«A todo pámpano que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.» — Juan 15:2
En todo el mundo vegetal no hay árbol que represente tan bien la imagen del ser humano en su relación con Dios como la vid. No hay ninguno cuyo fruto y jugo estén tan llenos de espíritu, que vivifiquen y estimulen tanto. Pero tampoco hay otro con una tendencia natural tan completamente negativa: ninguno cuya rama crezca tan fácilmente en madera inútil, salvo para ser quemada. De todas las plantas, ninguna necesita tanto y tan constante la poda. Ninguna depende tanto del cultivo y la formación, y sin embargo, ninguna recompensa tanto al labrador. En su maravillosa parábola, el Salvador menciona con una sola palabra esta necesidad de poda en la vid, y la bendición que trae. Pero de esa única palabra brotan ríos de luz sobre este mundo oscuro, tan lleno de sufrimiento y dolor para los creyentes. ¡Qué tesoro de enseñanza y consuelo para la rama herida en su hora de prueba!: “A todo pámpano que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.” Y así, Él ha preparado a su pueblo—tan propenso a tambalearse en su confianza cuando llega la prueba, tan fácilmente movido de su permanencia en Cristo—para que escuche en cada aflicción la voz de un mensajero que lo llama a permanecer aún más cerca. Sí, creyente, especialmente en tiempos de prueba, permanece en Cristo.
Permanece en Cristo: ese es, de hecho, el propósito del Padre al enviar la prueba. En la tormenta, el árbol hunde más profundamente sus raíces en el suelo; en el huracán, los habitantes de la casa permanecen dentro y se regocijan en su refugio. Así también, por medio del sufrimiento, el Padre desea guiarnos a penetrar más profundamente en el amor de Cristo. Nuestro corazón tiende constantemente a alejarse de Él; la prosperidad y el disfrute nos satisfacen con demasiada facilidad, adormecen nuestra percepción espiritual y nos incapacitan para una comunión plena con Él. Es una misericordia indescriptible que el Padre venga con su corrección, oscurezca el mundo a nuestro alrededor, nos lleve a sentir más profundamente nuestro pecado y nos haga perder, al menos por un tiempo, la alegría en aquello que se estaba volviendo tan peligroso. Lo hace con la esperanza de que, al encontrar nuestro descanso en Cristo en tiempos de tribulación, aprendamos a elegir permanecer en Él como nuestra única porción, y que, cuando la aflicción se retire, hayamos crecido tan firmemente en Él que, aún en la prosperidad, Él siga siendo nuestra única alegría. Tal es su deseo, que aunque no se complace en afligirnos, no retendrá ni el castigo más doloroso si con ello puede guiar a su amado hijo a regresar y permanecer en el Hijo amado. ¡Cristiano! Ora por la gracia de ver en cada tribulación, grande o pequeña, el dedo del Padre señalando a Jesús y diciendo: Permanece en Él.
Permanece en Cristo: así participarás de todas las ricas bendiciones que Dios diseñó para ti en la aflicción. Los propósitos de la sabiduría divina se volverán claros para ti, tu certeza del amor inmutable se fortalecerá, y el poder de Su Espíritu cumplirá la promesa: “Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de Su santidad.” Permanece en Cristo: y tu cruz se convertirá en un medio de comunión con Su cruz, y de acceso a sus misterios—el misterio de la maldición que Él llevó por ti, de la muerte al pecado en la que participas con Él, del amor en el que, como Sumo Sacerdote compasivo, descendió a todas tus penas. Permanece en Cristo: creciendo en conformidad con tu Señor bendito en Sus sufrimientos, obtendrás una experiencia más profunda de la realidad y la ternura de Su amor. Permanece en Cristo: en el horno de fuego, uno semejante al Hijo del Hombre será visto como nunca antes; se llevará a cabo la purificación de la escoria y el refinamiento del oro, y la imagen de Cristo se reflejará en ti. Oh, permanece en Cristo: el poder de la carne será mortificado, la impaciencia y la voluntad propia de la vieja naturaleza serán humilladas, para dar lugar a la mansedumbre y gentileza de Cristo. Un creyente puede pasar por mucha aflicción y, sin embargo, obtener poca bendición de ella. Permanecer en Cristo es el secreto para recibir todo lo que el Padre quiso traernos mediante la corrección.
