«Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo.» — JUAN 15:11
Permanecer plenamente en Cristo es una vida de felicidad exquisita y desbordante. A medida que Cristo toma una posesión más completa del alma, esta entra en el gozo de su Señor. Su propio gozo, el gozo del cielo, se vuelve propio del alma, en plena medida, y como una porción que permanece para siempre. Así como el gozo en la tierra está en todas partes relacionado con la vid y su fruto, el gozo es una característica esencial de la vida del creyente que permanece completamente en Cristo, la Vid celestial.
Todos sabemos el valor del gozo. Es la única prueba de que lo que poseemos realmente satisface el corazón. Mientras el deber, el interés propio u otros motivos sean los que me mueven, los demás no pueden saber cuánto vale para mí lo que persigo o poseo. Pero cuando me produce gozo, y ven que me deleito en ello, saben que para mí es un tesoro. Por eso, no hay nada tan atractivo como el gozo, ni predicación tan persuasiva como la vista de corazones alegres. Esto es lo que hace del gozo un elemento tan poderoso del carácter cristiano: no hay prueba tan evidente del amor de Dios y de las bendiciones que concede como cuando el gozo de Dios vence todas las pruebas de la vida. Y para el propio bienestar del cristiano, el gozo también es indispensable: el gozo del Señor es su fortaleza; la confianza, el valor y la paciencia encuentran su inspiración en el gozo. Con un corazón lleno de gozo, ningún trabajo cansa, ninguna carga agobia; Dios mismo es fortaleza y canción.
Escuchemos lo que dice el Salvador sobre el gozo de permanecer en Él. Nos promete Su propio gozo: “Mi gozo.” Como toda la parábola se refiere a la vida que sus discípulos tendrían en Él después de ascendido al cielo, ese gozo es el de Su vida resucitada. Esto se ve claramente en otras palabras suyas (Juan 16:22): “Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.” Solo con la resurrección y su gloria comenzó el poder de una vida inmutable, y solo allí pudo surgir un gozo continuo. Entonces se cumplió la palabra: “Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros.” El día de su coronación fue el día del gozo de su corazón. Ese gozo era el de una obra completamente realizada para siempre, el gozo de haber regresado al seno del Padre, y el gozo de las almas redimidas. Estos son los elementos de Su gozo; al permanecer en Él, participamos de ellos. El creyente comparte tan plenamente Su victoria y Su redención perfecta, que su fe puede cantar sin cesar la canción del vencedor: “Gracias sean dadas a Dios, que siempre nos lleva en triunfo.” Como fruto de esto, está el gozo de habitar sin perturbación en la luz del amor del Padre—sin nubes si la permanencia no se interrumpe. Y con ese gozo en el amor recibido del Padre, viene el gozo del amor que se entrega a las almas perdidas. Permaneciendo en Cristo, penetrando en lo más profundo de Su vida y Su corazón, buscando la unidad más perfecta, estos tres ríos de Su gozo fluyen hacia nuestros corazones. Ya sea que miremos hacia atrás y veamos la obra hecha, o hacia arriba y veamos la recompensa en el amor del Padre que sobrepasa todo entendimiento, o hacia adelante en la continua llegada de gozo por cada pecador que regresa al hogar, Su gozo es nuestro. Con los pies en el Calvario, los ojos en el rostro del Padre y las manos ayudando a los pecadores a volver, tenemos Su gozo como propio.
Y luego habla de este gozo como un gozo que permanece: un gozo que nunca cesa ni se interrumpe ni por un instante: “Para que mi gozo esté en vosotros.” “Nadie os quitará vuestro gozo.” Esto es algo que muchos cristianos no comprenden. Su visión de la vida cristiana es que es una sucesión de altibajos, ahora gozo, ahora tristeza. Y citan las experiencias del apóstol Pablo como prueba de cuánto puede haber de llanto, tristeza y sufrimiento. Pero no han notado cómo precisamente Pablo da el testimonio más fuerte de este gozo incesante. Él comprendía la paradoja de la vida cristiana como la combinación simultánea de toda la amargura de la tierra y todo el gozo del cielo: “Como entristecidos, pero siempre gozosos.” Estas preciosas palabras de oro nos enseñan cómo el gozo de Cristo puede superar la tristeza del mundo, puede hacernos cantar mientras lloramos, y puede mantener en el corazón, incluso en medio de la decepción o la dificultad, una conciencia profunda de un gozo que es inefable y glorioso. Solo hay una condición: “Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.” La presencia de Jesús, manifestada claramente, no puede sino dar gozo. Al permanecer en Él conscientemente, ¿cómo no habría de regocijarse y alegrarse el alma? Incluso al llorar por los pecados y las almas de otros, hay una fuente de alegría que brota por la fe en Su poder y amor para salvar.
