1 Juan

Capítulo 1

Aquel de quien todo comenzó, la fuente misma de toda vida, es a quien hemos escuchado con nuestros propios oídos, visto con nuestros propios ojos y tocado con nuestras propias manos. Y él es la Palabra de vida que proclamamos. Esta Vida original, no prestada ni derivada, apareció en la tierra y lo hemos visto y damos testimonio de él. Esta Vida preexistente, eterna, que estaba con el Padre—y que es la fuente de toda vida—es la que se nos ha manifestado, y es esta Vida la que ahora compartimos con ustedes. Les contamos la verdad que hemos visto y oído para que puedan unirse a nosotros en esta unidad de amor y amistad. Y esta unidad es nuestra comunión y armonía con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Escribimos esto para compartir la verdad y sumar más personas a esta comunión, de modo que nuestra alegría sea plena.

Este es el mensaje que lo escuchamos enseñar y que vimos revelar, y que ahora les declaramos: Dios es la fuente de toda verdad, amor, pureza e iluminación; en él no hay engaño, egoísmo, corrupción ni ignorancia. Si decimos ser amigos de Dios pero vivimos de forma egoísta, deshonesta, malvada o ignorante, estamos mintiendo y representando falsamente a Dios, y no vivimos según sus métodos de amor y verdad. Pero si vivimos en la luz de la verdad y del amor (como él es verdad y amor), entonces tenemos unidad y armonía entre nosotros; y la vida de Jesús, su Hijo, nos purga de todo egoísmo.

Si decimos que no estamos infectados con egoísmo, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si humildemente confesamos y reconocemos nuestra condición egoísta y terminal, él fielmente y con justicia nos perdona todos los errores cometidos mientras vivíamos en egoísmo; y lo más importante—nos sana de toda corrupción, decadencia y enfermedad del corazón y de la mente. Si decimos que nunca hemos sido egoístas, entonces estamos llamando mentiroso a Dios, y su verdad, sus métodos y sus principios no están en nosotros.

Capítulo 2

Mis hijos amados, les escribo para que comprendan el poder del amor de Dios para liberarlos del egoísmo—y así experimenten la sanación de Dios—y ya no vivan centrados en sí mismos. Pero si durante el proceso de sanación ocurren recaídas al egoísmo, no se desanimen: Jesucristo está al mando de todo poder, junto al Padre, y está derramando su amor en nuestros corazones para completar su obra restauradora. Él es el Remedio reconciliador para la infección del egoísmo y del miedo, y no solo para nuestra condición terminal: él también es el Remedio—disponible gratuitamente—para sanar al mundo entero.

Podemos estar seguros de que estamos en unidad con él cuando practicamos sus métodos, vivimos sus principios y obedecemos sus enseñanzas. Quien dice “soy cristiano” pero no ama a los demás ni pone en práctica los mandamientos de Cristo, representa falsamente a Dios, y su vida entera es una mentira: no hay verdad en él. Pero quienes comprenden la verdad acerca de Dios y aplican con inteligencia sus métodos y principios, experimentan el amor de Dios y su carácter renovado dentro de sí. Así es como podemos saber si estamos verdaderamente en unidad con Dios: quien dice ser cristiano o amigo de Dios debe amar como Jesús amó.

Mis queridos amigos, no se confundan, pues no estoy trayendo una enseñanza, remedio o plan nuevo, sino que estoy dejando claro que desde el principio siempre ha existido un único principio sobre el que se funda la vida: amarse los unos a los otros. Y esta realidad la han escuchado muchas veces. Sin embargo, este amor puede parecerles nuevo porque ahora está plenamente revelado en Cristo, y su poder regenerador los está transformando a su semejanza, disipando la oscuridad de este mundo egoísta y haciendo brillar la verdadera luz del carácter de Dios.

Quienes afirman estar sanados y vivir en la luz del amor de Dios, pero odian a otros, muestran que no han sido sanados; la infección del egoísmo aún oscurece sus mentes. Todos los que aman a los demás más que a sí mismos están sanados, viven en la luz del amor de Dios y demuestran que la infección que lleva a la muerte ha sido erradicada. Pero quien odia a los demás vive en la oscuridad del egoísmo. Esas personas están en un camino que lleva a la muerte, pero ni siquiera lo saben; niegan su condición terminal y culpan a otros por sus problemas.

Queridos hijos, les escribo para que comprendan que nunca estuvieron en problemas legales con Dios: por su carácter lleno de gracia y amor, él los ha perdonado libremente de todos sus pecados y desea profundamente sanarlos a la perfección y unidad con él.

