2. Fe en la Crisis

Cuando sopla el gran viento

En la vida cristiana, podemos desarrollar algo que podríamos llamar “esquizofrenia espiritual”.
Hay personas como Judas que se veían tan bien —quizás incluso mejor— que los otros discípulos por fuera, y nadie sabía cómo era realmente por dentro hasta que llegó la gran crisis en su vida.
Y hay personas como Pedro, que dicen:
—¡Mirá, Señor, podés contar conmigo! ¡Todos los demás te van a abandonar, pero yo no!

Pero luego, poco tiempo después, cuando sopló el gran viento, su verdadero yo quedó al descubierto.

Pensá en dos árboles en el bosque. Ambos se ven iguales hasta que vienen los grandes vientos, y uno de ellos muestra que está podrido por dentro.
Cae al suelo mientras el otro se mantiene firme y erguido.

A veces pensamos que podemos manejar las crisis.
Vemos a personas que se derrumban y pensamos:
—Bueno, yo no actuaría así. Yo puedo mantenerme firme cuando soplen los grandes vientos.

Pero luego, para nuestro disgusto, descubrimos la verdad.
Creemos que podemos “enfrentar tormentas en mil mares, pero nos ahogamos en la bañera”.
Es una revelación cruel.

Algunas personas están seguras de que nunca harían algo tan tonto como intentar rescatar una sartén de una casa en llamas.
Pero mi familia estuvo en un incendio una vez.
¿Rescatamos los documentos importantes?
No… logramos salvar un montón de perchas.
¡Qué necedad!
Uno nunca sabe realmente cómo va a reaccionar hasta que soplen los grandes vientos.

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos.”
—Salmo 139:23


Cambios de último minuto

En la historia que Jesús contó sobre las dos casas, una sobre la roca y otra sobre la arena (Mateo 7:24-27), hay un punto clave que debemos destacar:
¡La casa no cambia de cimientos durante la tormenta!
Si tenemos tiempo, quizás cambiemos después, pero jamás cambiaremos cuando llegue la crisis.
Todo lo que hace el gran viento es revelar quiénes somos realmente. Eso es todo.

Esto muestra cuán ridículo es pensar que vamos a subir al último tranvía cuando comiencen a soplar los grandes vientos.
Simplemente, no va a suceder.

Y esto es cierto tanto para los pequeños vientos como para los grandes.
Si me golpea el dolor, la tragedia, el sufrimiento o la separación ahora, es una oportunidad muy real para descubrir qué es lo que realmente me impulsa y cuán profundas son mis raíces.

Hay otra cosa que nos dicen sobre estas crisis que llegan cuando sopla el viento:
No solo descubrimos dónde estamos realmente, sino que también aumentamos el impulso y seguimos más rápido en la dirección en la que ya estábamos yendo.

Ocurre cuando estás subiendo una montaña:
Si estás subiendo y te caés, cuando te levantás estarás unos pasos más arriba de donde caíste.
Pero si vas bajando la montaña y te caés, cuando te levantás estarás varios pasos más abajo.

“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra de rectitud.”
—Salmo 143:10


Pruebas y dificultades

Hay un texto interesante, casi humorístico, en Jeremías 12:5:

“Si corriste con los de a pie y te cansaron, ¿cómo contenderás con los caballos?”

No intentes correr con caballos si no podés seguirle el paso a los de a pie.
No trates de superar los tiempos de crisis si no podés manejar los tiempos de paz.
Si te pone nervioso saltar del último escalón, no te dediques al paracaidismo.
Si no te relajás en la bañera, no te metas a hacer buceo.
Y si no podés resistir cuando soplan los pequeños vientos, no pienses que vas a sobrevivir cuando vengan los grandes.

Algunos de estos pequeños vientos no parecen tan pequeños.
Enfrentar una enfermedad terminal no parece pequeño.
Tener un hijo con discapacidad no parece pequeño.
Vivir un accidente repentino no parece pequeño.
Pero estos golpes y magulladuras que vienen por vivir en el planeta equivocado pueden en realidad ayudarnos a crecer.

