1. La pregunta más importante jamás formulada

¿Cuál es la pregunta más importante que alguna vez has hecho? Cuando se le preguntó acerca de su pregunta más importante, Daniel Webster dijo que tenía que ver con su responsabilidad ante Dios. Pero puedo pensar en momentos de mi vida, en los que la pregunta más importante del momento era simplemente: «¿De dónde voy a conseguir suficiente dinero para un cono de helado?»

Quizás usted también haya experimentado esto. Recuerdo haber hecho un examen para convertirme en radioaficionado, y luego quedarme despierto toda la noche esperando que llegara mi licencia. Mi pregunta más importante fue: «¿Cuándo me llegará la licencia, para poder salir al aire y hablar con otros ‘aficionados’?»

La pregunta más importante de quienes viven en zonas del mundo azotadas por el hambre podría ser: «¿De dónde vendrá el próximo bocado de comida?» Otras preguntas serias que enfrentamos podrían ser: «¿Dónde voy a conseguir un auto nuevo?» o «¿Cómo voy a hacer frente a los próximos pagos?» Es cierto que esas son grandes preguntas. Pero la pregunta más importante sobre la vida debe plantearse en referencia a la eternidad.

Me gustaría razonar un rato contigo, y apelar a tu sentido común.

Escuché acerca de un muchacho escocés, que un día llegó a su casa y dijo: «He decidido ser predicador».

Su sabio abuelo respondió: «Hijo, hay tres cosas que necesitarás para eso. Necesitarás conocimiento, necesitarás la gracia de Dios, y necesitarás sentido común. Si no tienes conocimiento, puedes estudiar para eso, y si no tienes la gracia de Dios, puedes orar por ello, pero si no tienes sentido común, entonces vuelve a sembrar papas, porque ni Dios ni el hombre pueden usarte como un predicador.»

El hombre más sabio del mundo describió el tipo de sabiduría que realmente cuenta: «Adquiere sabiduría para adquirir inteligencia… La sabiduría es lo principal; adquiere, pues, sabiduría, y con todo lo que adquieras adquiere inteligencia» (Proverbios 4:5 y 7). Muchos de nosotros tenemos más sentido común del que exhibimos, y deberíamos utilizar cada centímetro de sentido común que tenemos, porque sin él, toda la sabiduría del mundo no vale mucho.

Una forma en la que muchos de nosotros no utilizamos el sentido común es en nuestra perspectiva de la vida. La vieja expresión «no podemos ver el bosque por los árboles», parece incluir al menos esta idea: que es posible quedar tan absortos en los detalles, que olvidemos la imagen total, para obsesionarnos tanto con el «ahora», que nos olvidamos del «más tarde». Esto se puede hacer en la escuela, el trabajo personal, y las actividades sociales.

Es fácil estancarse en la imagen estrecha de nuestras vidas aquí, en comparación con el tiempo y la eternidad. Me gustaría recordarles nuestro propósito de estar en el mundo, y qué es lo que Dios considera como éxito. Jesús contó la historia de un pequeño granero y un gran tonto. Un hombre rico, probablemente un buen hombre, cometió un error, dejó a Dios fuera de sus cuentas y pensamientos, y su pregunta más importante fue: «¿De dónde voy a sacar espacio para colocar mis bienes?»

Finalmente, concluyó: «Necesito derribar mi pequeño granero y construir otros más grandes». Y como acumuló mucho en términos de posesiones materiales, planeó sentarse algún día, y decir: «Come, bebe, y descansa».

Pero Dios, al darnos una pequeña idea del corazón de este tipo de persona, mostró que el gran eslabón perdido en la vida de este hombre era considerar a su Creador en la imagen. Olvidó que Dios mantenía los latidos de su corazón, que Dios, el autor mismo de la vida, era el responsable de que la sangre fluyera por sus venas. Este hombre se había vuelto tan autosuficiente, que se creía responsable de mantener las cosas en marcha.

