En su poema La balada de Salvación Bill, Robert Service cuenta la historia de un trampero de pieles en el Yukón que rescata a un misionero casi congelado. Terminan atrapados juntos en una pequeña cabaña, ya que las tormentas invernales hacen imposible viajar. El fumador empedernido se desespera al descubrir que los ratones se han comido el papel para cigarrillos. Durante una crisis de nicotina, amenaza y ruega al predicador que le permita usar las páginas de su Biblia para enrollar tabaco. Al principio, el horrorizado predicador se niega, pero finalmente acepta, con la condición de que Bill lea cada página antes de fumarla. El siguiente fragmento describe el resultado:
Y así lo hice. Fumé y fumé
desde Génesis hasta Job,
y mientras fumaba leía cada bendita palabra;
mientras, en la sombra de su litera,
lo oía suspirar y sollozar,
y entonces… ocurrió algo muy peculiar.
Empecé a leer más y más,
y a fumar menos y menos,
hasta que justo el día en que su corazón se rompía,
le dije: “Tomá, recuperá tu libro, muchacho.
Ya tuve suficiente, creo.
Tu papel hace un humo realmente asqueroso.”
Tomá nota de esto: Bill notó que su comportamiento cambiaba de forma natural al pasar tiempo con Dios. No hizo resoluciones, no se fijó metas, no intentó reformarse, pero experimentó un cambio radical. ¿Eso solo pasa en poemas o historias?
Si sos como yo, probablemente no te haya ido bien manteniendo resoluciones de Año Nuevo. He tenido tan poco éxito que hace algunos años resolví no hacer más resoluciones. ¿Alguna vez intentaste usar pura determinación para convertirte en mejor persona? Si sos parte del 90% que no tiene la fuerza de voluntad suficiente, habrás descubierto que todas tus promesas y resoluciones son como cuerdas de arena.
Quiero sugerir que el 10% que sí logra lo que se propone está en problemas igualmente —si no conoce a Jesús personalmente. De hecho, están en más problemas, porque Jesús dijo que los que se creen sanos no buscarán al Gran Médico (ver Marcos 2:17). Las personas que sienten una gran necesidad son las más propensas a acudir a Jesús en busca de sanidad. Quienes se mantienen alejados están enfermos, aunque aparenten estar bien.
Motivos para el desaliento
Creo que una de las razones más grandes por las que la gente abandona una relación personal con Jesús es que se desalienta por sus fracasos. No hay nada más frustrante que desear la victoria sobre una debilidad y no conseguirla.
Después de convertirme en cristiano, leía todo lo que encontraba sobre la vida de Jesús, y mi relación con Él creció durante dos años. Luego empecé a desanimarme por mis fracasos y por lo que me parecía una falta de progreso al intentar superar ciertas debilidades. Me sentía convencido de que esas áreas problemáticas ya deberían estar fuera de mi vida. Oraba por la victoria, luchaba por la victoria, la buscaba desesperadamente… pero seguía fallando y cayendo.
Me sentía muy desanimado, porque cada vez que fallaba, el diablo me susurraba al oído:
“Seguramente no sos cristiano de verdad. Si lo fueras, no seguirías haciendo esto. Esta relación, este tiempo a solas, esto de empezar el día con Jesús, no está funcionando. Mejor rendite. Seguís cayendo. No estás mejor que cuando empezaste.”
Y esa serpiente siseaba: “¡Mejor dejalo!”
Empecé a sentirme tan avergonzado de mis fracasos que me alejaba de Jesús. Me daba vergüenza acercarme a Él después de fallar. Dejaba pasar tiempo antes de orar, leer o pasar tiempo con Él. Me esforzaba por no hacer aquello en lo que había caído, y si lograba portarme “bien” cinco o seis días, entonces me sentía con derecho a pedirle perdón. Pensaba que esos días de buena conducta probaban que era sincero y hacían que Jesús estuviera más dispuesto a aceptarme. Creía que había ganado un poquito de gracia (¡como si se pudiera!).
La madre de un soldado fue una vez a pedirle a Napoleón clemencia para su hijo condenado a muerte por quedarse dormido en guardia. Ella le pidió gracia.
Napoleón le respondió: “No la merece.”
Y ella contestó: “Si la mereciera, no sería gracia.”
