6. La paciencia de Dios

Una vez, vi una inscripción en una de las primeras tumbas americanas: «Aquí yace Lem S. Frame, que mató a 89 indios en su vida. Esperaba haber matado a 100 antes de fin de año, cuando descansó en Jesús en su casa de Hawk Ferry.» Y mientras leía eso, sentí que algo andaba mal. Alguien malinterpretó el carácter de Dios.

Cuando yo era estudiante universitario, un grupo de nosotros fuimos al Hollywood Bowl para escuchar a un predicador famoso, cuyo tema incluía el olor a azufre y los gritos del infierno. Hizo un llamado al altar y la gente bajó al frente, suplicando misericordia a un Dios enojado. Esa noche, cuando regresábamos a casa, nuestro auto fue alcanzado por un rayo. Recuerdo lo callados que estuvimos el resto del camino a casa, preguntándonos si Dios no estaba enojado con nosotros por ir a esa reunión. ¿Es así como Dios opera?

Algunas personas me han dicho: «¡Me gusta Jesús, pero no me gusta Dios!».

«¿Por qué no?»

«¡Porque Jesús es misericordioso, pero Dios es severo y está lleno de ira!»

¿Es esta una verdadera imagen de Dios? Durante mucho tiempo, se ha debatido cuál es la combinación adecuada del amor y la justicia de Dios. El cristianismo barato lo describe como amor, dulzura, y luz, un Dios que nunca daña a nadie, y que eventualmente permitirá que todos entren al cielo. El otro extremo ve a Dios como alguien duro, severo, y que busca todas las oportunidades posibles para destruir a Sus criaturas. Y sólo unos pocos podrán escapar de la perdición de un infierno de fuego.

Este malentendido del carácter de Dios ha hecho que muchas personas se mantengan alejadas de la religión. He conocido a personas que eran incrédulas porque se les había dado una imagen equivocada de Dios. Si hubieran aceptado la versión que a muchos les han enseñado a creer acerca de Dios, creo que Dios mismo habría sido infeliz.

Cuando se le preguntó por qué negaba la existencia de Dios, un hombre muy conocido respondió: «Soy agnóstico porque no tengo miedo de pensar. No tengo miedo de ningún dios en el universo que me enviaría a mí, o a cualquier otro ser humano, al infierno. Si existiera tal ser, no sería Dios. ¡Sería un demonio!

Y eso es bastante bueno, excepto que este hombre no se molestó en estudiar la Biblia para descubrir la verdad acerca de Dios.

El apóstol Pablo nos dice que el carácter de Dios ha sido mal entendido e interpretado, desde el principio del mundo. La gente sabía algo acerca de Él, una vez, pero no lo glorificaron como Dios. Como resultado, ellos: «… se envanecieron en sus pensamientos, y su necio corazón se entenebreció. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible, en imagen de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de cuadrúpedos, y de reptiles» (Romanos 1:20-23).

Podemos transformar a Dios en algo más de lo que es, incluso si no nos inclinamos ante ídolos de madera y piedra. Si no tenemos la comprensión adecuada de Su carácter, ¡entonces estamos adorando a un Dios falso! Entendemos que los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de misericordia que se dará al mundo, es una revelación de Su carácter de amor. ¡A menos que sepamos cómo es realmente Dios, no podremos revelarlo al resto del mundo!

¿Dónde podemos descubrir su verdadero carácter de amor y misericordia? En Juan 14, Jesús dijo a sus discípulos: «Si me conocéis, también conoceréis a mi Padre».

Felipe dijo: «Muéstranos al Padre».

Jesús respondió: «¿He estado con vosotros todo este tiempo, y todavía no me habéis conocido? Si me habéis visto, habéis visto al Padre. Yo estoy en el Padre, y él está en mí. Las palabras y las obras que yo hago son de mi Padre, porque él habita en mí».

¿Cuál fue la misión de Jesús? ¿Por qué vino? Jesús vino a un mundo que desconocía por completo a Dios, para demostrar cómo es realmente el Padre, cómo siempre ha sido, y cómo siempre será.

Un día, Jesús y sus discípulos pasaron junto a un hombre ciego (Juan 9). Los discípulos preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó? ¿Éste o sus padres, que nació ciego?».

