4. El Espíritu Santo y la Conversión

Nacemos en este mundo de pecado desprovistos de santidad y comunión con Dios, y éste es el problema de nacer en pecado. Pero al mismo tiempo, nacemos con una irresistible inclinación a la adoración. Los psicólogos han descubierto que los seres humanos son religiosos por naturaleza. Estamos moralmente inclinados a adorar algo. La gente invariablemente adorará algo, a alguien, o a sí misma. Es por eso que la televisión y el mundo de la pantalla son arrolladoramente populares. Esta necesidad surge del vacío que se forma en el corazón humano, que anhela rendir su adoración, este vacío ha sido creado por Dios, por esa razón seguiremos adorando cosas, a otras personas, o a nosotros mismos, sin hallar satisfacción, hasta que descubramos la verdad del Evangelio.

En realidad, nadie experimenta el nuevo nacimiento, a menos que el Espíritu Santo lo haya llevado al punto en que se sienta hastiado de adorar cosas, a otras personas, o a sí mismo. Es obra del Espíritu conducir al pecador a la toma de decisión, a la comprensión de que necesita algo mejor, y al discernimiento claro de qué es ese algo, de modo que la persona pueda hacer una elección inteligente.

El segundo aspecto de la obra del Espíritu Santo, el de la conversión y la regeneración, se lleva a cabo en las personas que ya han experimentado el primero, a saber, la convicción de que tienen una necesidad. Él convence al mundo de pecado, y luego guía al pecador a la experiencia de la conversión o nuevo nacimiento.

Nosotros no tuvimos ninguna participación en las decisiones conducentes a nuestro primer nacimiento. Probablemente, nadie discuta esta afirmación. Algunas personas se sienten desdichadas, aunque se trate de un absurdo, porque no se les consultó si querían nacer o no en este mundo de pecado. Todos estamos al mismo nivel en ese aspecto. Una cosa es segura, Dios no es responsable de la existencia del pecado en el mundo. Sin embargo, él es el responsable de permitir que llegáramos a la existencia, por decisión de nuestros padres. Entonces, puesto que Dios es el Autor de la vida, el mero hecho de habernos permitido nacer, nos hace responsabilidad suya.

No sólo eso, sino que Dios es directamente responsable de mantener nuestros corazones latiendo en este mismo momento. Él es quien nos sostiene con vida durante nuestra peregrinación sobre la tierra, hasta que hayamos agotado el último segundo de los setenta años, más o menos, que nos han tocado en suerte. Él es quien nos ha dado la seguridad de que podemos decidir acerca de una cosa, esta es, nuestro segundo nacimiento. Nosotros no participamos en las decisiones de nuestro primer nacimiento, pero tenemos que hacer una elección en cuanto al segundo.

En este aspecto, hay una gran diferencia entre nuestras vidas, y la que Jesús vivió en esta tierra. ¡Jesús sí tuvo que ver con su primer nacimiento! Sabemos que él, en consejo con su Padre, hace muchos siglos, tomó la decisión voluntaria de nacer en este mundo de pecado, para poder llegar a ser nuestro Salvador. Jesús nació en forma diferente de la que nosotros nacemos. Lucas 1:35 nos habla un poquito de ello. Es una descripción que nos deja perplejos acerca de los detalles, hasta donde podemos entender, del gran misterio de la encarnación del Señor.

El ángel trae grandes noticias a María, y ésta queda confundida. Comprende su mensaje y entiende que va a tener un hijo; pero se pregunta asombrada, ¿cómo puede ser esto, si soy virgen? Entonces el ángel le explica: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios».

El mismo mensaje le fue repetido a José, unos meses más tarde, cuando el ángel vino a quitar sus temores con respecto a la situación de María: «Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es» (Mateo 1:20).

Jesús nació con una herencia distinta a la nuestra, por cuanto el Espíritu Santo era su Padre. Jesús tenía una herencia divina, una herencia espiritual que nosotros no poseemos. Él fue llamado «el Santo Ser»; pero usted y yo no nacimos santos. Sin embargo, la verdad extraordinaria es que la misma experiencia que tuvo Jesús en su primer nacimiento, podemos tenerla nosotros en nuestro segundo nacimiento. Podemos llegar al punto de decidir si queremos o no nacer del Espíritu Santo. Efesios 2:1 y 4-7 dice que nuestro ser fue «vivificado» y resucitado por el enorme poder de Dios.

Juan 3 es el capítulo más completo acerca del tema del nuevo nacimiento. Esta vez sólo nos referiremos a los versículos 3 al 5. Nicodemo, como usted seguramente recordará, había venido para tener una entrevista secreta con Jesús, y éste fue directamente al punto de su mayor necesidad: «Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios».

Es interesante notar, cómo Jesús mismo respetó «el horario» del Espíritu Santo para producir el nuevo nacimiento. Jesús no presionó ni abrumó a Nicodemo. No trató de meterlo en el bautisterio el sábado siguiente. Dio a Nicodemo el discurso más completo acerca de la conversión, y entonces dejó que el Espíritu Santo hiciera su obra. Durante tres años Nicodemo esperó y reflexionó. Exteriormente hubo poco cambio. Pero Jesús sabía lo que estaba haciendo. Pronto vino el tiempo cuando Nicodemo se entregó a Jesús gozosamente, y lo aceptó como su Salvador Personal.

Si usted estudia el capítulo que trata acerca de Nicodemo en «El Deseado de todas la gentes», y lo relaciona con el capítulo de la mujer junto al pozo de Jacob, tendrá una definición en cuatro partes de la conversión.

En primer lugar, es una obra sobrenatural del Espíritu Santo. Segundo, produce un cambio de actitud hacia Dios. Tercero, da una nueva capacidad para conocer a Dios que no teníamos antes. Y por último, conduce a una nueva vida, a una obediencia voluntaria de todos los requerimientos divinos. Note que conduce a una obediencia voluntaria. Esto es evidencia de que algo ha sucedido en el interior, y lo ha cambiado: no es una decisión emocional repentina del pecador, que lo impulsa a limpiar el exterior. El énfasis radica en el descubrimiento de que nuestra voluntad se pone cada vez más en armonía con la voluntad de Dios: una experiencia dinámica y creciente, no un acto acabado que se completa de la noche a la mañana.

Hay dos malentendidos en este asunto, que a menudo producen desánimo en los que se han entregado recientemente a Dios. El primero es la idea de que la conversión es un cambio instantáneo, dramático, y total de la vida. Cuando una persona tiene esa idea, y descubre la siguiente semana que todavía conserva debilidades, tendencias, y problemas que tenía antes de convertirse, fácilmente llega a la conclusión de qμe «en realidad no estaba convertido o convertida», se da por vencida y espera la siguiente semana de oración, el próximo campamento, o el próximo llamado al altar, cuando lo invitarán a pasar al frente para entregarse a Cristo. Por eso es necesario entender claramente, que lo que acontece en la conversión, es en primer lugar, un cambio de actitud, un cambio de dirección.

El otro error común es creer que la conversión es un paso definitivo, y que una vez dado, la entrega es para toda la vida. Sin embargo, la conversión es un asunto diario; Jesús nos dijo que debíamos tomar nuestra cruz cada día: «Si buscáis a Dios y os convertís cada día,… todas vuestras murmuraciones serán acalladas, todas las dificultades se alejarán, quedarán resueltos todos los problemas que ahora os acongojan» (El Discurso Maestro de Jesucristo, página 83).

Estas dos ideas erróneas acerca de la conversión se pueden corregir más fácilmente si comprendemos el significado real de esta experiencia. Romanos 12:2 explica que se trata de la renovación de nuestro entendimiento. Efesios 4:22-24 afirma lo mismo. La regeneración y la renovación tienen que ver con la mente. No son procesos mágicos que proceden de arriba, y afectan nuestras vidas. Más bien, es una transformación de nuestra manera de pensar, de nuestras actitudes, es decir, dicho de otro modo, es una educación continua en las cosas del cielo. Nosotros adoramos a Dios a través de nuestra mente. Él nunca pasa por alto nuestra mente al tratar con nosotros. Es el enemigo de Dios y del hombre el que procura convencer por la fuerza; es a él a quien realmente no le importa lo que pensemos, con tal que nos sometamos a su control. A Dios, en cambio, sólo le interesa un servicio amoroso e inteligente.

Este es uno de los principios más elevados que habría que tomar en cuenta, al tratar de distinguir entre las verdaderas manifestaciones de la obra del Espíritu Santo, y los métodos falsos del enemigo. Dios nunca dejará de tomar en cuenta nuestra voluntad, para obrar únicamente sobre las emociones y acciones externas del individuo.