Ahora creo que Dios mantiene mi corazón latiendo en este mismo momento. Ningún científico en el mundo puede producir las maravillas que componen el cuerpo humano. De hecho, hoy en día no existe un solo hombre que pueda crear un grano de maíz de la nada, y mucho menos un cuerpo humano. He visto algunos granos de maíz que se ven bastante bien, pero después de plantarlos en el suelo, puedes regarlos hasta el día del juicio final, y nunca crecerán. Los científicos pueden analizar un grano de maíz, y decirle exactamente qué ingredientes contiene, y en qué proporciones. Incluso pueden ensamblarlos, pero todavía falta algo, la vida. Y el científico más grande no puede producir un grano de maíz que a su vez producirá cientos de granos de maíz más.

Algunas personas creen que Dios comenzó la vida en esta tierra, y luego dejó que continuara automáticamente, pero yo creo que el gran Dios del universo mantiene mi corazón latiendo, momento a momento, ahora mismo. Y este mismo Dios nos invita a considerar la vida en términos de cómo Él valora el éxito. Sin embargo, en nuestro mundo todo se considera según estándares creados por el hombre. Generalmente, medimos el éxito por las posesiones materiales, eso es lo humano, y cuando vemos a alguien que ha tenido éxito material en el mundo, lo admiramos.

Una vez leí una lista de hombres exitosos, que habían generado fortunas gigantescas. Dos de ellos empataron en el primer puesto, con mil millones y medio de dólares cada uno. Eran Howard Hughes y J. Paul Getty. Ahora, no tengo ninguna intención de estar donde está Howard Hughes, y tampoco estoy tan seguro de querer cambiar de lugar con J. Paul Getty. Pero es interesante notar, que su riqueza aún era menor que la de uno de los hombres más ricos, cuyo nombre todavía ronda por ahí: John D. Rockefeller. Cuando Rockefeller murió, valía dos mil millones de dólares.

Un día intenté calcular cuánto tiempo me llevaría acumular tanto dinero. Pensé que, si podía poner 2000 dólares en el banco al final del año, sería feliz. Eso es casi 2000 más, de lo que pongo cada año. Si pudiera hacer eso al final de cada año, ¿cuánto tiempo me tomaría tener tanto dinero, como tenía Rockefeller cuando murió? Se necesitarían un millón de años. Eso es mucho dinero. Sin embargo, cuando los periódicos de Nueva York anunciaron la muerte de Rockefeller, los titulares decían: «John paga su última deuda». Y los millones que podría acumular en este mundo, no valen nada cuando se trata de prolongar la vida. Andrew Carnegie dijo una vez, que le daría a su médico un millón de dólares por cada año que lo mantuviera con vida después de los 80 años. Pero el dinero no compra la vida.

La vida debe tener un propósito mayor que el éxito financiero, y la Biblia establece claramente cuál es ese propósito. Juan 3:16 nos dice que sólo hay dos caminos: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no perezca, sino que tenga vida eterna». Sólo hay dos maneras: morir o vivir para siempre. Mateo 7:13-14 los describe como el camino ancho, que muchos escogen, y el camino angosto, que pocos pueden encontrar. ¿Por qué? ¿Porque es muy difícil de encontrar? No, la gente pasa por alto el plan de salvación, porque es muy simple y no les interesa. La mayoría quiere hacerlo a su manera. Si le preguntaras a muchas personas sobre su concepto de Dios, la salvación, y cómo alcanzar Su reino, encontrarías una y otra vez la respuesta: «Tienes que vivir según la Regla de Oro».

Ahora, creo en la regla de oro, creo que es una regla maravillosa, pero no es suficiente. Una persona puede echar un vistazo superficial a la Regla de Oro, y aun así dejar a Dios completamente fuera de escena. Pero la salvación y la vida eterna tienen que ver con una confrontación directa con el gran Dios del universo, como se revela en Jesucristo. Ahí es donde está todo. Y entonces, Jesús dejó en claro que tenemos la opción de elegir entre dos caminos: la vida eterna o la muerte, y tiene que ver con aceptar la historia del gran plan de salvación y la Cruz.

