30. Como el fiador del pacto

«Jesús fue hecho fiador de un mejor pacto.» — Hebreos 7:22

De la antigua alianza, la Escritura dice que no fue sin defecto, y Dios se queja de que Israel no permaneció en ella; por eso Él no los consideró más (Hebreos 8:7–9). No logró su objetivo aparente: unir a Israel con Dios. Israel lo abandonó, y Él dejó de ocuparse de Israel. Por lo tanto, Dios promete hacer un Nuevo Pacto, libre de los defectos del primero y eficaz para cumplir su propósito. Para lograr ese fin, debía garantizar la fidelidad de Dios hacia su pueblo y la fidelidad del pueblo hacia Dios. Y los términos del Nuevo Pacto declaran expresamente que estos dos objetivos se alcanzarán.

“Pondré mis leyes en su mente”: así, Dios se propone garantizar su fidelidad constante.
“No me acordaré más de sus pecados” (Hebreos 8:10–12): así asegura su fidelidad inmutable hacia ellos.
Un Dios que perdona y un pueblo obediente: estos son los dos que deben encontrarse y quedar eternamente unidos en el Nuevo Pacto.

La provisión más hermosa de este Nuevo Pacto es la del Fiador, en quien se garantiza su cumplimiento por ambas partes. Jesús fue hecho fiador de un mejor pacto. Ante el hombre, Él garantiza que Dios cumplirá fielmente su parte, de modo que el hombre puede depender con confianza de que Dios perdonará, aceptará, y no lo abandonará jamás. Y ante Dios, Él también garantiza que el hombre cumplirá fielmente su parte, para que Dios pueda otorgarle las bendiciones del pacto.

Y la forma en que Él cumple esta garantía es la siguiente: como uno con Dios, y teniendo la plenitud de Dios habitando en su naturaleza humana, Él es garantía personal ante los hombres de que Dios hará lo que ha prometido. Todo lo que Dios tiene, nos es asegurado en Él como hombre. Y luego, como uno con nosotros, y habiéndonos tomado como miembros de su cuerpo, Él es garantía ante Dios de que se cuidarán Sus intereses. Todo lo que el hombre debe ser y hacer, está asegurado en Él. La gloria del Nuevo Pacto es que tiene en la Persona del Dios-hombre a su Fiador vivo, su garantía eterna. Y se puede comprender fácilmente cómo, en la medida en que permanezcamos en Él como Fiador del pacto, sus objetivos y bendiciones se realizarán en nosotros.

Comprenderemos esto mejor si lo consideramos a la luz de una promesa del Nuevo Pacto. Tomemos Jeremías 32:40:

“Haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien; y pondré mi temor en sus corazones, para que no se aparten de mí.”

¡Con qué asombrosa condescendencia el Dios infinito se inclina ante nuestra debilidad! Él es el Fiel, el Inmutable, cuya palabra es verdad; y aún más, para mostrar a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, Él se obliga en el pacto a no cambiar jamás: “Haré pacto eterno… no me volveré atrás”. ¡Dichoso el hombre que ha hecho suyo esto completamente y encuentra su descanso en el pacto eterno del Fiel!

Pero en un pacto hay dos partes. ¿Y si el hombre falla y rompe el pacto? Si el pacto va a estar “bien ordenado en todo y seguro”, se debe prever esto también, y asegurar que el hombre permanezca fiel. El hombre nunca puede dar esa garantía. Pero mirá: Dios también provee para esto. No solo se compromete en el pacto a no apartarse de su pueblo, sino también a poner su temor en sus corazones, para que no se aparten de Él. Además de sus propios compromisos como una de las partes del pacto, asume la parte del hombre también:

“Haré que anden en mis estatutos, y guarden mis preceptos y los pongan por obra” (Ezequiel 36:27).

¡Dichoso el que comprende esta parte del pacto también! Se da cuenta de que su seguridad no está en el pacto que él hace con Dios, el cual no haría más que romper constantemente. Descubre que se ha hecho un pacto donde Dios responde no solo por Él, sino también por el hombre. Abraza la bendita verdad de que su parte en el pacto es aceptar lo que Dios ha prometido hacer, y esperar el cumplimiento seguro del compromiso divino de garantizar la fidelidad de su pueblo:

“Pondré mi temor en sus corazones, para que no se aparten de mí.”

