¿Es usted fariseo? ¿O saduceo? Basta conocer un poco el registro bíblico referente a los días de Cristo, para que usted no quiera identificarse con ninguno de los dos grupos. Sin embargo, déjeme decirle que en los días de Cristo, ser fariseo o saduceo era una gran distinción. Hasta el apóstol Pablo mencionó que ser fariseo era una distinción honorable. En esos días, si una persona se encontraba con un viejo amigo y le preguntaba: «¿Y a qué se dedica su hijo ahora?», éste contestaba orgullosamente: «¡Mi hijo es un fariseo!»
Actualmente pensamos en los fariseos y saduceos mayormente en forma peyorativa, aun cuando algunos de los problemas que ellos tuvieron pueden ser los nuestros hoy. Veamos cómo pensaban ellos, y tal vez podamos evitar algunos de sus errores.
¿Quiénes eran los fariseos? Eran los dirigentes religiosos conservadores. Eran los legalistas rígidos. Eran los tradicionalistas.
Hacían todo lo posible por mantener en alto las normas, las doctrinas y las costumbres de la iglesia. Eran víctimas del problema más común de aquellos días: salvación por obras. Trataban de salvarse ellos mismos por sus propios esfuerzos. Era el más grande de los dos grupos de dirigentes religiosos, y hallaban su seguridad en las normas de la iglesia que ellos mismos sostenían.
El segundo grupo religioso se identificaba como los saduceos. Eran los liberales de ese espacio histórico. Seguían siendo legalistas, porque también eran víctimas de la idea de que podían salvarse por sus propios esfuerzos. Pero ellos hallaban su seguridad en las normas de la iglesia, que habían abandonado.
Los saduceos decían creer en la «sola scriptura», en contraposición con los fariseos, quienes abiertamente apoyaban algunas de sus doctrinas por tradición. Pero en realidad, los saduceos también tenían sus propias tradiciones. Hasta en el énfasis que ponían en la Escritura, frecuentemente se mostraban selectivos en cuanto a cuáles aceptar y cuáles rechazar.
Los peores enemigos de Jesús se encontraban entre los saduceos. Era el más pequeño de los dos grupos, pero el más poderoso. La posición de sumo sacerdote generalmente se concedía a un saduceo y ellos, generalmente, controlaban el Sanedrín. Algunas encuestas hechas a la iglesia cristiana actual muestran que la mayoría de los dirigentes religiosos, y la gente en general, siguen tratando de llegar al cielo por sus propias obras. Hace mucho tiempo es el común denominador de todas las religiones del mundo, y lastimosamente se ha popularizado entre la cristiandad también.
Cada iglesia lucha contra la enfermedad conocida como: salvación por obras. La mayoría de los así llamados cristianos no tienen tiempo para Dios, para la oración, ni para el estudio de su Palabra. Y cualquiera que vive alejado de Dios día a día, y que espera finalmente llegar al cielo, es un creyente en la salvación por obras. Esto significa que existe la posibilidad de que haya fariseos y saduceos entre nosotros hoy.
Los fariseos y saduceos tenían otras cosas en común, además de la esperanza de recibir la salvación con base en sus propios esfuerzos. Tenían un problema común que consistía en interpretar mal las Escrituras. Interpretaban mal la ley, su propósito y función. Interpretaban mal las profecías, incluso las del Mesías venidero. Interpretaban mal el reino de Dios y lo que involucraba las buenas nuevas de su reino. ¡Sin embargo, eran buenos con la justificación! La sangre corría como ríos en sus fiestas y festejos religiosos. Se involucraban diariamente en los sacrificios de corderos, ganado vacuno y palomas. Pero a pesar de sus creencias e intereses en común, había poca unidad entre los dos grupos. Estaban en constante controversia y debate. Frecuentemente sus argumentos giraban en torno a la resurrección de los muertos.
Cuando Jesús llegó, no los trató tan bien, de acuerdo con sus costumbres. ¡No sólo no los honró a ellos y a sus formalismos y ceremonias, sino que se mostró severo! Es difícil comprender cómo pudo hablarles como lo hizo, y todavía hacerlo con lágrimas en la voz; pero se nos dice que así era él. En Lucas 12:1, llamó hipócritas tanto a los fariseos como a los saduceos. Ambos grupos estaban equivocados. Ambos trataban de aparentar exteriormente algo que no eran en el interior. En Mateo 23 Jesús usó una interesante ilustración que señala este problema. Se refiere a una taza y un plato que estaban limpios por fuera, sin embargo seguían sucios por dentro.
