Hosea and Gomer: An Object Lesson of Christ and the Church – Come And Reason Ministries
La historia de Oseas y Gómer
Alrededor del año 750 a.C., Dios llamó al profeta Oseas para casarse con una mujer promiscua llamada Gómer. Algún tiempo después del matrimonio, Gómer lo dejó para irse con otro hombre. La Biblia dice que incluso llegó a ejercer la prostitución, y Oseas, bajo la dirección de Dios, fue y compró su libertad para traerla de vuelta a casa.
La mayoría de los estudiosos bíblicos coinciden en que Oseas fue una persona real, que estos eventos son históricos y que fueron dirigidos por Dios como una lección objetiva vivida para Israel en ese tiempo—pero también como una lección para nosotros. Como escribió el apóstol Pablo:
“Todo esto les sucedió como ejemplo, y fue escrito como advertencia para nosotros, los que vivimos en el fin de los tiempos.” (1 Corintios 10:6-7, 11 NVI84)
¿Qué lecciones hay para nosotros hoy en la vida de Oseas y su esposa infiel?
He leído diversos comentarios bíblicos que sugieren que las experiencias de Oseas muestran lo que los pecadores hacemos mal, nos ayudan a empatizar con el dolor de Dios cuando no somos fieles a Él, y demuestran su amor al perseguirnos y sacrificarse para redimirnos.
Estoy de acuerdo con estas enseñanzas, pero creo que hay una lección más profunda, no solo sobre lo que hacemos mal, sino sobre lo que está mal en nosotros que nos lleva a hacerlo—y sobre la solución de Dios para todo eso.
En esta lección simbólica, Oseas representa a Jesús (el esposo) y Gómer representa a la iglesia (la esposa).
¿Qué vino primero?
Según la historia, ¿qué ocurrió primero en la vida de Oseas y Gómer: su matrimonio o la promiscuidad de ella?
“Ve y cásate con una mujer promiscua.” (Oseas 1:2, ESV y NET)
¡Su prostitución vino antes del matrimonio!
Este es un punto clave sobre nuestras vidas de pecado y el plan de Dios para salvarnos. En toda vida humana desde Adán y Eva, ¿qué ocurre primero: nuestra unión con Jesús o nuestro pecado, temor, egoísmo y otros “amores” que valoramos más que a Jesús?
¿El problema de Oseas fue que se casó con una mujer madura, leal y sana que luego cayó en tentación? ¿O fue que se casó con alguien ya rota, insegura, herida emocional, espiritual y psicológicamente, con patrones de gratificación propia, pensamiento negativo y decisiones impulsivas?
Es muy probable que Gómer no se sintiera amada, valiosa ni pura al casarse, sino que cargaba culpa, vergüenza y desconfianza. Estas conductas pasadas no solo produjeron hábitos dañinos, sino también patrones de pensamiento y emociones distorsionadas.
¿Realmente pensamos que antes de casarse, Gómer creía que su estilo de vida era bueno y virtuoso? ¿O es casi seguro que sabía que era destructivo, pero no podía liberarse?
Entonces, ¿el acto de Oseas al casarse con ella fue para señalarle que estaba equivocada, o ella ya lo sabía? El punto no es mostrarle el error, sino sanar el corazón que la lleva a actuar así. Porque venimos a Cristo como Gómer vino a Oseas: sucios, con hábitos dañinos que deben cambiar para que haya una verdadera unidad de amor.
El problema del pecado humano
Somos pecadores desde que nacemos (Salmo 51:5). No elegimos nacer así. El pecado es una condición terminal de temor y egoísmo, heredada de Adán y Eva.
Pensemos en un bebé que nace con VIH porque sus padres lo tienen. El bebé no tiene culpa, pero sí una condición terminal. Solo si rehúsa el tratamiento cuando crece, tiene responsabilidad. Lo mismo ocurre con el pecado: no elegimos nacer así, pero sí somos responsables si rechazamos el remedio que Dios ofrece.
