¿Alguna vez ha pensado en morir por Cristo? ¿Estaría dispuesto a hacerlo? Y si estuviera dispuesto, ¿podría hacerlo? Seguramente los que han dado su vida por Cristo recibieron ayuda de lo alto.
Durante la Rebelión de los Bóxer, en China, unos bandidos se llevaron a un misionero a su escondite en la montaña. Allí trataron de obligarlo a renunciar a su fe. Él se rehusó. Así que le cortaron los dedos de las manos y luego de los pies. Después le preguntaron: -¿Estás dispuesto ahora a renunciar a tu fe?
Pero él respondió que no. Así que le amputaron las manos desde las muñecas y los pies desde los tobillos, y le ordenaron a gritos que renunciara a su fe en Cristo. Él nuevamente se negó a hacerlo. Finalmente le cortaron los brazos y las piernas, y mientras se desangraba le preguntaron:
-¿Y ahora tienes algo que decir?
Él les respondió:
-Sí. Háganme el favor de decirle a mi hijo que venga a tomar mi lugar en China.
Bueno, casi todos hemos escuchado este tipo de historias de muchos países a través del tiempo. La sangre de los mártires ha fluido desde Abel hasta nuestros días. Y en este libro que habla acerca de cómo trató Jesús a la gente, sería una falla si no consideráramos cómo trató a sus seguidores, no sólo bajo la relación de compañerismo, sino también bajo las circunstancias de sufrimiento.
Cristo dijo a sus seguidores: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10). El apóstol Pedro aprendió el valor del sufrimiento. Hubo una época cuando se retrajo. Recordarán su conversación con Jesús, cuando éste hablaba con sus discípulos acerca de su muerte inminente. Pedro le dijo: «En ninguna manera esto te acontezca». Y Jesús lo reprendió (Mateo 16:22-23).
Pero Pedro aprendió la bendición de la comunión por medio del sufrimiento, y en 1 Pedro 4:12-13 dijo: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría».
Como ven, no es extraño que los cristianos sufran. Encontramos un mensaje similar de parte del apóstol Pablo en Filipenses 1:29, donde escribió: «Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él».
Es un privilegio, un don y un gran honor -una de las más grandes bendiciones que el cielo puede conferir al ser humano, ser partícipes de la comunión por medio del sufrimiento y ser fieles hasta la muerte. La razón de esto es un misterio que escapa la comprensión de la mente humana, pero la comunión por medio del sufrimiento es lo que Jesús ofrece a todos sus seguidores de una forma u otra.
Por esa razón, concentrémonos en uno de los seguidores más cercanos a Jesús, del cual él mismo dijo: «No hay mayor profeta». Su nombre es Juan el Bautista. Muchos se han maravillado por causa de su muerte.
Juan el Bautista fue un niño milagro, dedicado al Señor desde su nacimiento. Su vida transcurría en el desierto, vestía ropas extrañas y comía algarrobas y miel silvestre. Aprendió a amar el desierto y los espacios abiertos.
Cuando inició su ministerio público, anunciando la pronta llegada del Mesías, no escatimó palabras. Hasta reprendió al rey Herodes por su matrimonio ilícito. La esposa de Herodes se disgustó mucho por sus atrevidas aseveraciones, así que convenció a su marido para que metiera a Juan el Bautista en prisión.
La mayoría de las personas esperaba que Juan fuera puesto en libertad después de un tiempo. Estaban seguros que el aprecio de la gente y aun del rey Herodes mismo, aseguraría el bienestar de Juan. Pero Juan el Bautista esperó y esperó y esperó. Los confines del calabozo pesaban grandemente sobre aquel que se había acostumbrado a las montañas del desierto. Las preguntas comenzaron a surgir en su mente. Se le dio la oportunidad de dudar acerca de su misión, dudar acerca de la divinidad de Cristo. Llegó el momento cuando no pudo soportar más, y envió un mensaje a Jesús, haciendo algunas de sus preguntas más difíciles. Y la respuesta de Jesús le dio seguridad.
Llegó el día cuando a la esposa de Herodes se le concedió su deseo. Mediante su hija Salomé engañó a su esposo, y en el proceso, Juan el Bautista fue decapitado, aparentemente desamparado por Dios, aparentemente olvidado por Jesús, aparentemente solo. ¿Es esta la manera como Jesús trata a sus discípulos? Resulta difícil comprender que de todos los dones que el cielo puede otorgar, la comunión con Cristo en sus sufrimientos, sea la mayor demostración de confianza y el más alto honor. ¿Qué clase de comunión sostuvieron Juan el Bautista, el misionero en China y los demás mártires a través de las edades, con Cristo en su sufrimiento? ¿Cuáles fueron los sufrimientos de Cristo?
En primer lugar sabemos que Cristo sufrió por causa de la justicia. No fue un sufrimiento como resultado de sus pecados. Y él pronunció una bendición sobre todos aquellos que a través de las edades han sufrido por causa de la justicia.
El inicuo siempre se ha sentido incómodo en presencia de los rectos. Hombres malvados odiaron a Jesús por su vida inmaculada y trataron de destruirlo por esa misma razón. A aquellos que han aceptado la justicia de Cristo, se les advierte que no siempre serán los más populares; algunos sufrirán persecución y aun muerte por causa de la justicia.
Jesús también sufrió por los demás. Es el ejemplo supremo de Uno que está dispuesto a poner su vida por sus amigos, y otros en todas las edades se han unido a él en ese aspecto. Ya hemos oído sus historias.
También sabemos que Jesús sufrió porque se apegó al plan maestro, formado desde antes de la fundación de este mundo, que si aparecía el pecado, él vendría para ofrecerle una vía de escape a la humanidad. Jesús no se desvió de ese plan, sino que permaneció bajo el control de su Padre durante su vida en esta tierra.
Pero él podría haberse salvado a sí mismo. Cuando los sacerdotes y escribas llegaron y dijeron: «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Marcos 15:31), decían la verdad. Pero aun si él hubiera podido salvarse, no podía salvarse a sí mismo y salvar a los otros simultáneamente.
Aquellos que han seguido a Jesús en la comunión del sufrimiento han descubierto lo mismo. Al permanecer bajo el control de Dios, no han podido salvarse por su propia cuenta. El misionero en China, aparentemente pudo haberse salvado a sí mismo, si hubiera estado dispuesto a renunciar a su fe en Cristo. Pero debido a que había decidido permanecer bajo el control de Dios y seguir confesando su fe en él, no pudo salvarse a sí mismo. Así que un seguidor de Cristo puede sufrir por causa de la justicia, sufrir por el bien de otros, y sufrir porque permanece bajo el control de Dios. Juan el Bautista experimentó esta clase de sufrimiento.
Jesús hubiera salvado a su fiel y amado siervo de todo corazón, pero por amor de los miles que en años posteriores pasarían de prisión a muerte, Juan debía beber la copa del martirio. Juan el Bautista abrió el camino para otros discípulos, todos los cuales, con excepción de uno, padecerían la muerte por medio del martirio. Y los discípulos pagaron el precio máximo, marcando la pauta para los mártires que los seguirían. Los mártires que los siguieron han marcado la pauta para los que seguimos con vida en este mundo de dolor, tristeza, separación y muerte.
Tal vez comprendamos la muerte de Juan por el bien de los mártires del futuro; pero, ¿por qué tuvieron que morir los mártires? Para empezar, sabemos que Dios hizo este mundo de tal manera que la lluvia cae sobre justos e injustos. El sol brilla sobre buenos y malos. Si las cosas buenas sucedieran sólo a los buenos y las cosas malas sólo a los malos, no pasaría mucho tiempo sin que el mundo se llenara de personas buenas que servirían a Dios únicamente por los beneficios que pueden obtener de su bondad. Pero Dios sólo busca que lo sirvan por amor. Nunca prometió a sus seguidores «un cielo siempre azul». Dios no ha prometido a sus seguidores que los liberaría de los problemas inherentes de vivir en este mundo de pecado.