Mostró aun más severidad en su ilustración acerca de las tumbas de los profetas, según se registra en Mateo 23, versículos 27-30. Él dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas!, porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas».
Obviamente eran víctimas de justificación externa. Sabían cómo trazar un sendero desde sus casas hasta la sinagoga. Pero Jesús les dijo en su Sermón del Monte, que a menos que su justicia fuera mayor que la justicia de los fariseos, no había oportunidad de llegar al reino de los cielos.
Estos hipócritas pagaban sus diezmos, eran fieles guardadores del sábado, eran reformadores de la salud. Ni siquiera se comían el mosquito que caía en la sopa. Eran expertos en las obras, especialmente en las que podían observar los demás. Tenían mucha experiencia en ayunar y hacían hermosas y extensas oraciones. Eran meticulosos en sus lavamientos ceremoniales y les encantaban los primeros lugares en la sinagoga. No obstante, traían a los demás cargas imposibles de llevar. Jesús los denunció porque cuando lograban meterle a la gente su religión por la fuerza, lo único que conseguían era que sus conversos fueran dos veces más «hijos del infierno» que ellos (Mateo 23:15).
Jesús dijo: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Juan 12:32). Pero los dirigentes religiosos decían: «Si nosotros atraemos a todos a nosotros mismos, entonces seremos levantados». Y eso es precisamente lo que trataron de hacer.
Estos líderes religiosos no querían a Jesús por varias razones. En primer lugar, Jesús recibía a los pecadores y ellos no. Los pecadores reincidentes no tenían esperanzas con los fariseos y saduceos. Los sacaban de la sinagoga, trataban de apedrearlos y evitaban cualquier contacto o asociación con ellos. Pero Jesús recibía a los pecadores; estas son buenas nuevas aun en nuestros días, ¿no lo cree? ¿No se siente feliz de saber que Jesús recibe a los pecadores?
Otro aspecto que no les gustaba acerca de Jesús era que, de acuerdo con sus reglas, él quebrantaba el sábado. Lo consideraban un liberal, porque no se apegaba a sus reglas y tradiciones. Les irritaba que Jesús anduviera predicando sin autorización. Les molestaba la falta de respeto que manifestaba hacia sus elevados cargos. Les repugnaban los nombres que él les daba y los sobrados reproches que dirigía hacia ellos. Les disgustaban los milagros que realizaba y la manera en que la gente común lo seguía y aclamaba. Exclamaban impotentes: «Mirad, el mundo se va detrás de él» (Juan 12:19). Y temían por su propio poder y autoridad sobre la gente.
En pocas palabras, le tenían envidia y codiciaban su popularidad. Cuando la solitaria cruz se erigió como resultado de su exacerbado odio contra Cristo, ellos pasaron al pie de la cruz sacudiendo la cabeza y diciendo: «A otros salvó, pero a sí mismo no pudo salvar». Ellos habían pasado la vida entera tratando de salvarse por ellos mismos, y el hecho de que Jesús había venido a salvar a otros y no a sí mismo, resultaba ser como una bofetada para ellos. Jesús pudo haberse salvado a sí mismo, pero no había venido con ese propósito a este mundo. Él vino para salvar a otros, incluyéndonos a usted y a mí; y mientras lo hacía, no podía salvarse a sí mismo.
La entrega del yo era la esencia de las enseñanzas de Jesús, y esto era particularmente ofensivo para los dirigentes religiosos. Ellos eran suficientemente grandes para administrar sus propias vidas. Los saduceos se sintieron especialmente ofendidos, porque no creían en un Dios que se involucraba personalmente en las vidas de sus hijos. Por lo tanto, se ofendieron por las enseñanzas y el ejemplo de Jesucristo.
Pablo hace referencia a estos dirigentes religiosos en 1 Corintios 2:7-8: «Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria». Jesús sugirió el mismo pensamiento en su oración a la hora de la crucifixión: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Aparentemente había cierto grado de ignorancia en sus acciones, y si hubieran sabido que en realidad era Hijo de Dios, no lo habrían crucificado.
Peor, ¿por qué no lo sabían? Los pastorcillos lo supieron y los sabios de Oriente lo supieron. Los humildes pescadores lo supieron y hasta los mismos demonios supieron y dijeron: «Nosotros te conocemos y sabemos quién eres». Pero no los dirigentes religiosos. Tal vez encontremos parte de la razón de su ignorancia en Mateo 11:25: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños».
Jesús estaba agradecido de que estas cosas estuvieran ocultas de los sabios. ¿Por qué? ¿Qué es lo que los sabios hacen con la verdad? Se atribuyen la gloria ellos mismos. La tendencia es asumir nosotros mismos toda la gloria, si podemos encontrar la menor excusa para hacerlo.
¿Será que Dios se sentó arriba en su trono y dijo: «Dadles a los pescadores y los pastores del campo, pero no permitáis que los fariseos posean la verdad? ¿O tenemos pasajes adicionales que podemos escudriñar sobre este tema? Busque Mateo 13, comenzando con el versículo 9: «El que tiene oídos para oír, oiga.
Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado». ¡No se detenga aquí, siga leyendo! «Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis.
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos y oigan con los oídos, y con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane. Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen» (vers. 9-16).
Ellos han cerrado sus oídos. Ellos han cerrado sus ojos. Así que no fue Dios quien arbitrariamente dio entendimiento a unos, y a otros no. Son las diferencias personales. El sol brilla sobre la cera y el barro. La cera se ablanda, mientras que el barro se endurece. ¿Por qué? Es el mismo sol que brilla sobre ambos.
¿Por qué cerraron sus oídos y sus ojos? Jesús, llegando como lo hizo, amenazó el orgullo de su estatus. Pasó por alto a los dirigentes religiosos y escogió a campesinos y extranjeros como receptores de su mensaje. El orgullo de su estatus se vio amenazado.
En segundo lugar, su orgullo nacional recibió un golpe certero. Ellos esperaban a un Mesías que dirigiera ejércitos y venciera a Roma. En su lugar, vino Uno con humildes vestiduras quien ofrecía sus dádivas a judíos y gentiles por igual.
En tercer lugar, se sintió amenazado su orgullo personal. Los pecadores, las rameras y los ladrones aceptaron a Jesús, y él los aceptó a ellos. ¿Cómo podía ser si los mismos dirigentes se sentían incómodos en su presencia? Así que cerraron sus ojos y se alejaron de él. Al igual que la gente de Nazaret, una vez que asumieron una posición, eran demasiado orgullosos para cambiar de opinión.
A pesar de sus diferencias, los fariseos y saduceos finalmente se unieron. Podrían haberse unido en la aceptación de Jesús si hubieran estado dispuestos a rendir su orgullo y acudir a él, puesto que sólo al venir a Jesús nos unimos los unos a los otros. Por el contrario, se unieron para rechazarlo tanto en la sala de juicio del palacio de Pilato, como en el momento de la crucifixión. ¿Y qué sucede si usted mismo puede verse representado por estos dirigentes religiosos de los días de Cristo? ¿Significa esto que ya no hay esperanza para usted? No, hay buenas nuevas, puesto que se puede unir con aquellos que fueron la excepción a la regla.
Nicodemo, un fariseo y miembro del Sanedrín, era demasiado orgulloso para siquiera acercársele a Jesús de día, pero lo buscó bajo el manto de la oscuridad nocturna. Aun así, aceptó el nuevo nacimiento que Jesús tan solemnemente enfatizó, y llegó a ser un fiel seguidor de él finalmente.
Simón, también fariseo, tomó el camino largo para regresar a Jesús. Ni siquiera el haber sido sanado de lepra fue suficiente para hacerlo dar vuelta en su camino. Sin embargo, llegó el tiempo cuando Jesús pudo llegar a su corazón en su propia fiesta, y Simón se rindió a ese amor que no lo soltaba.
Y Juan 12:42-43 habla acerca de muchos que creyeron en él. Hubo muchos que fueron conscientes de la inutilidad de sus propios esfuerzos para salvarse ellos mismos y llegaron a aceptar la salvación que Jesús les ofrecía. Reconocieron que no podían limpiar el templo de sus propios corazones, e invitaron a Jesús a entrar, no una vez solamente, sino todos los días. Jesús sigue ofreciendo la misma salvación a cada uno de nosotros, y tenemos el poder de aceptarlo. Podemos decidir por una relación vital con él en la medida que aprendamos a conocerlo mejor como Salvador, Señor y Amigo.