4. La Obediencia Proviene Solo de la Fe Debido al Control de Dios

Cúmplase, oh Cristo, tu voluntad. Sólo tú puedes mi alma salvar. Cual alfarero, para tu honor Vasija útil hazme, Señor. Cúmplase, oh Cristo, tu voluntad. Mora en mi alma, dale tu paz, para que el mundo vea tu amor, tu obra perfecta, oh buen Salvador.

¿Sabe usted lo que significa que Dios controle su vida? ¿Ha experimentado el cumplimiento de su voluntad en usted? ¿o un pensamiento tal lo atemoriza? ¿En qué consiste ese control?

Por mucho tiempo yo pensé que teníamos tres opciones: la de estar bajo el control de Dios, o bajo el poder de Satanás, o que podíamos gobernarnos a nosotros mismos.

Son muchos, especialmente adolescentes, a quienes les agrada la opción de gobernarse a sí mismos. Habiendo experimentado la emoción de partir del nido, se sienten listos para hacer su propia voluntad, para controlarse a sí mismos. Y el deseo de ocupar el asiento del conductor no está restringido a los adolescentes. Es parte de la naturaleza humana el deseo de gobernarse. Es por esto que nos sorprende descubrir que no hay tal cosa como estar en control de nosotros mismos. Estamos bajo el control de uno o de otro de dos poderes – y eso es así. Todo lo que podemos hacer es elegir a cuál poder le permitiremos conducirnos.

Si no hubiera sido por la cruz, habríamos permanecido sin esperanza bajo el poder del diablo, sin ninguna otra opción. Pero en el Calvario, Jesús hizo posible que Dios nos diera otra oportunidad, la de llegar a estar bajo su control.

Estar bajo el dominio de Satanás conduce a la más terrible esclavitud. Mientras que elegir el gobierno de Dios nos produce la mayor de las libertades, aun cuando se trata de un control. Antes de concluir, trataremos de dejar las cosas en claro, pero me gustaría dirigir su atención a algo expresado por Pablo. «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?» (Rom. 6:16-17). Satanás es el autor de todo pecado. Cuando hablamos acerca de ser siervos del pecado, lo que en realidad estamos diciendo es que somos sus esclavos. «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia» (vers. 17, 18). Llegar a ser siervos de la justicia significa llegar a ser siervos de Jesús.

Así que el asunto aquí es si soy esclavo de Satanás o siervo de Jesús. No tenemos otra opción. Y Jesús dijo que no se puede tener dos señores – se trata de uno o del otro. «Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia» (vers. 13).

Hace años, uno de nuestros pioneros dio mucho énfasis a la idea de ser instrumentos y de entregarnos como instrumentos. Un instrumento es algo que utiliza el artesano o el soldado. Funciona bajo el control del que lo emplea. Un hacha en las manos de un niño de cuatro años de edad no derribará un árbol gigantesco del bosque. Pero un experto con el hacha puede hacer caer el árbol con ella. Las personas que viven separadas de Cristo jamás serán capaces de guardar la ley, pero cuando llegan a ser instrumentos en las manos de Cristo, entonces se hace posible la obediencia. Un instrumento es algo pasivo, pero muchos de nosotros tememos la palabra pasivo. Cuando hablamos del sometimiento de la voluntad, por lo general nadie tiene ningún problema. Sin embargo, si mencionamos cualquier cosa que se relacione con renunciar al poder de elección, los rostros se ensombrecen. A pesar de ello, el libro El Camino a Cristo, claramente indica que cuando cedemos nuestro poder de elección a Dios, él toma el control de nuestra vida. Y cuando esto ocurre, se produce un cambio completo en nosotros.

Hubo un tiempo en que, cuandoquiera yo llegaba a la página 47 de El Camino a Cristo, decía: «¡Otra vez lo mismo!», y saltándolo, continuaba con el resto del libro. Finalmente, un día me senté e intenté descubrir qué era lo que allí se trataba de decir. «Muchos dicen: ‘¿Cómo me entregaré a Dios?’ Deseas hacer tu voluntad, pero eres moralmente débil, sujeto a la duda y dominado por los hábitos de tu vida de pecado. Tus promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña. No puedes gobernar tus pensamientos, impulsos y afectos. La conciencia de tus promesas no cumplidas y de tus votos quebrantados debilita tu confianza en tu propia sinceridad y te induce a sentir que Dios no puede aceptarte».

