El impacto de nuestros antepasados
«Las personas no se preocuparán por la posteridad si nunca miran hacia sus antepasados.»
—Edmund Burke, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, 1790
Aunque la mayor parte de este libro explorará factores que influyen en el envejecimiento y sobre los que tenemos control, la historia completa del envejecimiento comienza antes de que siquiera seamos concebidos. En este capítulo, exploraremos las influencias que provienen de nuestros antepasados inmediatos y que afectan la expresión genética e impactan nuestro envejecimiento. Si bien no podemos cambiar la historia ni el material genético con el que nacimos, sí podemos, a través de elecciones saludables, modificar nuestra expresión genética y, por ende, nuestra salud. Además, podemos transmitir estos cambios a nuestros hijos, nietos y bisnietos, afectando también su salud.
Cada célula de nuestro cuerpo que tiene núcleo contiene la misma información genética: ácido desoxirribonucleico (ADN), con excepción de algunas condiciones extremadamente raras. Sin embargo, las células óseas son diferentes de las de la piel, las musculares, las del ojo o las de la lengua. Todas tienen el mismo ADN, pero lo expresan de forma distinta, lo que produce diversidad en forma, estructura y función.
El ADN es como una gran biblioteca con instrucciones para construir todo lo que el cuerpo necesita. Pero cada tipo celular “abre” solo los libros (genes) que necesita para hacer su trabajo. Así, las células del estómago no leen cómo hacer hueso, ni las del cerebro cómo hacer glóbulos. Toda la información está allí, pero cada célula accede solo a lo que necesita.
En 1957, el investigador Conrad Waddington observó esto y propuso que debe existir un conjunto de instrucciones por encima del ADN que indique qué genes activar y cuáles no. Lo llamó epigenética («epi» significa «por encima de», como en epidermis), que se refiere a las instrucciones químicas que dirigen el acceso y uso del ADN.
El ADN, aunque microscópico, es una enorme base de datos. Imaginá un cierre largo: los dientes representan las moléculas de ADN. El cierre se enrolla en carretes llamados histonas, que a su vez forman nuestros cromosomas. Para leer el ADN, debe desenrollarse y abrirse. La expresión genética se modifica al facilitar o dificultar este proceso.
Ciertos grupos químicos como los grupos metilo pueden adherirse al ADN e impedir su expresión. Es como trabar el cierre con una camisa: no se puede abrir. Al eliminar estos grupos, los genes pueden expresarse más. Factores ambientales, experiencias de vida y hasta nuestros pensamientos pueden influir en esto. Además, pasamos a nuestros hijos no solo el ADN, sino también estas instrucciones epigenéticas.
Fumar, hambruna y nietos
Investigadores en Suecia encontraron que hombres que empezaron a fumar antes de los 11 años alteraron genes en el cromosoma Y que aumentaban el riesgo de obesidad en sus nietos varones. Asimismo, quienes pasaron hambre en la infancia (antes de la pubertad) transmitieron mayor riesgo de mortalidad a sus nietos (según el género).
Dieta baja en calorías durante el embarazo
Estudios con hijos nacidos durante la hambruna en los Países Bajos en la Segunda Guerra Mundial mostraron que tenían más obesidad, diabetes tipo 2 y colesterol alto que sus hermanos nacidos en tiempos normales. Tenían un 5% menos de grupos metilo en un gen (IGF2), lo que aumentaba su expresión, haciendo que extrajeran más energía de los alimentos. Cuando el alimento se normalizó, estos individuos desarrollaron obesidad y otros problemas metabólicos.
Fumar, embarazo y epigenética
Fumar durante el embarazo no solo daña al feto en desarrollo, sino que se descubrió que altera epigenéticamente más de 6.000 genes. Cerca de 3.000 de estos cambios persisten en la vida adulta. Esto se ha relacionado con paladar hendido, asma y varios tipos de cáncer. Además, hijas expuestas al tabaco en el útero tienen de 2 a 3 veces más riesgo de volverse adictas a la nicotina si la prueban más tarde.
