3. La Obediencia Proviene Solo de la Fe Debido a la Naturaleza de la Entrega

En un congreso, subí a la plataforma después de un programa para hablar con el pastor H. M. S. Richards. «Me gustaría conversar con usted acerca de la justificación por la fe» – le dije.

«Esa es la única clase que existe» replicó. Y es cierto; debido a la naturaleza humana, nuestra única justicia verdadera proviene de Cristo. No puede haber justicia separados de él. Separados de Dios somos egoístas y siempre lo seremos. Si su vida está centrada en Dios hoy, pero mañana elige vivir separado de él, nuevamente caerá en el egocentrismo. Las personas egocéntricas son pecadoras, ya sea que exterioricen el mal o no. Y no pueden obedecer.

Muchas personas han aceptado la premisa de que es necesario comenzar teniendo fe en que Jesús es nuestro Salvador. Pero luego intentan vivir la vida cristiana por fe, más algo adicional. Quisiera ser claro al decir sin reservas que el justo vive por fe, tan ciertamente como se acercó a Dios por medio de ella. No hay diferencia entre el método de llegar a Dios y el de permanecer en él. Es todo por la fe. «De la manera que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él» (Col. 2:6)

«¿Cómo permaneceré en Cristo?» se nos pregunta en El Camino a Cristo, pág. 69. «Del mismo modo como lo recibiste al principio».

«Todo fracaso de los hijos de Dios se debe a la falta de fe» (Patriarcas y profetas, pág. 712).

Ahora bien, si todo fracaso se origina en la falta de fe, entonces, hay una causa y un resultado. ¿Dónde ponemos nuestra atención, en los fracasos o en el logro de una relación de fe? Es obvio ¿verdad?

«Si usted libra la batalla de la fe con todo el poder de su voluntad, vencerá» (Testimonies, tomo 5, pág. 513). Si utilizo todo el poder de mi voluntad para librar la batalla de la fe, entonces no me queda ninguna para combatir el pecado y al diablo. Muchos de nosotros pasamos nuestra vida cristiana reconociendo que «Sí, todos necesitamos de Dios», pero pensamos que podemos canalizar nuestra energía y esfuerzo, luchando para hacer lo correcto. Y esa es precisamente la causa de nuestro fracaso.

Una de las más grandes razones por las cuales la obediencia puede venir solamente por la fe, se ve en la naturaleza misma de la entrega. El tema de la entrega se construye sobre el hecho de que, si somos pecadores y no podemos producir ni una partícula de genuina obediencia separados de Dios, todo lo que podemos hacer concerniente a nosotros mismos es renunciar a intentarlo. Debemos rechazar el pensamiento de que alguna vez podremos producir algo que sea genuina obediencia. Y en esto podemos detectar una gran incomprensión concerniente a la entrega, esta palabra de uso frecuente en los círculos cristianos.

San Pablo declara en Romanos 9:30-33: «¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por la fe; pero Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por la fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito: He aquí pongo en Sión piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado». En el versículo 33 identifica la piedra de escándalo con Cristo.

«Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia» (Rom. 10:1-2). «Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (vers. 3, 4). Algunos preguntan si la justicia de la cual se habla en este pasaje es imputada o impartida. ¡Da lo mismo! Notamos ya que la justicia no puede existir separada de Cristo. Si es imputada o impartida, eso no interesa. La persona que tropieza y no sabe lo que es justicia ni en un sentido ni en el otro, es la que está tratando de producir la suya propia.

Un sinónimo de entrega es sometimiento. Note que el problema del cual Pablo está hablando es el de aquellos que no se han entregado a sí mismos. No dice que no hayan sujetado – o sometido – sus pecados, sus malos hábitos o sus faltas. Más bien, no se sometieron a sí mismos.

Puede haber una gran diferencia entre entregar cosas y entregar el yo. Podemos encontrar individuos con mucha fuerza de voluntad que llegan a convencerse de que el fumar produce cáncer. Y pueden responder a una apelación a abandonar el vicio. Una determinada persona puede descartar el cigarrillo, la bebida o el baile y llegar a ser un buen miembro de iglesia. Pero si lo hace sin Cristo, ¿quién obtiene el crédito por ello? El yo. Y si el yo se desempeña tan bien, el individuo puede llegar a estar más lejos de la auto entrega que antes. Pero aún más fuerte puede producir solamente una obediencia externa, y ésta no tiene valor, porque la verdadera obediencia proviene del corazón. (El Deseado de todas las gentes, pág. 621).

De esta manera, la persona de voluntad fuerte puede acostumbrarse a abandonar cosas como una forma de escapismo de la entrega de sí mismo. Pero el aspecto básico de la entrega es el último, y la persona debe llegar a comprender que en realidad no puede abandonar sus hábitos y vicios. Podrá dejar de realizar actos externos, pero en su interior sigue siendo el mismo. Solamente Dios puede hacerse cargo del problema del pecado en el corazón.

