7. La Obediencia Proviene Solo de la Fe Debido a que es el Fruto de la Fe

Jesús dijo: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:4-5).

En Juan 15 se encuentra uno de los pasajes más notables de toda la Escritura en cuanto al método para alcanzar la obediencia. Nos enseña que el artículo genuino es el resultado natural, espontáneo y no forzado de alguna otra cosa. Consideremos el capítulo frase por frase.

«Permaneced en mí, y yo en vosotros». ¿Qué significa estar en Cristo y tener a Cristo en nosotros? Algunos han investigado todos los pasajes que se refieren a Cristo «en nosotros», y en forma separada todos los que hablan de estar «en Cristo».

El decano del departamento de Nuevo Testamento del Seminario Teológico Adventista realizó una investigación exhaustiva del tema con una de sus clases. Su estudio concluyó que las frases «en Cristo», y «Cristo en vosotros» no significan nada más ni nada menos que estar en relación con Cristo, en compañerismo y comunión con él. No encuentra diferencia entre ambas. Si hablamos de estar en Cristo o de que Cristo está en nosotros, estamos hablando de estar en compañerismo y relación con él. ¿Qué significa la palabra permanecer? Si estudiamos la Biblia realizando un estudio de términos, encontraremos que significa sencillamente estar. Los dos hombres en el camino a Emaús dijeron al Extraño: «Ya es tarde; quédate con nosotros. Permanece con nosotros» (Véase Lucas 24:29). Así que cuando Jesús dijo: «Permaneced en mí, y yo en vosotros», estaba invitando a entrar en relación con él y continuar en esa unión.

Hay dos cosas que son vitales para una vida cristiana exitosa: Ir a Jesús y estar con él. La primera no tiene valor sin la última, y evidentemente no podemos permanecer con él a menos que primeramente hayamos ido a él. En esto encontramos uno de los problemas del mundo cristiano popular. Personas que están engañadas con la creencia de que es suficiente con que, en algún momento de su vida, hayan tenido un encuentro con Jesús. Sin embargo, eso no es así. El problema del pecado se resuelve únicamente manteniendo la unión con él. ¿Y cómo lo hacemos? En la misma forma en que fuimos a Jesús cuando lo hicimos por primera vez. «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él» (Col. 2:6). Todo es por fe y por los ingredientes que resultan en fe – la comunión con él.

Cristo prosiguió diciendo que el sarmiento no puede producir fruto de sí mismo, a menos que permanezca en la vid. Pero observemos que lo llama el fruto de la vid. No olvidemos que es el fruto de la vid, no del sarmiento.

Dios no desea producir fruto aparte de nosotros. Habiéndonos creado a su imagen, desea desarrollar fruto mediante nosotros. Pero si somos los sarmientos y tratamos de producir fruto mientras estamos separados de la vid, no obtendremos absolutamente nada. Los sarmientos solitarios se marchitan y se secan.

Sin embargo, el fruto procede de sarmientos conectados a la vid, lo cual demuestra otro punto interesante. Aun cuando estamos bajo su control, Dios nunca deja a un lado nuestras capacidades o facultades. Él obra a través de nosotros. Y cómo lo hace respetando al mismo tiempo nuestra libertad, es algo que probablemente sólo Dios puede comprender en su plenitud. Podemos intentar explicarlo, pero nunca podremos hacerlo en forma completa. Como hemos notado, su control es un control de amor. ¿No sería más seguro confiar en él y en su sistema de hacer las cosas? Jesús también dice que produciremos mucho fruto si permanecemos en él, pero que sin él nada podemos hacer. Es decir que no podemos lograr nada en la producción de fruto. Habíamos visto anteriormente que no podemos hacer nada a menos que Dios mantenga latiendo nuestros corazones. Pero no es a esto a lo que Jesús se refirió aquí. Aun cuando tu corazón esté latiendo, dijo él, no puedes producir fruto espiritual separado de mí. Tus intentos por lograrlo terminarán en nada.

Recuerde nuestro pequeño curso de salvación solamente por la fe en Cristo Jesús: «Porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5), y «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13). Ya que sin él somos incapaces de hacer algo, pero con él podemos lograrlo todo, entonces lo único que nos queda por hacer es ir a él. Esta es la respuesta completa y final al asunto del esfuerzo humano deliberado.

«No presente nadie la idea de que el hombre tiene poco o nada que hacer en la gran obra de vencer, pues Dios no hace nada para el hombre sin su cooperación. Tampoco se diga que después de que habéis hecho todo lo que podéis de vuestra parte, Jesús os ayudará. Cristo ha dicho: ‘Separados de mi nada podéis hacer’.» (Mensajes selectos, tomo 1, pág. 446).

Ahora bien, la misma autora, en el mismo libro, declara en la página 403, que «todo lo que el hombre tiene la posibilidad de hacer por su propia salvación es aceptar la invitación: ‘El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente’.» ¿Cómo lo hacemos? Permitamos que ella misma lo explique.

«En esta comunión con Cristo, mediante la oración y el estudio de las verdades grandes y preciosas de su Palabra, seremos alimentados como almas con hambre; como almas sedientas seremos refrescados en la fuente de la vida» (El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 96).

Por lo tanto, todo lo que podemos hacer con relación a nuestra propia salvación – en todos sus aspectos – es aceptar su invitación a entrar en comunión con él, mediante la oración y el estudio de su Palabra. Y mediante eso, permaneceremos en la vid. En cierta ocasión, un hombre me insultó cuando fui a invitarlo para nuestras reuniones evangelizadoras. No obstante – a pesar de su profanidad – vino a las reuniones. De hecho, asistió todas las noches. Durante esas reuniones, investigamos los tres ingredientes de la comunión con Dios. Estudiamos la Biblia, oramos, y dijimos lo que Jesús significaba para nosotros.

La comunicación con Jesús – la contemplación de su carácter – tuvo su efecto. El Espíritu Santo atrajo al hombre a Cristo, y tuve el gozo de entrar con él a las aguas bautismales. Años más tarde volví a encontrarme con él, y para mi alegría, todavía permanecía en Cristo mediante los mismos métodos por los cuales había venido a Cristo la primera vez. Había estado invirtiendo tiempo en la lectura de la Biblia, en la oración, y en el servicio cristiano. ¡Y el fruto era manifiesto!

«¿Recuerda usted el día que me insultó?» le pregunté.

«¡Oh, yo nunca hice eso!» contestó.

Si después de venir a Cristo durante esas reuniones, él no hubiera hecho nada para mantener esa comunión, habría reincidido en la práctica de insultar a la gente; se lo garantizo.

En cierta ocasión, alguien me dijo que, en la teología cristiana de la salvación por la fe, la justificación es la raíz y la santificación es el fruto. Pero luego agregó que en la santificación uno debe luchar arduamente contra el diablo, y esforzarse para vencer el pecado y para obedecer los mandamientos de Dios.

Sin embargo, si la santificación es el fruto, será el resultado de aceptar la justificación. El fruto es natural y espontáneo.

«Sin embargo, el Salvador no invita a los discípulos a trabajar para llevar fruto. Les dice que permanezcan en él» (El Deseado de todas las gentes, pág. 621). El trabajo consiste en permanecer en él, no en tratar de producir fruto.

«Pero la obediencia es el fruto de la fe» (El camino a Cristo, pág. 60). De esta manera, si uno es el resultado y el otro la causa, ¿dónde debe poner usted su esfuerzo y atención? Si los invierte en el logro de la relación de fe, el fruto aparecerá como una consecuencia inevitable.

Esa es la razón por la que algunos de nosotros hemos tomado la posición de que la obediencia genuina es natural.

Otros creen que el camino a la obediencia es resistir al diablo, y citan Santiago 4:7: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros». Pero no debemos olvidar la primera parte del versículo, «Someteos, pues, a Dios». Usted puede pensar que el pasaje está hablando de dos cosas, pero he consultado con algunos eruditos en griego, y me explicaron que las dos frases se equiparan la una con la otra. No se trata de que usted hace una cosa y después la otra, sino más bien que la forma en que resiste al diablo es mediante el sometimiento de usted mismo a Dios.

«‘Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros’. Cuán preciosa es esta promesa afirmativa para el alma tentada. Ahora bien, si el que está experimentando angustia y tentación mantiene sus ojos en Jesús, y se acerca a Dios, hablando de su bondad y misericordia, Jesús se acerca a él y las molestias que pensó que eran casi insoportables se desvanecen… El alma que ama a Dios se goza en extraer fortaleza de él, mediante la constante comunión con él. Cuando llega a ser un hábito del alma conversar con Dios, el poder del malo es quebrantado, porque Satanás no puede permanecer cerca del alma que se acerca a Dios» (Comentario Bíblico Adventista, tomo 7, pág. 937).

Reiterándolo, nuestro esfuerzo por vivir la vida cristiana debe concentrarse en acercarnos a Cristo, renunciando al yo, y sometiéndolo a él; todo lo cual lo logramos mediante la comunión con él. El resultado se verá en cambios en la conducta. ¿Le gustaría saber con certeza si es o no un genuino seguidor de Cristo? La evidencia definitiva no estriba en si usted está exhibiendo o no una buena vida. Eso no prueba nada. Mucha gente ha exhibido vidas buenas sin Jesús, por lo menos vidas que fueron exteriormente buenas. En nuestro mundo hay quienes están dispuestos a dar su camisa al mismo tiempo que maldicen a Dios. Una conducta exteriormente buena, puede ser el resultado de toda clase de malas razones.

Por lo tanto, ¿cómo puede usted saber si es un cristiano? El Camino a Cristo nos proporciona dos pruebas. Ellas consisten en lo siguiente: En quién le gusta pensar, y de quién le gusta hablar. Si a menudo descubre que está pensando en Jesús y hablando de él, eso puede ser la mejor demostración de si es o no un cristiano genuino.

Los cristianos primitivos recibieron este nombre debido a que Cristo era el tema de sus conversaciones. «Cristo hizo esto, y Cristo dijo eso», y finalmente, la gente que los escuchaba dijo: «Podemos muy bien llamarlos cristianos». ¿Cómo nos rotularían a nosotros si tuvieran que basarse en aquello de lo cual generalmente hablamos? El cristiano continuamente se espacia en Jesús, en su amor, en su gracia sostenedora, en su vida y en su sacrificio por nosotros. Eso es lo que lo mantiene en comunión con Dios. Y si permanecemos en la vid, produciremos mucho fruto. Se trata del fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, etc. (Gál. 5). Son cualidades internas que resultan en una obediencia externa. En Hebreos 12:11 y Filipenses 1:11, se habla de los frutos de la justicia. La obediencia es siempre y únicamente por la fe – debido a que es el fruto de la fe, nunca el resultado de nuestros propios esfuerzos.

Al recibir a Cristo día tras día, entregándonos a él, permanecemos en él. La experiencia nos recuerda continuamente que sin él nada podemos hacer. Y cuando vemos nuestra condición, y nuestro total fracaso en producir fruto estando sin Cristo, renunciamos a tratar de producirlo por nosotros mismos, y caemos sobre nuestras rodillas con Pablo admitiendo que somos incapaces de hacer el bien que tratamos de realizar. Solamente entonces descubrimos lo que significa estar verdaderamente conectados a la vid.