Alcohol, embarazo y epigenética
Incluso una sola bebida alcohólica por semana durante el embarazo se asocia con menor tamaño de cabeza del bebé, más problemas de conducta y emociones. También se ha visto que si una madre bebió durante el embarazo, los hijos perciben el alcohol como más sabroso debido a modificaciones epigenéticas.
Contaminación del aire y embarazo
El Dr. Bradley Peterson descubrió que la exposición a la contaminación del aire durante el embarazo altera el desarrollo cerebral fetal, especialmente la sustancia blanca del hemisferio izquierdo, aumentando el riesgo de TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad). El TDAH no tratado contribuye a mayores niveles de estrés y envejecimiento acelerado.
Pensamientos de la madre y cerebro fetal
Los patrones de pensamiento pesimistas y negativos durante el embarazo aumentan el riesgo de depresión en los hijos 18 años después. Incluso sin pensamientos negativos, altos niveles de estrés en la madre hacen que las hormonas del estrés atraviesen la placenta y afecten el desarrollo del sistema de respuesta al miedo (amígdala) del bebé, dejándolo más propenso a la ansiedad y menos capaz de calmarse.
Primera infancia y epigenética
La infancia, aunque vulnerable, es una oportunidad para moldear positivamente la expresión genética. Experimentos en animales mostraron que las crías que recibieron afecto (lamido y acicalamiento) de sus madres desarrollaron cerebros normales. Incluso las crías nacidas de madres negligentes, pero criadas por madres afectuosas, se desarrollaron normalmente.
Abuso infantil y epigenética
Un estudio con 41 hombres mostró 362 diferencias epigenéticas en los que sufrieron abusos severos, especialmente en genes vinculados a la neuroplasticidad. Otro estudio con 800 personas durante 32 años encontró que la adversidad en la infancia aumentaba el riesgo de depresión, diabetes, obesidad y colesterol alto. Sin embargo, terapias como la terapia cognitiva pueden activar genes curativos y aumentar el volumen cerebral.
Perdón y sanación
El perdón no significa justificar al agresor, sino liberar la amargura interna. Quienes perdonan reducen la activación del sistema de estrés y mejoran su salud mental y física. En mujeres abusadas, quienes perdonaron y pusieron límites lograron resolver síntomas de depresión, ansiedad y estrés postraumático.
Memoria y epigenética
En un estudio con ratones con un defecto genético de memoria, aquellos que vivieron en ambientes enriquecidos no solo mejoraron su aprendizaje, sino que sus crías nacieron con memoria normal, sin haber sido expuestas al ambiente enriquecido. La experiencia positiva de los padres alteró epigenéticamente la expresión de ese gen en la descendencia.
CONCLUSIÓN
No importa nuestra historia, podemos tomar decisiones hoy que produzcan cambios positivos en nuestro cuerpo y cerebro, desaceleren el envejecimiento y reduzcan el riesgo de demencia. Y si hacemos estos cambios antes de tener hijos, también beneficiamos a las futuras generaciones.
PUNTOS CLAVE
- Estamos diseñados para adaptarnos y cambiar según nuestras experiencias.
- Cada experiencia moldea nuestra expresión genética y estructura cerebral.
- No podemos cambiar la historia, pero sí influir en nuestro presente para mejorar la salud y el envejecimiento.
- El perdón calma el sistema de estrés, mejora la salud y reduce el envejecimiento.
PLAN DE ACCIÓN
- Compartí con otros cómo nuestras decisiones afectan a futuras generaciones.
- Si tuviste traumas, considerá terapia cognitiva u otras intervenciones.
- Identificá si guardás resentimiento o amargura y trabajá en perdonar.
- Llená tu vida de actividades interesantes que estimulen tu imaginación y mente.