Soledad: Su Causa y Cura

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¿Alguna vez has luchado con sentimientos profundos de soledad? Esta emoción puede ser tan intensa, tan incómoda, que se vuelve intolerable, incitando a las personas a tomar todo tipo de medidas para disiparla.

La soledad profunda conduce a:

  • Relaciones de codependencia: la voluntad de tolerar el maltrato para evitar el rechazo.
  • Relaciones seriales: buscar persona tras persona para llenar el vacío interior
  • Diversas formas de búsqueda de emociones, placer, y toma de riesgos para sentirse conectado.

Si luchas contra la soledad, considera esta pregunta por un momento: ¿Existe una diferencia entre la soledad y estar solo?

¿Qué es la soledad?

La soledad no se trata de estar solo; aquellos que luchan con la soledad también se sentirán solos en citas, en grupos, y con la familia, porque la soledad se trata de algo más que estar solo.

La soledad es un profundo anhelo por algo que falta. Es un anhelo de amor, aceptación, y validación; es un anhelo de sentirse completo, de ser valorado, y de estar lleno de satisfacción y paz.

Pero, en última instancia, la soledad es un anhelo de Dios: de Su presencia en la vida, de que Él ocupe el lugar en nuestro templo espiritual que fue diseñado para que Él lo llenara.

Desde que el pecado entró al mundo, todo ser humano ha estado luchando con sentimientos de miedo, aislamiento, y soledad, y todos hemos buscado llenar ese vacío con personas o cosas distintas de Dios.

En Juan 4:4-26 encontramos a Jesús encontrándose con una mujer que luchaba con esa soledad.

Jesús le ofrece un tipo de agua que si ella bebiera, nunca más volvería a tener sed.

¿Qué clase de agua sería esa? ¡No era H2O! Era algo más que podía saciar la profunda sed de su alma.

¿De qué tenía sed? Al principio, piensa en términos concretos, solo en agua líquida. Le pide a Jesús que le dé un poco, pero él la dirige al tipo de agua que realmente necesita. Le muestra el profundo vacío que siente en su interior, el reservorio vacío en su corazón que ha intentado llenar con algo diferente a esta agua de vida. Jesús le dice que vaya a buscar a su esposo, pero ella responde que no tiene. Jesús confirma su sincera respuesta, diciendo: «Tienes razón cuando dices que no tienes esposo. En realidad, has tenido cinco esposos, y el que ahora tienes no es tu esposo» (Juan 4:17, 18).

¿Qué estaba señalando Jesús? Que ella había pasado toda su vida buscando saciar un profundo anhelo en su alma —una sensación de incompetencia, de soledad— con un hombre tras otro. No había funcionado. No estaba llena; seguía vacía. Seguía sedienta de amor, de ser completa, de que se llenara el vacío de su alma. Anhelaba el agua de la vida; si la bebía, si dejaba entrar a Jesús en su corazón, su amor se convertiría en un manantial dentro de ella que rebosaría hacia los demás.

Entonces, en lugar de tratar de usar a otros para llenar su vacío, validarla, hacerla sentir bien consigo misma, en lugar de estar constantemente sedienta de afecto, ¡se convertiría en lo que Dios diseñó que cada ser humano fuera: una fuente viva, un géiser de amor que brota y se desborda hacia los demás!

El deseo piadoso no es soledad

Incluso antes del pecado, Dios dijo que no era bueno que Adán estuviera solo; creó a Eva para ser su compañera de vida. Fuimos creados como seres relacionales: para conectar, amar, y ser amados. El deseo de tener a alguien a quien amar y con quien compartir la vida no es lo mismo que la soledad.

Pero si no bebemos primero del agua de la vida, buscaremos que las personas nos den algo que nunca podrán; buscaremos que ocupen el lugar de Dios en nuestros corazones. Buscaremos que las personas nos llenen, que nos hagan sentir que valemos. Pero, hasta que dejemos entrar a Jesús y nos unamos a él, aunque tengamos una relación, aunque estemos con otras personas, seguiremos estando solos.

Ninguna persona, ninguna droga, ninguna actividad que busque placer puede llenar el profundo vacío, el anhelo de nuestras almas, porque fuimos construidos como templos vivientes para ser llenados por la presencia de nuestro Dios viviente. Solo en unión con Él estamos completos.

Entonces, si luchas contra la soledad, prueba lo siguiente:

1 – Reconocer que la soledad no se trata de estar solo; la soledad se trata de estar desconectado de Dios, y anhelar la plenitud, la validación, el amor, la satisfacción, y la paz que vienen solo de la unión con Él.

2 – Comienza cada día (al menos 15 minutos) a solas con Dios, medita en su Palabra e invítalo a entrar en tu corazón. Pídele a Jesús que te acompañe a los rincones oscuros de tu corazón: esos recuerdos enterrados, las heridas, las decepciones, y los fracasos que te hacen sentir incapaz, que te incitan al miedo a lo que piensen los demás, y que alimentan la soledad. Pregúntale a Jesús qué ve cuando te acosaron, se burlaron de ti, te violaron, te maltrataron, te rechazaron, o cuando te sentías tan solo que veías pornografía o tenías una aventura de una noche. Observa las lágrimas en sus ojos al sentir tu dolor, pero también escucha su tierna voz que te dice que eres su hijo, que te ama, que sanará tus heridas si se lo permites. Escúchalo cuando dice que eres amado por quien eres —su hijo— y no por nada que hayas hecho ni te haya sucedido. Deja que te llene de su amor y su presencia. Pídele que te restaure a lo que Él te creó para ser: Su templo viviente, un lugar sagrado donde el amor brota hacia los demás.

3 – Luego, a medida que transcurre tu día, habla con Jesús mentalmente, inclúyelo en tus actividades. Comparte con Él tus alegrías, frustraciones, y preocupaciones. Mentalmente, di: «Jesús, gracias por la hermosa paloma que acaba de aterrizar en mi ventana» o «Jesús, gracias por estar conmigo en este embotellamiento y darme paciencia; por favor, cuida de mi día. Confío en ti para que todo salga bien. Gracias por nunca dejarme ni abandonarme».