Cierta vez, durante unas reuniones hablé de la fase final de la obra del Espíritu Santo, que bien podría denominar el bautismo del Espíritu. ¡En efecto, así la habíamos llamado!
Algunos oyentes se sintieron incómodos con esa frase, y después de la reunión vinieron a preguntarme: «¿Por qué se refirió usted al bautismo del Espíritu Santo?». Después de conversar con ellos, me di cuenta que asociaban la frase «Bautismo del Espíritu», con ese tipo de reuniones donde la gente lanza gritos y alaridos, echan espuma por la boca, y se revuelcan por los pasillos. ¡Pero como quiera que sea, la frase es bíblica!
Los cuatro evangelios mencionan a Juan el Bautista refiriéndose al bautismo del Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33). Las cuatro citas dicen casi lo mismo, así que veamos una de ellas solamente. Lucas 3:16: «Respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego».
También se habla del Espíritu Santo en Hechos 1:4, 5 y 8. Volveremos a este pasaje un poco más adelante. Hechos 11:16 también alude al bautismo del Espíritu Santo, cuando Pedro recuerda la promesa de Jesús al respecto.
Hay otras referencias al bautismo del Espíritu Santo que usan palabras diferentes para describirlo, tales como «ser llenos del Espíritu Santo», «siendo investidos con el Espíritu Santo», «recibiendo el don del Espíritu», y «recibiendo la promesa del Padre». Sin embargo, todos estos pasajes describen la misma acción: la última etapa de la obra del Espíritu Santo en la vida del cristiano.
En este capítulo, nos gustaría establecer tres verdades concernientes a la cuarta etapa de la obra del Espíritu Santo, y en el siguiente entraremos al estudio de cómo recibirlo.
1. Cuando haya recibido el bautismo del Espíritu Santo, usted lo sabrá.
Volvamos a Hechos 1:4, 5 y 8. Jesús había guiado a sus discípulos cuesta arriba de la montaña, para tener su última reunión con ellos antes de regresar a su Padre: «Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días … Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra».
La experiencia de ser llenados del Espíritu Santo, de ser bautizados con poder de lo alto, es un evento inconfundible, que no admite dudas acerca de la certeza de su recepción.
Después de la conversión del cristiano comienza el proceso de santificación, la tercera etapa de la obra del Espíritu Santo, que ya hemos estudiado. Esta obra implica no sólo la victoria sobre el pecado y la autodependencia, sino también el desarrollo de las virtudes cristianas positivas. Los frutos del Espíritu se producen durante la tercera etapa de la obra del Espíritu Santo, y todos sabemos que se necesita tiempo para que los frutos se desarrollen. «Las preciosas gracias del Espíritu no se desarrollan en un momento» (Review and Herald, 28 de abril de 1910).
Luego viene la crisis de la entrega, o sea, el momento cuando el cristiano acaba con el esfuerzo propio y la dependencia de sí mismo. Es hasta entonces cuando Dios puede derramar su Espíritu Santo en toda su plenitud.
Pero usted sabrá cuando lo haya recibido. Jesús pidió a sus d1sc1pulos que esperaran en Jerusalén hasta que fueran bautizados con el Espíritu Santo. Obviamente él se estaba refiriendo a un evento específico, y esperaba que lo reconocieran cuando ocurriera. Otra referencia con relación a este mismo punto se encuentra en Lucas 24:49, donde Jesús dijo: «He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto». Si los discípulos no hubieran sido capaces de reconocer la venida y el bautismo del Espíritu Santo, probablemente todavía estarían esperándolo en Jerusalén.
También encontramos apoyo a esta premisa en Hechos 19:2, donde se refiere que el apóstol llegó ante un grupo de creyentes en Efeso, y les preguntó: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo después que creísteis?» La respuesta de ellos fue clara y casi humorística, porque le dijeron: «Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Luego San Pablo los instruyó y fueron bautizados en el nombre de Jesús, y entonces el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos.
Supongamos que el apóstol Pablo viniera hoy y le preguntara: ¿Ha rec1b1do usted el Espíritu Santo? ¿Qué le contestaría? El principio bíblico establece que usted debiera saber a lo menos si lo ha recibido o no.