Un día, según Amós 8, aparentemente habrá millones de personas corriendo de mar a mar y de un lado al otro buscando la palabra del Señor… ¡y no podrán encontrarla!
Será una ciudad en pánico, un país en pánico, un mundo en pánico, porque estarán buscando algo que pensaban que podían obtener en el último minuto,
¡y simplemente no funciona así!

“Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas,
pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia.
Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.”
—Santiago 1:2-4


¿Realmente lo conocés?

Jesús dijo una vez:

“No todo el que me dice: ‘Señor, Señor,’ entrará en el reino de los cielos,
sino solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
—Mateo 7:21

Una forma de saber si somos genuinos tiene que ver con la obediencia.
Pero eso puede ser engañoso. Lo ha sido desde los tiempos de Jesús y aún antes, porque algunas personas fuertes pueden fingir obediencia.
¡Y lo hicieron!

Había “esquizofrénicos espirituales” en los días de Jesús.
Eran excelentes en ir a la iglesia, seguir reglas, hacer cultos familiares y devolver el diezmo,
pero tenían asesinato en el corazón.
Podían fingir por fuera (como lo señaló Jesús en Mateo 23),
pero estaban podridos por dentro.

Aparentemente, ese tipo de “hacer la voluntad de Dios” no es lo que Jesús tenía en mente.

Por eso Jesús añadió un segundo factor en Mateo 7:23:

“Entonces les diré claramente: ‘Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!’”

El problema de los que se pierden es que nunca conocieron a Jesús.
Aquí Jesús deja claro que conocerlo a Él es lo esencial.

Una relación con Él trae obediencia.
No obedezco por mí mismo —eso es imposible.
La única obediencia verdadera viene como resultado de conocerlo a Él.

Y cuando lo conocemos, como es nuestro privilegio conocerlo, nuestra vida será una vida de obediencia.

Así que ahí lo tenés: fe, que resulta en obediencia genuina.

“Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.”
—Santiago 2:18


¿Quién sos?

Durante la Segunda Guerra Mundial, soldados ingleses y estadounidenses fueron entrenados para espionaje y contraespionaje.
Pasaron por un programa de entrenamiento tan riguroso que, al poco tiempo, era evidente que los comandantes estaban tratando de cambiar su identidad.
Los soldados americanos e ingleses estaban “convirtiéndose en alemanes”.
Aprendían a pensar, comer y vestirse como alemanes.

Entonces venía la gran prueba.

Salían a una marcha agotadora hasta tarde en la noche. Finalmente, muertos de cansancio, se les permitía derrumbarse en sus tiendas de campaña.
En medio de la noche, eran repentinamente despertados con una luz brillante en los ojos y alguien gritándoles:
“¿Quién sos?”

Ese era el momento crucial.

Si respondían:
—Soy Henry Smith.
—¿De dónde sos?
—De Canadá.
—¿Adónde vas?
—A casa con mamá…

…no pasaba mucho tiempo hasta que efectivamente estaban de vuelta con mamá.

Pero si, con la luz en los ojos, respondían:
“Mein Name ist Heinrich Schmidt.”
—¿De dónde sos?
Hamburgo.
—¿Adónde vas?
A Frankfurt

…entonces no pasaba mucho tiempo hasta que efectivamente estaban camino a Hamburgo o Frankfurt.

Un día, la luz de los grandes eventos finales va a brillar sobre nuestros rostros.
Nos vamos a despertar, como de un sueño profundo, con alguien gritando:
“¿Quién sos?”

Y si hemos escuchado las palabras de Jesús, podremos responder:
“Soy un seguidor de Jesús.”
—¿De dónde sos?
“Soy un extranjero y peregrino en la tierra.”
—¿Adónde vas?
“A una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.”

“Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro —aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo.”
—1 Pedro 1:7