Una persona nunca puede expulsar el pecado de su vida. El pecado siempre es desplazado hacia el exterior cuando Jesús entra en la vida. Cuandoquiera alguien trate de expulsar el pecado por su propia resolución y fuerza de voluntad, terminará en una condición peor que la que estaba cuando comenzó.

Un adolescente puede abandonar la música de rock y no volver más a ella, pero puede reemplazarla por otra cosa. O puede sucumbir al orgullo debido a lo que logró; y el orgullo es el peor de todos los pecados.

En consecuencia, la cuestión de la entrega nunca debiera entenderse como el abandono de cosas. La entrega es renunciar a intentarlo por nosotros mismos y aceptar las palabras de Jesús registradas en Juan 15:5: «Separados de mí nada podéis hacer».

Esto no significa que seamos impotentes para hacer las cosas que Dios ha dado a cada uno – la habilidad de realizar – mientras el corazón siga latiendo. Sin Dios podemos sacar los desperdicios a la calle, hacernos millonarios y aprender a patinar en el hielo. Sin Dios podemos tener éxito en una vocación, cortar bien el césped y aun maldecir. Debido a su amor y respeto por el libre albedrío de una persona, Dios mantiene latiendo el corazón en el pecho de quien lo maldice. No obstante, sin Dios, nadie puede producir los frutos de justicia. La persona más fuerte del mundo no puede crear genuina obediencia a Dios. Y de eso se habla en Juan 15.

Si consideramos importante la obediencia, y si la obediencia y la desobediencia han de ser la prueba final sobre la cual todo el mundo tendrá que decidir, hay una sola cosa que podemos hacer en relación con ella, y esto es, renunciar a intentar obedecer por nosotros mismos. Sólo por medio de la fe y la confianza en el único que tiene poder para producir genuina obediencia podremos lograrla.

«No podemos guardarnos del pecado ni por un solo momento. Siempre tenemos que depender de Dios… Cristo llevó una vida de perfecta obediencia a la ley de Dios, y, así dio ejemplo a todo ser humano. La vida que llevó en este mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder y bajo su instrucción. El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos participantes de la naturaleza divina y su vida es una afirmación de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca» (El ministerio de curación, pág. 135, 136). En esto algunos se inquietan. Y si usted es uno de ellos, bienvenido al club. Nuestro peor enemigo es el que miramos al espejo cada mañana cuando nos afeitamos. Nos damos cuenta de cuán insuficientes somos, y cuánto necesitamos del poder que Cristo tiene para ofrecer. Pero allí está – aun mientras crecemos como cristianos que luchan, y que no han comprendido todavía cómo depender de ese poder todo el tiempo.

¿Está usted interesado en aceptar el poder de Jesús para obedecer? Esta es la forma como actúa. La relación con Dios, basada en la comunicación diaria con él, da como resultado la fe. Esta desarrolla los frutos del Espíritu, y ellos a la obediencia. Estos frutos surgen de la relación que proviene de un compañerismo personal con Jesús. Y él es nuestro mayor ejemplo de una vida tal, debido a que la relación que tuvo con el Padre es la misma que podemos tener nosotros. Jesús vivió en nuestro mundo mediante la dependencia del poder de lo alto, más bien que del que procedía de sí mismo. Y nos invita a seguirlo.

Debido a que la verdadera obediencia solamente puede ser el resultado de una relación de fe con Jesús, canalicemos todos nuestros esfuerzos deliberados en vivir la vida cristiana manteniendo esta relación. Y se requiere esfuerzo tenaz y empeño para lograr la identificación con Dios, y permanecer identificados en una vida de comunión diaria con él. Por eso Pablo lo llama una lucha.

Jesús se refirió a la entrega mediante algunas expresiones interesantes dichas en el Sermón del Monte. «Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti… Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti» (Mat. 5:29-30).

¿Qué es lo que Jesús quiso decir? Me siento agradecido por la explicación que se nos proporciona en El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 55: «Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se representa como la extracción de un ojo o la amputación de una mano».

Alguno podría decir: «Si se supone que debo entregar mi voluntad, eso sugiere que tendré que transitar por la vida mutilado e inválido». Hay quienes se molestan mucho con esa idea. Pero eso es exactamente lo que significa la entrega, la sumisión de nuestra voluntad. Personas de logros destacados, gente capaz, de desempeño brillante, lo encontrarán muy desconcertante y aún podrían disgustarse. No obstante, la entrega es ceder el poder de elección a Dios.

El Camino a Cristo, pág. 47 define la voluntad como «poder de elección» en el mismo contexto. Y si leemos toda la página, y cada vez que vemos la palabra «voluntad» la reemplazamos por «poder de elección», no podremos arribar a ninguna otra conclusión.

«Pero voy a quedar mutilado». Bueno, si Dios me invita a entregarle mi poder de elección, puedo dejarle a él el asunto de si lo seré o no, ¿no es cierto? Pero en realidad, esto no nos limita. Más bien nos proporciona la más elevada libertad. En un capítulo posterior veremos lo que significa colocarnos bajo el control de Dios. Pero por ahora necesitamos reconocer que la obediencia puede lograrse sólo por medio de la fe, porque Dios nos invita a renunciar a intentarlo por nosotros mimos, y a entregarle nuestro poder de elección.