Ese «defecto de nacimiento» es tener un espíritu de temor y egoísmo (2 Timoteo 1:7). Esta motivación distorsiona nuestra identidad y decisiones. Por eso necesitamos nacer de nuevo con el Espíritu de Dios (Juan 3:3), que nos llena de amor, verdad y libertad. Con ese nuevo espíritu, hacemos nuevas elecciones y Dios transforma nuestras mentes y corazones.
Ese es el mensaje profundo del libro de Oseas. Gómer representa a una persona con hábitos de traición y egoísmo, que inevitablemente lleva a una conducta pecaminosa. Lo que hace es solo el fruto de lo que es. Su comportamiento refuerza el problema, pero no lo origina.
Gómer necesita un nuevo corazón, una nueva identidad, un espíritu de amor y confianza. Y eso no se logra con leyes, órdenes ni poder externo. Solo puede ser restaurado cuando experimenta un amor verdadero, confiable, que la acepta y le muestra su valor.
Un amor que transforma
Oseas actúa como Dios, derramando amor sobre una esposa rota. Y aunque ella lo traiciona, él va por ella, la redime, con el fin de ayudarla a comprender su valor y convertirse en una esposa fiel.
Jesús hace lo mismo con nosotros. Pese a nuestras traiciones (como el pecado de David o la negación de Pedro), Él nos busca, nos ama, nos perdona y nos transforma. No nos declara justos sin cambiarnos; su sacrificio fue para hacernos realmente justos, para quitarnos el temor, la culpa, la vergüenza, y renovarnos con su amor.
“Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él nosotros fuéramos hechos justicia de Dios.” (2 Corintios 5:21 NVI84)
Y:
“El amor de Cristo nos impulsa… Él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos y resucitó.” (2 Corintios 5:14-15 NVI84)
Cuando experimentamos el amor de Jesús y confiamos en Él, morimos a la vida vieja y renacemos con una nueva motivación: el amor de Cristo. Eso nos lleva a vivir según sus leyes de vida y salud. Él nos purifica, nos transforma y nos une a Él:
“Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó… para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga… sino santa e intachable.” (Efesios 5:25-27 NVI84)
El corazón de Dios por el pecador
Jesús no reacciona a la traición como un esposo herido. No piensa “¿cómo pudiste hacerme esto?”. Su preocupación no es por sí mismo, sino por ti y por mí. Él sabe que el pecado hiere a quien lo comete: endurece el corazón, llena de culpa y hace más difícil creer que somos amados.
El pecado hace que nos alejemos más de Dios. Jesús y el Padre lloran por nuestras traiciones porque nos aman y nos ven lastimándonos. Ellos quieren que volvamos a casa y confiemos en su amor sanador.
Jesús clama por nosotros a través del Espíritu Santo:
“¿No te das cuenta que tu rechazo me hiere, que tus otros ‘dioses’ deforman tu carácter y destruyen tu alma? ¿No ves cuánto te amo? ¡Mi corazón se rompe por ti! Por favor, detente, volvé a casa, y te sanaré. Ya te he perdonado, solo volvé, y serás amado como mi esposa preciosa.”
Jesús demostró ese amor incluso al morir:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lucas 23:34 NVI84)
Esta es la realidad: el pecado destruye, y Dios lo odia porque destruye a sus hijos amados. El libro de Oseas es una poderosa lección de cuánto nos ama Dios. Y aunque no puede forzar el amor, su corazón clama:
“Mi pueblo está obsesionado con alejarse de mí… ¿Cómo podría abandonarte, Efraín? ¿Cómo entregarte, Israel?” (Oseas 11:7-8 NET)
Conclusión
Si aún no lo hiciste, dejá de huir de Jesús. Dejá que te traiga de vuelta a casa. Abrí tu corazón por completo a Él. Permití que su amor te transforme, te limpie y sane todas tus heridas internas. Y elegí vivir cada día movido por la verdad y el amor, confiando en Jesús con todo tu corazón.
Así, día a día, serás transformado para parecerte cada vez más a Él.