2. El bautismo del Espíritu es una acción del Espíritu Santo, separada y distinta de la conversión.
Cuando una persona nace de nuevo, su nombre se escribe en el libro de la vida, y se le asegura la salvación a través de la fe en Jesús, mientras continúe aceptándola. Pero puede ser que no sea apta aún para el servicio a Dios, tal como él se propone usarla. Todavía debe crecer. Es cierto que ha experimentado la primera fase de la obra del Espíritu, porque Romanos 8:9 dice: «Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu … Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él». Pero todavía no tiene la plenitud del Espíritu, que es la etapa final. Ya hemos mencionado las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos, cuando les pide que se queden en Jerusalén hasta que reciban el Espíritu Santo. ¿Estaban convertidos los discípulos? A veces la gente suele discutir este punto, aduciendo que cuando Jesús dijo a Pedro: «Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos», dio evidencias de que éste no se convirtió sino hasta después que hubo negado a Cristo la noche anterior a la crucifixión. Como hemos visto hasta aquí, lo anterior es muy difícil de probar, según las Escrituras, porque el nombre de Pedro ya estaba escrito en el libro de la vida desde el tiempo en que los setenta fueron enviados a predicar.
Nadie ignora que Pedro cayó, y que su arrepentimiento fue tan profundo que lo condujo a la crisis de la entrega. Pero aunque usted trazara el recorrido de la experiencia de la conversión de Pedro, tendría que admitir que durante el tiempo cuando estuvo con Jesús en Galilea, era un hombre cambiado. Sin embargo, todavía tuvo que esperar un buen rato antes de ser llenado por el Espíritu Santo.
Observe Hechos 19:2 una vez más. San Pablo dijo: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?». De modo que estaba hablando a creyentes, no a inconversos, paganos, ni ateos. Estas personas habían sido bautizadas con «el bautismo de Juan». ¿Había algo erróneo en él? ¿No creía Juan en Jesús? ¿No creía Juan en el Espíritu Santo? Categóricamente se nos dice que Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. Pero había una obra más amplia que el Espíritu Santo deseaba realizar en su vida.
Examinemos un ejemplo más del libro de los Hechos, con relación a un grupo de creyentes de Samaria. Usted recuerda, sin duda, que Felipe era uno de los diáconos de la iglesia primitiva, elegido por estar henchido del Espíritu Santo. No se contentó con recoger las ofrendas y cerrar la iglesia después de los servicios del sábado, sino que comenzó a predicar.
Felipe les predicó poderosamente a los samaritanos «el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, y se bautizaban hombres y mujeres» (Hechos 8:12).
Aquí tenemos a un grupo de personas bautizadas en el nombre del Señor Jesucristo. Obviamente, eran personas que habían nacido otra vez. ¡Cuando menos algunos de ellos habían nacido de nuevo! Es probable que hubiera quienes no pasaran de ser meros observadores. Pero el registro continúa relatando en los versículos 14-17: «Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la Palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo». Aquí tiene usted la experiencia definida del bautismo del Espíritu Santo, el cual ocurre independientemente de la experiencia inicial de la conversión, y después de ella.
La única excepción a la regla puede ser la experiencia de Cornelio, que recibió el Espíritu Santo antes de ser bautizado. Sin embargo, la verdad es que en el caso de Cornelio, éste ya se había convertido y entregado a Dios, según la luz que había recibido, aún antes que Pedro viniese con un mensaje más abarcante.
Hay muchas referencias sobre esta verdad en el comentario inspirado. Veamos sólo una o dos: «Debemos ser dotados con poder de lo alto, debemos tener el bautismo del Espíritu Santo antes de salir de este lugar» (Review and Herald, 24 de junio de 1884). Esta cita es un extracto de un discurso dirigido a un grupo de obreros y ministros evangélicos, muchos de los cuales ya estaban, obviamente, convertidos. Y recalca, en un sermón similar: «Debemos tener la santa Unción de Dios, debemos tener el bautismo del Espíritu Santo» (Review and Herald, 15 de diciembre de 1885).
