado la infección del egoísmo y promovido la vida, entonces la sanación ciertamente habría venido por medio de la ley. Pero las Escrituras lo dejan claro: toda la humanidad está infectada por el egoísmo y está prisionera de esta condición terminal. Solo por medio de la confianza en Jesús—el Remedio prometido—experimentamos la única cura verdadera.
Antes de que llegara Cristo, estábamos bajo cuarentena por la ley escrita, restringidos para evitar una autodestrucción total, hasta que Cristo trajera la única cura verdadera. La ley escrita fue provista como protección, para guiarnos hacia Cristo—el Gran Médico—para que pudiéramos ser restaurados a la unidad con Dios por medio de la confianza en él y de participar en lo que él ofrece.
Ahora que la confianza en Dios ha sido restaurada, y estamos en armonía con él en nuestro corazón, mente y carácter, y practicamos nuevamente sus métodos, ya no necesitamos la ley para diagnosticar nuestra condición o para guiarnos de regreso a Dios.
Por medio del Remedio provisto por Jesucristo, todos ustedes son hijos leales de Dios, porque todos los que han sumergido sus mentes y corazones en la verdad de Dios revelada por Cristo han sido transformados en carácter, y—como un nuevo ropaje—han sido revestidos con el carácter de Cristo. Su estatus en esta tierra ya no importa: no importa si son judíos o griegos, esclavos o libres, hombres o mujeres, porque todos son uno en carácter, método, principio y motivación a través de todo lo que Cristo ha hecho. Y si tienen el corazón y la mente semejantes a los de Cristo, entonces son verdaderamente descendientes de Abraham y herederos de todas las promesas de Dios.
Capítulo 4
Lo que intento explicarles es que, mientras el heredero sigue siendo inmaduro, en realidad no es diferente de un esclavo, ya que necesita que alguien supervise su conducta, tome decisiones por él y lo guíe en sus acciones, aunque sea dueño de toda la herencia. No tiene autogobierno, así que requiere tutores y administradores que lo protejan de su inmadurez hasta que llegue el momento en que pueda hacerse cargo de su vida.
De la misma manera, cuando éramos como niños en nuestro carácter e inmaduros en nuestra forma de pensar, no teníamos dominio propio y éramos esclavos de los impulsos egoístas. Pero cuando llegó el momento apropiado, Dios intervino y envió a su Hijo—nacido de una madre humana infectada por el pecado, como un verdadero ser humano, con la debilidad propia de nuestra condición sujeta a la ley del pecado y la muerte—para purificar, limpiar y eliminar la infección del egoísmo y del miedo de la humanidad. Lo hizo para sanar y restaurar a quienes habían sido diagnosticados como “terminales” por la ley escrita, de modo que pudiéramos recibir todas las bendiciones que corresponden a los hijos e hijas de Dios.
Y como somos sus hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones para restaurar en nosotros un carácter semejante al de Cristo, de manera que podamos clamar con autenticidad: “¡Abba! ¡Padre!” ¡Regocíjense! Ya no son niños que necesitan la supervisión de un esclavo, sino hijos adultos, sabios y maduros; y como hijos maduros, son herederos junto con Cristo de todo lo que se ha prometido.
En el pasado, antes de conocer a Dios tal como lo reveló Jesús, sus mentes estaban atrapadas en la esclavitud del miedo y la superstición, dominadas por dioses nacidos de sus propias imaginaciones oscurecidas. Pero ahora que han llegado a conocer a Dios tal como es en realidad (o mejor aún, ahora que el carácter de Cristo se está desarrollando en ustedes y son conocidos como hijos de Dios), ¿cómo podrían volver atrás a esas creencias y prácticas oscuras, impotentes y destructivas? ¿Realmente quieren que sus mentes vuelvan a ser esclavizadas por la ignorancia y la superstición? Están observando días festivos ceremoniales como si esas prácticas pudieran sanar la mente, eliminar el egoísmo y la culpa, o restaurar el carácter a la semejanza de Cristo.
¡Me cuesta creerlo! Empiezo a preguntarme si todo el tiempo que pasé con ustedes ha sido en vano.
Les ruego que entiendan mi preocupación y que intenten ver las cosas desde mi perspectiva, tal como yo he tratado de comprender la suya. Ustedes no me ofendieron, ni les guardo rencor. Recuerdan que cuando compartí por primera vez el Remedio con ustedes, estaba enfermo. Y a pesar de lo mal que me sentía cuando los visité, ustedes fueron increíblemente amables y compasivos conmigo—como si yo fuera un ángel de Dios. No me podrían haber tratado mejor ni siquiera si hubiera sido el mismo Cristo Jesús.
