Cristo prometió a los discípulos que el Espíritu Santo vendría a revelarles que su presencia siempre estaría con ellos. Cuando el Espíritu viniera, Jesús se les manifestaría por medio del Espíritu. Lo conocerían de una manera nueva, divina y espiritual. En el poder del Espíritu, lo conocerían y lo tendrían con ellos mucho más íntima e incesantemente de lo que lo habían tenido nunca en la tierra.
La condición de esta revelación de sí mismo se resume en una sola palabra: amor: «El que recibe mis mandamientos y los obedece, ése es el que me ama. El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él». Dios quiere que se produzca un encuentro entre el amor divino y el amor humano. El amor con el que Cristo había amado a los discípulos se había apoderado de sus corazones, y se manifestaría en su amor con una obediencia plena y absoluta. El Padre lo vería, y su amor se posaría sobre ellos. Cristo los amaría con el amor especial que brota del corazón amante, y se les manifestaría. El amor del cielo derramado en sus corazones se encontraría con la nueva y bendita revelación de Cristo mismo.
Pero esto no es todo. Cuando se le preguntó: «Pero Señor, ¿por qué pretendes manifestarte a nosotros y no al mundo?» Jesús respondió con una repetición de las palabras: «El que me ama, obedecerá mi enseñanza. Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Juan 14:23). En el corazón preparado por el Espíritu Santo, que se manifiesta en la obediencia del amor en un corazón totalmente entregado, el Padre y el Hijo establecerán su morada.
Ahora bien, Cristo promete nada menos que esto: “Y ciertamente estaré con ustedes siempre”. El “con” implica “un”. Cristo con el Padre morará en el corazón por la fe. ¡Oh, si todos entraran en el secreto de la presencia permanente, si tan solo estudiaran, creyeran, y reclamaran con sencillez infantil la bendita promesa: “Yo me manifestaré a él”!
Parte Práctica
Puede que tengas un gran dolor en el cuerpo o en la mente, pero lo peor que te puede pasar es perder la percepción de Dios del que has llegado a disfrutar. Sin embargo, la bondad de Dios nos asegura que no nos abandonará por completo. Te dará la fuerza para soportar cualquier mal que Él permita que te suceda, por lo tanto, no temas nada.
A veces, después de consultar a alguien sobre tus problemas, te sientes aún más perplejo. Cuando tomas conciencia de tu disposición a entregar tu vida por Dios, puedes perder la aprensión del peligro. La perfecta resignación a Dios es un camino seguro hacia el cielo, un camino en el que siempre tendrás suficiente luz para tu conducta.
Al principio de tu vida espiritual, debes ser fiel en el cumplimiento de tu deber, y negarte a ti mismo. Después de eso, vendrán placeres inefables.
En cada dificultad, sólo necesitas acudir a Jesucristo, pedirle su graci,a y las cosas se volverán fáciles.
Muchos no avanzan en el progreso cristiano porque se aferran a penitencias y ejercicios de devoción particulares, descuidando el amor de Dios, que es el fin, el propósito, o la razón de la vida cristiana. Para ir a Dios, sólo se necesita un corazón resueltamente determinado a aplicarse supremamente a Él, o por Él, y a amarlo sólo a Él.