Prefacio

Con la excepción de la Biblia misma, se estima que «La práctica de la presencia de Dios» ha sido leída por más cristianos que cualquier otro libro en los últimos trescientos años. Es notable, entonces, que esta pequeña colección de conversaciones, cartas, y máximas no fue escrita por un autor o teólogo capacitado, sino por un hombre que pasaba la mayor parte de su tiempo en la cocina. Este célebre libro debe su popularidad al entendimiento humilde, simple y práctico del modesto maestro espiritual en el que se centra.

El autor de este libro, un monje francés llamado el hermano Lorenzo, no siempre había sido conocido por su entendimiento espiritual. De hecho, ni siquiera siempre se llamó Lorenzo. Nació con el nombre Nicolás Herman, en 1611, perteneciente a una familia pobre de la región francesa de Lorena. Sin recibir mucha educación formal, Herman finalmente se unió al ejército y luchó en la Guerra de los Treinta Años. Fue durante este tiempo que Herman tuvo una poderosa experiencia de conversión y vislumbró por primera vez el rumbo que tomaría su vida.

Un día, en el invierno de su decimoctavo año, un árbol llamó la atención del joven Herman. Parecía muerto, como los árboles en invierno. Pero se acercaba la primavera y Herman contempló por un momento cómo el árbol pronto renacería, rebosante de flores y hojas. A través de esta experiencia aparentemente ordinaria, Dios le reveló para siempre Su poder y plan para todo, y el alma de Herman se volvió sensible a la presencia de Dios en su vida. Según su amigo y biógrafo, esa experiencia «despertó en él un amor a Dios tan inmenso, que no podía determinar si había aumentado durante los más de cuarenta años que había vivido desde aquel día».

Poco después de convertirse al cristianismo, Herman sufrió una grave lesión en la pierna, que lo dejó casi lisiado y con dolor por el resto de su vida. Al no poder continuar en el servicio militar, Herman eligió vivir durante un período aislado en la naturaleza, experimentando la vida de manera similar a los primeros Padres del desierto a quienes admiraba. Presumiblemente por razones financieras, Herman abandonó esta vida en la naturaleza para trabajar brevemente como lacayo, y luego ingresó a un monasterio carmelita en París. Tomó el nombre de Lorenzo de la Resurrección, y dedicó el resto de sus días a cocinar y reparar sandalias para la comunidad.

Durante los próximos cuarenta años, mientras cortaba papas y fregaba platos, Lorenzo aprendió a pasar cada momento de su día en constante conciencia del Dios que había conocido en el árbol cuando tenía dieciocho años. Aunque admitía que a menudo fallaba, hizo de su objetivo principal mantener una conversación simple e interminable con su amoroso Padre. Cuando se distraía con el trabajo o con los pensamientos triviales, simplemente se lo confesaba a Dios, y luego volvía a su estado mental habitual de orar sin cesar. «El tiempo de trabajo», decía, «no es diferente del tiempo de la oración. Y en el ruido y el alboroto de mi cocina, mientras la gente a mi alrededor pide cosas diferentes, poseo a Dios con toda la paz del mundo». Él llamó esta forma de vida simple con una mente espiritual, «la práctica de la presencia de Dios».

La sabiduría y el espíritu gozoso que resultaron de años de esta práctica llamaron la atención de muchas personas en su comunidad, y más allá. A pesar de la humilde posición de Lorenzo, su reputación atrajo a muchos visitantes que deseaban aprender de él. Aunque la demanda era alta, nunca escribió un libro formal sobre la formación espiritual. Fue solo después de su muerte, que su amigo monseñor Joseph de Beaufort, vicario general del arzobispo de París, recopiló algunas cartas escritas por él, los bosquejos de algunas conversaciones que compartieron, y las máximas espirituales que se encontraron en la habitación de Lorenzo después de su muerte. En 1693, dos años después de la muerte de Lorenzo, Beaufort publicó estos escritos como «La práctica de la presencia de Dios».

Desde su publicación hace más de trescientos años, el mensaje de este modesto libro ha inspirado a millones de personas que desean mantener una conciencia continua de Dios. Su legión de devotos incluye a A.W. Tozer, quien dijo: «(Lorenzo) escribió muy poco, pero lo que escribió les ha parecido a varias generaciones de cristianos tan raro y hermoso, que merece un lugar cerca de la cima entre los grandes libros de devoción del mundo». En la época actual de constante distracción y actividad, creemos que el mensaje de Lorenzo es más revolucionario y necesario que nunca, con la capacidad de impactar a millones más en las próximas generaciones.

Para asegurar que este libro continúe con su inmensa influencia, nosotros, los escritores de Modern Saints, hemos infundido nueva vida al texto clásico mediante una adaptación fiel y fresca, basada en una traducción popular al inglés que data de finales del siglo XIX. Nuestro objetivo es crear el libro que habría sido publicado si se hubiera escrito en el siglo XXI. Hay tres formas básicas en las que este libro fue adaptado:

  • Las estructuras de las oraciones y el vocabulario se modificaron para ajustarse mejor a los lectores modernos.
  • Los párrafos fueron divididos o consolidados para una mayor claridad.
  • Y se añadieron o eliminaron fragmentos breves de texto de forma intermitente para facilitar el flujo de la lectura.

El resultado de estas adaptaciones es una experiencia de lectura fresca y amena, libre de dificultad innecesaria, lo que te permite concentrarte, no en lidiar con un lenguaje arcaico, sino en contemplar la profundidad de la sabiduría de Lorenzo. Sin embargo, antes de comenzar, conviene señalar que este libro no tiene una estructura formal. Lo que encontrarás en estas páginas son apuntes de algunas conversaciones escritas por el amigo de Lorenzo, Beaufort, cartas escritas por el propio Lorenzo sobre una variedad de temas, y una lista de las máximas espirituales de Lorenzo. Como resultado, el libro no está diseñado para ser leído en grandes partes. En cambio, debe ser digerido en pequeños bocados. La belleza de este libro no radica en su peso teológico, sino en la sabiduría sencilla de una vida humilde completamente entregada a su Creador. En resumen, debes leer tanto con el corazón, como con la cabeza.

Oro para que Dios utilice este libro en tu vida como lo hizo en la mía. Oro para que todos nosotros seamos más conscientes de Su presencia, que hablemos con Él como amigos, que reconozcamos la santidad de cada momento de nuestro día, y que, cuando fallemos, simplemente volvamos a Él, deleitándonos en Su gracia y Su amor por nosotros. O, en las palabras del hermano Lorenzo, oro para que aprendamos «la práctica de la presencia de Dios».