La gracia es favor inmerecido, pero de algún modo yo pensaba que si lograba portarme bien algunos días, entonces sería más digno de presentarme ante Jesús. Este pensamiento es un verdadero contrasentido, porque lo que más le importa a Jesús es la comunión con nosotros. Como el verdadero problema del pecado no son los actos malos, sino descuidar la amistad con Jesús, entonces alejarse de Él hasta “portarse mejor” en realidad le duele más que el acto mismo que causó la culpa. Su corazón se rompe más por nuestra ausencia que por nuestro error. De hecho, ¡el fracaso no fue el pecado; alejarse sí lo es!
Él ama pasar tiempo con nosotros, y sabe que nunca dejaremos nuestro mal comportamiento a menos que Él nos transforme. También sabe que no puede cambiarnos (desde adentro hacia afuera) a menos que sigamos pasando tiempo con Él. Así que alejarse de Jesús por culpa, vergüenza o desánimo es lo peor que podemos hacer por nosotros mismos. Y es lo que más dolor le causa a Él.
La gran división
Las personas que luchan por vencer y ser obedientes generalmente caen en uno de dos grupos. O deciden que la obediencia es imposible y por lo tanto no importante, o abandonan completamente el cristianismo. Después de dos años pasando tiempo diario con Jesús, me desanimé tanto por mis fracasos que dejé de buscar conocerlo.
Me sentía tan avergonzado y culpable por volver una y otra vez con mis errores que decidí que era mejor no volver más. Tomé una decisión deliberada: dejar de pasar tiempo con Él. No me interesaba rebelarme abiertamente; simplemente no quería tener más relación con Jesús. Decidí “navegar en punto muerto”, sin darme cuenta de que no existe un punto medio espiritual. Había olvidado que Jesús dijo: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mateo 12:30).
Yo no estaba con Él. Dejé de buscar conocerlo mejor cada día. Pasaron dos años más en los que viví apartado de Jesús. Un día me di cuenta de que mi vida estaba mucho peor que cuando me solté de Su mano. (Cuando uno se deja llevar, no sube… baja).
Milagrosamente, algo logró penetrar mi grueso cráneo. Mientras tenía una relación con Jesús, me parecía que no crecía espiritualmente. Pero después de dos años sin Él, entendí que daría cualquier cosa por volver al punto en que me encontraba cuando abandoné.
Somos los menos indicados para medir nuestro crecimiento espiritual.
Jesús nunca nos pidió que seamos inspectores de frutos. Como un niño que desentierra semillas a cada rato para ver si crecieron, nuestras autoevaluaciones pueden ser contraproducentes. Jesús no nos pide que nos miremos a nosotros mismos ni nuestras imperfecciones. En cambio, dice: “Venid a mí… y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Otra forma en la que muchos cristianos lidian con sus fracasos es pensando que no importa tanto cómo vivan. Su razonamiento dice algo así: “Todos somos pecadores. Vamos a seguir fallando hasta que Jesús venga. No te preocupes por tus imperfecciones; solo sé agradecido por la cruz y el perdón. Algún día, cuando Él vuelva, seremos transformados en un abrir y cerrar de ojos (1 Corintios 15:52). Mientras tanto, fallar es inevitable, así que no te preocupes”.
Eso era inaceptable para Keith. Keith luchaba con la homosexualidad. No quería ser gay, pero por más que se esforzaba, no lograba cambiar su orientación sexual. Finalmente, buscando ayuda, le confesó su problema al pastor. El pastor le dijo que seguramente fallaría hasta que Jesús regresara, pero que no se desanimara, porque desde el Calvario, hay perdón para cada pecado. Keith intentó estar agradecido por el perdón y vivir con ese fracaso durante cuatro años más. Pero finalmente decidió que la Segunda Venida estaba demasiado lejos… y acabó con su vida con monóxido de carbono.
Una vez vi un cartel que decía:
“Dios te acepta tal como sos… pero te ama demasiado como para dejarte así.”
Una vida transformada debe ser una posibilidad real, o Jesús no habría hablado cuatro veces más sobre obediencia, victoria y superación que sobre perdón.
¿La solución es esforzarse más para vivir como Cristo? ¿Eso es lo que falta? ¿Más fuerza de voluntad y determinación?
