Hace algunos años, vivía en Arizona un hombre que estaba atravesando por serios problemas. Había sido adventista del séptimo día, pero apostató, y ahora estaba completamente desanimado. Se había convertido en un alcohólico, y cuando estaba ebrio golpeaba a su esposa y a sus hijitos, y rompía los muebles. No podía conservar ningún empleo, y comenzó a tener problemas económicos.
Cierta noche, desalentado totalmente, mientras caminaba por la calle, pensó acabar con todo de una vez. Sin darse cuenta mientras caminaba, llegó frente a una carpa donde se celebraban reuniones religiosas. Se paseó un rato en la parte posterior de la carpa, y antes que terminara la reunión, alguien puso su mano sobre él, y allí mismo y en ese mismo instante, recibió el bautismo del Espíritu Santo y comenzó a hablar en lenguas.
Además del don de lenguas, recibió instantánea y completa victoria sobre su problema de alcoholismo. Dejó de golpear a su esposa y a sus hijos, y experimentó un dramático cambio en su vida.
¿Qué pensaría usted de esta historia? ¿Hay algo en ella que le pone nervioso, o está listo para salir y entrar en la primera carpa de reuniones religiosas que encuentre, para ver si puede tener la misma experiencia?
Todos esperamos que el Espíritu Santo sea derramado antes del fin del tiempo. Hay algunas predicciones muy definidas al respecto. Pero consideremos la siguiente cita, del libro «El Evangelismo», página 508: «El descenso del Espíritu Santo sobre la tierra, es esperado como si se tratara de un asunto del futuro. Pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo».
Hay otra cita de Elena G. de White al respecto, en la Review and Herald del 15 de noviembre de 1892: «Es esencial que los cristianos comprendan el significado de la promesa del Espíritu Santo exactamente antes de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Hablad de él, orad por él, predicad acerca de él».
No hay duda acerca de la necesidad del Espíritu Santo, que la iglesia del Señor y nuestras vidas experimentan actualmente. Pero se nos ha advertido que habrá falsificaciones, imitaciones tan pegadas a la verdad, que engañarán, si fuere posible, aun a los elegidos (véase Mateo 24:24). ¿Cómo podemos distinguir una manifestación verdadera del Espíritu de Dios, de otra falsa?
Quizá lo primero que debamos recordar para evitar ser engañados en este punto, es lo siguiente: ¡No crea usted todo lo que oye! Es peligroso hacerlo. No crea nada a menos que lo haya comprobado personalmente a la luz de la Biblia, y esté seguro de que concuerda con ella. Es importante que compartamos nuestros conocimientos de la verdad. ¡Claro que lo es! Pero de mayor relevancia es que esa verdad encienda nuestro interés, y nos mueva a investigarla por nosotros mismos. Nunca deberíamos aceptar como verdad lo que alguien dice, por el solo hecho de que esa persona lo dijo.
Así que el primer paso para comprobar si la experiencia del hombre de Arizona es obra de Dios o no, es no tomar la palabra, ni aun la experiencia de alguien, como verdad evangélica, sin examinarlas cuidadosamente a la luz de lo que la Palabra de Dios enseña acerca de la obra del Espíritu Santo.
Yendo más lejos aún, lo que antecede constituye la regla segura, para determinar si la propia experiencia es de origen divino o no. Nunca deberíamos dar por sentado si algo es verdadero o no, simplemente basándonos en la experiencia. Más bien, deberíamos juzgar nuestras propias experiencias, en base a la verdad expuesta en la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios se escribió con dos propósitos: (1) para información y (2) para comunicación. No es suficiente comprender intelectualmente el contenido de la Biblia. Es necesario sostener una relación personal con Jesucristo, mantener abierta la comunicación con él, a través de su Palabra y de la oración, a fin de que él pueda enviarnos sus señales personalmente. Esta doble protección es la única salvaguardia contra el engaño.
Con esto en mente, quiero animarlo a investigar cuidadosamente la obra del Espíritu Santo. Lo invito, igualmente, a cultivar su compañerismo personal con Jesús, día tras día, mientras se esfuerza por comprender la realidad referente a los tiempos que vivimos, durante las escenas finales del gran conflicto.
¿Qué lecciones podemos sacar de las manifestaciones genuinas del Espíritu Santo, que nos sirvan para saber cómo reconocer las falsificaciones de Satanás? ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo en la vida del cristiano? ¿Qué clase de obra realiza en la vida del pecador? ¿Hay alguna diferencia?
Me gustaría sugerir, basándome en mi propia investigación, que la obra del Espíritu Santo en favor de la salvación de los seres humanos, se divide en cuatro partes. Ahora sólo presentaremos brevemente cada una de ellas, y en los capítulos siguientes las examinaremos con más profundidad.
- La obra del Espíritu Santo consiste en convencer al mundo de pecado. Juan 16:8 se refiere a esta actividad del Espíritu. Su obra abarca al mundo entero. Nadie es dejado fuera. A través del Espíritu Santo, Jesús, la luz del mundo, «alumbra a todo hombre que viene a este mundo» (Juan 1:9).
