5. La Obediencia Proviene Solo de la Fe Debido al Reposo del Sábado

Supongamos que yo fuera un agente de la compañía de automóviles General Motors, y que deseara darle a usted un Oldsmobile 98, cero kilómetros, sin ningún pago inicial, y que usted pudiera llevárselo a su casa hoy mismo. ¿Le interesaría? Piénselo. ¿No me preguntaría en cuanto a las cuotas mensuales? Ellas serían de mil dólares al mes. Y el automóvil hace 13 km. por galón de gasolina en la ciudad. ¿Seguiría usted interesado?

Si algún día se ofreciera el cielo en forma completamente gratuita, parecería muy bueno, por lo menos al principio. Podemos regocijarnos en las buenas nuevas de que Jesús lo pagó todo (incluyendo el pago inicial de nuestra mansión celestial). ¿Pero qué diremos en cuanto a los pagos mensuales, los millares de detalles de vivir día tras día la vida cristiana? Si las «cuotas mensuales» terminaran liquidándonos, entonces la cuota inicial de un hogar celestial podría resultar poco atractiva.

El capítulo 4 de la epístola a los Hebreos presenta uno de los temas más interesantes relativos a la obediencia por la fe. «Temamos, pues, no sea que, permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos [los israelitas que peregrinaron por el desierto durante cuarenta años]; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que oyeron» (Heb. 4:1-2).

¿Cuál fue el Evangelio que se les predicó a ellos, tanto como a nosotros? Muchos han especulado acerca de lo que incluye y de lo que no incluye. Mi posición, basada en Romanos 1, es que el Evangelio consiste en las buenas nuevas de Jesús y todo lo que él vino a realizar.

Cierta vez el pastor H.M.S. Richards, padre, se paró frente a una audiencia de gente de color, y dijo: «Tengo algo para decirles. Espero que escuchen bien. No se pierdan lo que voy a decir. En el cielo no habrá negros».

No se oía volar ni una mosca.

Haciendo una pausa, como para dar tiempo a pensar, repitió, «deseo repetirlo para estar seguro de que me han escuchado. En el cielo no habrá negros». Luego añadió: «En el cielo tampoco habrá blancos».

Bueno, eso ayudó un poco. Y finalmente declaró, «la única clase de gente que habrá en el cielo será gente roja, lavada con la sangre del Cordero». Todos: cobrizos, amarillos, negros y blancos, podemos ser lavados en la sangre del Cordero. Ese es el fundamento del Evangelio.

Anteriormente analizamos tres de sus aspectos. Jesús nos ofrece reposo en los tres: reposo del intento de tratar de expiar nuestros pecados, reposo de tratar de vencer nuestros pecados presentes por nosotros mismos, y reposo de un mundo de pecado cuando Jesús regrese. De acuerdo con Hebreos 4, la razón por la cual tenemos problemas para entrar en el reposo es la incredulidad. Así que la fe es la llave. Si no hay fe, no hay reposo. Poca fe: poco reposo; mucha fe: mucho reposo.

El primer reposo que Dios nos ofrece es tratar de lograr su aceptación y perdón. Su gracia siempre ha sido gratuita. La salvación es un don, y ésa es la base del mensaje del Evangelio. «Las obras suyas fueron acabadas desde la fundación del mundo» (vers. 3). El pueblo de Israel tenía un recordativo diario de la invitación divina a entrar en ese reposo, en el cordero que era muerto en el atrio.

Pero Jesús vino a hacer algo más que perdonar nuestros pecados. Desea otorgarnos el poder para obedecer. No solamente se hace cargo de la cuota inicial sino también de los pagos mensuales. No solamente ofrece perdón de la culpa del pecado, sino también poder para vencer el pecado en la experiencia cristiana de cada día. Evidentemente, el pueblo en el desierto no entró en el segundo reposo, es decir, cesar de intentar vivir una buena vida por uno mismo. Esa es una de las razones por las cuales no pudieron entrar en el tercero, el de la tierra prometida.

En Hebreos 4:9 se hace referencia al segundo reposo: «Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios». Pablo no estaba hablando sólo de los israelitas, sino de todos los que han aceptado que «si vosotros sois de Cristo, ciertamente el linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gál. 3:29).

Cuando conocí a Cristo por primera vez y acepté su gracia justificadora, llegué a integrar el pueblo de Dios. Pero aún queda otro reposo para nosotros. Hebreos 4:4 lo designa como reposo sabático. Observe: «Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día».