Indudablemente hay muchas razones. Una podría ser que, hasta sus seguidores, necesitan recordar cuán horrible es el pecado, y puesto que su naturaleza es mortal, evitemos caer nuevamente como sus víctimas. En el plan de Dios, una vez que el universo quede limpio, una vez que el pecado y los pecadores dejen de existir, él quiere que su universo permanezca purificado. El Señor ha prometido que el pecado jamás surgirá una segunda vez. Para que esto pueda cumplirse, debemos visualizarlo claramente por lo que realmente es, para que jamás vuelva a sernos atractivo. Pero hay otra razón que debemos considerar. Sabemos que el diablo ha acusado a Dios de ser injusto. Ha difundido la idea de que la gente sirve a Dios sólo por lo que pueden obtener de él. Ya conocen la historia de Job y sus resultados. La acusación del enemigo fue: «Job te sirve por la manera en que lo bendices» (véase Job 1:9-10). Y la experiencia de Job puede repetirse hoy en las vidas de cada uno de nosotros.
La promesa de Dios es que no hay nada que pueda hacer el diablo, contra lo cual el Señor no posea poder para librarnos. Confiemos en él. ¡Dios necesita ejemplos vivos de esta verdad! Asumamos nuestro compromiso mientras tratamos de ver cómo funciona este principio en la gran controversia entre Cristo y Satanás. La Biblia enseña que al final del milenio, cuando Jesús regrese a este mundo por tercera vez, todos los que alguna vez han vivido en este mundo se juntarán por primera y última vez. Algunos estarán fuera de la gran ciudad, mirando hacia adentro y otros estarán dentro de la gran ciudad, mirando hacia afuera. Afuera de la ciudad habrá personas de la época del diluvio, cuando los pensamientos de los hombres eran continuamente hacia el mal. Y estos agitarán sus puños hacia Dios y dirán: «No es justo. Era demasiado difícil servirte en la época cuando yo vivía».
Y tal vez sea posible imaginar una voz proveniente de alguna parte del interior de la ciudad que dice: «Noé, ¿podrías asomarte al muro, por favor?»
Y cuando Noé se pone de pie, la gente de la época del diluvio guarda silencio; ya no tienen nada que decir.
Puedo ver fuera de la ciudad a un grupo que vivió en el tiempo de la gran apostasía de Israel. Aquellos que cedieron a la presión y llegaron a ser adoradores de Baal. Ellos también le agitan los puños a Dios y dicen: «Era demasiado difícil servirte en la época cuando yo vivía. Pues, hubiera sido uno de los pocos en serte fiel».
Y Dios le pide a Elías que se asome al muro, pero súbitamente ya no tienen nada más que decir.
Puedo ver también a personas del tiempo de la iglesia primitiva, cuando la persecución estaba en su apogeo. Están fuera de la ciudad, le agitan los puños a Dios y exclaman: «Era demasiado difícil servirte en la época cuando yo viví. Me iban a matar si hablaba abiertamente en favor de Jesús».
Y Dios llama a Esteban al muro y los argumentos de los quejosos se desploman.
Me llama la atención un grupo de la Edad Media, que agitan sus puños hacia Dios. Entonces se les pide a Huss y a Jerónimo que se pongan de pie. Veo a un individuo de China, de la época de la Rebelión de los Bóxer, en las afueras de la ciudad, y el misionero del relato introductorio a este capítulo es invitado a aparecer sobre el muro.
Veo a un personaje moderno que sufrió durante varios meses como víctima del cáncer y luego murió. Pero antes de morir, se rebela contra Dios, lo culpa por todos sus problemas, lo maldice y muere.
¿Significa todo esto que es Dios el culpable del sufrimiento? No, no. El sufrimiento es infligido por Satanás, pero Dios lo permite de acuerdo con sus propósitos de misericordia. Observe, los discípulos preguntaron a Jesús: «¿Quién pecó, este hombre o sus padres?»
Jesús respondió: «Ninguno, ¡pero … ! Ahora verán la gloria de Dios» (véase Juan 9:3).
Llegará el día cuando la gloria de Dios triunfará y los seguidores de Cristo que hayan sufrido y lo hayan servido por amor a él, no sólo por sus propios intereses, tendrán su recompensa. Jesús ha prometido recompensarlos con creces por cualquier inconveniencia que sufran como resultado de haber nacido en este mundo de pecado.
Y el plan de Dios en la gran controversia prosigue de tal manera que hasta los que están fuera de la ciudad, hasta el mismo Satanás, finalmente reconocerán que Dios ha sido y es justo. ¡Qué día más glorioso será aquel cuando el problema del pecado se solucione para siempre, y podamos estar en comunión con Cristo por la eternidad!