¿Qué se imagina usted cuando piensa en el Espíritu Santo? ¿Lo considera como un fantasma misterioso y hasta cierto punto aterrador? ¿Ve usted al Espíritu Santo simplemente como una influencia o una energía, y no como a una persona real? ¿Cree usted que es un ser muy sensible, que se ofende y se apena fácilmente, o lo reconoce como a uno de los mejores amigos que jamás podría tener?
Muchas veces nos referimos al Espíritu Santo como a «algo» neutro. A veces hablamos de nuestra necesidad de obtener más de «eso». Pero si el Espíritu Santo fuera simplemente una fuerza, podríamos acercarnos a él como los paganos se acercan a sus ídolos. Llegaríamos a pensar que si pudiésemos obtener más de «eso», habría razón para sentirnos orgullosos, pues tendríamos control sobre un gran poder, y nos sentiríamos algo así como superhombres espirituales. Pero si el Espíritu Santo es una persona, entonces, en vez de ser un poder al cual podamos usar, es Él quien nos utiliza a nosotros, para gloria de Dios. En lugar de tratar de obtener más del Espíritu Santo, nos preocuparíamos de que él obtuviera más de nosotros. ¿Ve usted la diferencia? En la actualidad hay muchos cristianos que tratan de usar al Espíritu Santo.
Cierta vez, un amigo mío me invitó a una reunión de un grupo carismático, que se llevaría a cabo en un gran hotel de Los Ángeles. Uno de los oradores en dicha reunión, parecía estar dándole órdenes al Espíritu Santo, o al menos, así nos pareció a algunos de nosotros.
«¡Hablar en lenguas -dijo-, no hay nada de extraordinario en eso de hablar lenguas! ¡Yo puedo hacerlo cuando me da la gana!» Y en ese mismo instante, comenzó a hablar en lenguas. Pero la Biblia enseña que es el Espíritu Santo quien otorga el don de lenguas. Es por eso que daba la impresión de que este hombre controlaba al Espíritu Santo, en vez de que el Espíritu Santo lo controlara a él. ¡Uno se podría preguntar, cuál espíritu era el que estaba involucrado en esta reunión!
La Biblia enseña que el Espíritu Santo es un ser personal. No es simplemente una influencia, una extensión de los otros miembros de la Deidad, como el espíritu de Dios o el espíritu de Cristo. Más bien, es la Tercera Persona de la Divinidad, una Persona distinta, tan ciertamente Dios, como Dios el Padre, y Dios el Hijo. En el bautismo de Jesús, el Espíritu Santo descendió en forma corporal como paloma (véase Lucas 3:21-22). La comisión evangélica, de Mateo 28:19, ordena a los seguidores de Cristo bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús dijo que él pediría a su Padre que enviara al Consolador, el Espíritu Santo, para que estuviera con sus discípulos después de su ascensión (véase Juan 14:16; 16:7). Y Jesús prometió también que el Espíritu Santo los guiaría a toda verdad (véase Juan 16:13). De manera que el Espíritu Santo es un miembro de la Trinidad, igual al Padre y al Hijo.
Quienes han estudiado el tema de la personalidad, sugieren la prevalencia de ciertos elementos indispensables para que exista una persona. Aun a nivel humano sabemos que la personalidad no se basa en características físicas, tales como tener manos y pies. Todos hemos oído de personas ciegas, sordas o inválidas, y que sin embargo tienen una bella personalidad. La personalidad se basa cuando menos en tres elementos básicos: 1) Una mente, la capacidad de pensar, la habilidad para adquirir conocimientos, y la capacidad de razonar. 2) Sentimientos y emociones. 3) El poder de decisión o elección, es decir, la voluntad.
Para dar un ejemplo bíblico de la primera cualidad, veamos 1 Corintios 2:10-11. Dice que Dios nos ha revelado ciertas cosas por su Espíritu, y añade: «Porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios». ¿Ha pensado usted alguna vez en la posibilidad de escudriñar las cosas profundas de Dios? El Espíritu Santo está interesado en eso también, y sin embargo, es Dios. Debe ser que el Espíritu Santo escudriña profundamente las cosas del Padre y del Hijo, ¿no le parece? Versículo 11: «Porque ¡quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios». Aquí se revela el primer elemento de la personalidad: el conocimiento y la búsqueda de conocimiento.