Un día entré en la unidad de cuidados intensivos de un hospital, para visitar a alguien que había intentado suicidarse. Esta señora estaba muy desanimada, y casi había logrado cumplir su deseo de morir. Me paré junto a su cama, mientras ella salía de ese sueño profundo, y nunca olvidaré su enojo cuando se dio cuenta de que todavía tenía que enfrentar la vida. Ella exclamó: «¡No tuve opción de venir a este mundo! ¡Así que debería poder salir!».

Bueno, eso tiene sentido. Ninguno de nosotros tuvo opción de venir a este mundo. Entonces ¿de quién es la responsabilidad?

«Bueno», dices, «mi padre y mi madre son los responsables».

No. ¿Quién es el autor de la vida? ¡Sigue siendo Dios!

¿Quién es responsable de que yo nazca? Dios es. ¿Quién es responsable de que yo haya nacido en un mundo de pecado? Dios todavía lo es. Él no es responsable de este mundo de pecado, pero sí de que yo esté aquí.

Si Él es responsable de mi nacimiento, entonces también es responsable de mí, respecto de las opciones que debo afrontar en algún momento de mi vida. ¿Alguna vez Dios nos ha hecho responsables de haber nacido pecadores? No. Si no soy responsable de haber nacido en un mundo de pecado, entonces mi única preocupación es mi rechazo o aceptación del plan de salvación, que Dios ha provisto para responder al problema del pecado. Y es muy evidente que Dios es sumamente paciente conmigo, mientras trato de entenderlo.

Dios entiende nuestro dilema, y envió a Jesús aquí como una persona real. Él sabe lo que es caminar en un mundo que sufre los resultados del pecado, el dolor, el cansancio, y la ansiedad. Y Él sabe cómo son las lágrimas. Pero Jesús siempre tuvo presente el panorama total de su misión, y su vida es nuestro ejemplo de cómo vivir.

Una vez que captamos la visión del privilegio de nacer en este mundo, a la luz de la oportunidad de la vida eterna, y mientras continuamos pensando claramente acerca de las cuestiones del tiempo y la eternidad, parece que nada en el mundo nos alejará de aceptar el gran plan de Dios.

La Biblia nos dice que «los días de nuestros años son sesenta años y diez (70), y si a causa de la fuerza son ochenta años (80), pero su fuerza es trabajo y tristeza; porque pronto es cortado». (Salmo 90:10). Incluso, si vivo hasta los 80 o 100 años, mi fuerza sigue siendo el trabajo y la tristeza.

Una vez, mi padre me dijo: «Hijo, tengo una propuesta que hacerte».

Dije: «Está bien. ¿Qué es?»

«Quiero que finjas que soy un multimillonario que te va a dar un millón de dólares. Pero hay dos condiciones. Primero, tienes que gastar el millón de dólares en un año».

¿Estarías interesado? Eso no parece muy difícil.

Mi padre continuó: «No me importa cómo lo gastes. Puedes ir a cualquier parte del mundo, puedes comprar lo que quieras, viajar y vivir en el lujo. La segunda condición, sin embargo, es que al final del año, mueras en la cámara de gas.»

Cuando escuché la segunda condición, comencé a pensar un poco. Pensé que, si tuviera un millón de dólares, mi padre nunca me atraparía. Pero él dijo: «No, no hay salida. Eso es todo. Sólo te quedaría un año de vida. ¿Estás interesado?»

Dije: «¡No, gracias!»

«¿Por qué no?»

«Porque estaría pensando en la cámara de gas todo el año» ¡Y donde había estado mirando los árboles, de repente vi el bosque asomando!