Y este gozo que Él mismo tiene, al permanecer con nosotros, quiere que sea completo. De este gozo pleno habló tres veces en la última noche. Una vez aquí, en la parábola de la Vid: “Estas cosas os he hablado para que vuestro gozo sea completo.” Cada nueva comprensión de la bienaventuranza de ser rama de tal Vid confirma Sus palabras. Luego lo vincula (Juan 16:24) con las oraciones contestadas: “Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.” Para la mente espiritual, una oración respondida no es solo un medio para obtener bendiciones, sino algo infinitamente superior. Es una señal de nuestra comunión con el Padre y el Hijo en el cielo, de su deleite en nosotros, de haber sido admitidos a esa gloriosa comunión de amor donde el Padre y el Hijo deciden el rumbo diario de los hijos en la tierra. Para un alma que permanece en Cristo, que anhela manifestaciones de Su amor y entiende el valor espiritual de la oración respondida como una respuesta desde el trono a sus palabras de amor y confianza, el gozo que trae es verdaderamente indescriptible. Se cumple la promesa: “Pedid, y recibiréis, y vuestro gozo será completo.” Y luego el Salvador dice, en su oración sacerdotal al Padre (Juan 17:13): “Estas cosas hablo para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos.” Es la visión del gran Sumo Sacerdote entrando en la presencia del Padre por nosotros, viviendo para siempre para interceder y continuar Su obra en el poder de una vida sin fin, lo que elimina todo posible temor o duda, y nos da la seguridad y experiencia de una salvación perfecta. Que el creyente que busca, según Juan 15, poseer el gozo pleno de permanecer en Cristo, y según Juan 16, el gozo pleno de la oración eficaz, avance hacia Juan 17. Que escuche allí esas palabras de intercesión dichas para que su gozo sea completo. Que aprenda, al escucharlas, del amor que aún ahora intercede por él en el cielo, de los gloriosos propósitos por los que intercede, y que, por esa intercesión eficaz, están siendo cumplidos cada hora, y el gozo de Cristo se cumplirá en él.
El gozo propio de Cristo, un gozo que permanece, plenitud de gozo: tal es la porción del creyente que permanece en Cristo. ¿Por qué, oh por qué este gozo tiene tan poco poder para atraer? La razón es simple: los hombres, incluso los hijos de Dios, no creen en él. En vez de ver la permanencia en Cristo como la vida más feliz que se puede vivir, la consideran una vida de negación propia y tristeza. Olvidan que la negación y la tristeza provienen de no permanecer, y que para quienes se entregan completamente a permanecer en Cristo como una vida brillante y bendita, su fe se vuelve realidad: el gozo del Señor es suyo. Las dificultades surgen solo por la falta de entrega total a una permanencia total.
Hijo de Dios, que buscas permanecer en Cristo, recuerda lo que dice el Señor. Al final de la parábola de la Vid, añade estas preciosas palabras: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo.” Reclamá el gozo como parte de la vida de la rama — no como la parte primera o principal, sino como la prueba bendita de que Cristo es suficiente para satisfacer cada necesidad del alma. Sé feliz. Cultivá la alegría. Si hay momentos en los que viene por sí sola, y el corazón siente el gozo inefable de la presencia del Salvador, dale gracias a Dios por eso, y procurá mantenerlo. Si en otros momentos los sentimientos son apagados, y la experiencia del gozo no es lo que desearías, aún así, alabá a Dios por la vida de bienaventuranza inefable para la cual fuiste redimido. También aquí vale la palabra: “Conforme a tu fe te sea hecho.” Así como reclamás todos los demás dones en Jesús, reclamá también este — no por vos, sino para gloria de Él y del Padre. “Mi gozo en vosotros”; “que mi gozo permanezca en vosotros”; “mi gozo cumplido en ellos” — estas son palabras del mismo Jesús. Es imposible recibirlo total y sinceramente, y no recibir también Su gozo. Por tanto, “Regocijaos en el Señor siempre; otra vez os digo: ¡Regocijaos!”