20. Cómo Trató Pilato a Jesús

Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua» (Juan 18:28).

¡Qué escena tuvo que presenciar el universo! ¡Cómo trajeron a juicio al Juez de toda la tierra! ¡Cómo lo arrastraron y empujaron por todo el camino hasta la sala de juicio de Pilato: Aquel que creó los cielos y la tierra! El mismo Creador que mantenía latiendo los corazones de sus acusadores en los mismos instantes que ellos lo maltrataban.

Pero allí permaneció callado. Bien sabía que llegará el día cuando esas mismas personas estarán en el banco de los acusados frente a él y tendrán que escuchar la sentencia que se pronunciará sobre ellos, en el momento cuando él se constituya en el Juez del universo.

¿Alguna vez se ha sentido preocupado por el día del juicio? ¿Alguna vez ha sentido miedo y tal vez ha tratado de no pensar sobre el asunto, porque el sólo pensar en ello lo ha inquietado? Mientras espera el día del juicio conviene que recuerde algunos asuntos alentadores.

Primero, no olvide que será juzgado justamente. Cuando trajeron a Jesús ante el tribunal, él hizo frente a esa experiencia con el conocimiento de que no sería juzgado con justicia. Sabía que los que lo acusaban estaban buscando una excusa para condenarlo. Aún más, que al no encontrar un pretexto válido para condenarlo, lo condenarían de todas maneras con falsos cargos. La corte, ante la cual fue juzgado, era corrupta y estaba podrida hasta los huesos. Lo que realmente tenían en contra de Jesús era el reproche de su vida inmaculada que incomodaba a aquellos infelices pecadores.

Con todo, ni una sola voz se levantó en su defensa. Se esfumó la esperanza de que lo hallaran inocente, de acuerdo con los estándares corruptos del juicio.

Cuando a usted lo traigan a juicio, será juzgado con justicia. ¿Esas son buenas o malas noticias? ¿Es usted inocente o culpable? ¿Es un pecador o no? Si tuviera que comparecer ante una corte justa, para determinar si ha sido pecador o no, ¿cuál sería el veredicto? ¡Con razón, frecuentemente anticipamos el día del juicio con aprensión y preocupación. Sabemos que si se nos juzga justamente, seremos condenados! Seremos hallados culpables. No existe ni la menor esperanza de que se nos halle inocentes, cuando seamos medidos por la ley de Dios, la cual será la norma del juicio.

¡Pero avance, no se detenga! Hay un segundo punto que debe tener en mente al considerar el juicio. Cuando Jesús fue llevado a juicio, tuvo que hacerle frente al tribunal solo. Nadie estuvo de su lado. Nadie lo defendió contra los cargos que le hacían. La parte acusadora estaba allí con todo su peso, sin embargo no tenía abogado defensor.

Habrá acusaciones cuando estemos ante el tribunal de Dios. Pero tendremos un Defensor, un Abogado ante el Padre, a Cristo Jesús, el justo. No estaremos solos frente a las acusaciones del enemigo. Habrá Uno que estará a nuestro lado. Uno que no sólo fue tentado como nosotros sino que también fue enjuiciado y condenado. Jesús pagó la pena que no merecía, a fin de colocar su propia justicia en nuestra cuenta para que podamos ser hallados sin falta, que es lo que él merecía. Él fue juzgado por nosotros. Él fue condenado por nosotros. Él fue castigado por nosotros.

Y por supuesto, lo último que necesitamos recordar cuando pensamos acerca del juicio venidero es que el mismo Jesús, nuestro Defensor, fue juzgado por nosotros y castigado por nosotros. Él también será nuestro Juez. ¿Qué más pudo hacer para asegurarnos toda oportunidad de perdón?

Pero para él, aquel día ante Pilato, no hubo esperanza de perdón, no hubo misericordia, no hubo justicia. Los líderes judíos que lo llevaron a rastras ante Pilato ni siquiera quisieron entrar al tribunal. Querían estar ceremonialmente limpios para la Pascua, que señalaba la muerte de Jesús por ellos. Por lo cual insistieron en que se lo condenara a muerte en el patio a fin de que pudieran llegar a casa a tiempo para comenzar el fin de semana de la Pascua. El pecado hace cosas extrañas para nuestro razonamiento humano, ¿verdad?

«Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado» (Juan 18:29-30). En otras palabras, ¡No nos cuestiones! ¡Nosotros somos responsables aquí! Somos los líderes de esta nación. ¿Acaso no sabes con quién estás hablando?

«Entonces les dijo Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley». Es decir, si ustedes son lo que dicen ser, entonces, ¿por qué lo traen a mí? «Y los judíos le dijeron: A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie; para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, dando a entender de qué muerte iba a morir.

Entonces Pilato volvió a entrar en el pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? Pilato respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (vers. 31-36).

Nótese particularmente la frase: «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían». Judas había decidido poner a Jesús en el trono a la fuerza, aunque tuviera que pelear para lograrlo. Ese era su estilo. Él creía que debía pelear por lo que deseaba. Creía en hacer un esfuerzo personal para que las cosas sucedieran. No creía en esperar para que Dios obrara. Quería hacerlo todo por su cuenta.

La respuesta de Jesús a este tipo de tendencias fue: «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían». En vista de que su reino no era de este mundo, sus siervos no debían pelear para lograr sus metas. ¡Cómo! ¿Será que nosotros no debemos pelear para traer victorias al reino espiritual?

Si rastreamos el uso de la palabra «reino» en los Evangelios, descubriremos que Jesús habla de uno de dos reinos, del reino de la gracia o del reino de la gloria. Usó el término reino, o reino de los cielos, repetidas veces. Sus parábolas frecuentemente comenzaban con las palabras: «El reino de los cielos es … «

El reino de la gracia incluye tanto el perdón de Dios como su poder. Y los siervos de Dios no deben pelear por ninguno de estos dones. No podemos hacer méritos ni ganarnos el camino al cielo. Tampoco podemos pelear para obtener la victoria o la obediencia.

Si el reino de Jesús fuera de este mundo, sus siervos tendrían que pelear contra el pecado y el diablo, pelear para obedecer, pelear para rendirse, pelear para obtener la victoria. Pero Jesús dijo: «Mi reino no es de este mundo».

Las bendiciones del reino celestial deben recibirse como dones. El perdón es un don. El arrepentimiento es un don. La victoria es un don. La obediencia es un don. Y uno no debe pelear por lo que se nos da como don.

Pedro no había comprendido esto. Primero blandió su espada y luego huyó de Jesús cuando vio que la pelea no era la respuesta. Ahora yacía con el rostro en el polvo, en el jardín, deseando morir.

Judas no lo había comprendido. Ahora estaba muerto debajo de la rama de un árbol en el camino al Calvario. Pilato no lo había comprendido y decidió prestar atención al clamor de la turba en vez de escuchar las suaves palabras de Jesús, quien le ofreció el don de un reino donde las peleas serían innecesarias. Luego trató de evadir la decisión dolorosa al enviar a Jesús a Herodes, quien tampoco comprendió la naturaleza del reino de Dios. Pilato decidió pasarle el paquete a Herodes.

«Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque hacía tiempo que deseaba verle; porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal. Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió. Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia. Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato» (Lucas 23:8-11).

La primera vez que leí esta historia, me puse muy feliz. Herodes era el mismo que mató a Juan el Bautista, quien en ocasión de su fiesta y en medio de su borrachera hizo un juramento descabellado a Salomé. ¡Así que por mucho tiempo, pensé que era un signo de buen cristianismo, sentir gozo por el trato frío que Herodes recibió de parte de Jesús aquel día! ¡Así se debe tratar a Herodes, Señor! ¡Que reciba su merecido! Ignóralo. Humíllalo, sé vindicativo. Me dio gusto saber que ignorarlo de esta manera, habría sido el peor golpe que pudo haber recibido Herodes.

Pero luego comprendí que Jesús no se comporta de esa manera. Jesús vino a morir por Herodes, lo mismo que por ti y por mí. Por lo tanto, observamos, Jesús no tenía un plan beligerante, mediante el cual tratara de vengarse de Herodes. Lo vemos con un leve temblor en el mentón, mientras lágrimas silenciosas ruedan por sus mejillas, porque otro de sus hermosos seres creados y amigos lo ha rechazado. Vemos a Jesús con el corazón quebrantado, que acepta tristemente la decisión que Herodes ha tomado.

