Entendiendo la cita de Elena G. de White sobre la justicia de Cristo y la cuenta del pecador

Understanding Ellen G. White’s Quote About the Righteousness of Christ and the Sinner’s Account – Come And Reason Ministries

Recientemente, un oyente envió la siguiente solicitud:

Por favor, ayúdenme a entender esta cita de Elena White desde la perspectiva de la ley de diseño:

“Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Ahora bien, al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” La justicia es obediencia a la ley. La ley exige justicia, y esto es lo que el pecador debe a la ley; pero es incapaz de rendirla. La única manera en que puede alcanzar la justicia es por la fe. Por la fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona, justifica al alma arrepentida y creyente, lo trata como si fuera justo, y lo ama como ama a su Hijo. Así es como la fe es contada por justicia; y el alma perdonada avanza de gracia en gracia, de luz en mayor luz. Puede decir con gozo: “No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo, que derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, fuésemos hechos herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.” (Review and Herald, 4 de noviembre de 1890, párr. 7)

Gracias por tu consulta. Cuando leo pasajes como este, que describen la solución de Dios al problema del pecado, encuentro útil primero identificar cuál es el problema que causó el pecado, el problema que el plan de salvación soluciona. Antes de tratar de entender el significado del pasaje citado, preguntemos: “¿Qué prejuicios, suposiciones y creencias tenemos respecto a la naturaleza del problema del pecado?” Nuestra comprensión del pecado influye en cómo interpretamos las acciones de Dios para solucionarlo.

Cuando Adán pecó, ¿Dios cambió? ¿Cambió su ley? Obviamente, la respuesta es no en ambos casos. Entonces, cualquiera que sea la solución al problema del pecado, no involucra cambiar a Dios ni su ley—ellos son perfectos.

Siguiente pregunta: Cuando Adán y Eva pecaron, ¿ellos cambiaron? Creo que es obvio que sí.

Ahora, quizás la pregunta más importante: ¿La naturaleza de ese cambio fue penal/legal, un cambio en su estatus legal dentro del gobierno celestial—o fue un cambio en el funcionamiento de su ser, un cambio en el corazón, la mente y el carácter? Después de pecar, ¿seguían siendo justos, santos, amorosos, confiados amigos de Dios que simplemente tenían un problema legal con una pena que no podían pagar? ¿O se convirtieron en individuos que estaban realmente fuera de armonía con Dios y sus principios de vida? ¿Por qué sintieron miedo y se escondieron? ¿Fue porque Dios cambió, se enojó, se llenó de ira y quería castigarlos? ¿O fue porque algo dentro de ellos cambió, de modo que ya no confiaban en Dios y ahora se movían por miedo y egoísmo en lugar de amor y confianza?

Estas preguntas nos ayudan a entender la realidad—que Dios es el Creador, y como tal, sus leyes son las leyes sobre las que se construye el universo y opera la vida misma, lo que llamo leyes de diseño, como las leyes de la física, la gravedad, la salud y la ley moral. La vida, la salud y la felicidad solo son posibles cuando estamos en armonía con las leyes que el Creador integró en la realidad. Los seres creados—tú, yo, los ángeles—no podemos crear desde la nada; no podemos establecer leyes que gobiernen la realidad, así que hacemos reglas que llamamos leyes, pero nuestras leyes son impuestas y requieren castigos externos para hacerlas cumplir.

Cuando Adán y Eva pecaron, no entraron en problemas legales en un sistema judicial similar al humano; entraron en problemas mortales. Dejaron de operar conforme a las leyes que Dios diseñó para que vivieran. Estaban muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1; Colosenses 2:13)—su condición, sin intervención y remedio del Creador, era terminal. (Si querés leer más sobre cómo Dios, a través de Jesús, sana su creación del pecado, te recomiendo nuestros blogs Salvación y limpieza del espíritu, Parte 1 y Parte 2).

Todas las imágenes bíblicas enseñan que el plan de salvación no es un plan de ajuste legal en un tribunal, sino un plan para sanar el corazón y la mente del individuo:

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10).

“Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros… Pondré dentro de vosotros mi Espíritu y haré que andéis en mis estatutos” (Ezequiel 36:26-27).

“Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33; Hebreos 8:10).

“De cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).

“La circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra” (Romanos 2:29).

