Hemos visto el don del Espíritu Santo otorgado en su plenitud, el propósito de ese don, y para quién está disponible. Pero nuestra aportación no sería completa ni eficaz, si no dedicáramos tiempo a examinar el secreto de cómo recibirlo. Veamos algunos pasajes de las Sagradas Escrituras, que nos dicen cómo recibir el bautismo del Espíritu Santo.
1. Vea a Jesús como su única esperanza de salvación, su única posibilidad de ser aceptado por Dios. Gálatas 3:2-5 dice: «Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Si es que realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?»
Hay dos asuntos distintos de los cuales Pablo habla aquí. Primero, el comienzo de la vida cristiana. Y pide a los «necios» de Galacia que se detengan y piensen cómo recibieron el Espíritu Santo la primera vez. ¿Fue por fe o por obras? Luego continúa: «¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?»
Una cosa es aceptar a Jesús como la única esperanza de salvación al comienzo de la vida cristiana, pero otra distinta es continuar aceptándolo día tras día, de modo que podamos experimentar el derramamiento continuo de su Espíritu.
Cierta vez, en una reunión campestre, un hombre se detuvo a hablar conmigo después de uno de los servicios. Estaba muy desanimado y parecía tener serias dudas respecto de su vida cristiana. Dijo: -Temo haber ido demasiado lejos. No creo que haya esperanza para mí. Debo haber cometido el pecado imperdonable.
Le pedí que abriese su Biblia en Juan 6:37 y leyera el versículo: «Y al que a mí viene, no le echo fuera».
Luego le pregunté: -¿Qué dice en el margen?
Me contestó: -No tengo referencias marginales en mi Biblia.
-Bien, ¿qué dice en el espacio en blanco entre las dos columnas de versículos? ¿Hay alguna fecha allí? ¿Dice, como en el rollo de la cámara fotográfica, vence después de tal fecha? ¿O, válido sólo para Juan López o Francisco García?
-No.
-Entonces, también debe ser válido hoy para usted.
Pero al hombre se le hace muy difícil creerlo. Encontró más fácil aceptarlo años atrás, cuando vino a Cristo por primera vez. Pero desde entonces «ha corrido mucha agua bajo el puente», y ahora resulta más difícil aceptarlo.
2. Arrepiéntase del pecado. Lea Hechos 2:37-38. Allí el apóstol Pedro se halla predicando en el día de Pentecostés. Estaba apenas a mitad de su sermón, cuando repentinamente la gente lo interrumpió e hizo su propio llamado al altar. Dice: «Al oír esto se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo».
Aquí se menciona otro requisito para recibir el don del Espíritu Santo: arrepentimiento. ¿Qué dos cosas incluye el arrepentimiento? Tristeza por el pecado y abandono del mismo. Pero el arrepentimiento en sí es un regalo (Hechos 5:31); por lo tanto, la tristeza por el pecado es un don. ¿Ya lo descubrió? Es únicamente por el compañerismo y la comunión diarios con Jesús, por contemplarlo a él, que somos transformados a su imagen, y recibimos el don del arrepentimiento.
Pero la recepción del Espíritu sucede antes que la aceptación del don del arrepentimiento. Considere la siguiente declaración de «Testimonios para los Ministros», página 516: «Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, como los primeros discípulos se prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra, sólo que en mayor grado, debe realizarse ahora».
3. Bautícese. Este paso se menciona también en Hechos 2:37-38. Pedro aconsejó al pueblo: «Arrepentíos y bautícese cada uno». El bautismo simboliza el perdón de los pecados de los cuales nos hemos arrepentido. Es una confesión pública de fe en Jesucristo. Y es también el paso que une al pecador arrepentido con la iglesia del Señor.
La iglesia organizada es blanco de críticas constantes, y es indiscutible que hay problemas dentro de ella. Pero, a pesar de todo, la existencia de esta institución obedece al plan divino. Dios puede obrar mejor a través de un grupo de personas, que mediante individuos separados que toman direcciones diferentes. Su blanco para su iglesia en la tierra es la unidad, de modo que puedan llevar a cabo lo que nunca serían capaces de realizar, si cada miembro trabajara por su lado.
La iglesia en la tierra es el único objeto al cual Dios dedica su cuidado supremo. Y no importa cuán débil o defectuosa sea la iglesia, todavía constituye el medio más poderoso para llevar a cabo su obra.
