El Propósito de Confesar Nuestros Pecados a Otros

The Purpose of Confessing Our Sins to Others – Come And Reason Ministries

La Biblia dice:

¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo; el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por tanto, confiésense unos a otros sus pecados y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz.
—Santiago 5:14–16 (NVI 1984)

La Biblia nos aconseja que confesemos nuestros pecados unos a otros… ¿pero por qué? ¿Qué significa esto? ¿Se trata de hacer públicos los pecados personales? ¿Se refiere a una confesión ritual con un sacerdote autorizado por la iglesia en un confesionario?

¿Y qué relación tiene esto que dice Santiago entre confesar pecados y sanar enfermedades?

Mi comprensión es que Santiago está guiando a los creyentes a aplicar los métodos de Dios que traen sanidad al corazón y la mente, y esa sanidad también tiene un impacto muy positivo en nuestra salud física. Santiago no está hablando de una confesión legal, ni de una confesión ante un funcionario de la iglesia para alguna absolución ceremonial, ni está hablando de hacer públicos los pecados personales. Está hablando de confesar a otro ser humano con el propósito de sanar el corazón y la mente del temor y la vergüenza que trae el pecado.

Uno de los efectos del pecado, de transgredir las leyes que Dios ha integrado en el funcionamiento de la realidad, de ir en contra del amor, es que el pecado causa un cambio dentro del pecador: experimentan culpa, miedo y vergüenza.

La culpa, el miedo y la vergüenza activan los circuitos de estrés del cerebro y desencadenan el sistema inmunológico del cuerpo, lo que aumenta diversos factores inflamatorios. Si no se resuelven, contribuyen a problemas de salud como resistencia a la insulina, obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades vasculares, depresión, demencia y otros trastornos.

La culpa, vergüenza y miedo no resueltos también interfieren con el sueño, lo que altera el sistema inmunológico, los ritmos circadianos, la capacidad del cerebro para eliminar desechos metabólicos, y la habilidad del cuerpo para interrumpir el ciclo del estrés, todo lo cual agrava los problemas de salud.

Además, la culpa y la vergüenza crónicas perjudican las relaciones saludables. Las personas que viven con culpa y vergüenza se sienten inseguras, temiendo que otros descubran aquello por lo que se sienten culpables o avergonzados. Están a la defensiva, aprenden a usar “máscaras” sociales, fingiendo ser lo que creen que otros esperan de ellos, y mantienen ciertos límites para evitar una verdadera intimidad por temor al rechazo si la gente supiera la causa de su culpa o vergüenza. Todo esto empeora tanto la salud mental como la física.

El plan de salvación de Dios es un plan de sanidad, de restauración, de recreación, de eliminación del pecado y de sus efectos dañinos en la vida de las personas, y de restaurarlas a la salud, la integridad, la santidad, la justicia—y esto no requiere un perdón legal por actos malos, sino la eliminación del pecado, la purificación del miedo, el egoísmo, la culpa, la vergüenza y todas las motivaciones dañinas del corazón y la mente.

Dios promete que si nos volvemos a Él,

Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Y pondré mi Espíritu dentro de ustedes y los haré andar según mis decretos y obedecer mis leyes.
—Ezequiel 36:26–27 (NVI 1984)

Dios no busca darnos un perdón legal; Él busca darnos una vida nueva, una vida sanada, un corazón puro, un espíritu recto, una mente recreada y sana, motivada por un nuevo espíritu de amor y confianza.

Uno de los medios que Dios ha ordenado para eliminar el miedo y la vergüenza después de que uno se ha arrepentido y se ha reconciliado con Él, es la confesión de los pecados a otro ser humano cristiano y maduro. El propósito de esto es purgar el miedo y la vergüenza, la duda sobre si otros aún podrían amarlos, aún podrían preocuparse por ellos, aún podrían aceptarlos, aún permitirles ser parte de la comunidad, aún permitirles servir y ser útiles en la causa de Dios.

Tan pronto como Adán y Eva pecaron, tuvieron miedo, huyeron y se escondieron porque estaban desnudos. Se sintieron expuestos. Tuvieron miedo del rechazo, la vergüenza y la humillación, y trataron de cubrir su vergüenza con sus propias vestiduras de hojas de higuera. Intentaron verse bien—su “máscara” para ocultar su culpa y vergüenza.

Esto es lo que el pecado hace en las personas: daña la imagen de Dios en ellas, corrompe el espíritu de amor con miedo, egoísmo, culpa y vergüenza, lo cual, si no se elimina, es corrosivo, conduce al aislamiento, lo que a su vez intensifica el miedo y empeora la salud física.

Los pecadores que se han arrepentido y han recibido el amor y el perdón de Dios también necesitan experimentar aceptación real, conexión, reconciliación, amor y sentirse valorados por personas que conocen sus pecados. Para que puedan saber que su pecado no ha invalidado su vida, ni los ha arruinado permanentemente, ni los ha hecho inútiles. Es cuando la persona arrepentida experimenta de otro ser humano que es verdaderamente amada y aceptada a pesar de que ese otro conozca sus pecados más vergonzosos, que la vergüenza y el miedo que causan aislamiento y desconfianza son eliminados.

Uno de los lugares donde esto se practica y se demuestra más eficazmente es en las reuniones de Alcohólicos Anónimos (AA). Cuando un alcohólico va a una reunión de AA, se presenta diciendo: “Hola, soy Bob, y soy alcohólico”. Confiesa su adicción, y el grupo responde: “Bienvenido, Bob”.

Este proceso demuestra el elemento sanador de lo que Santiago aconseja. El alcohólico sabe que está luchando, sabe que tiene un problema, sabe que ha defraudado a sí mismo, a Dios, a su familia y a sus amigos. Ha intentado repetidamente dejarlo por sí mismo, pero ha fallado repetidamente y se siente desanimado, impotente y avergonzado, temiendo el rechazo, la condena e incluso el castigo. Teme que nadie podría amarlo si supieran sobre sus pecados; su dignidad está dañada; teme mirar a otros a los ojos, y así, en la reunión de AA, confiesa su adicción y experimenta que es aceptado a pesar de que todos conocen su debilidad.

Pero, simultáneamente con su aceptación como un ser humano que es valorado y amado, el grupo de AA identifica la adicción como destructiva, dañina, y como algo que debe superarse para que el adicto pueda sanar y ser libre. El alcohólico es aceptado; la adicción no. De la misma manera, los cristianos deben amar y aceptar siempre al pecador arrepentido que lucha, mientras rechazan el pecado y buscan aplicar los métodos de Dios para alcanzar la victoria. Parte de esta acción sanadora es la aceptación amorosa de un pecador arrepentido.

Cuando el pecador arrepentido experimenta la aceptación, el amor y el aprecio de personas que conocen sus pecados, hay un alivio del miedo y la vergüenza. Su sistema de estrés se calma, la cascada inflamatoria se detiene, el sueño mejora, y la salud física mejora. La persona puede avanzar sin la “máscara”, viviendo una vida auténtica, estableciendo conexiones reales, en las cuales es conocida. Todo esto tiene un impacto sanador en todo nuestro ser.

Esta confesión sanadora está específicamente prescrita para los adictos en el cuarto y quinto paso de los 12 pasos de AA, que dicen:

Paso 4: Haz un minucioso y valiente inventario moral de ti mismo.
Paso 5: Admite ante Dios, ante ti mismo y ante otro ser humano la naturaleza exacta de tus errores.

Estos pasos aplican el principio sanador que Santiago ha instruido. Para sanar del pecado, debemos dejar de huir de la verdad de que estamos rotos, y admitir ante Dios, ante nosotros mismos y al menos ante otro ser humano la verdad sobre nosotros, nuestras luchas, nuestras debilidades y nuestros pecados. Cuando lo hacemos, experimentamos el perdón de Dios, un corazón nuevo de parte de Dios, una recreación de parte de Dios, el amor de Dios y una nueva motivación animadora de parte de Dios. Y cuando confesamos a al menos otro ser humano que vive en armonía con Jesús y responde como Jesús respondería, entonces experimentamos aceptación. Y es en la experiencia de esa aceptación humana que se eliminan el miedo y la vergüenza. La eliminación del miedo y la vergüenza del corazón y la mente es un requisito para la sanidad.

Si estás luchando con miedo crónico, culpa y vergüenza, te animo a hacer un inventario moral profundo, y luego acudir a Dios, confesarle todo, pedirle un corazón nuevo y un espíritu recto, y experimentar Su presencia en tu ser interior, Su amor, paz, gracia, misericordia y aceptación. Y luego buscá al menos a un cristiano maduro y tené esta conversación, explicándole tu deseo por la sanidad que Dios da en tu vida, y confesale tus pecados a esa persona para que puedas experimentar que sos amado como hijo de Dios, y que tus pecados pasados no te han excluido del amor, la gracia ni la comunión en la familia de Dios.