¿Qué pasó con todo ese amor, esa gracia y esa disposición a sacrificarse por mí? Les aseguro que ustedes eran tan generosos y atentos que—si hubiera sido posible—se habrían arrancado los ojos para dármelos. ¿Y ahora me van a tratar como enemigo por decirles la verdad?
Esas personas que les están hablando con tanto entusiasmo no lo hacen porque se preocupen por ustedes o quieran lo mejor para ustedes. No. Lo que quieren es alejarlos de nosotros y volver a infectar sus mentes con mentiras, distorsiones y métodos centrados en el yo, para que usen su energía promoviendo principios destructivos. Está bien ser entusiasta y estar motivado, siempre que esa motivación sea para hacer el bien y promover los métodos de Dios (algo que debe hacerse en todo momento, esté yo presente o no).
¿No entienden que para mí ustedes son como hijos? He luchado con todas mis fuerzas para ayudarlos a liberarse de la infección del egoísmo, y anhelo ver en ustedes un carácter formado a semejanza de Cristo. ¡Oh, cómo quisiera estar con ustedes ahora para mirarlos a los ojos! Tal vez entonces encontraría otra manera de expresarles mi angustia, mi temor y el dolor que siento por ustedes.
Díganme ustedes, los que están tratando de sanarse cumpliendo la ley escrita o realizando ciertos rituales: ¿No comprenden el propósito real de todo ese sistema simbólico? Les voy a explicar: está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de una esclava, y otro de su esposa (una mujer libre). El hijo de la esclava nació por esfuerzo humano (concebido de manera natural), pero el hijo de su esposa fue concebido y nacido por intervención divina—como resultado de una promesa.
Esto es más que una historia literal; también es una metáfora del plan de Dios para sanar y restaurar a la humanidad. Las dos mujeres representan dos pactos (o dos planes terapéuticos distintos). Uno de ellos fue dado en el monte Sinaí, y produce hijos esclavizados a un sistema de obras que no logra sanar ni transformar la mente. Este pacto está representado por Agar, la esclava. Agar simboliza un sistema en el que los seres humanos egoístas intentan sanarse por sus propios medios, tal como lo hicieron los israelitas en el monte Sinaí y como todavía ocurre en la Jerusalén actual. Agar era esclava, junto con sus hijos, y nunca podía liberarse, no importaba cuánto se esforzara. Del mismo modo, los esclavos del egoísmo no pueden liberarse por sí mismos, sin importar cuánto se esfuercen.
Pero Sara (la mujer libre) representa la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial, el hogar de aquellos que han sido sanados y liberados por Dios—liberados del pecado y del egoísmo al recibir el Remedio prometido. Ella es nuestra madre.
Porque está escrito:
“Alégrate, oh ciudad celestial,
estéril y sin hijos;
abre tus puertas y canta de alegría,
ciudad que no conocía el dolor,
porque son más tus hijos libres y sanos
que los hijos de la esclava
en la Jerusalén terrenal.”
Entonces comprendan esto con claridad: ustedes, como Isaac, son hijos nacidos de la promesa de Dios—la promesa de sanar y restaurar a su ideal original. Pero el hijo nacido por esfuerzo humano (de forma natural) persiguió al hijo nacido por el poder vivificante del Espíritu. Y eso mismo ocurre ahora: los que siguen un sistema de obras humanas (centrado en el yo) persiguen a los que han renacido por el poder del Espíritu.
¿Y qué dice finalmente la Escritura al respecto? “Fuera la esclava y su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre.” Por lo tanto, amigos, todos los que hemos dejado de intentar crear nuestra propia cura contra el egoísmo y hemos aceptado el Remedio gratuito provisto por Cristo, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre.
Capítulo 5
Cristo nos ha liberado del egoísmo, del miedo, de la ignorancia acerca de Dios—nos ha hecho libres para ser sus amigos. Así que manténganse firmes en la verdad acerca de Dios revelada en Jesús, y no permitan que los engañen nuevamente con un sistema de rituales y obras motivadas por el miedo y el ego.
Escuchen bien. Yo, Pablo, quiero dejar esto extremadamente claro: si ustedes incluyen la circuncisión como un elemento necesario del Remedio contra el pecado y el egoísmo, están descartando a Cristo y anulando el verdadero Remedio que él trajo. Lo repito: cualquier persona que recurra a la circuncisión como medio de sanación está eligiendo un camino sin el Remedio gratuito de Cristo, y por lo tanto, debe curarse a sí misma por completo.
