Anxiety: A Symptom Made Into a Disorder – Come And Reason Ministries
La ansiedad es un estado de inquietud mental y emocional, angustia, temor, aprensión e incomodidad, que a menudo se asocia con diversos síntomas físicos, como insomnio, pérdida del apetito, “mariposas en el estómago”, náuseas, diarrea, sudoración, temblores, taquicardia o palpitaciones, mareos, disminución de la concentración, entre otros.
Algunos han definido la ansiedad como la tensión, aprensión o inquietud frente a una amenaza desconocida, y el miedo como el temor, aprensión o susto frente a una amenaza identificable.
Si bien no estoy en desacuerdo con que se pueda hacer esa distinción entre ansiedad y miedo, en mi opinión, esto pierde por completo el sentido e incluso puede llevar a confusión.
La ansiedad y/o el miedo son señales emocionales que activan varias rutas neuronales de alarma, alerta y defensa corporal, como el aumento del ritmo cardíaco y la presión arterial, el desvío de la sangre desde los órganos digestivos hacia los músculos para luchar o huir, y la activación de la respuesta inmunitaria. Todas estas respuestas corporales son resultado del cerebro activando su circuito del “miedo” y enviando una señal de “peligro” al cuerpo, ya sea que la amenaza sea real o imaginaria, y el cuerpo responde a esa señal con una cascada de adrenalina, inflamación, glucocorticoides y activación de otros sistemas.
La cuestión es que, fisiológica y neurológicamente, el impacto en la persona es el mismo cada vez que se activa el circuito del estrés, ya sea por amenazas reales, imaginarias o desconocidas.
Este sistema de alarma y respuesta al estrés puede ser adaptativo y saludable frente a una crisis real (una casa en llamas, un niño ahogándose, ser perseguido por un enemigo), provocando una reacción rápida y con intensidad adecuada para huir o superar el peligro, lo que luego apaga el sistema de alarma y calma la respuesta al estrés. Pero este mismo sistema, si se activa crónicamente, se vuelve perjudicial y daña el cuerpo, aumentando el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, obesidad, síndrome metabólico, depresión, demencia y otros problemas.
Dado que muchas personas sufren ansiedad crónica (activación constante de su sistema de alarma), la comunidad psiquiátrica profesional ha identificado (creado) diversos “trastornos de ansiedad”. Diagnósticos como Trastorno de Ansiedad Generalizada, Trastorno de Pánico, Fobia Social, Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), entre otros, se diferencian por distintos criterios.
Aunque esto se hizo para ayudar a psiquiatras y otros profesionales de salud mental a categorizar y diferenciar los tipos de ansiedad y así individualizar el tratamiento para lograr mejores resultados, el resultado no previsto ha sido convertir síntomas en trastornos, y la creación de trastornos ha hecho que las personas cambien su manera de pensar: en lugar de buscar resolver la causa de los síntomas de ansiedad, los pacientes con demasiada frecuencia buscan tratar los “trastornos”, lo que significa alivio de los síntomas. En otras palabras, las personas con ansiedad crónica llegan a creer que su ansiedad ya no es un síntoma de un problema, sino el problema en sí mismo. Esto ha llevado a perpetuar la ansiedad crónica, dificultar la sanación y crear una clase de pacientes dependientes de fármacos u otros “tratamientos” continuos para manejar síntomas, en lugar de realizar acciones que resuelvan la causa y restauren la salud.
¿Un trastorno o un síntoma?
Quiero proponer un cambio de perspectiva: entender que la ansiedad no es un trastorno, sino siempre un síntoma de otra cosa. La ansiedad cumple para la mente la misma función que el dolor físico para el cuerpo. Si alguien experimenta dolor físico —por ejemplo, una caries— no piensa: “Oh, tengo un trastorno de dolor. Solo necesito analgésicos.” No. Cuando una persona experimenta dolor físico, puede tomar analgésicos, pero también se pregunta: “¿Qué está mal? ¿Cuál es la causa? ¿Y cómo puedo resolverla?”
El dolor físico nos alerta de que algo está mal y, al mismo tiempo, nos motiva a actuar. Cuanto mayor es el dolor, mayor es la motivación. La ansiedad cumple exactamente el mismo propósito: nos alerta de que algo está mal y nos motiva a actuar, a abordar la causa, a eliminar o resolver lo que está mal. Y cuanto mayor la ansiedad, mayor la motivación para hacer algo. Lamentablemente, en lugar de buscar la causa, las personas suelen buscar solo alivio de los síntomas.
La ansiedad puede tener muchas causas, a veces físicas, pero con frecuencia psicológicas, relacionales o espirituales. Las causas físicas incluyen hipertiroidismo o hipoxia (bajo oxígeno en sangre, como sensación de asfixia), ya sea por enfermedad pulmonar, apnea del sueño o ahogo. En estas situaciones, la ansiedad puede ser abrumadora hasta el punto del pánico, pero esas personas no tienen trastornos de ansiedad; la ansiedad es normal —es la respuesta saludable al ahogo, diseñada para alertar a la persona de que debe respirar. Si una persona que se ahoga saca la cabeza del agua, la ansiedad desaparece.
Pero tristemente, como la ansiedad la mayoría de las veces no tiene causas físicas, la respuesta más común es buscar alivio de los síntomas en lugar de resolver la causa. Las personas recurren al alcohol, drogas, relaciones, animales (perros o gatos de apoyo), comida reconfortante, distracciones (videojuegos, TV, entretenimiento), pornografía, religiosidad, autolesiones, fármacos, meditación oriental y muchas otras formas de “calmantes” que intentan que desaparezca el sentimiento de ansiedad sin identificar ni resolver su origen.
