El vínculo es inconfundible
Decirle a la gente que la biología y el entorno causan la obesidad es ofrecerles lo único que debemos evitar: una excusa.
—Andrew Lansley, Secretario de Salud del Reino Unido
El envejecimiento—la lenta disminución de la vitalidad y la capacidad—nos afecta a todos. Sin embargo, aunque las personas se mueven a través del tiempo a un ritmo constante, no todos envejecen al mismo ritmo. Algunos se deterioran mucho más rápido que otros. Si bien no podemos detener el paso del tiempo, sí podemos influir en cómo atravesamos ese tiempo: podemos tomar decisiones inteligentes para maximizar la salud y desacelerar el deterioro, de modo que envejezcamos con mayor vitalidad y capacidades conservadas.
Cuando sabemos qué acelera el envejecimiento, podemos tomar decisiones para evitar esos factores perjudiciales y adoptar acciones que promuevan vitalidad y juventud. Entonces, ¿qué factores aceleran el envejecimiento y qué podemos hacer para mantener nuestras capacidades?
Uno de los factores principales del envejecimiento acelerado es el estrés oxidativo, es decir, el daño causado a nuestro ADN, proteínas, lípidos y otros tejidos por moléculas que contienen oxígeno. Cortá una manzana y dejala sobre la mesa una hora: se pone marrón. Eso es oxidación. Lo mismo pasa en el cuerpo. Por eso se habla tanto de los antioxidantes: son compuestos que neutralizan esas moléculas oxidantes y nos protegen.
Inflamación
En este libro uso los términos inflamación o cascada inflamatoria para describir factores que aceleran el envejecimiento. La mayoría de los factores negativos para la salud producen envejecimiento acelerado y aumentan el riesgo de demencia justamente por medio de esta vía inflamatoria.
¿A qué me refiero con inflamación?
La inflamación es la respuesta del cuerpo a una agresión—ya sea por lesión, infección o enfermedad—activando sus defensas para restaurar el funcionamiento normal. Implica células como glóbulos blancos, proteínas, citoquinas, radicales libres, y muchas otras moléculas que se orquestan para sanar el cuerpo. Todos la hemos experimentado al enfermarnos.
El problema es cuando esa respuesta se activa en exceso o permanece activa sin necesidad, lo que ocurre ante ciertas comidas, toxinas, contaminantes, o incluso por estrés mental crónico, ansiedad, preocupación o conflicto. Esto genera inflamación innecesaria que daña células sanas, acelera el envejecimiento y, como veremos en el capítulo 14, contribuye a la demencia.
¿Qué factores aumentan el daño oxidativo en el cerebro?
En la Parte 2 se exploran tres factores que lo provocan: obesidad, azúcar y sustancias tóxicas.
Obesidad
Quizá el factor más importante que aumenta el estrés oxidativo y acelera el envejecimiento es la obesidad. El exceso de grasa genera especies reactivas de oxígeno (ROS) que dañan tejidos. Además, reduce las enzimas antioxidantes del cuerpo, dejándonos más vulnerables. A los 70 años, un cerebro obeso tiene 8% menos volumen y parece 16 años más viejo que el de una persona con peso normal.
Más del 40% de los hombres y mujeres estadounidenses entre 55 y 64 años son obesos. A partir de los 55 años, aproximadamente el 80% de los hombres y el 70% de las mujeres tienen sobrepeso u obesidad.
Aunque solía explicarse como un simple exceso de calorías, hoy se sabe que muchos factores afectan el equilibrio energético del cuerpo.
Sueño y obesidad
Dormir poco altera las hormonas que controlan el metabolismo, aumentando el riesgo de obesidad. Entre 50 y 70 millones de estadounidenses tienen trastornos del sueño. Dormir poco contribuye a malgastar energía, engordar y envejecer más rápido. El capítulo 9 se centrará en este tema.
Soja y obesidad
En EE.UU., el consumo de ácido linoleico (LA), un omega-6 presente en el aceite de soja, aumentó del 1% al 8% de la ingesta calórica diaria. Este ácido estimula el apetito mediante compuestos llamados endocannabinoides. Incluso con menos grasa en la dieta, un nivel alto de LA aumenta la obesidad. Sin embargo, el agregado de omega-3 (EPA y DHA) de aceite de pescado revierte estos efectos.