Su pregunta se basó en el concepto común de Dios y el mal. La gente de la época de Cristo creía que la enfermedad y la muerte eran el castigo arbitrario de Dios por las malas acciones, ya fueran del propio enfermo o de sus padres. Por eso, la persona que sufría tenía la carga adicional de ser considerada un gran pecador.

Jesús corrigió su error, explicando que la enfermedad y el dolor son causados por Satanás. Pero una de las astutas trampas del diablo es proyectar sus atributos sobre Dios, y como resultado, millones de personas a lo largo de los siglos han culpado a Dios por el sufrimiento, la enfermedad. y la muerte.

Un día. Jesús pasó por algunas aldeas samaritanas camino a Jerusalén. Cuando sus discípulos pidieron permiso para pasar la noche, una aldea se negó. y los discípulos le pidieron a Jesús que hiciera descender fuego del cielo para destruir a los samaritanos. Jesús respondió: «No conocéis vuestro espíritu. Estáis del lado del diablo, no de mí, porque el Hijo del hombre no vino para destruir la vida de los hombres, sino para salvarlos» (Lucas 9:56).

Juan 3:16-17 nos dice que Dios amó al mundo lo suficiente, como para enviar a su propio Hijo para redimirnos. Él «no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». ¡Ese es el evangelio! ¡Eso es redención!

En otra ocasión, algunas personas vinieron a Jesús para contarle de una gran masacre. Hubo levantamientos populares contra Poncio Pilato, el gobernador de Judea, y para restaurar el orden en la provincia, permitió que sus soldados invadieran el templo para matar a los peregrinos galileos, que estaban en el mismo acto de ofrecer sacrificios a Dios.

Cuando los judíos contaron a Jesús sobre esta calamidad, no sintieron lástima ni simpatía, sino que en el fondo sintieron una sensación de satisfacción. «Ya que esta tragedia no nos sucedió a nosotros, entonces debemos ser mejores y más favorecidos por Dios, que aquellos galileos.»

Jesús conocía sus pensamientos internos, y los reprendió diciendo: «Supongo que piensan que esta tragedia ocurrió porque ellos eran más pecadores que ustedes. ¡No es así! Todos ustedes también tienen grandes problemas, y a menos que se arrepientan, todos perecerán». (Lucas 13:1-5).

Jesús no está aquí ignorando la justicia de Dios. Es importante considerar la justicia y el juicio de Dios, así como su misericordia. Miremos también el otro lado del carácter de Dios.

En los días modernos, hemos visto grandes desastres que podrían indicar los juicios de Dios. Recuerdo haber leído sobre el tremendo levantamiento del Monte Pelee, en la isla de Martinica, en las Indias Occidentales, en 1902. La ciudad capital, Saint Pierre, fue destruida. Sólo sobrevivieron dos personas, y una estaba prisionera en una celda muy profunda.

Es muy interesante observar lo que pasó justo antes de que la erupción volcánica destruyera la ciudad. El último día, un cerdo fue crucificado en burla de la crucifixión de Cristo. Luego, otro cerdo fue conducido por las calles en procesión, para simbolizar la resurrección.

La mañana del día en que Saint Pierre fue enterrado entre las cenizas, los periódicos anunciaron un golpe culminante a la religión cristiana. Dijeron que el sacramento de la Cena del Señor se administraría a un caballo. La destrucción de los desafiantes pecadores de Saint Pierre, junto con otros que no tuvieron parte en la blasfemia, puede haber sido una coincidencia, pero la Biblia nos dice que, a su debido tiempo, Dios juzgará cada obra.

Según los geólogos, San Francisco podría hundirse en el océano en cualquier momento. Esta terrible predicción ha resultado ser una especie de comedia y broma, entre la gente del Área de la Bahía. Pero la verdad es que un día de estos sabemos que ya no habrá misericordia, y habrá que hacer justicia. La Biblia describe momentos del pasado en los que Dios «no perdonó», porque su justicia ya no podía permitir que las condiciones continuaran como estaban. La primera vez que Dios «no perdonó», se registra en Génesis 18. Abraham, «el amigo de Dios», estaba negociando con Él, sobre el destino de Sodoma. Debió tener una relación de profunda amistad y cercanía con Dios, para negociar de esta manera.

Él preguntó: «¿Vas a destruir a los justos junto con los malvados? Supongamos que hay 50 justos dentro de la ciudad. ¿Lo perdonarás para los justos que están dentro?»

