1. La Presencia Permanente

El Señor escogió a sus doce discípulos “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:14). Su comunión terrenal con ellos los prepararía y los haría aptos para la obra de predicar.

Los discípulos estaban tan profundamente conscientes del gran privilegio que tenían al conocer a Jesús, que cuando Él les habló de dejarlos para ir al Padre, sus corazones se llenaron de gran tristeza. La presencia de Cristo se había vuelto indispensable para ellos. No podían pensar en vivir sin Él.

Para consolar a los discípulos, Cristo les dio la promesa del Espíritu Santo, con la seguridad de que entonces lo tendrían (a Cristo mismo) en su presencia celestial, en un sentido mucho más profundo e íntimo que el que habían conocido nunca en la tierra. La ley de su primera vocación permaneció inalterada: estar con Él, y vivir en comunión ininterrumpida con Él, les daría el poder secreto por el cual predicarían y hablarían a otros acerca de Él.

Cuando Cristo les dio la Gran Comisión de ir por todo el mundo, y predicar el evangelio a toda criatura, añadió estas palabras: “Y he aquí yo estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Este principio sigue siendo válido para todos sus siervos, en todo momento. Sin la experiencia de su presencia siempre presente en ellos, su predicación no tendrá poder. El secreto de su eficacia será la demostración viviente de que Jesucristo está con ellos en todo momento, inspirándolos, dirigiéndolos, y fortaleciéndolos. La presencia de Cristo permitirá a sus seguidores predicar con valentía a Cristo, como el Crucificado entre sus enemigos.

Los primeros discípulos nunca lamentaron ni un momento su ausencia corporal. Lo tenían con ellos, y en ellos, en el poder divino del Espíritu Santo.

Por medio de una fe viva, el éxito del cristiano en su trabajo depende de su conciencia de la presencia permanente del Señor Jesús con él. Un elemento esencial en la predicación del evangelio es una experiencia viva de la presencia de Jesús en nuestras vidas. Si nuestra experiencia de Su presencia está nublada, entonces nuestro trabajo se convertirá en un esfuerzo humano, sin la frescura y el poder de la vida celestial. Nada puede devolver el poder y la bendición que Jesús prometió, excepto un retorno a los pies del Maestro, donde Él insufla en el corazón, con poder divino, Su bendita palabra: “Y he aquí, yo estaré con vosotros siempre.”

Parte Práctica

Establezca un sentido de la presencia de Dios en su vida conversando continuamente con Él. No deje de conversar con Él para pensar en cosas insignificantes y tontas.

Aliméntate de concepciones elevadas de Dios, que te traerán gran alegría al estar consagrado a Él.

Avivad vuestra fe. En lugar de tomar la fe como regla de vuestra conducta, tal vez os estéis divirtiendo con actos triviales de devoción que cambian a diario. El camino de la fe es el espíritu de la iglesia, y la fe es suficiente para llevaros a un alto grado de perfección.

Entrégate a Dios en las cosas temporales y espirituales. Busca tu satisfacción sólo en el cumplimiento de su voluntad, ya te guíe por el sufrimiento o por el consuelo; pues lo uno y lo otro equivaldrían a una persona verdaderamente entregada y sometida a su voluntad.

Establece tu lealtad a Dios mediante tu fidelidad en la oración, incluso en aquellos momentos de sequía, de pereza, o de cansancio, con los que Dios pone a prueba tu amor por Él. Los momentos de sequía son los momentos en los que debes realizar actos buenos y eficaces de compromiso y sumisión. De hecho, un solo acto, muy a menudo promoverá en gran medida tu avance espiritual.