Y es precisamente aquí donde entra en acción la obra bendita del Fiador del pacto, designado por el Padre para ver que se mantenga y se cumpla perfectamente. Al Hijo, el Padre le dijo:

“Te he dado por pacto al pueblo”.

Y el Espíritu Santo testifica:

“Todas las promesas de Dios en Él son Sí y Amén, para gloria de Dios por medio de nosotros.”

El creyente que permanece en Él tiene una garantía divina para el cumplimiento de cada promesa del pacto.

Cristo fue hecho Fiador de un mejor testamento. Es como nuestro Melquisedec que Cristo es fiador (ver Hebreos 7). Aarón y sus hijos murieron; de Cristo se da testimonio que vive para siempre. Es sacerdote según el poder de una vida indestructible. Como Él permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Y porque vive siempre para interceder, puede salvar hasta lo sumo, puede salvar completamente. Es porque Cristo es el Viviente eterno que su fiadoría del pacto es tan eficaz. Vive siempre para interceder, y por eso puede salvar completamente.

Cada momento, se elevan desde Su santa presencia al Padre las súplicas continuas que aseguran para su pueblo los poderes y bendiciones de la vida celestial. Y cada momento, salen de Él hacia su pueblo las influencias poderosas de su intercesión constante, transmitiéndoles sin interrupción el poder de la vida celestial. Como fiador ante nosotros del favor del Padre, nunca deja de orar ni de presentarnos delante de Él; como fiador ante el Padre de nosotros, nunca deja de obrar ni de revelar al Padre dentro de nosotros.

El misterio del sacerdocio de Melquisedec, que los hebreos no pudieron entender (Hebreos 5:10–14), es el misterio de la vida resucitada. Es en esto que reside la gloria de Cristo como fiador del pacto: Él vive para siempre. Realiza su obra en el cielo con el poder de una vida divina y omnipotente. Vive continuamente para orar; no hay ni un momento en que, como fiador, sus oraciones no suban al Padre para asegurar el cumplimiento del pacto hacia nosotros. Realiza su obra en la tierra con ese mismo poder; no hay ni un momento en que las respuestas a sus oraciones—los poderes del mundo celestial—no fluyan hacia nosotros para garantizar al Padre nuestro cumplimiento del pacto. En la vida eterna no hay interrupciones: cada momento tiene el poder de la eternidad. Él vive continuamente para orar. Vive continuamente para bendecir. Puede salvar hasta lo sumo, completamente y perfectamente, porque vive para siempre para interceder.

¡Creyente! Vení y mirá cómo la posibilidad de permanecer en Jesús en todo momento está asegurada por la propia naturaleza de su sacerdocio eterno como tu Fiador. Momento a momento, al elevarse su intercesión, su eficacia desciende. Y como Jesús respalda el cumplimiento del pacto —“Pondré mi temor en su corazón, y no se apartarán de mí”— Él no puede darse el lujo de dejarte ni un solo momento solo. No puede hacerlo, o fallaría en su compromiso. Tu incredulidad puede impedirte recibir la bendición; Él no puede ser infiel. Si tan solo lo contemplás a Él, y el poder de esa vida interminable por la cual fue hecho y es Sumo Sacerdote, tu fe crecerá hasta creer que una vida interminable, continua e inmutable de permanencia en Jesús es nada menos que lo que te está esperando.

Es al ver lo que Jesús es y es para nosotros, que el permanecer en Él se vuelve el resultado natural y espontáneo del conocimiento que tenemos de Él. Si su vida, incesante, momento a momento, asciende al Padre por nosotros y desciende hacia nosotros del Padre, entonces permanecer momento a momento se vuelve algo fácil y sencillo. Cada momento de comunión consciente con Él podemos decir simplemente:

“Jesús, Fiador, Guardián, Salvador eterno, en cuya vida habito, permanezco en Ti.”

Cada momento de necesidad, oscuridad o temor, aún podemos decir:

“Oh, gran Sumo Sacerdote, en el poder de una vida eterna e inmutable, permanezco en Ti.”

Y para los momentos en que la comunión directa y consciente con Él debe ceder lugar a ocupaciones necesarias, podemos confiar en Su fiadoría, en Su sacerdocio incesante, en su eficacia divina, y en el poder con que salva hasta lo sumo, para seguirnos manteniendo en Él.