Bueno, yo no tenía ningún problema en comprender esa parte. ¿Cómo pudo el autor conocerme tan bien?, me pregunté a mí mismo. Pero entonces dice: «No necesitas desesperar. Lo que necesitas comprender es la verdadera fuerza de voluntad». Y al llegar a ese punto pensé, bueno, ese es precisamente mi problema, necesito más fuerza de voluntad. Y con esa seria incomprensión, otra vez me puse a la tarea de desarrollar más fuerza de voluntad. Comencé a obligarme a hacer cosas que me resultaban difíciles. Traté de obligarme a mí mismo a levantarme a las tres de la madrugada, simplemente para ver si podía hacerlo. Traté de descubrir por cuánto tiempo podía mantenerme alejado del recipiente de las galletitas, etc. Y todo el tiempo, suponía que estaba desarrollando más poder de voluntad.

Martín Lutero tuvo un problema similar. Cuando se dio cuenta de que no lo estaba logrando, trató de compensar su debilidad mediante la tortura de su cuerpo, y se flageló insensatamente en su celda del monasterio. Pero llega el día en que usted se da cuenta que de alguna manera se ha equivocado, y vuelve a la página 47 una vez más. «Lo que necesitas comprender es la verdadera fuerza de la voluntad». Y sorprendentemente la siguiente frase nos dice qué es la voluntad. «Este es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de elegir». De esta manera, la voluntad es el poder de elección.

Yo trataba de desarrollar poder de voluntad, lo que llamamos «columna vertebral», pero la voluntad es el poder de elección. La voluntad y el poder de voluntad no son lo mismo. Generalmente igualamos el poder de voluntad con disciplina, valor y determinación. Pero el poder de elección es algo diferente. Es nuestra capacidad de tomar decisiones. La voluntad es la capacidad de elegir – el poder de voluntad es la capacidad de hacer aquello que hemos decidido.

«Este es el poder que gobierna la naturaleza del hombre, el poder de decidir o de elegir. Todas las cosas dependen de la correcta acción de la voluntad». Reemplacemos, en esta definición de voluntad que proporciona «El Camino a Cristo», «acción de voluntad» por «poder de elección»

Concluimos que debe haber un ejercicio correcto del poder de elección, y uno incorrecto. «Dios ha dado a los hombres el poder de elegir; depende de ellos el ejercerlo. No puedes cambiar tu corazón, ni dar por ti mismo sus afectos a Dios; pero puedes elegir servirle».

Ahora bien, el legalista típico que no ha comprendido lo que significa la salvación por la fe, comienza inmediatamente a aplicar sus propias definiciones de «elegir servirle». Decide que abandonará el hábito del cigarrillo, o de la bebida, o de la música de rock, o del mal genio. Y el diablo se ríe, porque sabe que no llegará a ninguna parte y que terminará con contusiones y magulladuras al tratar de vencer el pecado mediante su propia fuerza.

Una de las primeras tentaciones que una persona enfrenta cuando decide hacerse cristiano, es tratar de ser bueno. Sin embargo, la justicia no es algo que se espera que nosotros hagamos. Es un subproducto de conocer a Jesús, y el resultado de contemplarlo.

No se nos ha dicho que elijamos cesar de todos nuestros malos hábitos. Más bien, que podemos «elegir servirle». La palabra servir sugiere otra similar: siervo. «¿No sabéis que, si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia?» (Rom. 6:16). «Puedes elegir servirle. Puedes darle tu voluntad». Substituyamos ahora en la definición dada en la cita, «puedes darle tu voluntad» por «puedes darle tu poder de elección».

Pero yo pensaba que era un ser moral libre, que se suponía que estaba en control de mi facultad de elección. Así que, ¿cómo entender esto de entregarlo? Esta es la parte chocante, y espero que usted la haya seguido muy de cerca. Muchos critican el concepto, pero todavía no he encontrado a alguien que sugiera una explicación sustitutiva.