Hay una descripción de este proceso en «El Deseado de todas las gentes», página 189: «A fin de servirle debidamente, debemos nacer del Espíritu Santo. Esto purificará el corazón y renovará la mente, dándonos una nueva capacidad para conocer y amar a Dios».

¿Cómo ocurre el nuevo nacimiento? Primera de Pedro 1:23 nos da una clave muy significativa: «Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre». Entonces, el nuevo nacimiento se produce por medio de la operación del Espíritu Santo, obrando a través de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo jamás omite la Palabra de Dios. Segunda de Pedro 1:4 nos recuerda que es a través de la Palabra de Dios, como llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. «El Camino a Cristo» da una descripción más amplia de esta transacción: «Murió por nosotros y ahora ofrece quitarnos nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si os entregáis a él, y lo aceptáis como vuestro Salvador, entonces, por pecaminosas que hayan sido vuestras vidas, por consideración a él, seréis contados entre los justos. El carácter de Cristo toma el lugar de vuestro carácter, y vosotros seréis aceptados por Dios como si no hubierais pecado» (página 67). Estas son buenas noticias, ¿verdad? Y eso es precisamente lo que ocurre cuando nacemos de nuevo.

Hay quienes han tratado de hacer del nuevo nacimiento una simple transacción legal, una limpieza de los registros del cielo y nada más. Es cierto que no podemos hacer nada para salvarnos a nosotros mismos. Sin embargo, no todos los que viven en el mundo se salvarán, a pesar de que el sacrificio de Cristo es suficiente para todos, porque dicho sacrificio no es suficiente para el pecador, a menos que éste lo acepte. Y sólo lo aceptamos, al momento de entregarnos al Espíritu Santo, es decir, cuando llegamos a ver nuestra necesidad, nuestra impotencia, y nuestra dependencia de Dios para ser salvos.

¿Cómo se produce el nuevo nacimiento? Al respecto hallamos una amplia explicación en «El Deseado de todas las gentes», página 144: «Cristo obra constantemente en el corazón. Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien lo recibe, se hacen impresiones que tienden a atraer el alma a Cristo. Dichas impresiones pueden ser recibidas meditando en él, leyendo la Escritura, u oyendo las palabras del predicador viviente. Repentinamente, al presentar el Espíritu un llamamiento más directo, el alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a esto convers1ón repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una obra paciente y prolongada».

Nosotros no podemos convertir a otros, pero podemos unirnos a la acción del Espíritu Santo, poniendo en alto a Jesús ante aquellos que nos rodean, compartiendo las verdades que hemos descubierto en la Palabra de Dios, y animando a los que están buscando nueva vida espiritual a acudir a los lugares donde se predica la Palabra del Señor.

¿Ya se ha convertido usted? Pero, ¿se ha convertido a Dios hoy? «Nadie es un cristiano vivo, a menos que tenga una experiencia diaria en las cosas de Dios … Todo cristiano vivo progresará cada día en la vida divina. Y a medida que avanza … experimentará una conversión diaria a Dios» (2TPI 505).

¿Sabe usted si se ha convertido? ¿Sabe si se ha convertido hoy? ¿Cómo puede saberlo? La nueva vida no se elabora ni se usa como una prenda de vestir, sino que es enviada desde arriba. Pero es posible saber por nosotros mismos si hemos recibido o no el don de Dios, la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Me gustaría añadir varios puntos que nos ayudarán a saber, por nosotros mismos, si ya hemos experimentado el nuevo nacimiento, o no.

  1. ¿Es Jesús el centro y el punto focal de su vida? «El que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5:12). «El Camino a Cristo» sugiere dos preguntas que nos pueden ayudar a descubrir si somos cristianos o no: «¿De quién nos gusta hablar? ¿En quién nos gusta pensar?» (página 58).