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

La Biblia enseña que el plan de salvación consiste en la sanación, recreación y restauración de la ley viviente de Dios dentro del creyente, la remoción del corazón endurecido y su reemplazo por uno tierno, la restauración del amor y confianza genuinos en Dios, y la erradicación del miedo y egoísmo del corazón, la mente y el carácter. Esto no es un ajuste legal en libros celestiales, sino una obra del Creador dentro del creyente. Y solo es posible por la victoria de Jesús; es mediante su vida sin pecado, sustitutiva y victoriosa que Dios sana y salva a los pecadores. Como lo describió Jesús con lenguaje metafórico, Su sacrificio, Su carne y sangre, proveen la salvación cuando son internalizados por el creyente:

“De cierto, de cierto os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros… El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él… Este es el pan que descendió del cielo… el que come de este pan vivirá para siempre” (Juan 6:53–58).

Jesús afirma claramente que solo tenemos vida eterna si Su carne y sangre son internalizadas en el pecador. Jesús es el Verbo hecho carne (Juan 1:1,14). Está usando metáforas para describir esta verdad: el Verbo encarnado que es “ingerido”. Él es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Cuando interiorizamos la verdad sobre Dios que Jesús es, esa verdad destruye las mentiras de Satanás y nos restaura a la confianza. En esa confianza abrimos el corazón, lo invitamos, y recibimos nueva vida por medio del Espíritu Santo—la vida de Cristo. Como escribió Pablo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Nos volvemos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), lo cual simboliza internalizar la sangre de Jesús, porque “la vida está en la sangre” (Levítico 17:11).

Siguiendo las pistas

Ahora, después de establecer una comprensión bíblica sólida, podemos examinar otras citas del mismo autor que aclaran cómo usa ciertas palabras y frases, y que nos ayudan a entender correctamente la cita en cuestión. La siguiente cita proviene de El Deseado de todas las gentes:

La ley requiere justicia—una vida justa, un carácter perfecto; y el hombre no lo tiene para dar. No puede cumplir con las demandas de la santa ley de Dios. Pero Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter perfecto. Estos los ofrece como un don gratuito a todos los que los quieran recibir. Su vida representa la vida de los hombres. Así, ellos obtienen el perdón de los pecados pasados mediante la paciencia de Dios. Más que esto, Cristo imparte a los hombres los atributos de Dios. Él edifica el carácter humano a semejanza del carácter divino, una hermosa estructura de fortaleza espiritual y hermosura. Así, la misma justicia de la ley se cumple en el creyente en Cristo. Dios puede “ser justo, y el que justifica al que tiene fe en Jesús.” (Romanos 3:26; p. 762, énfasis añadido).

La ley de Dios es la ley de diseño para la vida; por lo tanto, la ley requiere justicia del mismo modo que la ley de la respiración requiere que respiremos para vivir. Si bien somos libres de atarnos pesas a las piernas y saltar al océano, sacándonos así de la armonía con la ley de la respiración, no podemos vivir haciendo eso. La ley no puede ser cambiada para adaptarse a una persona en esa situación. De igual manera, la ley moral de Dios no puede cambiarse para encontrarse con el pecador en su pecado. Para salvar a una persona que se ahoga, debe ser restaurada a la armonía con la ley de la respiración. Para salvar a un pecador, debe ser restaurado a la armonía con la ley sobre la cual opera la vida.

Una declaración legal en un libro de un tribunal que diga que una persona que se está ahogando ha sido declarada legalmente como respirando no cambia la realidad de su muerte si permanece fuera de armonía con la ley. De la misma forma, una declaración legal en un libro celestial no tiene poder salvador. La salvación requiere que la vida del pecador sea restaurada a la justicia.

Con todo esto en mente, ahora podemos entender el significado del pasaje citado. Lo repasaremos sección por sección—las partes en cursiva son de la cita original, seguidas de mi comentario:

“Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia… la fe le es contada por justicia.” La justicia es obediencia a la ley.

En términos simples, la justicia es vivir en armonía con las leyes de la vida, las leyes de diseño integradas en el funcionamiento de la realidad; hacer lo que es correcto—es decir, justo, porque es la manera correcta o saludable de vivir.