Les escribo a ustedes, ancianos y líderes, porque han llegado a conocer personalmente a Cristo, quien es eterno y es la fuente de toda vida. Les escribo a ustedes que recién comienzan en Cristo, porque ahora conocen el poder de la verdad y del amor de Dios, que los ha liberado del dominio de las mentiras y el egoísmo de Satanás. Queridos hijos, les escribo a todos ustedes, porque por medio de Cristo han llegado a conocer verdaderamente al Padre.

Les escribo a ustedes, ancianos y líderes, porque conocen a Cristo personalmente, el que es eterno y la fuente de toda vida. Les escribo a ustedes, nuevos en la fe, porque están llenos de energía, motivación y pasión por el Señor, y han internalizado los métodos y principios de Dios en su carácter. Han experimentado el poder de la verdad y el amor de Dios para liberarlos de los métodos egoístas de Satanás.

Por lo tanto, no amen este mundo egoísta ni nada que le pertenezca. Quienes valoran este mundo egoísta no tienen restaurado en sí el amor desinteresado del Padre.

Porque todo lo que hay en el mundo (incluidas las personas que viven sin sanar) está infectado por el egoísmo, y este egoísmo se expresa principalmente de tres formas: sensualismo, materialismo y egotismo. Esta infección terminal no proviene del Padre, sino que es parte de este mundo enfermo. Este mundo enfermo y sus deseos egoístas pasarán, pero quienes eligen experimentar la sanación y recreación de sus corazones y mentes vivirán para siempre.

Hijitos míos, el final se acerca. Ustedes han oído que, antes de que llegue el fin, vendrá aquel que se opone a Cristo—y ya ahora han surgido muchos que se oponen a Cristo: por esto sabemos que el final está cerca. Algunos que decían ser seguidores de Cristo, pero que nunca tomaron el Remedio de Dios ni experimentaron la renovación del corazón, se alejaron de nuestra comunión. Si realmente hubieran valorado los métodos de amor de Dios y dejado atrás los caminos del egoísmo, no se habrían ido; pero al irse, quedó claro que nunca estuvieron en verdadera unidad con nosotros.

Pero sus corazones y mentes han sido renovados por el Santo, y todos ustedes conocen la verdad sobre el carácter de amor de Dios. No les escribo porque no sepan la verdad, sino porque sí la conocen; y ninguna mentira tiene origen en la verdad. ¿Quiénes son los mentirosos? Son todos los que niegan que Jesús es el Mesías, el Remedio, el Canal por medio del cual Dios ofrece su solución sanadora. Estas personas están en oposición a Cristo—niegan tanto al Padre como al Hijo. Nadie que niega al Hijo tiene al Padre, porque Jesús es la revelación exacta del Padre; pero quien reconoce y acepta al Hijo, también ha aceptado al Padre, porque Jesús y el Padre son Uno.

Asegúrense de que la verdad que escucharon desde el principio permanezca en sus corazones, mentes y caracteres. Si lo hace, también permanecerán en unidad con Jesús y con su Padre. Y esta es la promesa que nos ha hecho: sanación completa, restauración, y vida eterna.

Les escribo esto para advertirles acerca de aquellos que quieren desviarlos. En cuanto a ustedes, el Espíritu sanador y regenerador de Cristo que recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que quienes no han sido renovados por el Espíritu los enseñen. Más bien, así como el poder sanador del Espíritu de Cristo ilumina sus mentes y les enseña todo—y ya que este Espíritu es Espíritu de verdad y no de engaño—sigan la verdad y manténganse fieles a Cristo.

Y ahora, mis queridos hijos, continúen practicando sus métodos, valorando sus principios y viviendo su amor, para que cuando él se manifieste, podamos alegrarnos en su presencia. Si saben que él es la fuente y el estándar de todo lo bueno y recto, entonces también entienden que quienes hacen lo que es correcto lo hacen solo porque sus mentes han sido sanadas y restauradas a la unidad con él.

Capítulo 3

¡Qué maravillosa y asombrosa es la clase de amor que el Padre nos ha dado, que ahora hemos sido transformados en hijos de Dios! ¡Y eso es exactamente lo que somos—su descendencia, nacidos de su amor! El mundo no nos reconoce porque no lo conoce a él. Queridos amigos, ya somos hijos de Dios, pero nuestra restauración plena (y lo que seremos) aún no ha sido revelada. Pero sabemos que cuando Cristo regrese, seremos como él en carácter, porque lo veremos cara a cara, tal como es. Todos los que anhelan esta unión con Dios eligen convertirse en canales del amor de Dios y, por tanto, se purifican a sí mismos—tal como Dios es puro.