A veces resulta fácil decir que amamos a Cristo cuando alguien nos lo pregunta. Pero ¿Cuál es la realidad? ¿Cuánto tiempo pasamos en su presencia, hablando con él, y caminando con él? Si Jesús es el centro y el foco de nuestros pensamientos, la vida entera girará alrededor de una estrecha relación con él. Él será nuestra prioridad constante. Él será el primero a quien busquemos en íntimo compañerismo, y el último a quien le dediquemos nuestro tiempo gozosamente. ‘

2. ¿Tiene usted un profundo interés en la Palabra de Dios? Primera de Pedro 2:2 nos dice que «como niños recién nacidos», deberíamos desear la «leche espiritual no adulterada», es decir, pura y sencilla de la Palabra. Hemos de estar hambrientos de ella. Mientras deliberadamente decidamos dedicar tiempo al estudio de la Palabra de Dios, procurando colocarnos en la atmósfera donde el Espíritu Santo pueda obrar hasta que nazcamos de nuevo, ésta puede llegar a ser una tarea bastante penosa en nuestro afán de buscar alimento espiritual. Una de las primeras cosas que le ocurre a quien ha nacido de nuevo es que tiene hambre de conocer a Dios, y una nueva capacidad para hacerlo. Estos son dones que el Espíritu Santo otorga con el milagro del nuevo nacimiento.

3. ¿Tiene usted una intensa vida de oración? Un cristiano nacido de nuevo tendrá un vehemente deseo de comunicarsecon Dios y con su Hijo Jesucristo. Cultivará una relación personal con Dios (Juan 17:3). La oración es el aliento del alma, y es esencial que respiremos una vez nacidos de nuevo. ¡Ya sea espiritual o físicamente, una vida que no respira sólo dura un instante!

4. ¿Tiene usted una experiencia diaria en las cosas de Dios? «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23). La vida cristiana no se limita a la comunión con Dios durante un par de horas, cada sábado únicamente. Es un estilo de vida, un caminar con Dios diario y continuo.

5. ¿Reconoce usted su condición pecaminosa? ¿Es consciente de que la primera fase de la obra del Espíritu Santo se ha realizado en su vida? ¿Se ha convencido de su pecaminosidad y de su necesidad de un Salvador? Mientras más nos acerquemos a Jesús, más nos daremos cuenta de nuestra pecaminosidad; pero el momento en que sintamos que somos santos y hemos alcanzado la justicia, será la señal inequívoca de que estamos en problemas.

    Esto no significa que continuaremos practicando el pecado. Significa que todavía somos pecadores, dependientes del poder purificador de Cristo, hasta el fin de nuestra vida. En la comprensión de nuestra debilidad está nuestra fortaleza. «¿Está usted en Cristo? No, si no se reconoce como un pecador condenado, dado a errar, e impotente» (5TPI 48).

    6. ¿Tiene usted paz interior? La paz es uno de los primeros frutos que aparecen en la vida del cristiano que ha experimentado el nuevo nacimiento. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1). La paz interior, a pesar del tumultuoso caos exterior, es una de las evidencias de que hemos nacido otra vez.

    7. Y finalmente, ¿tiene el deseo de compartir con otros, la nueva vida en Cristo que usted ha encontrado? «El Camino a Cristo» lo dice bien claro: «Ni bien viene uno a Cristo, cuando ya ha nacido en el corazón un deseo vivo de hacer conocer a otros, qué Amigo tan precioso ha encontrado uno en Jesús; la verdad salvadora y santificadora no puede permanecer encerrada en el corazón. Si estamos revestidos de la justicia de Cristo, y llenos del gozo de la presencia de su Espíritu, no será posible que guardemos con nosotros nuestra paz. Si hemos probado y visto que el Señor es bueno, tendremos algo que decir a otros» (página 83).

      El nuevo nacimiento es una maravillosa experiencia, y una evidencia del milagroso poder de Dios. Pero no deberíamos detenernos allí. Uno de los problemas de la iglesia llamada Laodicea es que sus miembros, con mucha frecuencia, sólo aceptan las primeras dos fases de la obra del Espíritu Santo. Se convencen de que son pecadores, aceptan la gracia justificadora de Dios, y experimentan el nuevo nacimiento. Pero allí se quedan. «Cuando las almas se han convertido, su salvación todavía no está completa. Todavía tienen que correr la carrera, la ardua lucha todavía está delante de ellos … Tienen que pelear la buena batalla de la fe … No hay descanso en la lucha, la batalla dura toda la vida» (My Life Today, página 313).

      La salvación es mucho más que pura justificación. Incluye también la santificación. Abarca mucho más que el perdón; también ofrece poder para la obediencia y el servicio. Todo esto nos lleva al siguiente aspecto de la obra del Espíritu Santo: su actividad purificadora en la vida del cristiano. Continúe leyendo el capítulo que sigue.