Mi padre trasladó su propuesta sobre las cosas, a la eternidad. Él preguntó: «¿Te gustaría vivir 70 años, tal como quieres? No hay reglas ni regulaciones. Puedes hacer cualquier cosa, o ir a cualquier parte durante 70 años. Pero al final de este tiempo, terminarás en el mismo lugar preparado para el diablo y sus ángeles.»

Sabes, hay un ser inteligente que era tan inteligente que arruinó su vida. Y ahora nos ofrece la misma propuesta a cada uno de nosotros. «Miren, tengo un trato que hacer. Les daré 70 años en los que pueden hacer lo que quieran, pero al final de esos 70 años, vendrán y arderán conmigo en el lago de fuego».

Y aunque ni siquiera tiene los 70 años para dar, millones de personas han aceptado su propuesta.

Entonces, cuando se trata de pensar en la vida, el tiempo, y la eternidad, me gustaría invitarte a usar la lógica y la razón. En matemáticas, aprendí que 2 dividido por 4, es igual a 4 dividido por 8.

No hay nada demasiado profundo en eso, pero sabía que era en proporción, porque cuando multipliqué un lado, igualó al otro. 2 multiplicado por 8 es igual a 16, y 4 multiplicado por 4 es igual a 16.

Ahora bien, si traslado la idea de proporciones a la vida y a la eternidad, entonces 1 dividido entre 70 es igual a 70 dividido la eternidad.

¿Está tu ecuación en equilibrio? 70 multiplicado por 70 es igual a 4900, y 1 multiplicado por la eternidad, es igual a la eternidad. ¿Es 4900 igual a la eternidad? No. Esta ecuación no está en equilibrio debido a la eternidad.

Entonces, es estúpido tomar un año y morir, cuando me quedan 70 de vida, ¿no es igual de estúpido, o más estúpido, tomar 70 años y morir, en lugar de tener vida para la eternidad? ¿Es eso razonable? Pero si bien es sabio aceptar el gran plan de salvación de Dios, no siempre pensamos con tanta claridad sobre el tema.

Una vez di un discurso de graduación a un grupo de estudiantes que se estaban graduando en primer grado. Era la graduación del jardín de infantes, y era una verdadera responsabilidad ser el orador en ese tipo de situación. La presión era horrible, simplemente tratando de mantener su atención, y mucho menos decir algo. Y no te paras frente a esos niños y les cuentas sobre la propulsión innata del reino animal, animada por la actividad suprema de la mente subconsciente, y super inducida por las esferas posteriores del resplandor cerebral. No haces ese tipo de cosas. Me preguntaba qué hacer. Allí estaban sentados, vestidos con sus pequeñas batas de papel crepé, y sus tableros de mortero de cartón, con pequeñas borlas colgando, y se suponía que yo debía dar su discurso de graduación.

La única solución que se me ocurrió fue involucrarlos en el programa. Entonces les dije: «Supongamos que en mi mano derecha tengo un billete por un millón de dólares. Si eligen esta mano, podrán cobrarlo cuando tengan 21 años. En mi mano izquierda, tengo una moneda de diez centavos, que puedes tener ahora mismo si lo eliges. Ahora, quiero que decidas qué mano elegir. Ten cuidado. Quiero que pienses con claridad y razones esto. Te daré algo de tiempo para pensar».

Mientras observaba las pequeñas ruedas comenzar a girar en sus cabezas, pude ver pasar paletas heladas. Pude ver chicles y todo tipo de golosinas que se podían comprar con diez centavos. Y les advertí: «Esperad, pensad bien. ¡No tengáis prisa!».

Podía ver sus ojos cada vez más grandes, y estaba nervioso porque ya había probado esto una vez antes, con resultados desastrosos. Así que seguí insistiéndoles que debían pensar cuidadosamente en sus opciones. ¿Un millón de dólares en el futuro, o diez centavos ahora mismo?