Dios descansó de sus obras en el sábado, y nos invita a nosotros, mediante el símbolo del sábado, a cesar de nuestros propios esfuerzos, tanto en tratar de ganar o merecer el cielo, como en el intento de obedecer y ser victoriosos. En lugar de ello, nos insta a entrar en tal relación con él, que todo ello pueda ser posible. ¿Cómo entramos en el reposo? Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar» (Mat. 11:28). Si acudir a Cristo nos proporciona reposo, entonces, ¿cuál es la causa de la carga? El que no hayamos establecido la correcta relación con Jesús. Si separados de él nos sentimos trabajados y cargados, pero estando con él encontramos reposo, entonces nos queda una sola cosa que hacer: ir a él, y permanecer con él.

Si deseáramos tomar un curso abreviado de todo lo relativo a la salvación por la fe en Cristo Jesús, necesitaríamos leer solamente dos textos. Primero: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Segundo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13). Combinándolos, la única posibilidad que nos queda es ir a él y permanecer en él.

Hemos considerado la obediencia por la fe y la obediencia por las obras. La persona que entra en la obediencia por la fe entra en el segundo reposo; mientras que quien intenta obedecer por medio de sus propios esfuerzos continúa trabajado y cargado espiritualmente.

De modo que Pablo habla aquí del reposo del sábado. Dios cesó de todas sus obras, y nos invita a cesar de todas las nuestras. A pesar de ello, el corazón humano encuentra difícil entrar en el reposo.

El sábado ha sido siempre una señal de santificación. «Y les di también mis días de reposo, para que fuesen señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico» (Eze. 20:12). Encontramos lo mismo en Éxodo 31:13. De modo que cuando Pablo habla del reposo del sábado en Hebreos 4, se está refiriendo básicamente a la santificación. Veamos como ejemplo el versículo 12: «Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón». Describe así la vida cristiana interna. Cada semana, al ponerse el sol y comenzar el sábado, tenemos un gigantesco recordativo de que Dios desea que todos acudamos a él, y de que es capaz de darnos reposo. En esto descubrimos uno de los mayores significados del sábado:

«[El sábado] había de ser una señal… de su relación con el verdadero Dios. Pero a fin de santificar el sábado, los hombres mismos deben ser santos. Por la fe, deben llegar a ser partícipes de la justicia de Cristo… Al apartarse los judíos de Dios, y dejar de apropiarse de la justicia de Cristo por la fe, el sábado perdió su significado para ellos» (El Deseado de todas las gentes, pág. 250).

El sábado señala a Jesús «como Santificador tanto como Creador… Entonces el sábado es una señal del poder de Cristo para santificarnos. Es dado a todos aquellos a quienes Cristo hace santos» (El Deseado de todas las gentes, pág. 255). El sábado declara que la obediencia puede venir solamente por la fe.

Observe que en Apocalipsis 14, el falso día de adoración llegará a ser, en los últimos días, una señal de aquellos que no hayan aceptado el reposo de Dios, y que están tratando de salvarse a sí mismos mediante sus propios esfuerzos. Recibiendo la marca de la bestia, «no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen» (vers. 11).

Y el mismo pasaje de Apocalipsis 14 tiene un versículo que a menudo ha sido utilizado solamente en lápidas y cementerios, pero que también encierra una lección espiritual: «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor… descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (vers. 13). Aceptar el reposo que Dios nos ofrece de nuestras labores, de nuestra propia lucha para producir obediencia, no significa que ésta no sea importante: cuando acudimos diariamente a Cristo para obtener el reposo sabático, las «obras» se manifestarán.

«Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia» (Heb. 4:10-11). ¿Tuvo usted que esforzarse alguna vez para reposar? Parece una paradoja, sin embargo, he visto a algunas personas trabajando duro para lograr el reposo, y me temo que a veces yo mismo he sido uno de ellos. Si se supone que hemos de trabajar para entrar en el reposo, ¿cuál es ese trabajo? Consiste en acudir a Cristo para relacionarnos con él, día tras día. Ese es el más difícil de todos los trabajos.

Elena G. de White dice que muchas veces no nos sentimos inclinados a orar – pero que es entonces cuando más necesitamos hacerlo. (Véase El ministerio de curación, pág. 136). Muchas veces no nos sentimos inclinados a mantener esa relación íntima. Pero cuando comprendemos que es solamente acudiendo a Cristo como podemos encontrar el reposo que buscamos, haremos cualquier esfuerzo que sea necesario.

Hemos perdido demasiado tiempo tratando de luchar contra el pecado y contra el diablo con nuestra propia fuerza. No obstante, Jesús todavía nos ofrece el reposo del sábado. Él nos pide que le permitamos asumir nuestras cargas y nuestras preocupaciones, si es que solamente estamos dispuestos a entregárselas.

Espero que usted acepte el reposo que Jesús nos extiende desde todos los frentes del gran plan de salvación. Tanto el pago inicial, como las cuotas restantes son gratuitos. Todo es gratuito.