Aunque hemos tratado de centrar nuestra atención en Cristo en toda nuestra reflexión, nuestra prueba final de que la obediencia es solamente por fe, es la persona de Jesús mismo. Jesús es el argumento culminante, si es que podemos llamarlo así, debido a que es nuestro mayor y único ejemplo de obediencia genuina, y él lo hizo todo por medio de la fe. Lo logró a través de su dependencia del Padre, y nos invita a depender de él y de su Padre.
Nuestro Salvador no solamente murió por nosotros – pagando el precio de nuestra salvación – sino que vivió su vida en la tierra para sernos ejemplo, mostrándonos cómo vivir.
«Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios nos imparte poder para obedecer» (El Deseado de todas las gentes, pág. 24). Jesús nunca fue nuestro ejemplo en la justificación – porque no necesitó ser justificado. Pero fue nuestro ejemplo en la santificación.
El cielo lo apartó para un propósito santo desde el mismo comienzo, y toda su vida la vivió mediante la fe en otro poder en vez del suyo propio.
«Todo acto de la vida terrenal de Cristo se realizaba en cumplimiento del plan trazado desde la eternidad. Antes de venir a la tierra, el plan estuvo delante de él, perfecto en todos sus detalles. Pero mientras andaba entre los hombres, era guiado, paso a paso, por la voluntad del Padre» (El Deseado de todas las gentes, pág. 121). Fue así como llegó a ser nuestro ejemplo en la vida de fe.
En Apocalipsis 14:12 se habla del pueblo que vivirá precisamente antes de que Jesús vuelva. El pasaje los describe en tres aspectos.
(1) «Aquí está la paciencia de los santos». Han aprendido a ser pacientes consigo mismos, como lo es Dios con ellos, y han rehusado permitir que el diablo los desanime cuando experimentan los dolores propios del crecimiento. De esta manera no permiten que el enemigo los haga renunciar a su relación con Cristo cuando se sienten insatisfechos con su desempeño. Independientemente de lo que ocurra, permanecen con Jesús.
(2) «Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios». Obedeciendo la ley de Dios, no prestan meramente un servicio de labios, pero guardan los mandamientos de Dios.
(3) Finalmente, ellos tienen «la fe de Jesús».
¿Qué clase de fe tuvo Jesús? ¿Fue confianza o dependencia de otro poder? Si hubo alguien que pudo haber confiado en sí mismo, ése habría sido Jesús. Porque no solamente fue hombre, sino que también era Dios, y tuvo habilidades que nosotros jamás podríamos pensar siquiera en tener. Por lo tanto, pudo haber hecho cosas que para usted y para mí serán imposibles de realizar.
¿Se sintió tentado alguna vez a transformar piedras en pan? He tenido muchas tentaciones, pero ninguna parecida a esa. ¿Por qué trató el diablo de lograr que Jesús transformara las piedras en panes? Porque sabía que podría haberlo hecho. El diablo es suficientemente astuto como para no perder el tiempo tentándonos a nosotros a realizar algo así, porque sabe que no podemos hacerlo. Pero Jesús tenía el poder para hacerlo. Y el intento constante de Satanás a lo largo de toda la vida de Cristo, fue tratar de lograr que Jesús quebrantara la relación de fe con su Padre e hiciera algo por si mismo.
Cristo vino a tomar nuestro lugar, vino a morir sobre la cruz por nuestros pecados, y no debemos olvidarlo nunca. Pero Jesús también nos mostró cómo vivir mediante el sometimiento a Dios.
En una ocasión uno de los discípulos de Jesús le dijo: «Señor, muéstranos al Padre. Tenemos curiosidad. ¿Por qué no podemos ver al Padre?» «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido? –contestó –. Si me habéis visto, habéis visto al Padre». Luego añadió: «¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras» (Juan 14:10). Ni siquiera las palabras de Jesús fueron las suyas, mucho menos sus milagros o su obediencia. Estaba tan sometido al Padre que sólo el Padre aparecía en su vida.
Jesús también dijo en Juan 5:30: «No puedo yo hacer nada por mí mismo». Repitió el mismo pensamiento expresado en Juan 8:28. Cristo no quiso decir que no podía haber hecho nada que él eligiera hacer por el poder que le era inherente. En cambio, vino a demostrarnos a nosotros cómo vivir, y de ese modo vivió dependiendo de su Padre, rehusando emplear el poder que había en sí mismo. Y esta es precisamente la forma en que nosotros debemos vivir.
Es una tremenda ironía que Cristo, quien poseía poder en sí mismo, que podría haber utilizado, dependiera constantemente de un Poder proveniente de arriba. Y nosotros que no tenemos nada en nosotros mismos capaz de producir obediencia, tendemos a depender de lo que no tenemos. Jesús, quien fue Dios, vivió como hombre, a través de la dependencia de Dios. Y nosotros, que somos hombres, tratamos de vivir la vida como si fuéramos Dios.
De modo que cuando leemos que Jesús dijo que no hacía nada de sí mismo, no estaba diciendo que era incapaz de hacer algo, sino que estaba cumpliendo el plan de salvación al mostrar a los pecadores pobres, débiles y en lucha, cómo vivir mediante la fortaleza que viene de arriba, en vez de tratar de hacerlo por sí mismos.