Sin cuota inicial
La mayoría de los cristianos cree que somos perdonados y salvos por la fe, no por nuestras obras. Pero muchos de esos mismos creen que, una vez perdonados, el resto de la vida cristiana es una lucha para perfeccionar un carácter semejante al de Cristo. Han cambiado la carga de la salvación por la carga de la santidad, trabajando duro para demostrar, con buena conducta, que realmente agradecen el perdón recibido.
Déjame preguntarte algo.
Si yo viniera y te dijera: “Te doy cualquier auto que quieras sin pagar nada por adelantado”, ¿cómo responderías?
Seguro querrías saber si hay cuotas mensuales, ¿verdad?
Si te dijera que las cuotas son de $1.200 al mes por el resto de tu vida, ¿querrías uno de esos autos? Probablemente dirías rápidamente: “¡No, gracias!”
¿No estamos haciendo eso con la salvación? Decimos:
“La salvación es un regalo. No tenés que hacer nada para ser perdonado. Solo vení a Jesús como sos, decile que querés que sea el Señor de tu vida, y pedile perdón por los años que lo descuidaste…”
PERO una vez que te hacés cristiano, ¡vas a tener que esforzarte muchísimo para mantenerte como tal!
¿Es eso lo que estamos diciendo? ¿Que la cuota inicial es gratis pero las cuotas mensuales te matan? ¿Qué clase de regalo es ese?
Una vez me regalaron (gratis) un cachorro de setter irlandés con pedigrí, el mejor de la camada. Fue el regalo más caro y problemático que he recibido. ¡Tuve más líos con ese perro que los que podés imaginar! Gasté en veterinarios, en multas del perrero (porque se escapaba todo el tiempo), y en reemplazar o arreglar cosas que destrozaba. Me costó más en dolor, insomnio, tiempo y dinero que cualquier otro regalo que haya recibido. Llegó un punto en el que pensé, como dijo una vez Mark Twain:
“Si ocurriera el funeral del que me dio el animal, cancelaría cualquier otro plan para asistir.”
Si alguien te ofrece el regalo gratuito de la salvación, pero te deja con la carga de la santidad, no te está haciendo un favor.
Esto nos deja ante un dilema:
Si ignorar nuestros fracasos no es la solución, y si abandonar el cristianismo no arregla nada, ¿qué podemos hacer?
¿Quién ayuda a quién?
Hay una tercera alternativa. Filipenses 2:13 dice:
“Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (RVR1960)
¿Te diste cuenta de quién hace ambas cosas? ¡Dios hace las dos!
No dice: “Mirá, hacé tu parte y yo haré el resto. Ya sabés que ayudo a los que se ayudan a sí mismos.”
Esas no son palabras de Dios; se atribuyen a Esopo y más tarde las escribió Benjamín Franklin en su Almanaque del Pobre Ricardo. Han sido citadas como si fueran versículos bíblicos durante siglos, pero, en mi opinión, “un enemigo ha hecho esto” (Mateo 13:28).
La verdad es que Dios ayuda a los que se dan cuenta de que no pueden ayudarse a sí mismos. De hecho, cada vez que los seres humanos intentan hacer por sí mismos lo que Dios prometió hacer, las cosas salen mal.
¿Te acordás de Abraham y el hijo prometido? ¿Y de Jacob con el derecho de primogenitura?
La Biblia está llena de personas que intentaron hacer lo que Dios había prometido. Y cada vez que lo hicieron, se equivocaron.
Si Dios promete hacerlo por vos, mejor no lo intentes. ¡Vas a arruinarlo!
Ahora bien, si Él no lo prometió, prestá atención y participá.
Y una cosa que Dios no prometió hacer por vos es luchar la batalla de la fe.
La buena noticia es que sí prometió luchar la batalla contra el pecado, si vos peleás la batalla de la fe (1 Timoteo 6:12).
La fe es lo mismo que la confianza. Y para confiar en alguien completamente confiable, lo único que tengo que hacer es conocerlo mejor.
Por lo tanto, la “batalla de la fe” sería el esfuerzo de conocer mejor a Jesús.
Dicho de otra manera:
La “batalla de la fe” es el esfuerzo diario de entrar en su presencia para tener comunión y amistad.
¡Esa es la verdadera batalla!
Y quienes piensan que eso no es una batalla, probablemente nunca lo intentaron de verdad.
A quienes sostienen que las “buenas obras” son el resultado natural de desarrollar una amistad personal con Jesús, a menudo se los acusa de promover una religión pasiva.
