14. Día tras día

“El pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de cada día.” — Éxodo 16:4 (margen)

La porción del día en su día: esa fue la norma establecida por Dios para el dar divino y el trabajar humano en la recolección del maná. Sigue siendo la ley en todos los tratos de la gracia de Dios con sus hijos. Tener una visión clara de la belleza y aplicación de esta disposición es de gran ayuda para comprender cómo una persona que se siente completamente débil puede tener la confianza y la perseverancia para seguir adelante con gozo durante todos los años de su camino terrenal.

Un médico fue preguntado una vez por un paciente que había sufrido un grave accidente: “Doctor, ¿cuánto tiempo tendré que estar acostado aquí?”. La respuesta fue: “Solo un día a la vez”. Esta respuesta enseñó al paciente una lección preciosa. Era la misma lección que Dios había dejado registrada para su pueblo de todas las épocas mucho antes: la porción del día en su día.

Sin duda, fue con este propósito y para atender a la debilidad del ser humano que Dios instituyó el cambio entre el día y la noche. Si el tiempo se hubiese dado al hombre en forma de un solo día largo e ininterrumpido, eso lo habría agotado y sobrepasado; el cambio entre el día y la noche renueva y restaura constantemente sus fuerzas. Así como un niño puede dominar fácilmente un libro si cada día se le da solo la lección de ese día, pero se sentiría completamente perdido si se le entregara el libro entero de una sola vez, así también ocurre con el ser humano si no hubiera divisiones en el tiempo. Dividido en pequeñas partes, puede soportarlo; solo debe afrontar los cuidados y labores de cada día: la porción del día en su día. El descanso de la noche lo prepara para comenzar de nuevo cada mañana; los errores del pasado pueden evitarse, y sus lecciones, aprovecharse. Solo tiene que ser fiel por ese único día, y los años y toda la vida se encargarán de sí mismos, sin que su longitud o peso resulten una carga.

Qué dulce es el consuelo que ofrece esta verdad en la vida espiritual. Muchas almas se inquietan preguntándose cómo podrán reunir y conservar el maná necesario para todos los años de viaje por un desierto tan árido. Nunca han aprendido el consuelo indecible que encierra la palabra: la porción del día en su día. Esa palabra elimina toda preocupación por el mañana. Solo el hoy es tuyo; el mañana es del Padre. La pregunta: “¿Qué seguridad tienes de que durante todos los años en los que tendrás que enfrentarte al frío, las tentaciones o las pruebas del mundo, permanecerás siempre en Jesús?” es una pregunta que no necesitas, ni siquiera debes, hacerte. El maná, tu alimento y fortaleza, se da solo por día; ser fiel hoy es tu única seguridad para el futuro. Aceptá, disfrutá y cumplí con todo tu corazón la parte que te toca realizar este día. Su presencia y gracia disfrutadas hoy disiparán toda duda de que también podés confiarle el mañana.

¡Cuán grande es el valor que esta verdad nos enseña a darle a cada día! Es muy fácil que veamos la vida como un gran conjunto, y descuidemos el pequeño “hoy”, olvidando que los días individuales componen el todo, y que el valor de cada día depende de su influencia en el conjunto. Un solo día perdido es un eslabón roto en la cadena, que a menudo cuesta más de un día reparar. Un día perdido influye en el siguiente, y hace más difícil mantenerse. Sí, un solo día perdido puede significar la pérdida de lo que meses o años de labor cuidadosa habían logrado. Muchos creyentes pueden dar testimonio de esto.

