7. La Gran Pregunta

Todo es posible para el que cree. Inmediatamente, el padre del muchacho exclamó: «Creo, ayúdame a vencer mi incredulidad» (Marcos 9:23-24). «Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, vivirá aunque muera, y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo”» (Juan 11:25-27).

Por lo que hemos visto y oído de Jesucristo, nuestros corazones están listos para decirle, como Marta,: “Creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Sin embargo, cuando se trata del punto de creer lo que Cristo nos promete con respecto al poder de la vida de resurrección, de Su presencia permanente todos los días y durante todo el día, no nos resulta tan fácil decir: “Creo que este Cristo omnipotente, omnipresente, e inmutable, nuestro Dios Redentor, realmente caminará conmigo todo el día, y me dará la conciencia incesante de Su santa presencia”. Casi parece demasiado desafiante aventurarse con fe en Su presencia permanente. Y, sin embargo, esta es la fe que Cristo nos pide que tengamos, y Él está esperando para obrar dentro de nosotros.

Debemos entender claramente las condiciones que Cristo nos ofrece para que experimentemos el secreto de su presencia permanente. Dios no puede imponernos sus bendiciones contra nuestra voluntad. Busca por todos los medios posibles estimular nuestro deseo, y ayudarnos a darnos cuenta de que Él es capaz y está más que dispuesto a hacer realidad sus promesas. La resurrección de Cristo de entre los muertos es su gran súplica, su argumento que prevalece. Si Dios pudo resucitar a Cristo, que había muerto bajo el peso de todos nuestros pecados y maldiciones, seguramente puede (ahora que Cristo ha vencido a la muerte y nos da la Resurrección y la Vida) cumplir en nuestros corazones su promesa de que Cristo puede estar con nosotros y en nosotros, de tal manera que Él debería ser nuestra vida durante todo el día.

Y ahora, dado lo que hemos leído y visto acerca de Cristo como nuestro Señor, como nuestro Dios redentor, ¿estamos dispuestos a aceptar su palabra con toda sencillez, en su divina plenitud de significado, y a descansar en la promesa: «Estaré con ustedes todo el día»? La pregunta de Cristo nos llega: «¿Crees que puedo hacer esto?» No descansemos hasta que nos hayamos inclinado ante Él y le hayamos dicho: «Sí, Señor, creo».

Parte Práctica

Confía en Dios y hónralo, y Él te concederá grandes gracias.

Dios nunca te engañará, y nunca permitirá que una persona que se ha resignado completamente a Él sufra mucho tiempo. Decide: “Soportaré todo por Él”.

Puedes aprender a superar la preocupación que te genera la anticipación. Cuando comiences a experimentar cada vez más el éxito inmediato de la gracia divina en todas las ocasiones, no te preocuparás por las cosas antes de que sucedan. Cuando llegue el momento de que cumplas con tu deber, verás a Dios en un espejo claro, y Él te dará poder, y te hará apto para cumplir con tus obligaciones.

A causa de tus muchos asuntos de negocios, es posible que a veces te encuentres un poco apartado del pensamiento de Dios. Después de que esto suceda, Dios vendrá a ti a veces con un recuerdo fresco que te inflamará y te transportará de tal manera que quizás te resulte difícil contenerte.

Cuando te vuelves más consciente de la presencia de Dios en tu vida, puedes encontrarte más unido a Él en tus actividades externas, que cuando las dejas por momentos de devoción.