A ellos les diría: “¿Perdón? ¡Seguro que nunca intentaron esto!”
A veces va a requerir toda la voluntad que tengas simplemente para venir a Su presencia.
Pero si usás tu poder de elección para hacer eso, Él se encargará del resto.
Dios quiere cambiar nuestro corazón.
Quiere darnos un trasplante y poder para obedecer.
La buena noticia es que Él quiere regalarte el auto sin cuota inicial y también hacerse cargo de las cuotas mensuales.
¡Ese es un regalo y un amigo del que no vas a querer alejarte!
¿El querer y el hacer?
¿Cómo sucede?
Colosenses 2:6 dice:
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (RVR1960).
Vivís la vida cristiana de la misma manera en que te hiciste cristiano.
¿Cómo recibís a Cristo?
Jesús dijo:
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3, RVR1960)
Recibís a Cristo, o te convertís en cristiano, conociendo a Jesús. ¿Cierto?
Entonces, si así empezás la vida cristiana, continuarla es simplemente conocerlo cada vez mejor.
La vida eterna se basa en conocerlo,
y una vida de obediencia es el resultado natural de seguir conociéndolo día a día.
“Así como lo recibisteis, andad…”
Romanos 1:17 también dice:
“El justo por la fe vivirá.”
Y recordá: cuando Jesús habita en nosotros, promete obrar en nosotros “el querer y el hacer”.
Dios quiere cambiar no solo nuestras acciones (el hacer), sino también nuestros deseos (el querer).
Recordá: Él hace ambas cosas. Vos, ninguna.
Si creés que vos podés hacer alguna de esas dos cosas, tarde o temprano vas a desanimarte…
o vas a tener una falsa seguridad basada en reemplazar la fe con fuerza de voluntad.
¡Reprimir la maldad no es lo mismo que ser bueno!
Quienes piensan eso están ignorando Jeremías 13:23, que nos recuerda que no podemos cambiar el corazón más de lo que un leopardo puede quitarse las manchas.
Y si Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7), entonces estoy en problemas, porque la única justicia que yo puedo producir es como trapo de inmundicia (Isaías 64:6).
Por eso tanto el querer como el hacer deben ser su responsabilidad.
Un momento…
Algunos podrían objetar en este punto: “¿Y qué pasa con Santiago 4? ¿No dice que debemos ‘resistir al diablo’? Suena como algo que nos toca hacer si queremos que él huya.”
Veamos más de cerca ese pasaje:
“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.” (Santiago 4:7-8, RVR1960)
Prestá atención al “sándwich de tres frases” que hay aquí.
Antes de que se mencione la “resistencia”, se nos instruye: “Someteos, pues, a Dios”.
Después de la resistencia, se nos anima nuevamente a: “Acercaos a Dios”, con la promesa de que “él se acercará a vosotros”.
“Resistir al diablo” es como una rebanada delgada de queso entre dos grandes pedazos de pan de relación.
Según un profesor de griego de mi universidad, estos versículos en realidad dicen que nuestra forma de resistir al diablo es acercarnos a Dios.
A medida que nos rendimos (nos sometemos) momento a momento y profundizamos en nuestra relación con Él, Dios toma el control de la batalla, y el diablo huye.
Estoy agradecido de que Él quiera pelear por mí, porque yo ya probé muchos “trucos” sin éxito.
Durante mis años de desánimo, probé de todo: oraciones de guerra espiritual, cantar himnos durante la tentación, contar hasta 10, citar versículos… ¡hasta el cansancio!
Intentaba cada nuevo “truco” sin resultados.
Me dijeron que Jesús venció al diablo en el desierto citando la Escritura.
Yo no lo creo así. Creo que Jesús citó la Escritura porque la conocía profundamente.
Y la conocía porque tenía el hábito de levantarse “muy de madrugada” para ir a un “lugar solitario” a orar (ver Marcos 1:35).
Jesús estaba comprometido con construir su relación con el Padre tomando tiempo para la comunión diaria.
Él se acercaba y se rendía al Padre, y esa relación dependiente y sumisa fue la que lo sostuvo en el desierto.
El poder que hizo huir al diablo vino del cielo, no de Jesús mismo.
Nuestro problema es que confiamos en nuestro (imaginado) poder en lugar del Suyo.
Nos damos duchas frías.
Tratamos de distraer nuestra mente pensando en otra cosa.