«Puedes darle tu poder de elección, para que él obre en ti tanto el querer como el hacer, según su voluntad [concepto tomado de Fil. 2:13]. De ese modo tu naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, tus afectos se concentrarán en él y tus pensamientos se pondrán en armonía con él… Por medio del debido ejercicio de la voluntad [poder de elección], puede obrar un cambio completo en tu vida. Al dar tu voluntad a Cristo, te unes con el poder que está sobre todo principado y potestad. Tendrás fuerza de lo alto para sostenerte firme, y rindiéndote así constantemente a Dios serás fortalecido para vivir una vida nueva, es a saber, la vida de fe».

Cuando sustituí por primera vez «poder de elección», me chocó porque pensé que Dios nunca la tomaría. Y es verdad, él nunca lo hace. Pero me invita a entregársela. Sin embargo, es obvio que tengo que usarla para permitirle que la tome.

Toda la cuestión en la vida cristiana es a quién deseo servir. Quedo siempre en libertad de elegir otro amo; siempre tendré la libertad de decidir si deseo permanecer como siervo de Cristo o de Satanás. Esa elección siempre será mía. En cualquier momento puedo retirarme del control de Cristo.

En última instancia, la entrega de nosotros mismos a Dios no nos quita nuestra libertad, sino que nos da la más elevada sensación de libertad. Cómo ocurre exactamente, y cómo lo hace Dios, no creo que pueda ser cabalmente explicado. «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Col. 1:27) es un misterio. Dios nunca requirió que expliquemos cada uno de sus misterios. No obstante, podemos sentirnos agradecidos por lo que conocemos. Personalmente no me siento feliz conmigo mismo cuando estoy separado de Dios, así que estoy dispuesto a aceptar con gozo su control en mi vida.

«Todo aquel que rehúsa entregarse a Dios está bajo el dominio de otro poder» (El Deseado de todas las gentes, pág. 431). No tenemos que elegir el dominio de Satanás – todo lo que tenemos que hacer es no elegir el gobierno de Dios, y automáticamente caemos bajo el dominio del diablo. «No es su propio dueño. Puede hablar de libertad, pero está en la más abyecta esclavitud… Mientras se lisonjea de estar siguiendo los dictados de su propio juicio, obedece la voluntad del príncipe de las tinieblas» (El Deseado de todas las gentes, pág. 431).

«Pero a menos que nos entreguemos al dominio de Cristo, seremos dominados por el maligno. Debemos estar inevitablemente bajo el dominio del uno o del otro de los dos grandes poderes que están contendiendo por la supremacía del mundo» (El Deseado de todas las gentes, pág. 431).

No dice «definitivamente»; dice que estamos «inevitablemente» bajo el control de uno o del otro. En base a estas declaraciones, concluyo que cada individuo del mundo, ahora mismo, está siendo controlado por Dios o por el diablo.

Ahora bien, creo que ese control tiene dos fases. Si elegimos entrar en una relación con Dios, esto lo capacita a él para encauzar nuestras vidas. Y la tendencia será hacia arriba, aun cuando pueda tener altibajos.

Pero si rechazamos la relación con Dios (lo que hacen demasiados miembros de iglesia), es Satanás quien determina la dirección de nuestras vidas, y la tendencia será descendente. Sin embargo, puede tener altibajos ocasionales.

El blanco final que Dios tiene para nosotros es que él no solamente gobierne la dirección de nuestras vidas, sino que mediante la relación que mantengamos con él, pueda conducirnos hasta que lleguemos a estar bajo su absoluto control todo el tiempo. Mantendrá sobre nosotros un «control absoluto», por nuestra propia elección – nunca por la fuerza. Y el Espíritu Santo nos poseerá. Nadie puede decir que tal clase de personas no será capaz de obedecer.