Todo el que peca rompe la ley del amor—la ley sobre la que se basa la vida. De hecho, el pecado es egoísmo, que es actuar sin amor—elegir desviarse de la ley sobre la cual se fundó la vida. Pero ustedes saben que Cristo vino para sanar nuestros corazones y mentes y eliminar la infección del egoísmo, a fin de restaurar el amor en nuestro interior. Y en él no hay egoísmo ni corrupción—no hay pecado. Nadie que viva en unidad con Cristo sigue viviendo para sí mismo; nadie que continúe en el egoísmo ha visto ni ha conocido a Cristo.

Queridos hijos, no permitan que nadie los engañe. Quienes son justos hacen lo que es justo porque es lo correcto—tal como Cristo es justo y siempre hace lo que es correcto. Quien actúa egoístamente está practicando los métodos y principios del diablo, porque el diablo es el originador del egoísmo. La razón por la que el Hijo de Dios vino al mundo fue para destruir la obra del diablo—el egoísmo—y restaurar el universo a la unidad con Dios y su ley de amor. Nadie cuya mente y corazón hayan sido recreados en el amor de Dios continúa viviendo egoístamente, porque el carácter de Dios ha sido reproducido en ellos; no pueden seguir viviendo centrados en sí mismos, porque han sido renovados a la imagen misma de Dios. Así es como sabemos quiénes son los hijos de Dios y quiénes son los hijos del diablo: cualquiera que no ame a los demás más que a sí mismo no es hijo de Dios, ni lo es quien no “hace lo correcto porque es correcto.”

El mensaje que han oído desde el principio es este: debemos ser sanados en corazón y mente para que podamos amarnos unos a otros. No sean como Caín, que pertenecía a la familia egoísta del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus propias acciones eran egoístas, mientras que las de su hermano eran desinteresadas, amorosas y piadosas. Por eso no se sorprendan, hermanos y hermanas, si este mundo egoísta los odia.

Sabemos que nuestra condición ya no es terminal y que hemos sido restaurados a la salud y la vida porque el egoísmo ha sido purgado de nuestros corazones y el amor de Dios ha sido restaurado en nosotros. Quien no ama a los demás más que a sí mismo sigue infectado de egoísmo y su condición continúa siendo terminal. Quien odia a otro ya es un asesino, porque el asesinato comienza en la mente y el corazón antes de convertirse en acción. Ustedes saben que el asesinato es el resultado final del principio de la supervivencia del más fuerte, y nadie que siga infectado con este principio egocéntrico tiene la vida eterna de Dios reproducida en su interior.

Así sabemos lo que es el amor: Jesucristo entregó voluntariamente su vida por nosotros. Y nosotros, que hemos sido restaurados al amor divino, también daremos todo lo que tenemos—incluida nuestra vida—por nuestros hermanos y hermanas. Si alguien tiene comida, ropa u otros bienes materiales, y en vez de compartir con su hermano o hermana necesitado decide retenerlos para sí mismo, ¿cómo puede el amor desinteresado de Dios estar en esa persona?

Queridos hijos, no amemos solo de palabra, sino vivamos una vida de amor, poniendo en práctica los métodos de verdad y amor de Dios. Una vida transformada es evidencia de que el carácter de amor de Dios ha sido verdaderamente reescrito dentro de nosotros, y con esta certeza podemos tener paz en su presencia, incluso cuando nos sintamos débiles o pecadores. La verdad es más confiable que nuestros sentimientos, y la capacidad de Dios para sanar y restaurar es más grande que nuestra enfermedad, así que tengan valor, porque no hay nada que Dios no sepa ya.

Por lo tanto, amigos, si nuestros corazones y mentes han sido sanados y ya no nos condenan, ya no tememos a Dios, y recibiremos de él lo que pidamos, porque seguimos su receta y hacemos lo que le agrada. Y esta es su receta: Valorar, amar y confiar en su Hijo, Jesucristo, y ser como él—amándonos unos a otros—tal como él lo ha ordenado. Quienes aplican su receta viven en unidad con él y con su carácter de amor, y él vive en unidad con ellos. Y así sabemos que él vive en nosotros: su Espíritu habita en nosotros y nos sana para que seamos como él.