Después de que me di cuenta de que les había dado suficiente tiempo, dije: «Muy bien, ahora, ¿cuál eliges?». Y todos eligieron… la moneda de diez centavos. Por las miradas de satisfacción en sus rostros, me di cuenta de que sabían que yo estaría feliz con su sabia elección. Pensaban como graduados, entrando al primer grado.

Más tarde, intenté este mismo experimento con un grupo de adolescentes. Uno de los jóvenes en el fondo de la sala dijo: «¿Un centavo? ¡Vamos! ¡Tienes que subir la apuesta un poco más!»

«Está bien», estuve de acuerdo, «lo convertiremos en un auto deportivo de tu elección. Si eliges eso, puedes tenerlo ahora mismo, o puedes tener el millón de dólares cuando tengas 21 años. ¿Cuál eliges?»

Ya les había contado sobre la graduación del campus infantil; entonces sabían la respuesta que se suponía que debían dar. Y este joven razonó: «Si eligiera el coche deportivo, probablemente ya estaría en el depósito de chatarra cuando tuviera 21 años. Será mejor que me quede con el millón de dólares».

Vivimos en una generación del «ahora», que dice: «¡Las cosas que me gusta hacer, me gusta hacerlas ahora mismo!». ¿Este tipo de razonamiento, se limita sólo a los niños pequeños y a los jóvenes? No, una de las cosas más fáciles del mundo es pensar únicamente en términos del momento, y olvidarse del mañana. Y de repente, el bosque se pierde entre los árboles.

Mi padre me dio este proyecto, y lo he seguido desde entonces. Una de sus preguntas favoritas, es preguntarle a la gente si les gustaría vivir la vida de nuevo.

«¡Sí!», dirían. «Seguro que sí». Haría muchas cosas de manera diferente».

No, esa no es la pregunta. ¿Te gustaría volver a vivir la vida, si pudieras vivirla exactamente como ya la has vivido? Sin cambios, todas las alegrías, todas las tristezas. ¿Lo harías?

Inevitablemente, cuanto mayor es una persona y cuanto más ha visto la vida, más rápido responde: «¡No!». Una persona joven que no ha visto mucho puede optar por revivir su vida, pero cuando comienza a calcular la duración total de su vida, simplemente pensando en ella desde un sentido mundano sin Cristo en el cuadro, generalmente dice: «¡No!»

Si no vale la pena volver a vivir la vida, en lo que respecta a este mundo, entonces puedo proponerles, sin temor a contradecirme, que el mayor desafío que enfrentamos es aceptar el plan de Dios, y prepararnos para la vida eterna. ¿Es eso bastante justo? No hay pregunta más importante que esa.

Entonces, ¿cuál es la pregunta más importante de todas las preguntas importantes? Marcos 8:36: «¿De qué le aprovechará al hombre si ganare el mundo entero, y perdiera su alma?» Crecí viendo este texto, en un letrero en la parte trasera de los auditorios, donde mi padre y mi tío celebraban reuniones evangelísticas. Antes de empezar a jugar en el patio fabricando aviones, pasaba por un pequeño ritual. Miraba esas grandes letras en negrita de ese signo, las letras todavía arden en mi visión hoy, y seguía las líneas de cada letra: «¿De qué le aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiera su propia alma? Marcos 8:36.» ¡Nunca lo olvidaré!

Ésa es la pregunta más importante, a la que nos enfrentamos todos en este momento. No hay nada más importante. Y mientras consideramos las opciones, inevitablemente nos vemos llevados a decidir: «Muy bien, ¿qué debo hacer al respecto?». Si acumulara dos mil millones de dólares, pero algún día terminara fuera de las puertas de la ciudad de Dios; entonces hubiera sido mejor si nunca hubiera nacido.

«Bueno», dice alguien, «no estoy seguro de la eternidad en la ecuación. ¿Existe una eternidad?»