La iglesia unida puede hacer lo que una persona sola jamás podría lograr. La iglesia ha producido y enviado miles de misioneros al mundo. ¿Cuántos de ellos podría enviar usted solo? La iglesia ha organizado escuelas, construido hospitales, clínicas y casas editoras. Ningún individuo particularmente podría haber hecho todo eso.
Existe otro factor que debiera considerarse: la actitud centrada en el yo de los hijos de Dios. Toda vez que él obre a través de ellos en forma maravillosa, y se enorgullezcan o se exalten a sí mismos por la obra realizada, ya no los podrá usar nuevamente. Pero cuando él actúa a través de personas que someten el yo y su voluntad al Cristo supremo, las líneas se tornan más imprecisas para poder señalar con exactitud a quién usó Dios para cumplir sus propósitos. Si una persona ora y Dios contesta inmediatamente, puede que esa persona se enorgullezca. Pero si la iglesia entera ora, ¿quién podrá decir cuáles oraciones fueron más efectivas? La humildad continua que se produce dentro del grupo permite que Dios pueda seguir obrando en formas que de otra manera no podría utilizar.
Dios ha elegido a su iglesia. Jesús oró por ella a fin de que la unidad pudiera mantenerse. Y el Espíritu Santo se derrama en su plenitud, sobre las personas que se encuentran dentro de la iglesia del Señor.
4. Alístese en el servicio. Hechos 5:32 dice: «Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen». Por favor, recuerde el contexto de este pasaje. Pedro y Juan habían sido aprehendidos por las autoridades porque habían predicado en el nombre de Jesús de Nazaret. Cuando fueron puestos en libertad llegaron al lugar donde estaba el grupo de creyentes, y les pidieron que oraran. La oración que elevaron es digna de consideración. No pidieron seguridad, ni condiciones más favorables para trabajar. Pidieron que se les diera fortaleza para predicar a Cristo. Y el lugar donde estaban reunidos tembló.
Al día siguiente, Pedro y Juan se reunieron de nuevo en el templo, y fueron arrestados otra vez. Se los arrojó a la prisión común, pero los ángeles del Señor vinieron y los pusieron en libertad. Pedro y Juan se dirigieron al templo y comenzaron a predicar una vez más. Cuando las autoridades visitaron la prisión, los guardias estaban fuera, las puertas estaban con los cerrojos puestos, pero Pedro y Juan habían desaparecido.
Tremendamente frustrados arrestaron nuevamente a los dos apóstoles, y comenzaron a amenazarlos. Fue entonces cuando Pedro dijo: «Nosotros somos testigos suyos». La obediencia a la cual Pedro se refiere aquí, es la obediencia en torno a la realización de la comisión evangélica, la obediencia en la obra de testificación, de compartir el mensaje con otros y alcanzarlos para la causa del Evangelio.
Hace mucho tiempo, se nos dijo que el Espíritu Santo no será derramado en la iglesia hasta que la mayoría de los miembros lleguen a ser obreros juntamente con Dios. De manera que el bautismo del Espíritu Santo se dará únicamente a los que estén trabajando, no a los inactivos.
Los dones del Espíritu que Pablo enumera en repetidas ocasiones, son dones orientados al servicio. La enseñanza, el ministerio, la sanidad, la hospitalidad, y todos los demás dones, se dan con el propósito obvio de alcanzar a otros, no simplemente para satisfacción de los creyentes. Incluso el don de lenguas, que veremos más detenidamente en otro capítulo, fue dado con el propósito de que los oyentes de las buenas nuevas pudieran comprenderlas, merced a la capacitación milagrosa del Espíritu en su propia lengua.
En realidad, todos los dones de Dios se nos confieren con el propósito de que los compartamos: «Los dones del evangelio no se obtienen a hurtadillas, ni se disfrutan en secreto. Así también el Señor nos invita a confesar su bondad. ‘Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios’» (El Deseado de todas las gentes, página 313).
5. Tenga sed de él. Juan 7:37-39 dice: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido todavía glorificado».
No pase por alto esta última cláusula. ¡El Espíritu Santo no se imparte hasta que Jesús es glorificado! Esto es cierto en sentido histórico, aunque también lo es hoy. Cuando Jesús es exaltado, todos son atraídos a él, y el Espíritu Santo puede comenzar a actuar.