El diablo espera que evitemos la relación con Jesús, porque así tendrá la oportunidad de colocarnos bajo su dominio absoluto, y nos poseerá totalmente. La posesión demoníaca se manifiesta en más formas que simplemente echando espuma por la boca y rodando por el suelo. El mismo mal espíritu que dominó a los fariseos y dirigentes de la era de Cristo, fue el que sometió al endemoniado que entró en el templo. De modo que es posible estar también bajo el control satánico en formas refinadas y sofisticadas.

Cuando captamos el hecho de que el gobierno de Dios proporciona libertad, podemos distendernos, respirar con tranquilidad, y dejar nuestro caso en las manos de nuestro Creador.

«Cuando el alma se entrega a Cristo, un nuevo poder se posesiona del nuevo corazón… Un alma así guardada en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable para los asaltos de Satanás» (El Deseado de todas las gentes, pág. 431).

«En el cambio que se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa sensación de libertad… La única condición bajo la cual es posible la libertad del hombre es que éste llegue a ser uno con Cristo» (El Deseado de todas las gentes, pág. 431). En Juan 8:30-36 Jesús se refirió a la libertad que experimenta la persona que está bajo el control de Dios. «Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (vers. 32). Pero su declaración hizo que la gente se sintiera insultada. «Le respondieron: linaje de Abrahán somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie» (vers. 34, 36).

«Porque la ley del Espíritu de vida de Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, [lo que el niño de cuatro años no podía hacer con el hacha, debido a que era débil en la carne] Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Rom. 8:2-4).

De esta manera encontramos aún más razones por las que la obediencia puede provenir solamente por la fe. Dios sabe que somos incapaces de producir obediencia; por lo tanto, nos invita a entregarnos, a renunciar a intentarlo por nosotros mismos, y a elegir la relación por la cual nos coloca bajo su control, de tal manera que él pueda cumplir su ley en nosotros, «que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (vers. 4).

La libertad que procede de estar bajo el control de Dios es una libertad de amor. El gobierno del amor hace que una persona haga lo que no habría hecho de otra manera, y que le guste – aún más, que se sienta emocionado de poder hacerlo. Dios cambia nuestros gustos, nuestros apetitos, nuestras inclinaciones, nuestros deseos y motivos de tal manera que armonicen con su voluntad. No es asunto de permanecer siempre los mismos en nuestro interior, con nuestras concupiscencias, pasiones y disposiciones previas, sino de descubrir que el pecado es desagradable y falto de atractivo.

«Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:4-5).

«Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de Cristo procedía del corazón. Y si nosotros consentimos, se identificará de tal manera con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obedezcamos estaremos tan sólo ejecutando nuestros propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada, hallará su más alto deleite en servirle. Cuando conozcamos a Dios, como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia» (El Deseado de todas las gentes, pág. 621).

De modo que no obramos para producir obediencia – al poner nuestra atención en el conocimiento de Dios, la obediencia vendrá como una consecuencia. Muchos de nosotros hemos gastado tiempo y energías luchando por alcanzarlo. Pero cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia.

«Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso» (El Deseado de todas las gentes, pág. 621). No será un asunto de conducta externa, mientras todavía internamente encontremos atractivo el pecado.

Si todo lo que tuviéramos que hacer a fin de obedecer fuera ejecutar nuestros propios impulsos, evitar lo que nos parece desagradable, y seguir lo que nos agrada, ¿nos resultaría difícil? ¿Representaría un esfuerzo real? ¡Por supuesto que no! Sería lo más natural del mundo. Y cuando llegamos al punto de aprender a conocer a Dios como es nuestro privilegio conocerle, la obediencia será natural, espontánea e impelente. Dirigiremos nuestros esfuerzos deliberados a tener una relación con Dios, y la obediencia vendrá como el resultado inevitable.

Pero ahora nos encontramos con un problema. ¿Quién de nosotros vive bajo un control tal? Es verdad que en todas las edades ha habido quienes permitieron que Dios tomara totalmente el control de sus vidas. Pero la reacción usual es la de preguntar: «¿Puede señalarme un ejemplo actual?» A lo que me siento tentado a contestar: «¡No es de su incumbencia saber quién lo ha logrado!»