Llevamos un Nuevo Testamento en el bolsillo como si hubiera magia en tener la Biblia físicamente encima.
Ordenamos a Satanás que se aleje… solo para descubrir que cuando está “detrás”, ¡empuja!
Dos problemas
Hay dos grandes problemas con este tipo de enfoque hacia la obediencia, la victoria y la santidad:
- Evitar el pecado no significa tener el corazón cambiado.
Una vez pregunté a un grupo:
“Si quiero golpearte pero decido no hacerlo, ¿eso es una verdadera victoria?”
Un tipo enorme, musculoso, se puso de pie y gritó:
“¡Por supuesto!”
Yo insistí:
“Si quiero golpearte, pero no lo hago, ¿eso es realmente victoria?”
“¡Podés apostarlo!” —respondió.
Le dije:
“Quiero sugerir que no lo es, y espero que podamos hablar más tarde —después que termine mi charla.”
“Trato hecho”, dijo, y se sentó.
Después del encuentro, se me acercó y me dijo que era un exmarine que había desarrollado gusto por la violencia.
Me confesó que encontraba placer al sentir los huesos de otra persona crujir bajo su puño.
“Déjame decirte algo, amigo,” —dijo, mientras me superaba en altura—
“Si quiero golpearte y no lo hago, ¡para mí eso es una victoria!”
Le respondí rápido:
“¡Amén, hermano! ¡Amén!”
Pero… ¿es eso realmente victoria?
Ya dijimos que nuestros corazones son malos y que no podemos cambiarlos (ver Jeremías 13:23).
Si mi corazón no cambia y sigo deseando hacer lo malo, aunque no lo haga,
¿eso es vida cristiana victoriosa? ¿Eso es obediencia verdadera?
Evitar el mal, incluso con deseos equivocados, tiene ventajas.
Puede evitarte la cárcel, preservar tu reputación, reducir el daño a otros…
Pero no es justicia
y no es victoria.
Como dijimos antes:
¡Reprimir la maldad no es bondad!
- Luchar contra el pecado en el momento de la tentación es pelear en el lugar equivocado.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los Aliados colocaron planes falsos en el cuerpo de un aviador muerto y lo dejaron flotando cerca de las costas enemigas.
Los alemanes encontraron los “planes” y trasladaron sus tropas para defender el lugar mencionado.
Los Aliados entonces invadieron por otros puntos sin defensa.
Eso fue un punto de quiebre en la guerra.
Cuando peleás en el lugar equivocado, perdés la guerra.
Si intentás luchar contra el pecado esforzándote por no hacer lo malo, estás peleando en el lugar equivocado.
Recordá:
El problema real del pecado no es de conducta, sino de relación.
Romanos 14:23 nos recuerda:
“Todo lo que no proviene de fe, es pecado.”
Y la fe (o confianza) implica relación con aquel en quien confiás.
En el capítulo 2 ya dijimos que incluso las buenas obras, si no nacen de una relación personal y diaria con Jesús, son malas obras para Él.
Las historias de Jesús en Mateo 7 y Lucas 13 muestran que el verdadero tema en el pecado y la salvación no es lo que hacés, sino a quién conocés.
¿Conocés a Jesús?
La pregunta no es: “¿Estás haciendo lo bueno, o mejorando tu comportamiento día a día?”
No.
La pregunta importante es:
“¿Estás conociendo mejor a Jesús hoy que ayer? ¿Estás creciendo en tu relación con Él?”
Un poco de matemáticas
Consideremos estos dos textos:En Juan 15:5, Jesús dijo:
“Separados de mí, nada podéis hacer.” (RVR1960)
¿Cuánto es “nada”? ¿Cero?
Nada es lo que queda cuando le sacás algo a un cero.
Sin Jesús, vos y yo no podemos hacer nada.Si quisiéramos ilustrarlo matemáticamente, sería algo así:
Y (vos) – X (Cristo) = 0 (nada)
¿Es eso realmente cierto? ¿No podemos producir algunas acciones buenas?
Tal vez sí, pero las acciones son externas, y Dios mira el corazón, que ya vimos que no podemos cambiar.Ahora mirá Filipenses 4:13:
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (RVR1960)
Matemáticamente, eso podría verse así:
Y (vos) + X (Cristo) = ∞ (infinito)
En la primera ecuación, no se logra nada.