Consecuencias no deseadas
El enfoque más saludable frente a la ansiedad es reconocer que siempre es un síntoma de que algo no está bien, diseñada para alertarnos y motivarnos a abordar su causa —¡la ansiedad nunca es el problema en sí! Si no lo reconocemos y creemos falsamente que los síntomas de ansiedad son un trastorno en sí mismos, entonces formamos una identidad en base a eso, asumimos que el síntoma es el trastorno y dejamos de buscar la causa, permitiendo que esta siga creciendo y empeore. Sería como tener una caries, sentir dolor, concluir que uno tiene un “trastorno del dolor”, tomar analgésicos, pero nunca empastar el diente. Sí, por un tiempo uno puede sentirse mejor, pero la caries seguirá avanzando, y eventualmente los medicamentos dejarán de funcionar y si aparece una infección, la salud general empeorará.
Ese es el problema con gran parte de la psiquiatría moderna: la consecuencia no deseada de convertir síntomas en trastornos. Promover la creencia de que el síntoma es un trastorno hace que tanto pacientes como profesionales se enfoquen en aliviar síntomas en lugar de resolver sus causas.
Entonces, ¿cuáles son las causas de la ansiedad aparte de las físicas?
- Ansiedad existencial: miedos relacionados con la existencia, propósito, futuro e identidad (pérdida de sentido, temor a la muerte, discapacidad, falta de propósito, etc.).
- Relacionales: duelo, miedo al abandono, aislamiento, soledad, temor al rechazo, falta de conexión y amor saludable, etc.
- Psicológicas: autoimagen distorsionada, patrones internos de pensamiento negativos, autocrítica o crítica hacia los demás excesiva, etc.
- Espirituales: culpa no resuelta, vergüenza, incertidumbre sobre uno mismo, condenación interna (“soy demasiado pecador para ser salvo”), hiperreligiosidad, miedo al juicio, juicio hacia los demás, etc.
- Situacionales: sentirse abrumado por responsabilidades reales sin recursos suficientes para afrontarlas (una madre soltera con ingresos limitados, trabajando en dos empleos y acumulando deudas, etc.).
- Traumas no resueltos, que pueden afectar a todas las categorías anteriores: preocupaciones existenciales, relaciones, pensamientos negativos sobre uno mismo y los demás, cuestiones espirituales (culpa, desconfianza o enojo hacia Dios), y estrés situacional.
El TEPT es un trastorno de ansiedad causado no solo por la exposición a un trauma, sino también por la incapacidad de procesarlo y resolverlo. No es impulsado principalmente por cambios neurobiológicos, sino por cambios en las creencias, perspectivas y entendimientos, los cuales causan luego cambios neurobiológicos. Es decir, el trauma cambió la forma de pensar y percibir la vida, uno mismo y los demás, de una manera que ya no es coherente con el yo interior, que resulta inaceptable y que socava el bienestar, la seguridad, la fe o la identidad de la persona. Estos cambios en las creencias producen cambios en el cerebro que activan la respuesta al estrés con sus consecuencias fisiológicas y psicológicas negativas.
La persona traumatizada no logra incorporar la experiencia traumática en una narrativa interna con la que esté en paz. Por eso evita aceptar lo que ha pasado y no trabaja en el trauma emocional, ya que resulta demasiado doloroso y resolverlo requeriría modificar su comprensión previa al trauma.
Como estas experiencias traumáticas no se procesan ni se resuelven, la persona no alcanza una comprensión interna que pueda aceptar o con la que pueda vivir. Este estado genera un conflicto emocional interno, donde la mente dice: “Esto no está bien.” Pero al no enfrentarlo, se empuja fuera de la conciencia. Sin embargo, como “no está bien”, la mente lo sigue trayendo de vuelta en forma de sueños, pensamientos intrusivos, flashbacks, etc., como forma de decir: “¡Dejá de ignorarlo! ¡Duele! ¡Ocupate! ¡Sanemos!”
Pero como es doloroso y el sobreviviente del trauma no sabe cómo procesarlo ni cómo darle sentido, muchas veces prefiere evitar la ansiedad y termina padeciendo los síntomas del TEPT.
Esta ansiedad no es un trastorno; es un síntoma de una herida emocional, psicológica o espiritual no sanada, que necesita ser tratada, al igual que alguien con una herida física no curada siente dolor constante (y cualquier roce provoca dolor más intenso), pero no tiene un trastorno del dolor; tiene heridas reales que necesitan sanar. Eso es lo que ocurre con quienes tienen traumas no resueltos.
Recientemente, un veterano me contó que su comunidad ha rechazado el término «Trastorno de Estrés Postraumático» y lo ha reemplazado por «Lesión por Estrés Postraumático». ¡Estoy totalmente de acuerdo! El trauma causa lesiones en el corazón y la mente, heridas que, si no se curan, provocan síntomas que nos alertan de que hay heridas que necesitan sanación.
Si vos o alguien que amás lucha con ansiedad, reconocé que los síntomas están diseñados para alertarte de que algo no está bien. No caigas en la trampa de buscar solo alivio de los síntomas; en cambio, retrocedé un paso y empezá a investigar qué está realmente mal, qué está causando la ansiedad, y después buscá resolver, sanar y eliminar esa causa. Si te pasa, como a muchos, que solo sabés que estás ansioso todo el tiempo pero no sabés por qué, te animo a buscar ayuda profesional competente y cristiana en salud mental para identificar la causa de fondo y trabajar en su resolución.