¡Creyente! Si querés permanecer en Jesús, que sea día tras día. Ya escuchaste el mensaje: momento a momento; ahora la lección del día tras día tiene algo más que enseñar. Hay muchos momentos en los que no hay un ejercicio consciente de tu mente; la permanencia ocurre en lo profundo del corazón, sostenida por el Padre a quien te encomendaste. Pero precisamente esa entrega y confianza deben renovarse cada día —una renovación consciente para vivir momento a momento. Dios ha reunido los momentos y los ha atado en un paquete: los días, para que podamos medirlos. Al mirar hacia el día que comienza, o al reflexionar sobre el que terminó, aprendemos a valorar y usar bien cada momento. Y así como el Padre, cada mañana, te encuentra con la promesa de suficiente maná para el día —para vos y para quienes comparten el camino—, también encontralo vos a Él con la renovación alegre de tu aceptación de tu lugar en su Hijo amado. Acostumbrate a ver esto como uno de los propósitos del día y la noche: Dios pensó en tu debilidad, y quiso proveer para ella. Que cada día tenga valor por tu llamado a permanecer en Cristo. Cuando la luz despierte tus ojos, aceptalo así: un día, solo uno, pero un día más para permanecer y crecer en Cristo Jesús. Ya sea un día de salud o enfermedad, gozo o tristeza, descanso o trabajo, lucha o victoria, que el pensamiento principal con que lo recibas sea este: “Un día que el Padre me dio; en él puedo —y debo— unirme más a Jesús”. Cuando el Padre pregunte: “¿Podés confiar en mí solo por este día, para mantenerte en Jesús, y en Jesús para hacerte fructífero?”, no podrás sino responder con gozo: “Confiaré y no temeré”.

La porción del día para el día era dada al pueblo de Israel muy temprano por la mañana. Era para alimentarse durante todo el día, pero la entrega y la recolección eran tarea de la mañana. Esto nos muestra cuán importante es la hora matutina para pasar el día correctamente, permaneciendo en Jesús. Si las primicias son santas, también lo será el resto. Durante el día vienen horas de intensa ocupación, en medio del bullicio del trabajo o de la multitud, donde solo el cuidado del Padre puede mantener la conexión con Jesús sin interrupciones. El maná de la mañana alimentaba todo el día; así también, solo cuando el creyente asegura su tiempo a solas con Jesús por la mañana, para renovar su comunión amorosa con Él, podrá mantenerse en esa permanencia durante el día. ¡Y qué motivo de gratitud que esto sea posible! En la mañana, con su frescura y silencio, el creyente puede contemplar el día por delante. Puede considerar sus deberes y tentaciones, y repasarlos anticipadamente con su Salvador, confiándolo todo a Aquel que prometió serlo todo para él. Cristo es su maná, su alimento, su fuerza, su vida: puede tomar la porción del día para el día, a Cristo como suyo para todas las necesidades que el día pueda traer, y avanzar con la certeza de que el día será de bendición y crecimiento.

Y así, mientras esta lección del valor y la labor de cada día se arraiga en el corazón, el aprendiz es guiado —casi sin darse cuenta— al secreto de “día tras día continuamente” (Éxodo 29:38). El permanecer bendito que se toma por fe cada día por separado se transforma en un crecimiento continuo y creciente. Cada día de fidelidad trae una bendición para el siguiente; hace que tanto confiar como entregarse sea más fácil y más gozoso. Y así crece la vida cristiana: al entregarnos con todo el corazón al trabajo de cada día, se convierte en todo el día, y de ahí en todos los días. Y así, día a día por separado, todo el día continuamente, día tras día sucesivamente, permanecemos en Jesús. Y los días forman la vida: lo que antes parecía demasiado alto o inalcanzable se da a quien se conforma con tomar y usar “cada día su porción” (Esdras 3:4), “según lo requería el deber de cada día”. Incluso aquí en la tierra se escucha la voz: “Bien, buen siervo y fiel; en lo poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”. Nuestra vida diaria se convierte en un maravilloso intercambio entre la gracia diaria de Dios y nuestra alabanza diaria: “Cada día nos colma de beneficios”, “para que cumpla mis votos cada día”. Aprendemos a comprender el motivo de Dios para dar cada día: porque ciertamente da lo justo, pero también plenamente lo suficiente para ese día. Y entramos en Su camino: el camino de pedir y esperar cada día solo lo necesario, pero plenamente suficiente. Comenzamos a contar nuestros días no desde la salida del sol, ni por la obra hecha o el alimento recibido, sino por la renovación diaria del milagro del maná: la bendición de la comunión diaria con Aquel que es la Vida y la Luz del mundo. La vida celestial es tan continua como la terrenal; el permanecer en Cristo cada día ha traído su bendición; permanecemos en Él cada día, y todo el día.

Señor, haz que esta sea la porción de cada uno de nosotros.