En la segunda, se logra todo.
¿La única diferencia entre ambas? X = Cristo.¡La presencia de Jesús lo cambia todo!
Si sin Él no puedo hacer nada, y con Él lo puedo todo…
¿quién es el que hace el “todo” que se logra?
¡Jesús! No yo.
Él lo hace a través de mí.Entonces, ¿qué me queda por hacer?
¡Estar con Jesús todos los días!Él dice:
“Transformaré tu corazón si me das la oportunidad. Lo cambiaré. De hecho, te daré un corazón nuevo.” (ver Ezequiel 36:26)
También dice:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28, RVR1960)
Venir a Él se trata de construir una relación, de conocer a Jesús, la fuente del descanso.
Una mirada más profunda a un principio eterno
2 Corintios 3:18 nos dice que por contemplar, somos transformados.
Eso es verdad tanto en sentido negativo como positivo.Si contemplo mis fracasos, aunque sea con la intención de superarlos, estoy poniendo mi atención en ellos.
Si mis oraciones se enfocan en pedir a Jesús que me ayude a vencer mis debilidades, hay peligro de que no lo esté buscando por Él mismo, sino por victoria.
Mi atención estará en mí mismo y en mis fallas.
Y el principio de “contemplar y ser transformado” funcionará en mi contra, haciéndome más parecido a lo que intento superar.
¡Mi atención está dirigida hacia el lugar equivocado!¿Cuál es una aplicación positiva de este principio?
Si quiero ser más como Jesús, ¿qué tengo que contemplar?Respuesta simple: a Jesús.
No mis fracasos, ni siquiera con el propósito de eliminarlos.Si buscás a Jesús por Jesús mismo, y no por la victoria,
la victoria vendrá como un extra.
A Jesús le interesa más tu amistad que tu desempeño.
Él sabe que si vos y Él se hacen cada vez más amigos, tu comportamiento va a cambiar como consecuencia natural de esa relación.
No lo vas a trabajar. Simplemente va a cambiar.Cuando escribo un cheque en una tienda y el comerciante lo acepta, está asumiendo que yo hice un depósito previo en el banco para cubrirlo.
Si querés luchar la batalla de la fe, en lugar de la del pecado, necesitás hacer depósitos en tu cuenta de relación.
¿Y cómo se hace eso?
Pasando tiempo con Jesús cada día, conociéndolo más.Recordá la fórmula:
Tiempo a solas al comenzar cada día, contemplando la vida de Jesús, a través de Su Palabra y la oración.
Mientras pasás tiempo con Jesús, tu cuenta bancaria de gracia y poder sigue creciendo.
Y cuando el enemigo “viene como río” (ver Isaías 59:19),
el Banquero levanta bandera contra él,
te dice:“Yo me ocupo de esto”,
y firma un cheque que hace huir al diablo.
Transformados por amor
Cuando estaba en la universidad, no me llevaba bien con los guardias de seguridad.
Los llamaba “policías vegetales” y tenía frecuentes conflictos con ellos.
Parecían personas que necesitaban ejercer poder para compensar las injusticias que habían sufrido de niños.
Resentía profundamente su autoridad y hacía lo posible por hacerles la vida difícil.Solía estacionar mi auto en lugares “reservados”, y ellos dejaban infracciones en el parabrisas.
Yo las dejaba apilarse hasta que empezaba la temporada de lluvias, y entonces usaba el limpiaparabrisas para esparcir los boletos por todo el campus como hojas de otoño.Una vez, incluso me escapé de ellos en moto por el tercer piso del dormitorio.
Ese “crimen grave” no ayudó a que nos lleváramos mejor.Un día, la tensión entre nosotros desembocó en una discusión en la calle.
Mientras patrullaban, vieron mi auto estacionado frente a una casa del campus.
Se armó un grupo de gente mirando mientras discutíamos a gritos.
Terminé humillándolos al irme manejando su patrullero.Al día siguiente, el decano me llamó y me dijo que debía hacer una disculpa pública por lo ocurrido.
Le dije que no lo sentía.
Él me respondió que eso no importaba, que si quería seguir siendo estudiante, tenía que disculparme.
Me dio un día para pensarlo.Salí decidido a cambiarme de universidad antes que disculparme.
Pero por alguna razón, él no siguió con el asunto, y seguí en la misma universidad… sin pedir perdón.Poco después, me enamoré de Marji.