Capítulo 4

Mis queridos amigos, no confíen en cualquier ser espiritual, sino pongan a prueba a todos los seres inteligentes para ver si provienen de Dios y practican sus métodos y principios, porque muchos falsos profetas—que tergiversan a Dios—han salido al mundo. Esta es una forma de reconocer al Espíritu de Dios: todo ser que viene de Dios proclama que Jesucristo vino a la tierra en nuestra humanidad y reveló perfectamente al Padre. Pero todo ser que no proclama que Jesús es la revelación perfecta del Padre no proviene de Dios. Esta es la mentalidad y argumento del enemigo de Cristo, que ha estado mintiendo sobre Dios desde el principio. Ustedes han oído que vendrían falsas imágenes de Dios y falsas interpretaciones de la cruz—y de hecho, ya han comenzado a extenderse por el mundo.

Pero ustedes, queridos hijos, están en unión con Dios y han rechazado las mentiras que estos falsos profetas cuentan sobre él, porque el que los está sanando y recreando en amor es más poderoso que el egoísmo que domina al mundo. Estos falsos maestros provienen del mundo y, por lo tanto, presentan una visión humana caída de Dios, retratándolo como un ser que impone leyes, castiga y exige apaciguamiento. La gente mundana ama esta imagen falsa de Dios. Nosotros, en cambio, venimos de Dios y presentamos la verdad: Dios estaba en el Hijo, restaurando esta creación a la unidad con él mismo; y todos los que verdaderamente conocen a Dios nos escuchan y reconocen que el Padre es exactamente como el Hijo lo reveló. Pero quien no es de Dios distorsiona la verdad y crea una separación falsa entre el Padre y el Hijo. Así reconocemos al Espíritu de la verdad y al espíritu del error: el Espíritu de la verdad afirma que Cristo es una representación exacta del Padre, mientras que el espíritu del error enseña que el Padre necesitaba que el Hijo lo calmara o desviara su ira.

Así que, mis queridos amigos, vivamos en amor—entregándolo todo por el bienestar y la salud de los demás—porque el amor verdadero y desinteresado proviene de Dios. Todo aquel que ama como Cristo ama ha sido sanado, recreado en corazón y mente, y restaurado a una íntima unidad con Dios. Pero quien no ama más a los demás que a sí mismo no ha sido sanado y ni siquiera conoce a Dios, porque Dios es amor.

Dios nos mostró su amor en esto: envió a su único Hijo como verdadero ser humano a este mundo egoísta, para que a través de él podamos ser sanados y restaurados a la unidad con Dios.

Esto es lo que realmente es el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, ni que hayamos hecho algo para que él nos ame, sino que él nos amó tanto que envió a su Hijo para convertirse en el Remedio, la cura para la infección del pecado y del egoísmo, para que a través de él podamos ser restaurados a una unidad perfecta con Dios.

Por lo tanto, mis queridos amigos, ya que Dios es amor—y puesto que nos amó de esta manera—también debemos aceptar su cura, ser transformados y amarnos unos a otros.

Nadie mortal ha visto a Dios en su totalidad, pero si nos amamos unos a otros como Dios nos ha amado, entonces Dios vive en nosotros, y su carácter perfecto de amor se ve claramente en nuestra forma de vivir.

Sabemos que hemos sido restaurados a la unidad con Dios, y que su carácter ha sido reproducido en nosotros, porque su Espíritu vive en nosotros. Nosotros hemos visto con nuestros propios ojos y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como el Remedio divino para sanar y restaurar al mundo a una unidad de amor con él. Cualquiera que revele el carácter de Dios en su vida y que atribuya todo honor a Jesús como el Hijo de Dios, vive en armonía, unidad y comunión amorosa con Dios. Y así hemos sido verdaderamente transformados: de ser seres motivados por el egoísmo a ser hijos plenamente sanados por Dios, movidos y sostenidos por el amor que él tiene por nosotros. Dios es amor, y quienes viven una vida de amor viven en unidad y comunión con Dios—y Dios en ellos.

Es de esta manera—mediante la comunión de una comunidad de amor—que el verdadero carácter de Dios se perfecciona entre nosotros. Y como hemos sido restaurados a una unidad plena con él y somos semejantes a él en corazón, mente y carácter, podemos estar confiados al presentarnos ante él. En el amor no hay miedo. El miedo forma parte de la infección del egoísmo, pero el amor lo purga, porque el miedo está relacionado con la preocupación por uno mismo. Quien sigue centrado en sí mismo y tiene miedo no ha sido sanado aún por el amor de Dios.

Nosotros podemos amar únicamente porque él nos amó primero. Si decimos que amamos a Dios, pero seguimos explotando a los demás, somos mentirosos. Porque quien explota al prójimo—que ve y conoce—no puede amar a Dios, a quien no ha visto. El mandamiento de Dios es este: que internalicemos su amor—el cual transforma todo nuestro ser—de modo que amemos tanto a Dios como a las personas. Porque quien ama a Dios, también ama a los demás.