No ha sido nunca nuestra responsabilidad identificar quiénes están bajo el control absoluto de Dios y quiénes no lo están. Solamente Dios lo sabe, porque sólo él puede leer el corazón. Y si usted fuera uno de ellos, sería el último en advertirlo porque no lo percibiría. Su mente, sus pensamientos y su atención, estarían tan totalmente fijos en Jesús y su amor, que no tendría tiempo para preocuparse por los suyos.

Pero el hecho de que no nos vanagloriemos de nuestro crecimiento espiritual, y que al aproximamos más y más a Jesús nos sintamos más indignos y pecadores ante nuestros propios ojos, no significa que seamos más pecadores. Hay una gran diferencia entre sentirse indigno y pecador, y cometer actos pecaminosos. No obstante, todavía enfrento un problema práctico en esto. Como cristiano en desarrollo, mi modelo de crecimiento oscila. ¿Qué acerca de esas ocasiones en las que, debido a mi inmadurez, aparto mi mirada de Jesús para depender de mi propia fortaleza, y en ese preciso momento caigo bajo el poder de Satanás? Nuevamente debemos recordar que «si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). Y nuestra aceptación por parte de Dios permanece inquebrantable mientras mantengamos nuestra relación diaria con él. Aun cuando caigamos momentáneamente bajo el poder del enemigo, Dios todavía está en control del rumbo de nuestra vida.

Continuaremos necesitando la gracia justificadora de Dios aun cuando lleguemos al punto de estar todo el tiempo bajo su control debido a la pecaminosidad de nuestra naturaleza. Los apóstoles y profetas confesaron la condición de sus naturalezas. Somos pecadores por naturaleza. Pero la pregunta es: ¿Puede el Espíritu Santo dominar completamente a un pecador por naturaleza de tal manera que Dios pueda vivir su vida en él? La respuesta es sí.

Supongamos que caemos, fracasamos y pecamos cuando todavía no estamos bajo el control absoluto de Dios. ¿Debiera eso desanimarnos? No, si miramos a Jesús. No debemos preocuparnos por lo que Dios piensa de nosotros, sino por lo que piensa de Jesús. Y podemos cobrar valor, aun cuando hayamos pecado, debido a que Filipenses 1:6 declara: «El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo».

«Los que den lugar a Jesús en su corazón, llegarán a sentir su amor. Todos los que anhelan poseer la semejanza del carácter de Dios quedarán satisfechos. El Espíritu Santo no deja nunca sin ayuda al alma que mire a Jesús. Toma de las cosas de Cristo y se las revela. Si la mirada se mantiene fija en Cristo, la obra del Espíritu no cesa hasta que el alma queda conformada a su imagen. El elemento puro del amor dará expansión al alma y la capacitará para llegar a un nivel superior, un conocimiento acrecentado de las cosas celestiales, de manera que alcanzará la plenitud. ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos’» (El Deseado de todas las gentes, pág. 269).

Pero entre tanto, es posible que tengamos ahora, por lo menos en parte del tiempo, todas las victorias, toda la obediencia que en última instancia Dios desea para nosotros. Observe 1 Juan 3:6: «Todo aquel que permanece en él, no peca». «Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios» (El camino a Cristo, págs. 60, 61).

¿Qué significa el «si»? Mientras permanezca en su fortaleza y en su poder, no pecaré. Mis sentimientos, mis pensamientos, mis propósitos y mis acciones estarán en armonía con su voluntad. Por lo tanto, el factor variable es si estoy dependiendo o no de él, si me he sometido o no a él, si estoy o no bajo su control inmediato en cualquier momento dado.

Si usted lee la página siguiente en El Camino a Cristo, encontrará una hermosa descripción de lo que Dios ha hecho por nosotros, cómo quita nuestros pecados y nos contempla como si nunca hubiéramos pecado. A continuación, aparece el párrafo siguiente:

«Más aún [más que quitar nuestra culpa], Cristo cambia el corazón. Habita en tu corazón por la fe. Debes mantener esa comunión con Cristo por la fe y la sumisión continua de tu voluntad a él». Recuerde que la voluntad es el poder de elección. «Mientras hagas esto, él obrará en ti para que quieras y hagas conforme a su voluntad» (El Camino a Cristo, págs. 62-63).

Tanto tiempo como continuemos acercándonos a él, mientras continuemos eligiendo someternos bajo su control, Cristo obrará el querer y el hacer en todo lo que atañe a las otras elecciones. En asuntos de obediencia, de victoria y de superación necesitamos absoluta dependencia de él. No tenemos otra alternativa. Hay quienes no creen hoy día que podamos alcanzar alguna vez una obediencia perfecta. Sin embargo, muchos de ellos sostienen también que debemos esforzar al máximo el poder de la voluntad y ejercer toda la disciplina que podamos reunir para lograr esa obediencia que consideran imposible. Dicen: «Sí, usted necesita tener una relación con Dios, pero se espera que también se involucre en la lucha contra el pecado».

Yo sostengo que cualquiera que adopta esa posición no tiene otra opción que la de esperar una obediencia imperfecta. Eso es todo de lo que somos capaces. En la medida en que nosotros estemos tratando de obedecer, en ese mismo grado será imperfecta la obediencia.

Pero quienes creen que la perfecta obediencia es posible mediante la gracia de Dios, reconocen que debemos renunciar a lograrla por nosotros mismos y permitir a Cristo que more en el corazón. Concluyen, ni más ni menos, en que la obediencia proviene sólo de la fe, y que, si ello habrá de ser alguna vez una realidad perfecta, tendrá que ser el resultado de la obra de Dios.

Jesús se sometió de tal manera a su Padre, que solamente su Padre apareció en su vida. Elena G. de White dice que Jesús ni siquiera trazó planes para sí mismo, sino que aceptó los de su Padre, que le eran revelados diariamente mediante su comunión personal con Dios. (Véase El Deseado de todas las gentes, pág. 179). Sin embargo, Jesús siguió siendo un individuo. Su relación con el Padre no destruyó su personalidad o individualidad.

El Dios que lo creó a usted como un individuo, el que preservó la personalidad del apóstol Pablo, la del amado Juan, y las de Andrés, María y Marta, puede proteger su propia individualidad distintiva tanto como controlar su vida en tal forma como para otorgarle la más grande sensación de libertad.

Una de las razones por las que Elena G. de White se opuso al hipnotismo fue que éste asume una prerrogativa que pertenece solamente a Dios. «No es propósito de Dios que ser humano alguno someta su mente y su voluntad al gobierno de otro para llegar a ser instrumento pasivo en sus manos. Nadie debe sumergir su individualidad en la de otro… Sólo debe depender de Dios. En su dignidad varonil, concedida por Dios, debe dejarse dirigir por Dios mismo, y no por entidad humana alguna» (El ministerio de curación, pág. 186). El hipnotismo juega con algo que es de derecho exclusivo del Creador.

Parafraseemos el párrafo para mostrar qué es lo que Dios tiene en mente para nosotros en relación con él. «Es propósito de Dios que todo ser humano someta su mente y su voluntad al control de Dios para llegar a ser instrumento pasivo en sus manos. No debe mirar a ningún otro ser humano. Sólo debe depender de Dios. En su dignidad varonil, concedida por Dios, debe dejarse dirigir por Dios mismo.»

«¿Hemos de llegar a ser un instrumento pasivo en sus manos?» –pregunta usted. Eso es lo que dice el himno: «Cúmplase… tu voluntad».

Pero la palabra pasivo sigue molestándonos. No se olvide, sin embargo, cuán activo puede ser un pasivo. Jonatán toma a su escudero, escala la colina y barre por sí mismo a todo un ejército enemigo. Pero Dios lo controlaba. ¿Quién ha oído de ir a la guerra con ánforas de arcilla y antorchas? Pero Gedeón era un instrumento pasivo en las manos de Dios, y el enemigo huyó. Recuerde a Moisés, a Pablo, a Elías y a todos los demás. No estamos hablando de sentarnos en una mecedora. El control divino nos hace mucho más activos de lo que alguna vez lo fuimos.

El control de Dios no solamente produce obediencia, sino también disposición de servicio y poder para realizar los deberes que nos señala. Tendremos éxito en todas las actividades que Dios tiene en mente para nosotros.