Luego, apeló al sentido de justicia de Dios, al agregar: «Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?»

Dios fue paciente con este hombre, que estaba tratando de decirle a su Creador lo que debía hacer, porque Él respondió: «Si encuentro en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, entonces perdonaré todo el lugar por amor a ellos».

Entonces, Abraham se puso nervioso. Quizás había puesto demasiado en juego. ¿Y si no hubiera 50? Así que continuó negociando por un número menor: 45, 30, y 20.

Finalmente, dijo: «Oh, no se enoje el Señor, y hablaré todavía, pero esta vez, tal vez se encuentren diez allí. ¿Lo perdonarás todavía?»

Y el Señor respondió: «No la destruiré por amor a diez». Dios siguió su camino, y Abraham se sintió seguro, porque regresó a su hogar, pero ya conoces el resto de la historia. No había ni siquiera diez justos en Sodoma, y ésta, junto con la ciudad de Gomorra, fueron destruidas. Dios vio un punto en la iniquidad y la rebelión, donde ya no se podía permitir que continuara, porque Él es un Dios de justicia.

La segunda vez que Dios «no escatimó», se encuentra en Romanos ll:21. Pablo estaba escribiendo a los cristianos en Roma, implorándoles que cambiaran sus costumbres. Uno de sus argumentos trazaba un paralelo con el olivo. Les recordó, que, aunque eran ramas silvestres que habían sido injertadas en el olivo, Dios había roto las ramas naturales (la nación judía), porque llegó un punto en Su misericordia y justicia, en el que ya no podía perdonar a toda la nación. Después de miles de años de paciencia y gran sufrimiento, Dios rechazó a Israel como su pueblo peculiar. No excluyó a los individuos de la salvación, pero ya no eran, como grupo, sus representantes ante el resto del mundo.

Pablo nos dice que el golpe final llegó después de que los judíos rechazaron al Hijo de Dios. Estaban demasiado ocupados siendo religiosos para encontrar tiempo para su Salvador, el único justo (Romanos 9:31-32).

El tercer caso en el que Dios «no escatimó» debido a su justicia, se describe en 2 Pedro 2:5. Dios «no perdonó» al viejo mundo, sino que salvó sólo a «Noé, la octava persona, predicador de justicia, que trajo el diluvio sobre el mundo de los impíos». Sólo ocho personas se salvaron.

¿Por qué? Génesis 6:5 describe la condición del hombre en ese momento, como «malo continuamente». El mundo había llegado a su punto más bajo, y llegó un punto en la justicia de Dios en el que ya no podía permitir que las cosas continuaran. Si Él hubiera ignorado todos los males, Su universo se habría desintegrado, porque si no se aplican las penas por el mal, las leyes no pueden mantenerse, y si no se mantienen, entonces el gobierno no es válido, y el resultado es la anarquía. ¡Servimos a un Dios que es demasiado inteligente para permitir que eso suceda!

La cuarta vez que Dios «no escatimó», penetra en el universo mismo. 2 Pedro 2:4 dice: «Porque Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno, y los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio». Cuando el pecado continuó en la misma presencia de Dios, estalló la rebelión en Sus atrios, dirigida por un ángel poderoso. Y los «ángeles no guardaron su primer estado, sino que abandonaron su morada» (Judas 6). Aunque Dios fue extremadamente paciente con ellos, finalmente tuvo que detener la rebelión. Ustedes conocen los resultados de esa guerra en el Cielo, porque aquellos ángeles que fueron expulsados todavía están presentes en nuestro mundo hoy, a veces en nuestros propios hogares y corazones.

Bueno, la justicia de Dios parece bastante sombría, ¿no es así? ¡Él no perdonó a una ciudad, una nación, un mundo, o incluso un universo, a causa del pecado! ¿Cómo puede este mismo Dios encontrar suficiente misericordia para perdonar a un solo pecador?

Me gustaría asegurarles que hay esperanza para cada uno de nosotros, porque Dios «no escatimó» una vez más. Romanos 8:32 nos dice que «no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros», y si hizo este mayor sacrificio, «¿cómo no nos dará también con él, todas las cosas?»