Capítulo 5

Todo el que confía en Jesús—el Remedio sanador de Dios—ha sido recreado en corazón y mente, y es hijo de Dios. Y todo el que ama al Creador, también ama a los que él ha creado. Así sabemos que amamos a los seres que Dios creó: al amar a Dios y vivir en armonía con sus métodos y principios de amor desinteresado.

Quienes realmente aman a Dios vivirán vidas que lo reflejen—vidas en armonía con sus mandamientos. Y sus mandamientos no son una carga que debamos soportar, sino el resultado natural del amor: la victoria sobre este mundo egoísta que experimentan todos los que han sido sanados por Dios. Y esta victoria sobre el miedo y el egoísmo se logra al confiar en Dios. ¿Quién es el que vence al principio de “el más fuerte sobrevive” de este mundo? Solo quien reconoce y acepta que Jesús es el Hijo de Dios.

Jesús es aquel que, mediante el agua y la sangre, se convirtió en nuestro Remedio. No fue solo por haber nacido en este mundo (el agua), sino también por haber derramado su sangre. Y el Espíritu de Dios da testimonio de esto, porque el Espíritu revela toda la verdad. Porque hay tres que confirman esta verdad: el Espíritu, la evidencia del bautismo con agua, y la evidencia de su muerte sangrienta; y los tres están de acuerdo: ¡Jesús es el Mesías!

Aceptamos fácilmente el testimonio de las personas, pero el testimonio de Dios es aún más confiable, porque Dios testifica acerca de su Hijo con evidencia y verdad. Quien confía en el Hijo de Dios ha aceptado esta verdad, ha dejado que las mentiras sean expulsadas de su corazón, y por lo tanto ha sido ganado de nuevo a la confianza. Quien no confía en Dios lo está llamando mentiroso, porque ha rechazado como falsa la verdad y la evidencia que Dios ha dado acerca de su Hijo.

Y esta es la verdad y la evidencia: Dios ha derramado su vida eterna en la humanidad, y esa vida eterna, original, no derivada, está en su Hijo. Quien ha entrado en unidad de corazón, mente y carácter con el Hijo ha sido sanado y es partícipe de esta vida eterna; quien no ha entrado en esa unidad con el Hijo de Dios permanece en condición terminal y no participa de esta vida.

Les escribo estas cosas a ustedes que confían en Jesús y valoran su carácter, sus métodos y principios, para que sepan que han sido sanados y tienen vida eterna. Podemos acercarnos a Dios con confianza, porque sabemos que él está deseoso de escuchar cualquier cosa que le pidamos en armonía con su voluntad. Y ya que sabemos que nos escucha con gusto, también sabemos que tenemos lo que le hemos pedido.

Si ven a un hermano o hermana en la fe que desea ser como Cristo y comete un pecado, hablen con Dios por esa persona, sabiendo que Dios los sanará por completo y les dará vida si abren su corazón a él en confianza. Ese pecado no lleva a la muerte eterna, ya que es simplemente un síntoma residual en una persona que está en proceso de sanación. Pero no tiene sentido orar por los que cierran su corazón a Dios y se niegan obstinadamente a permitir que él los sane. El amor no puede ser forzado, y Dios no puede obligar a nadie a amarlo ni confiar en él, así que no hay propósito en pedirle a Dios que obligue a alguien a aceptarlo.

Toda violación del amor es pecado, pero las violaciones que ocurren en alguien que abre su corazón a Dios no conducen a la muerte eterna.

Sabemos que quien ha sido recreado en corazón y mente por Dios no continúa viviendo egoístamente: Jesús—el Hijo de Dios—llena su mente con la verdad y su corazón con amor, y las mentiras de Satanás y sus motivos egoístas ya no pueden dañarlo. Sabemos que estamos en unidad de corazón, mente y carácter con Dios, mientras que el mundo permanece en unidad con Satanás.

También sabemos que Jesús, el Hijo de Dios, ha venido y ha iluminado nuestras mentes con la verdad—la verdad sobre Dios, sobre la naturaleza del pecado, sobre el carácter de Satanás, y sobre los asuntos en este conflicto entre el bien y el mal—para que podamos entrar en unión e intimidad plena con Dios, quien es la Verdad; y estamos en unidad con el Padre de la verdad y con su Hijo Jesucristo. Él es el verdadero Dios y la fuente de toda vida.

Por eso, mis queridos hijos, rechacen siempre cualquier mentira sobre Dios y cualquier concepto falso acerca de su carácter.