Pero Jesús dijo: «Si alguno tiene sed». ¿Está usted sediento? ¿Cómo puede tener sed espiritual? Una de las formas de experimentar sed es mediante el ejercicio. ¿Ha hecho la prueba? ¿Ha realizado alguna vez una caminata larga, escalado una montaña, o podado el césped bajo el sol del verano? ¡Haciendo ejercicio de ese tipo usted de veras sentirá sed! Y, ¿a qué se compara el ejercicio físico en la vida cristiana? Es un símbolo de la testificación.
Otro elemento que puede ponerlo sediento es la sal. ¿Qué representa la sal? La justicia de Cristo. Y mantenerse bajo los rayos del sol lo pone más sediento, recordándole el Sol de justicia, que sale con poder sanador en sus alas.
Tener sed significa sentir una necesidad. Usted necesita agua para mantenerse vivo. Ningún hombre ni animal puede vivir mucho tiempo sin agua. Podemos vivir días y semanas sin comer; pero sin agua pronto morimos. Si usted se preocupa más por otras cosas y descuida su necesidad de agua, no tardará en ver los resultados de su negligencia. Cuando usted se da cuenta de su necesidad con más vehemencia, es cuando más comprende el valor del agua. La promesa se da en Isaías 44:3: «Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos».
Quien esté más consciente de su necesidad del Espíritu de Dios, lo buscará con más fervor y será capacitado para recibirlo.
6. Pídalo deliberadamente. ¡Si usted decide estudiar todas las referencias que hay en la Biblia y en el espíritu de profecía acerca del Espíritu Santo, le llevará un buen rato hacerlo! Pero si lo hace, una verdad surgirá vez tras vez: Para poder recibir el Espíritu Santo es necesario pedirlo. Muy sencillo, ¿verdad? Simplemente pedirlo. En Lucas 11:13 se asegura que Dios está ansioso de dar su Espíritu a quienes se lo pidan: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?»
Una promesa no beneficia a nadie a menos que se la acepte. Esto es verdad cuando usted habla de ofertas y descuentos en asuntos mercantiles, y lo es más cuando se trata de la oferta del perdón de los pecados. No importa cuán trivial o trascendente sea, a nadie se le da la promesa a menos que la desee y acepte. Lo mismo ocurre con la promesa del Espíritu: debemos pedirlo.
7. Crea que lo ha recibido. En Marcos 11:24 se nos promete: «Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá».
¿Quiere decir que hemos de someternos al método del pensamiento positivo? No. Pero se nos invita a reclamar las bendiciones de Dios cuando pedimos de acuerdo a su voluntad. Puesto que él ya ha expresado su voluntad respecto del derramamiento del don del Espíritu Santo, podemos acudir a él con confianza.
Es posible que no nos demos cuenta exactamente de la obra progresiva del Espíritu Santo. Podemos estar orando por él, y esperar la manifestación de lenguas de fuego, y un poderoso viento, sin embargo, el Padre puede contestar nuestra oración enviando al Espíritu a convencernos de algún pecado que esté impidiendo su obra en nuestras vidas. La promesa es segura: si acudimos a él, como nos ha invitado a hacerlo, y continuamos viniendo diariamente, él completará la obra que ha comenzado en nuestros corazones.
En conclusión, medite en el siguiente párrafo de «El Deseado de todas las gentes», página 626: «Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la promesa nos pertenece a nosotros, tanto como a los primeros discípulos. Pero como toda otra promesa, nos es dada bajo condiciones. Hay muchos que creen y profesan aferrarse a la promesa del Señor; hablan acerca de Cristo, y acerca del Espíritu Santo, y sin embargo, no reciben beneficio alguno. No entregan su alma para que sea guiada y regida por los agentes divinos. No podemos emplear al Espíritu Santo. El Espíritu Santo ha de emplearnos a nosotros. Por el Espíritu Santo obra Dios en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Filipenses 2:13). Pero muchos no quieren someterse a eso. Quieren manejarse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial. Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que velan para tener su dirección y gracia, se da el Espíritu. El poder de Dios aguarda que ellos lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por la fe, trae todas las demás bendiciones en su estela. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y él está listo para proporcionarla a toda alma, según su capacidad para recibirla».
Lo anterior, ¿le suena como algo disponible para nosotros? El bautismo del Espíritu Santo es la mayor bendición de Dios. Lo necesitamos. Yo lo necesito. Yo lo deseo. Yo quiero todo lo que Dios tiene para mí, a fin de darme poder en mi vida y capacitarme para su servicio, ¿y usted? Gracias a Dios que ha provisto este maravilloso don para suplir las necesidades de sus hijos.