4. Cristo, el Salvador del Mundo

La omnipotencia y la omnipresencia son atributos naturales de Dios. Tienen su verdadero valor sólo cuando están vinculados a sus atributos morales, la santidad y el amor, y son inspirados por ellos. Cuando nuestro Señor habló de la omnipotencia (todo poder en la tierra y en el cielo) que le había sido dada, y de su omnipresencia (su presencia con cada uno de sus discípulos), sus palabras apuntaban a lo que se encuentra en la raíz de todo, es decir, su gloria divina como Salvador del mundo y Redentor de los hombres.

Por cuanto se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Su participación como hombre Cristo Jesús en los atributos de Dios se debió a la obra que realizó en su perfecta obediencia a la voluntad de Dios, y a la redención terminada que obró para la salvación de los hombres.

Su obra de redención da sentido y valor a lo que Él dice de sí mismo como omnipotente y omnipresente. Entre la mención de estos dos atributos, Él les ordena que vayan por todo el mundo, prediquen el evangelio, y enseñen a la gente a obedecer todo lo que Él ha ordenado. Como el Redentor que salva y guarda del pecado, el Señor Jesús espera obediencia a todo lo que ha ordenado, y promete que Su presencia divina estará con Sus siervos.

De ello se desprende necesariamente que, sólo cuando sus siervos demuestren con su vida que le obedecen en todos sus mandamientos, podrán esperar la plenitud de su poder y su presencia. Sólo cuando sean testigos vivos de la realidad de su poder para salvar y guardar del pecado podrán esperar la experiencia plena de su presencia permanente. Entonces, tendrán el poder de capacitar a otros para la vida de obediencia que Él pide.

Sí, Jesucristo, quien salva a su pueblo de sus pecados, en el día de su poder gobierna sobre un pueblo dispuesto, y lo capacita para decir: “Dios mío, hacer tu voluntad es mi deseo, tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8). La presencia permanente del Salvador del pecado se promete a todos los que lo han aceptado en la plenitud de su poder redentor, y predican con sus vidas y con sus palabras qué maravilloso Salvador es Él.

Parte Práctica

Si tienes que ocuparte de algún asunto desagradable, o si una discapacidad física te impide emprender tus negocios, no te preocupes si tu negocio está dentro de la voluntad del Señor. Dile a Dios: “Yo me ocuparé de tus asuntos, y con tu ayuda los llevaré a cabo bien”.

Acostúmbrate a hacer todo por amor a Dios, orando en toda ocasión por Su gracia para hacer bien Su obra, y descubrirás que el trabajo al que naturalmente sientes gran aversión te resultará fácil.

¡Al hacer incluso pequeñas cosas por amor a Dios, te encontrarás complaciéndote a ti mismo y disfrutando la tarea!

Cuando tu mayor ocupación no te distraiga de Dios, entonces los momentos que hayas reservado para la oración no serán muy diferentes de otros momentos. Serás consciente de una estrecha relación con Dios en todo momento.

Cuando estés muy consciente de tus faltas, no te desanimes por ellas, sino confiésalas a Dios, no te excuses ni lo acuses. Luego, reanuda pacíficamente tu práctica habitual de amor y adoración a Dios.