Actualmente hay mujeres que manejan martillos neumáticos o perforadoras de mano. Las hay conductoras de camiones, dependientas de gasolineras y oficiales de policía. Algunas personas han pensado y discutido largamente acerca del papel que desempeña la mujer en la iglesia. Alegan que, si los derechos de la mujer tienen méritos en otras áreas, ¿por qué no permitirles que ocupen cualquier posición dentro de la iglesia?
Para aquellos que se formulan estas preguntas -y tal vez para otros también-, el tema de cómo trató Jesús a las mujeres puede ser muy interesante. Debería ser de interés por lo menos para el 50 por ciento de los lectores de este libro; ¡sin embargo, no estoy seguro acerca de cuál 50 por ciento!
En años recientes, más de un autor ha presentado a Jesús como defensor de las mujeres. ¿Será esto verdad, a la luz de los cuatro evangelios? Si en realidad fuera adalid de las mujeres, ¿en qué sentido lo es y de qué manera defendió la feminidad?
Si consideramos los aspectos culturales y sociales de los días de Cristo, notaremos que los líderes de la iglesia, los rabinos, eran cualquier cosa menos defensores de los derechos de la mujer. En realidad, una oración proveniente de la literatura rabínica que pudo haber sido usada aun en sus días, reza de la siguiente manera:
«Bendito eres, oh, Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste pagano. Bendito eres, oh, Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste siervo. Bendito eres, oh, Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me hiciste mujer».
Esta oración ha sido alterada en años recientes -la han parchado un poco-, pero básicamente así decía y así se pensaba en los días de Cristo. Otro extracto de la literatura rabínica reza de la siguiente manera: «Feliz es aquel que tiene hijos, ay de aquel que tiene hijas». ¡Por favor, recuerden que éstas no son mis palabras! Sólo trato de establecer el trasfondo cultural de los días de Jesús. Definidamente no era muy popular en esos días defender los derechos de la mujer.
En primer lugar, consideremos brevemente las enseñanzas de Jesús. Frecuentemente hacía referencia a la mujer en sus historias y parábolas. Todos recordamos la parábola de la mujer que puso levadura al pan: una historia que explica el reino de los cielos. Hemos oído las parábolas de la oveja perdida, el hijo pródigo y la moneda perdida: una moneda perdida por una mujer probablemente era parte de su dote. Hemos escuchado acerca de las diez vírgenes en una parábola que habla acerca del fin del tiempo. Jesús contó una historia acerca de la viuda importuna, en la que ilustra la importancia de ser persistente en la oración. En una ilustración, Jesús habló acerca de la mujer de Lot y de la reina de Saba. Y ya hemos expuesto en detalle la manera como Jesús alabó a la viuda en el templo después que dio su ofrenda de dos blancas. En Mateo 21, después de la historia de los dos hijos -de los que sólo uno obedeció a su padre-, Jesús dijo que hasta las rameras entrarían al reino de los cielos antes que los dirigentes religiosos de sus días. En el primer sermón que presentó en Nazaret Jesús hizo referencia a la viuda de Sarepta de los tiempos de Elías.
Cuando habló a los discípulos acerca de su segunda venida, se refirió a dos mujeres que molían en el molino. Jesús hablaba frecuentemente acerca de mujeres ilustrando con ellas sus enseñanzas. Consideremos por unos momentos unos ejemplos de su relación con las mujeres. Un escritor lo explica de la siguiente manera: «En su relación con las mujeres, el estilo de vida de Jesús era tal, que sólo se puede calificar como asombroso. Trató a las mujeres como verdaderos seres humanos, iguales a los hombres en todo aspecto. Jamás se escucharon de sus labios palabras de desprecio. Del mismo modo como el Salvador se identificó con los oprimidos y los desheredados, habló con las mujeres y acerca de las mujeres con completa libertad y sinceridad».
Al considerar la relación de Jesús con las mujeres, notemos en primer lugar su relación con su propia madre.
Cuando tenía 12 años, al realizar su primer viaje al campestre de Jerusalén, se separó de sus padres, y ellos siguieron su camino sin darse cuenta de que él no estaba con ellos. Cuando finalmente lo hallaron, después de buscarlo por tres días, lo reprendieron. Aun a la edad de 12 años, les respondió: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Lucas 2:49).
A simple vista uno puede pensar que Jesús se portó desafiante con sus padres. Pero no fue así, porque el registro del Evangelio testifica que descendió con ellos y estuvo sujeto a ellos los siguientes 18 años. Pero hay una implicación muy clara en este pasaje y es que Jesús -por primera vez- manifestó una tensión y equilibrio entre la lealtad hacia su familia y la lealtad hacia su Padre celestial.
La segunda referencia acerca de Jesús y su relación con su madre aparece en la historia de la boda de Caná. Recordamos que ellos necesitaban más jugo de uva. La mamá de Jesús acudió a él y le hizo saber la necesidad surgida. Y Jesús le respondió: «¿Qué tienes conmigo, mujer?» (véase Juan 2:4).
Muchas personas piensan que ésta fue una actitud algo ruda. Pero un estudio cuidadoso de las formas del lenguaje de esos días demuestra lo contrario. En realidad, puede haber sido una respuesta respetuosa. Sin embargo, la sugerencia permanece de que a pesar del respeto que tenía Jesús por su madre, debía velar cuidadosamente por el equilibrio entre ese respeto y el trabajo que su Padre le encomendó que hiciera.
La tercera referencia nos remite a Capernaúm, donde la mamá y los hermanos de Jesús trataron de verlo, pero no pudieron debido a la multitud presente. En vez de interrumpir su predicación, él dijo: «Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos ese es mi hermano, y hermana, y madre».
Nuevamente enfatiza que el servicio a Dios no puede ser relegado a un segundo lugar, aun frente a la relación familiar. Y su propia madre, aunque haya sido bendita entre las mujeres, no podía llegar al reino de los cielos por el solo hecho de ser su madre. Necesitaría sostener su propia relación con Dios.
La cuarta referencia a la relación de Jesús con su madre ocurre al pie de la cruz. Mientras pendía de la cruz, miró hacia abajo y la vio parada junto a Juan … Juan, el que siempre estaba ahí. Jesús dijo: «¡Mujer, he ahí tu hijo!» y a Juan, «¡He ahí tu madre!» (Juan 19:26-27). De esta manera mostró un cuidado solícito por su madre hasta el mismo fin.
Ahora, otra área de la relación de Jesús que tiene que ver con las mujeres que eran seguidoras suyas. «Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes y Susana, y otras muchas [¡y muchas otras!] que le servían de sus bienes» (Lucas 8:1-3).
Jesús tenía como sus seguidores a doce apóstoles y un grupo de mujeres galileas. ¿Por qué lo seguían? ¿Lo hacían por invitación de alguien? Jesús dijo a sus apóstoles en una ocasión: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (véase Juan 15:16). Bien podría ser que Jesús hubiera escogido a estas mujeres también.
¿Qué hacían ellas? Lo acompañaban. Y uno bien podría especular acerca del problema que se presentaba cuando llegaban a un poblado en busca de alojamiento. Lo sostenían financieramente. Hay evidencia que algunas de estas mujeres eran ricas. Lo acompañaron hasta el mismo fin. Cuando los doce discípulos huyeron en su carrera de cien metros tratando de salvar sus propios pellejos, las mujeres permanecieron cerca de él y fueron las primeras en recibir el mensaje de la resurrección.
Otro ejemplo de la relación que tenía Jesús con las mujeres es su amistad con María y Marta. Ya conocen la historia. Se encuentra en el décimo capítulo del Evangelio según San Lucas. Allí se dice que María se sentó a los pies de Jesús. ¿Qué significa esto? En los días de Cristo, el alumno se sentaba a los pies de su maestro. Es más, Marta llamó a Jesús «el Maestro» en Juan 11, cuando llamó a María y le dijo: «El Maestro está aquí». En los tiempos de Cristo era inaudito que un rabino le enseñara a una mujer. De hecho, los rabinos decían que era preferible enseñarle a un samaritano que, a una mujer, ¡y ya saben lo que sentían por los samaritanos! Pero María se sentó a los pies de Jesús, y de los labios de su hermana Marta salió una de las más grandes afirmaciones acerca de Jesús y de quién era él en realidad. Sucedió en ocasión de la muerte de Lázaro. Jesús acababa de llegar a Betania. Marta dijo: «He creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que has venido al mundo» (Juan 11:27). ¿Cómo se puede pedir mayor fe que ésta?
Otro suceso que ilustra la relación de Jesús con las mujeres ocurrió cuando fue ungido en una fiesta en la casa de Simón. Los cuatro Evangelios lo registran. Lo que ocurrió allí habría sido mal visto por todos los judíos de sus días: Jesús permitió que una mujer lo tocara con el cabello suelto. (En aquellos días, soltarse el cabello era algo que sólo hacían las mujeres de la calle.) No sólo eso, sino que Jesús dijo, y quedó registrado para todas las generaciones, que esa mujer había hecho algo muy hermoso.
Luego tenemos a Jesús y a la mujer samaritana. En los días de Cristo, había una regla que decía: «Un hombre no debe estar solo con una mujer en una posada, ni siquiera con una hermana o hija, debido a lo que los demás hombres puedan pensar. Un hombre no debe hablar con una mujer en la calle, ni siquiera con su propia mujer, y especialmente si no es su mujer, debido a lo que los demás hombres puedan pensar». ¡Esto nos muestra claramente qué clase de hombres había en aquellos días! Pero Jesús habló con la mujer junto al pozo, sin avergonzarse por haberlo hecho, quebrantando de esta manera la rígida costumbre judía.
La experiencia de Jesús y la mujer adúltera que fue arrastrada hasta su presencia, de igual manera quedó registrada. Él la defendió en presencia de todos los que estaban listos a condenarla. ¡Vaya, las experiencias de Jesús y su relación con las mujeres parecieran no tener fin!
¿Y qué en cuanto a Jesús sanando a mujeres? Sanó a la suegra de Pedro … en el día de reposo. Quebrantó dos reglas a la vez, puesto que no sólo la sanó en sábado, sino que la tocó, la tomó de la mano.
Otra instancia quedó registrada en Lucas 13:10-17: la mujer que había sufrido una rara enfermedad por dieciocho años. Nuevamente, fue sanada en sábado, y Jesús la tocó públicamente, algo absolutamente prohibido entre los judíos.
También quedó anotada la historia del hijo de la viuda que fue resucitado en la aldea de Naín. Jesús interrumpió el cortejo fúnebre y trajo alegría a un corazón atribulado. Cuando resucitó a la hija de Jairo, Jesús nuevamente quebrantó las costumbres y tradiciones judías al tocar a la niña muerta y traerla nuevamente a la vida.
Cuando iba camino a esa cita, una mujer entre la muchedumbre se acercó a tocar el borde de su manto. Jesús se detuvo y preguntó: «¿Quién me tocó?» Llamó a esta tímida mujer, la sacó del anonimato y la reafirmó como una persona digna de recibir sanidad. Reconoció públicamente su fe y determinación. La trató como a un ser humano.
Una de las últimas experiencias de Jesús en relación con las mujeres sucedió en el camino al Calvario. Las mujeres lloraban. Tal vez no hayan tenido demasiado contacto previo con Jesús, pero sus corazones fueron tocados por su sufrimiento.
¡Deberíamos tener más hombres como ellas! Hombres como Simón el cireneo, que no pudo callar al ver sufrir a un Hombre debajo de la cruz. Pero las mujeres lloraban, y Jesús las tomó en cuenta.
No se registra una sola instancia en los Evangelios cuando una mujer se haya mostrado hostil hacia Jesús. Jesús se asociaba espontáneamente con ellas y presentaba su mensaje por igual tanto a hombres como a mujeres. Trataba a las mujeres con deferencia en todo sentido. Escogió tanto a mujeres como a hombres para ser sus amigos especiales. Aceptó sus demostraciones de aprecio, las que calificó como algo hermoso. Nunca dudó en ministrar a las mujeres. Y demostró que era posible asociarse con ellas en un plano elevado y espiritual. Por la aceptación y consideración que mostró hacia las mujeres, puede considerársele como el paladín de las mujeres.