La ley exige justicia, y esto el pecador lo debe a la ley;

La ley exige justicia de la misma manera que la ley de la respiración exige que respiremos. Es la única forma en que puede existir y operar la vida. No respirar es morir; no ser justo es morir.

pero es incapaz de rendirla.

Nacemos en pecado, concebidos en iniquidad (Salmo 51:5). Cuando Adán y Eva pecaron, corrompieron su vida con miedo y egoísmo, y esta vida corrupta, egoísta y terminal es la única que pudieron transmitir a sus descendientes. Por eso nacemos en pecado, en miedo, en egoísmo. Somos animados por motivos contrarios a Dios y a la vida, y no podemos cambiarnos por nosotros mismos. Esta es una condición terminal. Por eso debemos nacer de nuevo con una nueva vida, un nuevo corazón, un espíritu renovado de amor y confianza.

La única manera en que puede alcanzar la justicia es por la fe.

Solo podemos obtener un nuevo corazón mediante la confianza (fe), rindiendo nuestra vida de miedo y egoísmo a Jesús, “muriendo” a los motivos de autopreservación, y renaciendo con amor por Dios y un motivo centrado en los demás. Solo por esta renovación, mediante una nueva energía de vida santa de amor y confianza que viene por medio de Jesús, podemos alcanzar la justicia.

Por la fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo,

Los méritos de Cristo son sus atributos justos de carácter, su vida sin pecado que internalizamos mediante la fe cuando nacemos de nuevo y Cristo vive en nosotros. Presentamos estos méritos por medio de la confianza, porque al haber renacido con un nuevo espíritu (pneuma), una nueva vida que viene por confiar en Jesús, el Espíritu Santo nos anima con los motivos del amor y desarrollamos el fruto del Espíritu, el carácter de Cristo, al vivir conforme a los nuevos deseos y motivos implantados en nosotros (ver la cita anterior). Así es como llevamos los méritos de Cristo—porque son reproducidos en nosotros (Gálatas 2:20).

y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador.

Esto es una realidad simple. Porque el pecador ha sido restaurado en mente y corazón a la justicia mediante la victoria de Cristo, Dios reconoce esa realidad: la victoria de Cristo ahora le pertenece. Elena de White escribió:

“Por su obediencia perfecta ha hecho posible que todo ser humano obedezca los mandamientos de Dios. Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une al de Él, la voluntad se fusiona con la suya, la mente se vuelve una con su mente, los pensamientos se sujetan a Él; vivimos su vida. Esto es lo que significa estar revestidos con el manto de su justicia…” (Palabras de Vida del Gran Maestro, p. 311).

Jesús, como humano, asumió una humanidad dañada por el pecado, erradicó la infección del miedo y el egoísmo, y restauró la justicia, el amor, y la ley perfecta de Dios dentro de la humanidad. Jesús es el segundo Adán; Él es la vid, y todo ser humano unido a Jesús por la fe tiene la vida de Jesús reproducida en sí mismo. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Así, por la obediencia y victoria de Jesús, podemos participar de sus méritos (atributos de carácter), y el Padre registra esa realidad—que de hecho somos justos—en nuestra cuenta.

La cuenta es análoga a una historia clínica: documenta la enfermedad, pero cuando el paciente toma el remedio y la enfermedad es erradicada, el registro médico se actualiza para indicar que la persona está sana. Esto es lo que se describe. La única manera de tener la cuenta registrada como justa ante Dios es que el corazón de la persona, mediante la confianza, haya sido regenerado para estar en armonía con Dios—es decir, justificado.

La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre,

La justicia de Cristo sustituye, en primer lugar, el fracaso de Adán, y en segundo lugar, el fracaso de cada individuo cuando somos recreados en justicia a través de la confianza en Él.

y Dios recibe, perdona, justifica al alma arrepentida y creyente, lo trata como si fuera justo, y lo ama como ama a su Hijo.

Dios recibe, sana, perdona, restaura, corrige al alma confiada, y la ama tanto como ama a su Hijo.

Así es como la fe es contada por justicia; y el alma perdonada avanza de gracia en gracia, de luz en mayor luz. Puede decir con gozo: “No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo, que derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, fuésemos hechos herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.”

Así es como funciona la realidad, cómo nuestra fe en el Dios Creador abre nuestro ser interior para recibir al Espíritu Santo, quien nos trae la vida de Cristo y reproduce la justicia dentro de nosotros.