¿Por qué rechazó Herodes a Cristo? ¡Porque también rechazó el espíritu de profecía! (Aunque parezca extraño surge de manera natural este tema en este lugar.) Como recordarán, Juan el Bautista fue uno de los más grandes profetas de todos los tiempos. En realidad, según el registro del Evangelio, Juan el Bautista fue más que un profeta. Se lo llamó el mensajero del Señor. Y el trágico fin de la historia de Herodes advierte que cuando se menosprecia al mensajero del Señor, y se trata con hostilidad a los profetas, de la misma manera también se tratará al Señor. Las dos actitudes siempre van de la mano.

«Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (Lucas 16:31). Herodes había rechazado la verdad que le fue pronunciada por un profeta, y ningún otro mensaje se le iba a dar. Jesús aceptó la decisión de Herodes, porque ya no había manera de llegar a su corazón.

Airado y humillado, Herodes envió a Jesús nuevamente a la corte de Pilato. Retomemos la historia en Mateo 27. En esta ocasión, la Sra. Pilato entra en el cuadro. «Y estando sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: no tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él» (Mateo 27:19).

Tal vez pudo haber sido semanas o aun meses antes. Pilato y la Sra. Pilato, desayunaban juntos. Él comía sus roles de canela y tomaba su cereal, mientras su esposa le leía el periódico. ¡Tenía en sus manos el Times de Jerusalén! Sus ojos recorrieron rápidamente los titulares y después de leer todo lo referente a Jesús de Nazaret puso al tanto a su esposo de lo que había leído. Sin duda ya había oído hablar recientemente acerca de Jesús y tenía un lugar especial para él en su corazón. De seguro andaba en busca de la verdad.

Ella era la clase de persona con la que Dios podía comunicarse a través de un sueño, el cual le causó mucho sufrimiento. Vio a Jesús ante el tribunal. Vio que su esposo no lo soltaba, como debería haberlo hecho. Vio la cruz del Calvario y el cuerpo lacerado de Jesús, levantado entre los cielos y la tierra. Escuchó su clamor, «Consumado es». Luego vio más hacia el futuro. Contempló el momento cuando Jesús regresará a la tierra con poder y majestad. En ese momento despertó súbitamente y le envió el mensaje urgente a su esposo, advirtiéndole acerca del error que estaba a punto de cometer.

Pero Pilato siguió adelante, deseando encontrar la manera de liberar a Jesús y apaciguar a la turba airada. Pero finalmente cedió a la presión y entregó cobardemente a Jesús para tratar de obtener la aprobación del pueblo. Volvamos nuevamente a Juan 18. Pilato hace el último intento con la turba y sus dirigentes. Dice: «Pero vosotros tenéis la costumbre de que os suelte uno en la pascua. ¿Queréis, pues, que os suelte al Rey de los judíos? Entonces todos dieron voces de nuevo, diciendo: no a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón» (Mateo 18:39-40).

Fulton Oursler, en su libro, The Greatest Story Ever Told [La historia más grandiosa jamás contada), describe a Barrabás como un zelote, un hombre punzante contra Roma. Era un ladrón y asaltante muy temido. Pero los dirigentes religiosos escogieron a Barrabás, lo que en esencia era escoger la anarquía. Al preferir a Barrabás, elegían a uno que no creía en el cumplimiento de la ley. Elegir a Jesús involucraba respeto a la ley de Dios, obediencia y superación. Los mismos problemas han surgido sutilmente en la iglesia de hoy. Nuevamente nos encontramos frente a la decisión de elegir entre Cristo y Barrabás. ¿A quién escogeremos? ¿Hemos aceptado el compañerismo y comunión con Cristo como un estilo de vida; como el método para recibir sus dones de perdón y victoria? ¿O preferimos a Barrabás, lo cual implica pelear nuestras batallas, además de conformarnos con la creencia de que no necesitamos obedecer? La gente de Israel tomó su decisión. Escogieron a Barrabás. Nunca se retractaron de esta decisión.

«Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle» (Mateo 27:27-31).

Y Jesús, el Creador del universo, que en un instante podría haber llamado a diez mil ángeles para que lo auxiliaran y lo liberaran de esta horrible escena, se mantuvo sujeto a la muerte y muerte de cruz, por su bien y por el mío.