Otro pasaje sobre este mismo punto, se encuentra en Nehemías 9:20-21. Hablando de Dios dice: «Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles, y no retiraste tu maná de su boca, y agua les diste para su sed. Los sustentaste cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad; sus vestidos no se envejecieron, ni se hincharon sus pies». De modo que el Espíritu es bueno, e instruyó al pueblo de Israel. Para ser un instructor o maestro usted debe poseer conocimiento y personalidad.
El segundo elemento considera las emociones y los sentimientos. ¿Tiene sentimientos el Espíritu Santo? Un texto familiar aquí sería Efesios 4:30: «Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención». Se nos amonesta a no contristar o entristecer al Espíritu Santo; así que él puede ser contristado. No es posible contristar a una influencia o a un poder, pero sí a una persona.
A veces, este texto se ha interpretado en el sentido de que el Espíritu Santo sólo espera una oportunidad para abandonarnos. ¡Cuántos han dicho: «He ido demasiado lejos. El Espíritu Santo me ha abandonado. Temo haber cometido el pecado imperdonable»! ¡No, no, no! El Espíritu Santo puede contristarse porque es una persona, pero nunca nos abandona. Él nunca nos abandona, aunque existe la posibilidad de que nosotros lo abandonemos a él. No hay tal cosa como que el Espíritu Santo llegue a decir: «Ya basta. Estoy harto de ustedes. Ustedes han herido mis sentimientos. Me voy». El Espíritu Santo nos sigue año tras año, mientras exista la oportunidad de que respondamos a su llamado. Permaneció con el pueblo de Israel durante siglos, soportando sus rebeliones y la terquedad de sus corazones. Es muy difícil alejarse del Espíritu Santo. No es fácil lograrlo.
¿Por qué es tan difícil abandonar al Espíritu Santo? Por causa de su amor. El amor nunca sabe cuándo ya es demasiado. El amor no se rinde fácilmente. Primera de Corintios 13 nos dice que el amor dura más que todas las cosas y es, en efecto, lo único que permanece cuando todo lo demás deja de ser. Romanos 15:30 habla del amor del Espíritu Santo. ¿Ha pensado alguna vez, cuánto lo ama el Espíritu Santo? Nosotros hablamos del amor de Dios, cantamos acerca del amor de Jesús. Pero el Espíritu Santo también nos ama. «Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo, y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí, a Dios. El amor es también una emoción. Esta es una evidencia más de que el Espíritu Santo es una persona. Él ama. Nos ama a cada uno de nosotros con el amor inmensurable de Dios.
Y finalmente el número tres. El Espíritu Santo tiene una voluntad, o poder de elección. Al referirse a los dones del Espíritu, 1 Corintios 12:11 declara: «Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere». Nótese: «Como él quiere». Esto demuestra que el Espíritu Santo posee una voluntad o facultad de elegir. Otro tipo de evidencias de la personalidad del Espíritu Santo son las obras que realizan sus actos, que sólo una persona puede ejecutar. Ejecuta actos que una mera influencia no podría llevar a cabo. Ya hemos visto que escudriña las cosas profundas de Dios (véase 1 Corintios 2:10). Romanos 8:26 habla de las súplicas del Espíritu Santo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles». El Espíritu ora por nosotros y nos ayuda en flaquezas. Suena como a una persona, ¿verdad? Y si una persona ora por usted e intercede por usted, es porque está de su lado; entonces, es su amiga.
Hebreos 7:25 enseña que Jesús es también nuestro intercesor, y si tanto Jesús como el Espíritu Santo oran e interceden por nosotros, ¿cómo podemos perdernos? Se requiere mucha contumacia para que alguien pueda perderse, teniendo a esos dos grandes poderes de nuestra parte.
¿Por qué causa puede perderse una persona? Debido a su decidida resistencia a las poderosas fuerzas del cielo. Yo no quiero oponerme a ellas, ¿y usted? Anhelo que las oraciones del Espíritu Santo y las oraciones de Jesús en mi favor, sean contestadas.
El Apocalipsis habla repetidamente de que el Espíritu Santo tiene un mensaje para las iglesias. Apocalipsis 2:7 es un ejemplo: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». El Espíritu Santo se comunica con la iglesia de Dios, una evidencia más de su personalidad.
Juan 15:26 nos dice que el Espíritu Santo es un testigo. ¡Un testigo tiene que ser algo más que una influencia! Cuando usted se imagina una escena de juicio, sabe que debe haber testigos, y los testigos son personas. Jesús dice: «Pero cuando venga el Consolador, a quien yo enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí». En el mismo discurso Jesús habló del Espíritu Santo en otra función, la de maestro. «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26). Jesús se alentaba, por el hecho de que el Espíritu Santo podría enseñar a los discípulos las cosas que ni él mismo podía decir en ese momento, y además, el Espíritu Santo les recordaría las cosas que él había tratado de enseñarles cuando estaba con ellos (Juan 16:12-14).