Si estudias el sacrificio de Jesús en la cruz, descubrirás que este es el momento más grandioso en el que Dios «no escatimó». Aquí se demuestra la comprensión de que Dios se entregó a sí mismo. ¡Nada de esta idea de Dios suplicando que su Hijo se fuera, o de Jesús suplicándole a su iracundo Padre que perdonara a estas personas! ¡Fuera esos conceptos!

En cambio, puedes ver al Padre y al Hijo involucrados juntos en este gran sacrificio. Ambos trabajaron por el plan de redención, y al dar a Su Hijo, Dios lo dio todo. Dio más de lo que podría haberse dado a sí mismo. Jesús fue el regalo más grande que Dios nos pudo haber dado. No perdonó a su hijo, para que su justicia siguiera siendo verdadera y su amor pudiera igualarlo.

Un día, hace siglos, Jesús estaba en estrecha conversación con el Padre. Los ángeles miraron. El aire estaba cargado de suspenso. Todos se preguntaban cómo había salido mal el plan original de Dios, después de la entrada del pecado, y se preguntaban qué haría Dios para completar el plan.

Después de mucho tiempo, Jesús salió de esa estrecha comunión con su Padre, y se reveló que se había ofrecido para morir, en lugar del hombre. Entonces, Dios dio todo el Cielo a Su propio Hijo. No podría haber dado nada más.

Aquí ves a Dios y Jesús juntos, uno en propósito. Y si te gusta Jesús, entonces te gusta Dios, y si no te gusta Dios, entonces no te gusta Jesús. Es tan simple como eso. Están juntos en este gran plan de redención.

Estudie el carácter de Dios, revelado por Jesús. ¿Cómo se relacionó Jesús con los pecadores cuando estuvo en esta tierra?

Ves a un hombre acercándose al borde de una gran multitud, junto a un lago. Es un leproso, considerado maldecido por Dios. Cuando él llega, la gente retrocede. No lo quieren cerca, tienen miedo de ser contaminados por este pecador. Pero Jesús invita a este pobre leproso a su presencia, y toca a los intocables. Él dice: «Te consideran intocable bajo la maldición de Dios. Se supone que eres un gran pecador, pero yo te limpiaré». ¿Quién estaba hablando? Ese era el Padre.

Ves a una mujer siendo arrastrada por el polvo, hasta la presencia de Jesús. Están alrededor, listos para arrojarle enormes piedras para aplastarla hasta la muerte. Pero Jesús dice: «Yo no te condeno. Vete y no peques más». ¡El equilibrio perfecto, entre justicia y misericordia, en Su respuesta! ¿Quién estaba hablando? No fue sólo Jesús. Era Dios. ¿El Dios del Antiguo Testamento? Sí, el mismo Dios.

Ves a un hombre al amparo de la oscuridad, que viene a ver a Jesús. No quiere que nadie más sepa que está allí. Y mientras intenta entrar en un debate teológico, dice: «¿Qué debo hacer para ser salvo? ¿Qué necesito?»

Y Jesús responde: «Es necesario nacer de nuevo. Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para redimir al mundo entero». ¿El Dios del Antiguo Testamento? Sí. Ese es el gran Dios de amor, el mismo ayer, hoy, y por los siglos.

Ves a un hombre colgado de una cruz, se vuelve hacia Jesús, y consigue sacar de su boca reseca unas palabras: «Señor, acuérdate de mí».

Y Jesús le promete: «Me acordaré de ti. Estarás conmigo en el cielo». ¿Quién era ese? ¿Sólo Jesús? No. Ese también es Dios.

Una y otra vez, les dio a los judíos la oportunidad de arrepentirse. Lo habían rechazado continuamente, matando a los profetas, y apedreando a los que habían sido enviados para ayudarlos. Finalmente, envió a Su Hijo Jesús en persona, como la mayor manifestación de Sí mismo. «Dales otra oportunidad». ¡Qué demostración de la gloria y misericordia de Dios!

Si hubiéramos estado en la cruz, con hombres malvados burlándose de nosotros, habríamos llamado a las 12 legiones de ángeles para que se ocuparan de ellos. Pero en lugar de eso, Jesús pronunció las palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

Incluso, después de la Cruz, la paciencia de Dios no se acabó. Después de que la nación fue rechazada, Él continuó suplicando a las personas que se arrepintieran.