Para él fue diez mil veces más difícil permanecer en ese estado de sometimiento, que lo que puede serlo para usted y para mí, debido al poder que tenía en sí mismo. ¿Quién tiene mayor tentación de usar el poder, quien lo tiene o quien no lo tiene? Jesús tenía poder, pero nunca lo usó, y nos invita a vencer en la misma forma en que él lo hizo – mediante una estrecha relación de fe, de tal manera que la obediencia proceda solamente de la fe en Dios. Esa es la única forma en la que cualquiera de nosotros puede obedecer.
Nuestro Salvador no solamente demostró que la ley podía ser guardada, sino que hizo provisión para cada uno de nosotros.
Cristo no tuvo ventajas sobre nosotros (El Deseado de todas las gentes, pág. 94). Ni siquiera por un pensamiento cedió a la tentación. Así también podemos hacer nosotros (El Deseado de todas las gentes, pág. 123). Podemos seguir el ejemplo de obediencia de Jesús (El Deseado de todas las gentes, pág. 54); podemos vencer como él lo hizo (El discurso maestro de Jesucristo, pág. 13); podemos obedecer como él lo hizo (El Deseado de todas las gentes, pág. 275). La ley de Dios puede ser obedecida por cada hijo de Adán, por medio de la gracia (El discurso maestro de Jesucristo, pág. 31). La vida de Jesús en nosotros producirá el mismo carácter que en él (El discurso maestro de Jesucristo, pág. 78).
«Satanás había aseverado que era imposible para el hombre obedecer los mandamientos de Dios; y es cierto que con nuestra propia fuerza no podemos obedecerlos. Pero Cristo vino en forma humana, y por su perfecta obediencia probó que la humanidad y la divinidad combinadas pueden obedecer cada uno de los preceptos de Dios» (Palabras de vida del gran Maestro, pág. 290).
«Cristo soportó la tentación mediante el poder que el hombre puede obtener. Se aferró del trono de Dios, y no hay hombre o mujer que no pueda tener acceso a la misma ayuda… Los hombres pueden tener poder para resistir el mal – un poder que ni la tierra, ni la muerte, ni el infierno pueden doblegar; un poder que los colocará donde puedan vencer como Cristo venció» (Review and Herald, 18 de febrero de 1890). «Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los hombres no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si quieren vivir sometidos a Dios como él vivió» (El Deseado de todas las gentes, págs. 619, 620).
«Hombres y mujeres pueden vivir la vida que Cristo vivió en este mundo si se revisten de su poder y siguen sus instrucciones. Pueden recibir, en su lucha con Satanás, todos los socorros que Cristo mismo recibió. Pueden llegar a ser más que vencedores, por Aquel que los amó y se dio a sí mismo por ellos» (Joyas de los testimonios, tomo 3, pág. 291).
¿Podemos realmente obedecer y triunfar sobre el pecado como lo hizo Jesús? ¿Podemos tener la misma clase de fe y confianza en Dios?
En Apocalipsis 3:21 se encuentra la promesa especial dirigida a la última iglesia, justamente antes de que Jesús regrese, y declara llanamente: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono».
Apocalipsis 14:12 dice que el pueblo de Dios guarda sus mandamientos y tiene la fe de Jesús. Su victoria y obediencia están a nuestra disposición, mientras dependamos de su Poder en lugar de depender de nosotros mismos.
Quisiera concluir con una nota de ánimo para aquellos que, aun cuando se sienten estimulados con la idea de la obediencia solamente por fe, se dan cuenta con pesar de que todavía no están obedeciendo perfectamente. Cada día yo tengo la imperiosa necesidad de la gracia justificadora de Dios. Pero mi fracaso no invalida el hecho de que Dios tiene el poder disponible para guardarme de pecar. Dejemos de medir la verdad por nuestra experiencia personal.
Podemos estar agradecidos hoy porque podemos tener paz con Dios por lo que Jesús hizo en la cruz. Pero aún más, podemos tener gratitud porque Cristo tiene poder de guardarnos del pecado. El doble mensaje de perdón y obediencia es el corazón de la misión del remanente. Es lo que distingue a un adventista del séptimo día. Si todavía tiene fracasos en su vida, recuerde que también los tuvieron los discípulos. ¿Se siente frustrado por sus fracasos? ¡Bienvenido al club! Lo mismo me ocurre a mí.
Pero ¿debieran sus pecados desanimarlo en la búsqueda de la relación de fe y comunión con Jesús? ¡Diez mil veces no! Porque cuando nos apartamos de nosotros mismos para ir a Jesús, comprendemos que no hay posibilidad alguna de que podamos perdernos. Solamente cuando nos contemplamos a nosotros mismos, caemos en el desánimo.
Y eso, por supuesto, es lo que el diablo trata constantemente de obligarnos a hacer. Él sabe que si puede desanimarnos por nuestro comportamiento, al punto de que dejemos de buscar continuamente el compañerismo con Cristo, nos habrá separado de la única avenida posible para la obediencia y la victoria – y que nos habrá quitado también la seguridad de la salvación.
De modo que, lo invito a dejar de mirarse a sí mismo y a fijar su atención en Jesús, la única fuente de fe, y depender de un poder superior a usted. Viva la vida de fe que Jesús vivió mediante una aceptación renovada de su invitación amistosa: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3:20).