- La obra del Espíritu Santo es convertir al pecador. En Juan 3:3-5, Jesús dijo a Nicodemo: «El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». Otro pasaje referente a esto mismo, es Tito 3:3-5: «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo». Así que el Espíritu Santo está involucrado en la obra de regeneración, conversión o nuevo nacimiento. Romanos 12:2 declara que el Espíritu Santo cumple esta tarea, mediante la renovación de nuestras mentes.
- La obra del Espíritu Santo consiste en purificar al cristiano. Primera de Juan 1:9 dice que si confesamos nuestros pecados, él es fiel y Justo para perdonar nuestros pecados, ¿y para qué más? limpiarnos de toda maldad. Es a través del Espíritu Santo, como se produce todo este milagro. Note lo que dice Efesios 3:16-19, sobre este punto: «Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos, cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». De modo que la persona que experimenta esta tercera fase de la obra del Espíritu Santo, es corroborada con potencia en el hombre interior, mientras Cristo habita en su corazón por medio de la fe. Ya hemos visto en Juan 14, que Cristo habita con nosotros y en nosotros, a través de su Espíritu que ha sido enviado a tomar su lugar aquí en la tierra.
Primera de Corintios 3:16 y 6:19 dice qué nuestros cuerpos son el Templo del Espíritu Santo. Allí es donde él habita y lleva a cabo su obra de purificar al cristiano. La obra de purificación comienza en la conversión, pero un nuevo corazón no es necesariamente un corazón purificado. Este comentario inspirado puede ayudarnos: «El pecado podría ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera Persona de la Divinidad, que iba a venir, no con energía modificada, sino con la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo. Por el Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el creyente partícipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu como un poder divino, para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas» (El Deseado de todas las gentes, página 625).
Así que la tercera fase de la obra del Espíritu Santo consiste en morar en el corazón del cristiano, a fin de purificarlo, un proceso que comienza en la conversión.
- La obra del Espíritu Santo es entregar la comisión evangélica al creyente, y capacitarlo para el servicio. «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). La cuarta fase de la obra del Espíritu Santo es impartir poder para testificar, y compartir el evangelio de salvación.
Es importante notar que existe una secuencia en la obra del Espíritu Santo. Es posible que no se pueda definir claramente dónde termina un aspecto de su actividad, y dónde comienza el otro; pero existe una secuencia. Una persona jamás se convertirá, si primero no es convencida de pecado. Nadie será purificado del pecado sin experimentar el nuevo nacimiento. Y nadie puede esperar la obra final del Espíritu (el bautismo del Espíritu, la comisión y la dotación de poder para el servicio) a menos que haya sido purificado primero. Por lo tanto, es peligroso para cualquier persona buscar el bautismo del Espíritu Santo, y la concesión de todos sus dones y manifestaciones espirituales sobrenaturales, a menos que haya recibido primero el nuevo nacimiento y una vida purificada.
Si alguien cae en la trampa de buscar atajos en este proceso, a través de lo espectacular, puede encontrarse con que el diablo simplemente reemplazará una forma de control por otra, y un error por otro; y el postrer estado del hombre será peor que el primero. «Testimonios para los Ministros», página 516 declara: «Fue por medio de la confesión y el perdón del pecado, por la oración ferviente y la consagración de sí mismos a Dios, como los primeros discípulos se prepararon para el derramamiento del Espíritu Santo, en el día de Pentecostés. La misma obra, sólo que en mayor grado, debe realizarse ahora»
La tragedia de Laodicea consiste en que muchos de sus miembros han experimentado únicamente la primera etapa de la obra del Espíritu Santo, o cuando mucho, la primera y la segunda. Saben que son pecadores. Han sido convencidos de un juicio venidero. Puede ser que alguna vez se hayan entregado a Dios y experimentado el nuevo nacimiento. Pero allí se detuvieron, y no continuaron buscando, orando, y deseando una vida espiritual más profunda.
Aquí tenemos una declaración más sobre la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas: «Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su Iglesia, y la promesa nos pertenece a nosotros, tanto como a los primeros discípulos. Pero como toda otra promesa, nos es dada bajo condiciones. Hay muchos que creen y profesan aferrarse a la promesa del Señor; hablan acerca de Cristo y acerca del Espíritu Santo, y sin embargo no reciben beneficio alguno. No entregan su alma para que sea guiada y regida por los agentes divinos. No podemos emplear al Espíritu Santo. El Espíritu ha de emplearnos a nosotros. Por el Espíritu obra Dios en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. Pero muchos no quieren someterse a eso. Quieren manejarse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial. Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que velan para tener su dirección y gracia, se da el Espíritu. El poder de Dios aguarda que ellos lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por fe, trae todas las demás bendiciones en su estela» (El Deseado de todas las gentes, página 626).
Si usted tiene claro en su mente las diferentes fases de la obra del Espíritu Santo, cuenta con el recurso para hacerle frente a las supuestas grandes manifestaciones de su poder en el mundo actual. Pero nunca olvide que para ello se requiere mucho más que una mera información. Además de eso, debemos tener la experiencia personal de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas, que nos guía a toda verdad. No veamos esto simplemente como una teoría, pensando que si pudiéramos obtener toda la obra del Espíritu Santo, que ha sido delineada como en un mapa, estaríamos seguros. No, más bien, debemos experimentar la plenitud de su obra en nosotros mismos. Este don del Padre estará disponible para todos nosotros, a medida que oremos por él, mientras lo buscamos con anhelo y tratamos de conocer a Jesús.