La gloria Shekhiná fue quitada del Templo, pero Dios envió a los discípulos, primero a Jerusalén, el lugar donde Jesús había pronunciado las palabras de condenación: «Vuestra casa os ha quedado desolada». Durante todos los viajes misioneros de los apóstoles, el pueblo judío fue incluido, año tras año tras año. La iglesia cristiana primitiva no era sólo para los gentiles. Envió a sus mensajeros repetidamente, para «darles más oportunidades» de arrepentirse, y volverse a Él.

Cuando Esteban fue apedreado hasta morir, por una turba enfurecida, el Espíritu Santo descendió sobre él, y oró: «Perdónalos. No te rindas todavía».

No permita que esta historia quede simplemente en manos de la gente de la época de Cristo. Su llamado de misericordia y de amor continúa hoy, a cada persona, y a cada corazón. Aplícalo a tu vida, a tu familia, a aquellos por quienes has estado orando, al borracho, al drogadicto, a los casos aparentemente desesperados.

He aquí un marido que luce bien en la iglesia, pero pelea con su esposa en casa. ¿Qué haremos con él? Deja su caso en manos de Dios. No lo interrumpas.

He aquí un joven que dirige un grupo que canta canciones cristianas, pero blasfema el nombre de Dios cuando no está al frente. ¿Qué haremos con él? ¿Cortarlo? No, déjalo en manos de Dios.

Escucha, amigo, incluso si has huido de Dios porque has entendido mal su carácter, si ahora estás cansado de huir, pero tienes miedo de que Él no te acepte de regreso, escucha sus amistosas palabras de invitación: «Ven a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.» Descubra lo que significa postrarse ante la cruz, y comunicarse con su Salvador, Señor, y Amigo. En Su gran misericordia, Dios no te ha derribado. Él no te mira fríamente. Él no se aleja con indiferencia, ni os deja en la destrucción, sino que, mirándote, Él llora, como lloró hace tantos siglos respecto a Israel: «¿Cómo te entregaré?»

Con el tiempo, llegará un día en que Dios ya no perdonará el pecado de este mundo. Mientras tanto, sin embargo, hay redención para todos, incluso para los pobres que parecen haber superado el límite de la misericordia de Dios. Tenemos evidencia para creer que una de las razones por las que Jesús no ha regresado todavía, es por el bien de todos los que no han aceptado su plan de salvación. Su misericordia continúa. Sigue, y sigue, y sigue.

Entonces, ¿por qué Dios finalmente pondrá fin a nuestro mundo? ¿Se acaba finalmente su paciencia? No. Apocalipsis 11:18 nos dice que la paciencia de Dios continuará, hasta que el hombre llegue al punto de destruirse a sí mismo.

Aunque este mundo no será perdonado, Él perdonará a un grupo de personas, porque no perdonó a Su propio Hijo (Malaquías 3:17) ¿No te gustaría estar en el grupo de personas que Dios perdona?

¿Cómo es esto posible? ¿Cómo respondo a su súplica?

Hoy estoy agradecido, por un Dios que nos ama lo suficiente como para enviarnos su mayor regalo, su Hijo, para revelar su verdadero carácter. Y Él ha prometido transformar nuestro carácter, y darnos la victoria.

¡Qué Dios servimos! Él no nos trata como nos tratamos unos a otros. Estoy agradecido de que Dios ha prometido aceptarnos, sin importar dónde hayamos estado, o lo que hayamos hecho en el pasado, que Su misericordia continúa, y continúa. ¿No responderemos con gratitud, conociéndolo, y luego revelándolo en nuestras propias vidas a los demás, cómo es Él realmente?

Querido Padre Celestial, te damos gracias por Tu paciencia y misericordia en este mundo de pecado. Pensamos en la injusticia que hemos cometido, al tergiversar Tu carácter de amor hacia los demás. No merecemos Tu gran plan de salvación, no podemos hacer nada para merecerlo, pero caemos en arrepentimiento y pedimos Tu perdón. Debes estar cansado de este mundo de pecado y angustia. Nos habríamos rendido hace mucho tiempo, pero sigues dándonos más oportunidades. Gracias por enviar a Jesús en Su misión de misericordia, para revelar que eres nuestro mejor Amigo. Acércanos a Ti para que podamos conocerte cada día más, te lo pedimos, en el nombre de Jesús, Amén.