Permanece en Cristo: en Él encontrarás consuelo seguro y abundante. En los afligidos, el consuelo suele ser lo primero, y el beneficio de la aflicción lo segundo. El Padre nos ama tanto que para Él nuestra ganancia verdadera y permanente es el primer objetivo, pero no se olvida de consolarnos también. Cuando consuela, es para volver el corazón herido hacia Él y hacerle recibir la bendición en comunión con Él; cuando niega el consuelo, su propósito sigue siendo el mismo. Es al hacernos partícipes de Su santidad que llega el verdadero consuelo. El Espíritu Santo es el Consolador, no solo porque puede sugerir pensamientos reconfortantes del amor de Dios, sino mucho más, porque nos santifica y nos une íntimamente con Cristo y con Dios. Él nos enseña a permanecer en Cristo, y porque allí se encuentra a Dios, el consuelo más verdadero se halla allí también. En Cristo se revela el corazón del Padre, y no hay consuelo más alto que descansar en Su seno. En Él se manifiesta la plenitud del amor divino, combinada con la ternura de la compasión materna—¿y qué puede consolar más que esto? En Él ves que se te ha dado mil veces más de lo que perdiste; ves cómo Dios solo te quitó para que tuvieras espacio de recibir de Él algo mucho mejor. En Él, el sufrimiento es consagrado, y se convierte en un anticipo de gloria eterna; es en el sufrimiento donde el Espíritu de Dios y de gloria reposa sobre nosotros. ¡Creyente! ¿Querés consuelo en la aflicción? Permanece en Cristo.
Permanece en Cristo: así darás mucho fruto. No se planta una vid sin que el dueño piense en el fruto, y solo en el fruto. Otros árboles pueden plantarse como adorno, para dar sombra, o por su madera—la vid, solo por el fruto. Y el labrador constantemente pregunta de cada vid cómo puede dar más fruto, mucho fruto. ¡Creyente! Permanece en Cristo en tiempos de aflicción, y darás más fruto. La experiencia más profunda de la ternura de Cristo y del amor del Padre te impulsará a vivir para Su gloria. La entrega del yo y de la voluntad propia en el sufrimiento te preparará para simpatizar con el dolor de otros, mientras que la ternura que viene con la corrección te hará apto para ser, como Jesús, siervo de todos. El pensamiento del deseo del Padre por fruto en la poda te llevará a entregarte de nuevo, y más que nunca, a Él, y a decir que ahora tenés un solo objetivo en la vida: dar a conocer y transmitir Su amor maravilloso a los demás. Aprenderás el bendito arte de olvidarte de vos mismo y, aun en la aflicción, aprovechar tu separación de la vida ordinaria para interceder por el bienestar de otros. Querido cristiano, en la aflicción permanece en Cristo. Cuando la veas venir, enfréntala en Cristo; cuando llegue, sentí que estás más en Cristo que en la prueba, porque Él está más cerca de vos que cualquier aflicción; cuando pase, seguí permaneciendo en Él. Y que el único pensamiento del Salvador al hablar de la poda, y el único deseo del Padre al realizarla, sean también los tuyos: “A todo pámpano que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.”
Así, tus tiempos de aflicción se convertirán en tus tiempos de más escogida bendición—preparación para la mayor fructificación. Guiado a una comunión más estrecha con el Hijo de Dios, y una experiencia más profunda de Su amor y gracia—establecido en la bendita certeza de que Él y vos se pertenecen enteramente el uno al otro—más completamente satisfecho con Él y entregado a Él que nunca antes—con tu propia voluntad crucificada nuevamente, y el corazón en mayor armonía con la voluntad de Dios—serás un vaso limpio, útil al Señor, preparado para toda buena obra. ¡Verdadero creyente! Tratá de aprender esta bendita verdad: que en la aflicción tu primer, tu único y tu bendito llamado es permanecer en Cristo. Pasá mucho tiempo con Él a solas. Cuidate del consuelo y de las distracciones que los amigos suelen traer. Que Jesucristo mismo sea tu principal compañero y consolador. Deléitate en la certeza de que una unión más estrecha con Él, y un fruto más abundante por medio de Él, son el resultado seguro de la prueba, porque es el mismo Labrador quien poda, y Él se encargará de cumplir el deseo del alma que se entrega con amor a Su obra.