Aquellos de ustedes que están tratando de ser sanados y restaurados a Dios mediante la observancia de reglas o rituales han rechazado a Cristo y sus métodos sanadores; han rechazado la gracia de Dios y han aceptado un remedio falso. Pero nosotros, que hemos aceptado el Remedio de Cristo, confiamos en que Dios completará su obra de sanación y transformación en nosotros, devolviéndonos a la justicia y semejanza divina. Porque Jesús dejó claro que ningún ritual—como la circuncisión—tiene valor alguno ante Dios. Lo único que importa es la confianza en Dios, establecida por la evidencia de su confiabilidad suprema revelada por Cristo, una confianza que expulsa el miedo y el egoísmo y da como fruto un carácter amoroso, semejante al de Cristo.
Ustedes estaban en el camino correcto y progresando bien. ¿Quién los engañó para que abandonaran el Remedio de Dios y creyeran una mentira? Esa persuasión basada en el engaño no proviene de Dios. Ustedes saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa. De la misma manera, una pequeña mentira, si se cree y se atesora, contamina y deforma a la persona entera. Pero confío en el Señor en que, al reflexionar con honestidad, ustedes rechazarán esas mentiras y se aferrarán a la verdad. Y quien sea que ha rechazado la verdad y les está presentando estas mentiras, ya está cosechando las consecuencias de una mente oscurecida y un corazón dañado—sea quien sea.
Hermanos y hermanas, piénsenlo bien: si yo aún promoviera la circuncisión o cualquier otro ritual como remedio para el corazón y la mente, no estaría siendo perseguido. Si yo promoviera remedios ritualistas, el mensaje de la cruz—que llama al abandono del yo y al amor abnegado—no ofendería a los legalistas. Si los que los están confundiendo con la promoción de la circuncisión creen que cortarse trae sanación, ¡sería mejor que siguieran cortándose y se castraran por completo! Al menos así dejarían de multiplicar seguidores para sus mentiras.
Ustedes, mis hermanos y hermanas, han sido llamados a ser libres—libres del egoísmo, del miedo, de la muerte. Así que no usen esa libertad para alimentar los deseos egoístas (lo cual solo destruye su libertad y los convierte nuevamente en esclavos), sino más bien sírvanse unos a otros con amor. Toda la ley escrita y los Diez Mandamientos apuntan a una sola Ley verdadera, el único principio sobre el que se basa la vida: la gran Ley del Amor. Así que amen a su prójimo como a ustedes mismos. Pero si en cambio practican el principio de la supervivencia del más fuerte, atacándose y destruyéndose entre ustedes para sobresalir, solo experimentarán ruina y muerte.
Por eso les digo con claridad: vivan por los principios y el poder del Espíritu, y no seguirán los métodos egoístas de la supervivencia del más fuerte. Porque la naturaleza egoísta busca siempre promoverse a sí misma a costa de todos los demás, y eso es exactamente lo opuesto al Espíritu de amor, que desea promover el bien de los demás aunque cueste todo al yo. La naturaleza egoísta y el Espíritu de amor están en total oposición. Por lo tanto, si siguen al Espíritu de amor, ya no harán lo que desea su naturaleza egoísta.
Si practican los métodos del Espíritu, ya no necesitan estar bajo la supervisión de la ley escrita, ni ser puestos en cuarentena ni depender de reglamentos externos.
Cuando la naturaleza egoísta domina, se nota claramente, porque la vida refleja conductas destructivas: lujuria, perversión sexual, inmoralidad, toda forma de autoindulgencia, adoración del yo, prácticas ocultas como brujería, santería, misticismo, idolatría en todas sus formas, chismes, envidias, celos, pérdida de control, estallidos de ira, odio, resentimientos, exaltación personal, discriminación racial o social, embriaguez, drogadicción, orgías y otras conductas semejantes. Les advierto de nuevo: este tipo de comportamientos destruyen la imagen de Dios en el ser humano, apagan la razón, endurecen la conciencia, alimentan los deseos degradantes y convierten a las personas—aunque fueron creadas a imagen de Dios—en seres bestiales, incapaces de entrar en el reino de Dios.
Pero el fruto del Espíritu de amor es un carácter semejante al de Dios—que se manifiesta en amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, confiabilidad, dulzura y dominio propio—un gobierno completo de uno mismo. Con un carácter así, no hace falta una ley escrita que diagnostique defectos, ni cuarentena, ni supervisión externa, porque quienes se han unido a Cristo Jesús han eliminado de su carácter la naturaleza egoísta con todos sus deseos y motivaciones.
