Judas

Capítulo 1

Judas, embajador y representante de Jesucristo, y hermano de Jacobo,

A aquellos que han respondido al llamado de Dios—que están siendo transformados por el amor sanador de Dios y cuidados por Jesucristo:

Que continúen creciendo en la abundancia de la misericordia, la paz y el amor de Dios.

Mis queridos amigos, había anhelado escribirles sobre el plan sanador de Dios (el Remedio que compartimos), pero en lugar de eso, debo escribirles para advertirles que defiendan la verdad acerca de Dios tal como fue revelada por Jesús—esta preciosa verdad que es el fundamento de nuestra fe y el secreto que se nos ha confiado.

Las Escrituras de antaño ya anunciaban que quienes rechazan esta verdad permanecen en condición terminal y no pueden ser sanados. Estas personas se han infiltrado entre ustedes e intentan torcer la verdad sobre Dios. Aunque aparentan ser creyentes, en realidad son impíos porque han rechazado la verdad sobre el verdadero carácter y los principios de Dios, y en su lugar enseñan un evangelio sin poder, que distorsiona a Dios, no transforma vidas, y niega que Jesucristo es nuestro Señor y la fuente de nuestra sanidad y restauración.

Así que permítanme recordarles—aunque ya conocen estos hechos—que el Señor sacó a Israel de Egipto para que fuera su socio en dar a conocer la verdad sobre Dios y distribuir su Remedio sanador por todo el mundo. Sin embargo, Dios vio necesario colocar en la tumba a los que lo rechazaron y se opusieron a su plan. Y los ángeles que rechazaron la verdad sobre Dios eligieron abandonar el cielo y se han asentado tanto en las mentiras sobre él, que ningún nivel de verdad y amor puede alcanzarlos; sus mentes están atrapadas en tinieblas y esperan el Día final en que se revelará el diagnóstico de todos. De manera similar, los habitantes de Sodoma y Gomorra rechazaron la verdad sobre Dios, y sus mentes se fijaron tanto en mentiras sobre él que quedaron más allá de toda sanación: se entregaron a la indulgencia sensual y a la perversión. Son evidencia de lo que ocurrirá con todos los que rechazan la verdad sobre Dios y quedan expuestos al fuego eterno.

Del mismo modo, estos infiltrados crean fantasías imaginarias sobre Dios y el universo. Abusan de sus cuerpos, rechazan la autoridad divina y se burlan de los seres santos. Pero ni siquiera el arcángel Miguel, cuando resucitó a Moisés de la muerte, insultó al diablo que intentó detenerlo y reclamar a Moisés para sí. Miguel simplemente dijo: “Apártate; no tenés derecho ni autoridad aquí.” Sin embargo, estos infiltrados se burlan de verdades que ni siquiera comprenden; rechazan la razón, y en su lugar, como animales, hacen todo lo que sienten por instinto, destruyendo así su capacidad de conocer la verdad y causando su propia destrucción.

¡Qué triste—qué terriblemente triste y espantoso será para ellos! Han elegido, como Caín, rechazar la verdad y seguir sus impulsos; como Balaam, han rechazado la bondad y buscado riquezas egoístas; como Coré, han rechazado la humildad y buscado promoverse a sí mismos en poder y autoridad.

Estas personas son llagas supurantes en sus comidas de comunión, diciendo ser cristianos pero buscando solo su propio beneficio, intentando llamar la atención y recibir reconocimiento, o atiborrándose sin pensar en los demás. Son como nubes sin lluvia—inútiles, arrastradas por el viento; como árboles sin hojas ni frutos, desarraigados y completamente muertos. Son como olas del mar—llevadas en cualquier dirección por sus emociones; sus vidas son torbellinos turbulentos de vergüenza. Son como estrellas perdidas del cielo, en camino hacia la nada y la oscuridad eternas.

Fue Enoc—el séptimo descendiente de Adán—quien profetizó sobre gente como esta: “Tengan cuidado, el Señor vendrá a la tierra con millones de sus ángeles santos para realizar un diagnóstico certero de todas las cosas—para enfrentar a cada ser egoísta con su condición terminal, con el dolor y sufrimiento que han causado, y con todas las mentiras sobre Dios que han dicho.” Estas personas se quejan, critican, acusan, siempre se excusan y culpan a otros; solo les importa su propio bienestar y siempre siguen sus deseos egoístas; se jactan de sí mismos y usan halagos para manipular y explotar a quien puedan.

Pero ustedes, queridos amigos, recuerden lo que los embajadores de nuestro Señor Jesucristo nos advirtieron que sucedería. Dijeron: “En los últimos días habrá quienes se burlen de la verdad, se rían de la piedad, y prefieran seguir sus propios deseos, pasiones y lujurias.” Son personas como estas las que causan divisiones, que separan familias, que rompen congregaciones—y se han infiltrado entre ustedes. Siguen sus propios impulsos e instintos, porque han rechazado el Espíritu de Dios.

Pero ustedes, queridos amigos, al hablar con Dios con sus mentes iluminadas por el Espíritu Santo, sigan edificando sus caracteres y relaciones sobre la verdad santa acerca de Dios y sobre sus métodos y principios. Sigan siendo canales del amor de Dios al permitir que la misericordia y la gracia de nuestro Señor Jesucristo los sane, los restaure a plena unidad con él, y les conceda vida eterna.

Tengan misericordia de los que no entienden y viven en duda; no se queden de brazos cruzados cuando vean que otros se están destruyendo en su ignorancia y egoísmo, sino proclamen el Remedio sanador de Dios y rescátenlos antes de que quemen sus vidas en el pecado; sean amables y pacientes con los pecadores, pero odien el egoísmo que los cubre como ropa podrida y saturada de gérmenes.

A aquel que puede sanarlos completamente para que estén en su gloriosa presencia con un carácter perfecto, y regocijarse al encontrarse cara a cara con él, al único Dios—nuestro Salvador por medio de Jesucristo—sean toda la gloria, la majestad, el poder y la autoridad desde antes del comienzo del tiempo, ahora y para siempre. ¡Amén!