3. El propósito del bautismo del Espíritu Santo no es hacernos santos, ni felices, sino útiles.
Si usted analiza todo el material existente sobre la obra del Espíritu Santo, descubrirá que en cada caso, el propósito de ella es movernos a testificar, ministrar, y servir. La cuarta etapa de su obra tiene por objeto enviarnos a servir. El bautismo del Espíritu Santo se concede para adelantar la obra de Dios en la tierra. No se da con el fin de purificar, ya que esto debe haberse realizado en la etapa previa de la obra del Espíritu Santo. Se concede con un propósito más profundo que el solo hecho de hacernos sentir más gozosos y animados.
Note otra vez en Hechos 1:8 las palabras de Jesús: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos». Esto no quiere decir que no podamos hacer la obra de compartir los milagros que Cristo ha hecho en nuestras vidas, desde el mismo momento de nuestra conversión. Los endemoniados gadarenos se fueron a sus casas a contar lo que Jesús había hecho por ellos, inmediatamente después de haber sido liberados de los demonios que los dominaban.
Pero el poder que se requiere para testificar en una escala mayor, como llevar el evangelio al mundo, sólo puede provenir del Espíritu Santo. Conviene aclarar que la señal inconfundible de que alguien ha sido bautizado con el Espíritu Santo no es la posesión del don de lenguas, ni el don de profecía; tampoco es el viento ni el fuego. Es una pasión por salvar a los perdidos, una preocupación por alcanzar a otros con las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo. Si yo me siento conforme con ser un miembro promedio de la iglesia, y me basta con limpiar el polvo de mi banca semana tras semana, y nunca salgo de casa a buscar a otros y a testificar, es posible que esa sea la mayor evidencia de que todavía no he sido investido de la plenitud del Espíritu Santo.
A veces, los adventistas del séptimo día pensamos que el bautismo del Espíritu Santo está reservado para el momento de la lluvia tardía. Y es cierto que el Espíritu Santo será derramado sobre el pueblo de Dios en aquel tiempo. Sin embargo, no nos crucemos de brazos, ni nos sentemos a esperar el derramamiento final del Espíritu Santo sobre la tierra. Es nuestro privilegio orar por él, buscarlo, y encontrar la forma de recibirlo ahora.
Debemos «luchar con Dios en ferviente oración por el bautismo del Espíritu Santo, para que podamos suplir las necesidades de un mundo que perece en el pecado» (Review and Herald, 31 de mayo de 1910).
«Necesitamos gente que comprenda la pobreza de su alma, y que busque fervientemente ser dotada del Espíritu Santo. Mientras hablamos de los incomparables atractivos del Redentor divino, nuestros corazones serán conmovidos y llenos del Espíritu Santo. Debemos ser investidos con poder de lo alto por el bautismo del Espíritu Santo. Es la única manera en que podemos recibir ayuda» (Review and Herald, 5 de abril de 1892).
«Si queremos aprender de Cristo, debemos orar como los apóstoles oraron cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos. Necesitamos el bautismo del Espíritu de Dios» (Review and Herald, 11 de noviembre de 1909).
Una declaración más, del libro «El Evangelismo», página 508: «El descenso del Espíritu Santo sobre la iglesia es esperado como si se tratara de un asunto del futuro; pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo».
¡Jesús lo tuvo! La verdad es que Jesús hizo su maravillosa obra, y vivió su vida inmaculada gracias al poder del Espíritu Santo. Y la ayuda con que contó para vivir esa vida también está a nuestro alcance. Jesús no recibió el Espíritu Santo sólo en ocasión de su bautismo. Observe que recibió un nuevo bautismo del Espíritu Santo cada día. En el libro «Palabras de Vida del Gran Maestro», página 125 dice: «De las horas pasadas en comunión con Dios, volvía mañana tras mañana para traer la luz del cielo a los hombres. Diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo».
Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, necesitaba el bautismo diario del Espíritu Santo, ¿cuánto más nosotros? Y note que él lo recibió en el marco de su relación personal con su Padre, día tras día.
Puede ser que usted se pregunte: «¿Cuánto tiempo se necesita?» Bueno, a Pablo le tomó tres días, desde el camino de Damasco donde se convirtió, hasta que recibió el bautismo del Espíritu Santo a través del ministerio de Ananías. A Pedro y los otros discípulos les tomó tres años. A Jacob, le tomó veinte años, como ya hemos visto. Sin embargo, el consejo sigue siendo el mismo para todos: «Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo».