7. Cómo Trató Jesús a los Endemoniados

El coro terminó de cantar el especial de la mañana, y con un suave rozar de togas, los cantantes regresaron a sus lugares en el balcón, buscando una posición cómoda para escuchar el sermón.

La iglesia estaba llena esa mañana, y se percibía una emoción reprimida en el ambiente, ya que el orador tenía una reputación de ser controversial. No siempre se lo invitaba a expresar sus ideas públicamente, y se rumoraba que uno de esos servicios casi había terminado en revuelta. El anciano encargado de la plataforma evidenciaba estar nervioso al mirar al invitado, y movió la cabeza como indicando que era tiempo de comenzar.

Ni bien el orador había llegado a la plataforma, cuando las puertas al fondo de la sinagoga se abrieron violentamente. Gritando y convulsionando por todo el pasillo central venía el endemoniado hasta caer a los pies de Jesús. Puede leer la historia en Lucas 4:33-36. Había entrado en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio inmundo, el cual exclamó a gran voz. La descripción no deja de ser graciosa: un demonio ¡inmundo! Después de todo, ¿cuántos demonios limpios existen? Pero por lo menos podemos suponer que en lo que a los demonios concierne, este demonio en particular aparentemente era muy malo.

El endemoniado exclamó a gran voz, diciendo: «Déjanos; ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios».

Nótense los pronombres; son sumamente interesantes. «Déjanos en paz. ¿Qué tienes con nosotros? ¿Has venido para destruirnos?» Evidentemente el demonio comenzó a hablar tanto por él mismo como por el hombre a quien poseía. Pero luego terminó con «Yo te conozco». Tal vez el hombre no se daba cuenta quién era Aquel en cuya presencia había sido arrojado tan violentamente. Pero el demonio ciertamente sabía delante de quién estaba.

Ha de haber sido un demonio bastante intrépido. Tal vez se creía muy valiente aquel día cuando decidió interrumpir el servicio que Jesús -Aquel que lo había formado y le había dado vida-, dirigía. Intrépido o no, sin embargo, no ha de haber sido un demonio muy inteligente. Debería haber sido más listo, porque terminó derrotado, igual que cualquier demonio cuando está en presencia de Jesús. El Señor lo reprendió, diciendo: «Cállate, y sal de él. Entonces el demonio derribándole en medio de ellos, salió de él, y no le hizo daño alguno. Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos y salen?» En la Biblia se registran siete confrontaciones de Jesús con los demonios. Antes de discurrir sobre la segunda ocasión, por favor note los siguientes tres puntos:

l. El encuentro y la conversación de Jesús con el demonio fueron breves.

2. De inmediato obligó al demonio a abandonar a su víctima.

3. Por lo menos en este caso particular, no hubo la presencia de un intercesor.

No hubo persona alguna que hubiera estado involucrada en traer al hombre afligido a los pies de Jesús ni en buscarle ayuda. Él vino solo. A decir verdad, ni siquiera era capaz de pedir ayuda por sí mismo, porque cuando trataba de expresarse, era el demonio quien hablaba. No obstante, Jesús pudo liberarlo y salvarlo de la fuerza del maligno.

El segundo caso se encuentra en Mateo 9:32-34 y es muy corto. «Mientras salían ellos, he aquí, le trajeron un mudo, endemoniado. Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel».

En este caso hubo intercesión, puesto que dice «le trajeron un mudo, endemoniado». Nuevamente, sin embargo, notamos que el encuentro fue breve. Y la evidencia señala que los demonios fueron obligados a salir inmediatamente al mandato de Jesús. Las personas que lo trajeron no podían hacer nada para ayudarlo. Pero sabían lo suficiente como para traerlo ante Jesús, y era lo mejor que podían hacer, ¿no cree? Hoy día, cualquiera que conozca a alguien que esté atormentado u oprimido o en problemas, haría bien en seguir el ejemplo de estas personas, trayendo al atribulado a los pies de Jesús. Es el único que tiene el poder de sanarlo y restaurarlo.

El tercer caso que estudiaremos se encuentra registrado en Mateo 12. «Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba» (vers. 22).

El registro sigue con el diálogo entre Jesús y los fariseos. Pero el encuentro real entre Jesús y los demonios fue breve y concluyó con la derrota total del enemigo. Los dirigentes religiosos acusaron a Jesús de haber echado fuera a los demonios con el poder del diablo. En cambio, Jesús les presentó argumentos difíciles de contradecir y les contó una parábola acerca de una casa vacía barrida y adornada a la que regresaron muchos demonios para tomar el lugar de uno que fue echado fuera. Regresaremos a este punto más adelante, pero por lo pronto continuemos con el cuarto encuentro de Jesús con los demonios.

Este es uno de los encuentros más conocidos: los endemoniados que fueron liberados y los demonios que condujeron a una manada de cerdos por el precipicio hacia el mar. Se registra en Mateo 8 y Lucas 8. En esta instancia, Jesús sostiene un diálogo breve con los demonios. Según el registro de Lucas 8, él preguntó: «¿Cómo te llamas?»

Y ellos respondieron: «Nuestro nombre es Legión» (véase el vers. 30).

En los días de Cristo, el ejército romano se dividía en legiones. Cada legión se componía de tres a cinco mil soldados.

¡Aparentemente el diablo tenía suficientes demonios como para desperdiciar entre tres y cinco mil de ellos en uno o dos hombres! Aunque hay evidencia bíblica de posesión múltiple, no hay evidencia de que se tenga que tratar a cada demonio individualmente.

Cuando Jesús dio la orden todos salieron. Un negocio en paquete, si bien les parece. Los demonios se fueron al hato de cerdos, y éstos se precipitaron al mar y la gente corrió a pedirle a Jesús que saliera de su país antes que ellos perdieran más de sus recursos.

En este caso no hubo intercesor. Nuevamente los demonios demostraron falta de criterio, o tal vez falta de control propio al venir ante la presencia de Jesús voluntariamente. Pero fueron suficientemente perceptivos como para decir, como se registra en Mateo 8:31: «Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos».

Seguramente sabían de antemano cuál sería el resultado de esa confrontación.

Encontramos el quinto caso registrado en Mateo 15:21-28. Es la historia de la mujer cananea cuya fe era muy grande. Insistió en permanecer en la presencia de Jesús aunque fuera por las migajas de la mesa del Maestro. Su problema era que su hija era gravemente atormentada por un demonio. Al final de su conversación Jesús le dijo: «Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres». Mateo concluye su relato de este milagro diciendo: «y su hija fue sanada desde aquella hora».

Hubo un intercesor en este caso, pero la hija que estaba poseída ni siquiera estuvo presente. Recibió su liberación en ausencia, podríamos decir. Pero aunque no haya estado en su presencia inmediata, a la orden de Jesús, fue liberada al instante.

El sexto caso se encuentra en Marcos 9:14-29. Es un relato largo. Jesús bajó del monte de la transfiguración. Había llevado a tres de sus discípulos en este recorrido tan especial. Los otros nueve estaban celosos y alegaban entre ellos quién sería el más grande. En ese estado, trataron de enfrentarse a los demonios, pero a su vez, el demonio los enfrentó a ellos. Aunque Jesús jamás perdió una batalla, sus discípulos sí conocieron la derrota. Cuando Jesús llegó al lugar de los hechos, el padre del niño le explicó la situación y le dijo:

-Si tú pudieras hacer algo …

Jesús le respondió: Al que cree todo le es posible.

Luego el hombre agregó: -Creo, pero no lo suficiente. Por favor, ayuda mi incredulidad. Jesús levantó al muchacho, y hubo una gran liberación aquel día.

Después que las multitudes se hubieron esparcido, los discípulos preguntaron a Jesús por qué ellos no habían podido sacar al demonio. Y Jesús les advirtió:

-Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno. Pero hasta donde sabemos, Jesús -quien sacó al demonio- no había estado ayunando. Resulta fácil aceptar una interpretación literal de este relato, y pensar que de alguna manera Dios quedará impresionado si nos privamos de alimentos. Pero esto no encaja muy bien con lo que dijo Jesús acerca de que Dios estaba dispuesto a dar buenas dádivas a sus hijos. Los dones de Dios no se ganan, son dados gratuitamente. Por lo tanto, ¿a qué se refería Jesús?

Jesús hablaba acerca de la relación continua con su Padre. No procuró elevarse a un nivel espiritual superior sólo por esta ocasión. Más bien, pasaba tiempo todos los días en comunión y compañerismo con su Padre. Esto era más importante para él que comer. Esta relación fue la que lo mantuvo bajo el control de su Padre y permitió que estuviera preparado para hacerle frente a cualquier artimaña del diablo que se le presentara.

Por otro lado, sus discípulos no habían pasado la noche entera ni las horas de la madrugada en compañerismo con el Cielo como él lo había hecho. Se quedaron dormidos mientras alegaban entre sí acerca de quién sería el mayor. Por decisión propia se habían separado del poder del cielo, y de esa manera tuvieron que hacerle frente al enemigo con sus propias fuerzas endebles. En cualquier momento que tratemos de hacerle frente a los poderes de las tinieblas por nuestras propias fuerzas, ciertamente seremos vencidos. A menos que tengamos el poder de Jesús, sería un grave error intentar una confrontación con el diablo. Él es más fuerte que nosotros y saldrá victorioso cada vez. Sólo el poder de Jesús es suficientemente fuerte para vencer al enemigo, y este poder está al alcance de cada uno de nosotros a través de una relación diaria con Dios.

No sólo somos incapaces de hacerle frente a la posesión demoníaca en su forma extrema, sino que tampoco podemos hacer frente a las tentaciones y engaños del enemigo en nuestras propias vidas. No podemos vencer al pecado por nuestras propias fuerzas, sino sólo por las fuerzas que provienen del cielo, en la medida que acudimos a Jesús y le permitimos que pelee nuestras batallas.

Finalmente, el séptimo caso, registrado en Marcos 16:9. En esta ocasión, no se trata de una historia, como en las anteriores. Tenemos una referencia de algo que ya sucedió.

«Habiendo pues resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios».

Probablemente aquí podríamos especular, si Jesús echó fuera a siete demonios juntos en una ocasión, o si echó fuera demonios de María en siete ocasiones diferentes. Me quedo con esta última posibilidad en virtud de la parábola que Jesús contó en Mateo 12. Veamos lo que dice en los versículos 43-45.

«Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo y no lo halla. Entonces dice: volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación».

¿Qué trata de decirnos Jesús con esto? Que hay algo más importante que la expulsión del espíritu. También es necesario mantenerlo fuera. ¿No es verdad? Y aparentemente, María tuvo que aprender esta amarga lección.

Una persona puede experimentar una liberación grandiosa del pecado, aun de posesión demoníaca, pero a menos que experimente de primera fuente una conexión vital con Dios y una relación continua con él, todos los días, por medio del estudio de la Biblia y la oración, no será suficiente.

Nosotros jamás podremos erradicar el pecado. Simplemente no hay lugar para él cuando Jesús entra.

Podemos llegar a varias conclusiones del estudio de estos casos. Primero, cuando Jesús echaba fuera demonios, lo hacía de manera inmediata. Segundo, los echaba fuera a todos juntos, no uno por uno. Tercero, en ocasiones había un intercesor, en otras no. Evidentemente no es esencial tener un intercesor. Y cuarto, ¡echar fuera a demonios no es cosa del otro mundo!

En Lucas 10, cuando los setenta regresaron y dijeron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre», Jesús en esencia les respondió: «¿Y qué? Satanás fue echado del cielo hace mucho tiempo. Es un enemigo vencido» (véanse los vers. 17-20).

La manera como Jesús trató a los endemoniados es una buena noticia. Fueron buenas nuevas en Palestina; sigue siéndolo en nuestros días. Jesús nunca perdió un solo caso. Los demonios gritaban pidiendo misericordia en su presencia. Por lo tanto, no debemos temerles, siendo que el grandioso nombre de Jesús sigue siendo el más grande poder en esta tierra. Mediante él, podemos ser liberados del poder del enemigo.