Más tarde me enteré de que trabajaba en seguridad.
(¡Estaba encubierta cuando la conocí!)
Demasiado tarde supe dónde trabajaba…
y sufrí una gran vergüenza al enamorarme de una guardia.Un sábado a la noche, la acompañé mientras hacía su turno como operadora.
Como tonto, empecé a hablar de todo lo que odiaba de los guardias, y especialmente de los dos a los que debía pedir disculpas.
Dije cosas feas y crueles.
Y mientras hablaba, oí cómo se aclaraban las gargantas en la habitación del lado.¡Eran ellos!
Habían oído todo.Me quedé mudo.
Miré a Marji.
No dijo una palabra.
Vimos cómo ellos cruzaban la sala y se iban sin decir nada.Vi que a Marji le caían lágrimas por las mejillas.
Con voz quebrada me dijo:“Más allá de cómo te sientas con ellos, yo he trabajado tres años con esos muchachos. Son amigos especiales para mí. Me duele saber que lo que dijiste lastimó a personas que quiero mucho.”
¡Entonces ocurrió algo asombroso!
De pronto, nada en el mundo me hubiera impedido disculparme.
Salí a buscarlos, los encontré y les pedí perdón por ser un idiota.
Les dije que no había excusa para mi actitud y mi comportamiento hiriente.
Les extendí la mano y pedí empezar de nuevo.
¡Todos mis sentimientos negativos hacia ellos habían desaparecido!No me forcé a disculparme.
No pensé: “Tengo que hacer esto por mi relación con Marji…”
NO.
No fue difícil disculparme. De hecho, habría sido más difícil no hacerlo.¿Qué cambió todo? ¡El amor!
El amor te permite hacer cosas de forma natural que antes ni siquiera podías forzar.¿Ves ahora por qué es tan importante desarrollar tu amistad con Jesús?
¿Ves cómo Él usa el amor para transformarnos?Él promete que, si es levantado, atraerá a todos hacia sí (ver Juan 12:32).
A medida que pasás tiempo diario conociendo mejor a Jesús, vas a sentirte atraído.
Lo vas a valorar más y más.
Vas a descubrir un amor por Jesús que antes no estaba en tu corazón.Y a medida que ese amor y amistad crecen, cuando descubras que algo que hacés lastima a tu Amigo,
vas a odiar volver a hacerlo.No vas a tener que decir:
“Elijo hacer lo correcto aunque no lo sienta.”
porque ya no vas a querer hacer lo malo.Jesús promete quitar los deseos dañinos.
Cuando peleás la batalla en el lugar correcto, un día te vas a dar cuenta de que ¡la guerra fue ganada!
¡Dios te dio la victoria!Por eso Pablo considera:
“Todo como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús…” (Filipenses 3:8)
Y promete:
“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6)
Porque Él hace buen trabajo.
Para reflexionar
- ¿Los siguientes textos te llenan de esperanza y ánimo? ¿Por qué?
- Mateo 5:48
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”- Romanos 7:15-24
Pablo describe su lucha interior: no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere. ¿Te identificás con esta experiencia?- 2 Corintios 7:1
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”- En una batalla, antes de saber cómo pelear, tenés que saber quién es el enemigo.
Según Efesios 6:12 y Santiago 4:7, ¿quién es el enemigo?
Si pudieras verlo, ¿cómo mejorarían tus posibilidades de vencerlo?- Considerando las probabilidades, reflexioná sobre lo que enseña Isaías 59:19 acerca del único poder por el cual los seres humanos pueden vencer.
- ¿Por qué el diablo estaría ansioso de que te enfoques en tratar de vencer tus defectos de carácter y malos hábitos?
- Hacé una aplicación positiva de 2 Corintios 3:18 en relación con llegar a ser más como Jesús.
- Da ejemplos personales o conocidos donde el amor transformó el “deber” en “deleite”.
- Hacé una lista de pasos prácticos que podés tomar para pelear la buena batalla de la fe mencionada en 1 Timoteo 6:12.
- En Juan 15:1-8, ¿Jesús nos manda a “dar fruto” o a “permanecer”?
¿Cuántas veces menciona Jesús las palabras “permanecer” o “permaneced”?
¿Cómo aplicarías este principio para lidiar con los fracasos en tu vida, o en el intento de perfeccionar un carácter semejante al de Cristo?