Ya que estamos siendo sanados por el obrar del Espíritu de amor y verdad, elijamos cooperar con él en todo. Así que no busquen llamar la atención ni hacerse un nombre, porque eso solo tienta a otros a sentir celos y envidia, y aparta sus mentes de Jesús.
Capítulo 6
Queridos hermanos y hermanas, si descubren que alguien entre ustedes está involucrado en alguna conducta autodestructiva, ustedes, los que son maduros y comprenden cómo el egoísmo destruye la imagen de Dios en nosotros, y cómo Dios anhela sanarnos y restaurarnos, deben guiarlo de vuelta al camino de la salud con suavidad, haciendo todo lo posible para proteger su dignidad y su reputación. Y recuerden ser humildes, no sea que ustedes también caigan en tentación.
Hagan lo que sea mejor para los demás, incluyendo compartir sus cargas: este es el verdadero significado de la ley del amor que emana del carácter de Dios. Si alguien piensa que, por sí mismo, ya es grande—un modelo al que los demás deberían aspirar—cuando en realidad está igual que todos los demás: infectado por el egoísmo, el miedo y deformado en carácter, entonces se está engañando a sí mismo y empeora, porque no participa del Remedio gratuito de Dios.
Cada uno debe evaluar honestamente su propio carácter, sus motivaciones y acciones, y alegrarse del crecimiento, la sanación y la madurez que experimenta al cooperar con Dios, sin compararse con los demás, porque cada uno es responsable de su propia salud espiritual y de su participación en el proceso de sanación con Dios.
Quien recibe instrucción y aplica en su vida las buenas noticias sobre Dios, sus métodos y principios, compartirá junto con su maestro todas las cosas buenas.
No se engañen: a Dios no se lo puede manipular ni confundir, y sus métodos no pueden ser burlados. Una persona siempre cosecha lo que siembra; siempre recibe los resultados de sus propias decisiones. Quien vive para satisfacer su egoísmo cosechará las consecuencias naturales de una mente dañada: más miedo, relaciones rotas, separación de Dios y muerte. Pero quien decide seguir al Espíritu, del Espíritu cosechará una mente sanada, paz interior, unidad con Dios y vida eterna.
Así que nunca nos cansemos de vivir en armonía con los métodos bondadosos de Dios, porque si no volvemos atrás a las conductas destructivas, en el momento justo cosecharemos una abundante cosecha. Por eso, en toda oportunidad que tengamos, hagamos el bien; y especialmente hagamos el bien a otros cristianos, para que los principios de Dios brillen con fuerza en la comunidad de fe.
Fíjense en el cambio de letra, en cómo las letras ahora son más grandes. ¡Es porque estoy cerrando esta carta con mi propia mano!
Aquellos que solo se preocupan por las apariencias externas—y no por una transformación genuina del corazón—están tratando de presionarlos para que se circunciden. Lo hacen porque valoran más la opinión de las personas que la verdad, y temen ser criticados o perseguidos si aceptan la verdad que Jesús reveló en la cruz. Pero ni siquiera los que están circuncidados viven realmente en armonía con la ley escrita; quieren que ustedes se circunciden no porque se preocupen por ustedes, sino para poder presumir que los han convencido y que ahora ustedes siguen su enseñanza. En otras palabras, quieren que otros piensen que son importantes por haberlos convertido a su forma de pensar.
Pero yo jamás me jactaré ni me enorgulleceré de otra cosa que no sea la verdad acerca de Dios revelada por Cristo en la cruz. Desde que entendí la verdad que Cristo reveló allí, he perdido todo interés en promoverme a mí mismo y ya no me importa lo que el mundo piense de mí.
No tiene la menor importancia si alguien está físicamente circuncidado o no; lo único que importa es si el corazón y la mente han sido recreados con un carácter semejante al de Cristo. Y todos los que viven según los métodos de Dios—ellos son la verdadera casa de Dios—y en ellos reposan la misericordia y la paz de Dios.
Para terminar, no vuelvan a molestarme con asuntos ridículos sobre rituales y ceremonias que no tienen poder para sanar la mente y solo marcan el cuerpo, porque mi cuerpo ya lleva las cicatrices de haber sido golpeado muchas veces por anunciar el Remedio de Cristo.
Hermanos y hermanas, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo llene sus mentes. Amén.