La soja (no su proteína, sino el aceite) representa el mayor aporte de LA en la dieta. Reducir el LA y aumentar EPA y DHA (presente en pescados de agua fría) mejora la salud cerebral y reduce el riesgo de obesidad y demencia.
Alimentos genéticamente modificados
Estudios muestran que el material genético de los alimentos que comemos puede alterar la expresión de nuestros genes. Por ejemplo, un estudio halló que el ARN del arroz afecta el gen humano que regula el colesterol LDL. En Noruega, ratas alimentadas con maíz transgénico engordaron más que otras. Hasta que no haya más estudios que garanticen la seguridad, se recomienda consumir productos orgánicos y sin OGM (GMO).
Bacterias intestinales
Las personas obesas tienen una flora intestinal distinta. Tienen menos Bacteroidetes y más Firmicutes. Las bacterias intestinales pueden convertir fibras no digeribles en calorías absorbibles, lo que puede impedir la pérdida de peso a pesar de comer pocas calorías.
Las dietas ricas en fibra vegetal fomentan bacterias que promueven la pérdida de peso. En cambio, las dietas con grasas animales y azúcar fomentan bacterias inflamatorias. Por eso, incluso la cirugía de bypass gástrico provoca cambios en la flora intestinal que contribuyen a la pérdida de peso.
No toda la grasa corporal es igual
Hay dos tipos: grasa blanca (relacionada con la obesidad) y grasa marrón (quema calorías y regula la temperatura). Con los años, perdemos grasa marrón. Sin embargo, una proteína llamada FGF-21 puede convertir grasa blanca en marrón, aumentando el metabolismo.
Esta conversión depende de unas células inmunes llamadas iNKT, que se reducen en personas obesas. Pero se pueden activar mediante una dieta alta en fibra y baja en grasa animal, que favorece el crecimiento de bacterias beneficiosas (Bacteroides) productoras de compuestos que activan las iNKT.
Epigenética y obesidad
Durante la Segunda Guerra Mundial, hijos de mujeres embarazadas con desnutrición grave en los Países Bajos crecieron con mayor riesgo de obesidad y diabetes. Se descubrió que esto se debía a la modificación epigenética del gen IGF2, que regula la absorción de energía.
Esto explica por qué algunas personas engordan fácilmente pese a comer sano, y no deben culparse. Reducir la culpa, vergüenza y estrés puede ayudar a frenar la inflamación y mejorar la salud cerebral, incluso si el peso no cambia.
Infecciones y obesidad
Ciertos virus, como el adenovirus Ad-36, han sido vinculados a la obesidad. Aunque no se conoce el mecanismo exacto, se cree que puede deberse al aumento de la inflamación.
Inflamación, insulina y obesidad
La inflamación causa resistencia a la insulina, lo que hace que el cuerpo produzca más insulina, que a su vez fomenta la acumulación de grasa. Incluso si se reduce el peso, una dieta inflamatoria puede seguir acelerando el envejecimiento. El enfoque no debe ser solo adelgazar, sino reducir la inflamación.
Conclusión
La obesidad no se trata solo del peso corporal, sino de un conjunto de factores que afectan el cuerpo, el cerebro y la longevidad. Incluso si no se pierde peso, abordar estos otros factores puede mejorar el rendimiento cognitivo y reducir el riesgo de demencia.
PUNTOS CLAVE
- El estrés oxidativo acelera el envejecimiento.
- La inflamación es un proceso activado por lesiones, infecciones, toxinas, alimentos o estrés crónico.
- La obesidad genera estrés oxidativo.
- La obesidad depende del tipo de alimentos, no solo de las calorías.
- Aumentar omega-3, reducir LA, dormir bien, hacer ejercicio y evitar OGM reduce el envejecimiento.
- Algunas personas absorben más energía por cambios epigenéticos.
- La inflamación, más que la grasa en sí, daña el cerebro y acelera la demencia.
PLAN DE ACCIÓN
- Reducir el consumo de aceite de soja y otros altos en LA.
- Usar más aceite de oliva u otros bajos en LA.
- Aumentar la ingesta de omega-3 (EPA y DHA).
- Dormir entre 7 y 8 horas por noche.
- Adoptar una dieta vegetal, rica en fibra y baja en grasas animales.
- Considerar reducir alimentos genéticamente modificados.
- Evitar culpas si se hacen elecciones saludables pero el peso no cambia.
- Caminar entre 20 y 30 minutos al día.