Está bien. Sólo por razones de lógica, sin tomar en cuenta la Biblia, te daré una probabilidad de 50 y 50, de que no exista la eternidad, si me concedes una probabilidad de 50 y 50, de que exista. Si no hay eternidad, entonces al final de esta vida, tanto tú como yo iremos al mismo polvo, permaneceremos allí por mucho tiempo, y ninguno de nosotros tendrá nada sobre el otro. Pero si hay una eternidad, te lo has perdido todo.

«Oh», usted dice: «¡piense en toda la diversión, la emoción, y la aventura que puede tener, si no tiene reglas ni regulaciones!»

Recuerdo una ocasión, al principio de mi vida, en la que el carnaval con sus perinolas y espectáculos llegó a la ciudad, y todos los demás asistían. Mi hermano y yo sabíamos lo que diría nuestro papá, pero de todos modos le preguntamos si podíamos ir.

Para nuestra sorpresa, él respondió: «Creo que es hora de que tomen sus propias decisiones. Ya saben lo que siento por cosas así, pero se los voy a dejar a ustedes».

«¿En serio? ¿Nos dejarás decidir?»

«Sí.»

Entonces fuimos al carnaval. La primera mitad fue tremenda. Mucha diversión. Gastamos nuestro dinero como agua. Lo intenté todo. Luego empezamos a marearnos, como a sentirnos mal del estómago. Y cuando salimos del carnaval esa noche, sabiendo que mi padre estaba en casa orando por nosotros, descubrimos que fue divertido mientras duró, pero no duró.

Abajo la persona que dice que no hay diversión en el mundo. Hay diversión, pero no dura. Creo que casi todo el mundo busca continuamente cosas para crear diversión, para reemplazar ese vacío interior, cuando la diversión desaparece. Personas corriendo de aquí para allá, buscando algo que satisfaga su anhelo, siempre buscando algo mejor y duradero.

Si la solución duradera a nuestras inquietudes es el plan de salvación, entonces surge la pregunta: «¿Qué voy a hacer con Jesucristo, que lo ha hecho todo posible?». ¿Qué voy a hacer con Jesús?

Ahora, de vez en cuando, alguien dice: «No necesito a Dios. Me las arreglo sin Él». Me gustaría sugerirte algo más. La pregunta no es tanto si necesito o no a Dios, sino si Dios me necesita o no a mí. ¿Dios me necesita?

Segunda de Corintios 8:9 describe el sacrificio de Cristo: «Porque vosotros conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza seáis ricos». Hay algo hermoso en ese texto. Si Él se hizo pobre por mí, entonces lo mínimo que podría hacer es aceptar Sus riquezas por Él. ¿No necesito a Dios? Pero Dios me necesita. Si Él tuvo suficiente interés para crearme y redimirme con Su vida, entonces yo debería interesarme por Él, por causa de Él.

Por lo tanto, estudiar la Palabra de Dios, aceptar Su gracia, familiarizarme con Él, y pasar diariamente tiempo a solas para continuar en Su amor y Su plan de salvación, es lo más importante que puedo hacer con el tiempo que se me ha asignado.

Agradezco que Jesús nos invite a «venir ahora y razonar juntos», a usar la cabeza y pensar. El Salmo 90:12 dice: «Enséñanos, pues, a contar nuestros días, para que apliquemos nuestro corazón a la sabiduría».

Querido Padre Celestial, gracias por Jesús y Su gran misión de amor. No lo merecemos, no hemos hecho nada para merecerlo, pero nuestros corazones están humildes de asombro y gratitud. Nos damos cuenta de que Tú nos has creado y redimido, que nos quieres, y oramos para que nos ayudes a dejar de lado todo lo demás que es de consideración secundaria, y a enfrentar a la luz de la cruz las grandes exigencias del Cielo. Te damos gracias por invitarnos a aprender a conocerte, y que mientras aprendemos, podamos tener la seguridad de que, aunque nuestros pecados sean escarlatas, serán blancos como la nieve. Respondemos a Tu amor, en el nombre de Jesús. Amén