Otra actividad del Espíritu Santo se menciona en Hechos 16:6-7. Es una indicación de la autoridad del Espíritu Santo: «Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la Palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió». El Espíritu estaba al mando de la obra, guiando y dirigiendo a la iglesia cristiana primitiva.
En Hechos 13:2 leemos: «Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado». A la luz de este texto, ¿cómo puede alguien no ver la realidad, de que el Espíritu Santo es una Persona, Uno que tiene autoridad suprema en la iglesia de Dios? Este punto también se menciona en Hechos 20:28: «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre».
Podríamos seguir acumulando evidencias de que el Espíritu Santo es una persona. En Isaías 63:10, por ejemplo, usted descubrirá que podemos enojarlo. En Hebreos 10:29 se nos habla de aquellos que han hecho afrenta al Espíritu. Hechos 5:3 habla de mentir al Espíritu Santo, y en Mateo 12:31-32 se nos advierte del peligro de blasfemar contra él. Pero la mayor evidencia acerca de la personalidad del Espíritu Santo, se encuentra en Juan 14:16-17. El Espíritu Santo, el Consolador, viene a morar con nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros. ¡Qué consuelo da saber que una de las poderosas personas de la Deidad ha venido a vivir con nosotros! (véase «El Deseado de todas las gentes», página 671). Está presente en todo lugar. Y viene con su poder y amor a vivir con nosotros, durante nuestra estancia aquí sobre la tierra.
¿Ha deseado alguna vez haber vivido en la época cuando Cristo estuvo en el mundo, cuando Dios mismo estaba presente entre los hombres? Esa habría sido una experiencia maravillosa. Pero hoy, tenemos el privilegio de vivir sobre la tierra en un tiempo cuando otra persona de la Deidad mora entre nosotros: el Espíritu Santo. Puesto que él no está limitado por la humanidad, puede estar presente en todas partes, cerca de usted, de mí, de cualquier persona sobre la faz de la tierra. Y él está en nosotros cada momento de cada día, a menos que deliberadamente lo abandonemos y evitemos su compañía.
Podemos aceptar al Espíritu Santo como una persona desde un plano teológico, pero, ¿qué podría ser más importante que la aceptación experimental de él, como amigo? Él es uno de los mejores amigos que podamos tener jamás. Permanece a nuestro lado, y permanentemente es el Consolador en todas las circunstancias de la vida.
¿Ha sentido usted alguna vez necesidad de consuelo? Recuerdo mis días de estudiante universitario, de cómo me iba yo atascando en el pantano de los estudios y los exámenes. Un día desperté y le dije a mi hermano, que era mi compañero de cuarto: «Ojalá pudiera acostarme y dormir durante una semana entera». Ese mismo día, me encontraba en el campo de atletismo ejercitándome en el salto con garrocha, cuando la pértiga se quebró. Al caer me golpeé la cabeza, me desmayé y resulté con una conmoción cerebral. El médico dijo: «Debe permanecer en cama durante una semana».
Pronto lo supo mi familia. Estaban a 800 kilómetros de distancia; pero, más rápido de lo que yo creí posible se reunieron alrededor de mi cama para consolarme.
Así es como obra el Espíritu Santo. Siempre está a nuestro lado. Siempre está allí. Cuando usted luchó para entregarse a Cristo y venir a él por primera vez, el Espíritu Santo estaba presente. Al afrontar los desalientos que ocasionan las pruebas de la vida diaria, él estaba allí. Cuando el enemigo viene como una avalancha, él está allí para levantar una bandera en favor suyo. Cuando usted ha tratado de pelear sus propias batallas y terminó magullado y sangrante, pensando que Dios no podía perdonarlo, el Espíritu Santo estuvo allí para reiterarle la seguridad del amor del Padre, y la capacidad de Jesús para salvar hasta lo sumo a todos los que se acercan a Dios por medio de él.
El Espíritu Santo está a su lado. Él es su amigo. ¿Lo cree usted? Es una persona real, y es su amigo hoy. Cuán apropiadas son las palabras del conocido himno de alabanza: «Gloria sea al Padre, al Hijo y al Santo Espíritu» (himno 56). El Espíritu merece nuestra alabanza, nuestro amor, y nuestra gratitud, a medida que aceptamos su amistad y cuidado.