¡Debemos utilizar nuestro poder de elección para rendírselo! ¿Cómo puede ser eso? Dios nos pide que le entreguemos nuestra facultad de elección en cada cosa, excepto en continuar nuestra relación con él. Siempre tendremos la libertad de elegir si continuar o no la relación con él – nunca perdemos nuestra capacidad de decidir sobre eso. Pero lo que entregamos es nuestro poder de elección en todo lo que significa luchar contra el pecado y el diablo.

Supóngase que usted tiene problema con el cigarrillo. El Señor declara que, si usted rinde su poder de elección en todo, menos en su relación con él, él producirá un cambio completo en su vida. Pero luego usted oye que le dicen: «Decida no fumar más». ¿Qué debe hacer? ¿Obtendrá la victoria decidiendo no fumar? No. En vez de ello, entregue su poder de elección en relación al cigarrillo. ¡Ejercítelo exclusivamente al logro de la relación de fe! Al hacerlo, Jesús vivirá su vida en usted, y producirá el deseo y la acción de acuerdo a su beneplácito (Fil. 2:13).

Eso lo que Pablo quiso decir con «y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mi» (Gál. 2:20). ¡Eso es lo emocionante en cuanto a la verdad de la entrega! Está al alcance de la persona más débil del mundo. ¡No necesitamos ser fuertes para ser capaces de rendirnos! Si la religión de Cristo no pudiera ayudar a la persona más débil del mundo, no sería buena.

Por demasiado tiempo el cristianismo ha complacido a los cultores de la voluntad. Tenemos la tendencia de atraer a la iglesia a los de voluntad fuerte. Pero en toda oportunidad en que no destacamos a Jesús como nuestra única esperanza y nuestro único poder para obedecer, terminaremos con nada más ni nada menos que un sistema de salvación de factura propia.

Las personas de voluntad fuerte piensan que pueden hacer las cosas por ellas mismas porque exteriormente tienen éxito. De esa manera llenan la iglesia, y se sienten amenazadas e incómodas cuando oyen de someter la voluntad, de entregar el yo a Jesús.

«Cuando ven que no pueden entretejer el yo en esa obra, rechazan la salvación provista» (El Deseado de todas las gentes, pág. 246).

Miles de personas aceptarían hoy la religión – incluyendo el cristianismo y aun el adventismo –, si pudieran encontrar alguna forma de figurar en el cuadro, alguna manera de ganar por lo menos parte de su salvación. Cuando descubren que no pueden hacer nada sino caer a los pies de Jesús con humildad, admitiendo que no pueden producir nada, entonces la cruz se vuelve demasiado pesada. Pero la cruz es la esencia de la entrega; todo lo que ella significa. Es decir, renunciar totalmente al yo. A menudo se cita la declaración de Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 448: «Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos». Nuestra reacción usual es interpretarla así:

«Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, de guardar sus mandamientos, y de esforzarse por hacer lo que es correcto, entonces, aun cuando nunca tengamos éxito, él suple la deficiencia». Pero si observamos el contexto leyendo todo el capítulo, encontraremos que el factor dominante es más bien:

«Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios en la búsqueda de una relación con él; cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios mediante un compañerismo con él; cuando está en el corazón el obedecer a Dios abriéndole la puerta del corazón; entonces él suple nuestras deficiencias. Si reservamos una hora tranquila del día para la comunión con Dios, y mantenemos esta comunión a través del día, entonces Dios suplirá con sus propios méritos divinos las deficiencias que sentimos como cristianos en crecimiento.»

La persona más débil que no puede dejar de fumar, beber o «hacer cualquier otra cosa, y que teme que no tiene suficiente fuerza de voluntad para entrar en una significativa comunión con Dios, también tiene esperanza, porque Dios le saldrá al encuentro más allá de la mitad del camino.

Cuando se trata de nuestra intención de vencer el cigarrillo o el mal genio, Cristo tiene que hacerlo todo. Pero en lo que se refiere a la búsqueda de esa relación de fe, él se me aproximará dondequiera yo esté, sea fuerte o sea débil. Yo creo que, si tengo solamente 10% de la fuerza de voluntad necesaria para buscar a Dios en el estudio diario de Biblia, en la oración y en la comunión personal, él suplirá el 90% restante. Pero requerirá la inversión de mi diez por ciento para que ello ocurra. Y si tengo el noventa por ciento de la fuerza de voluntad y autodisciplina necesarias para continuar para continuar apartando ese tiempo para dedicarlo a Dios, él suplirá el diez por ciento que resta, pero ello requerirá todo mi noventa por ciento.

En conclusión, quisiera recordarles la sencilla realidad de que el crecimiento cristiano no es una experiencia de entrega y dependencia constantes del poder de Dios a partir de la conversión. Personalmente quisiera que así fuera. Pero si hemos de enfrentar los hechos de la vida real, tenemos que admitir que cuando Dios planta un árbol, al principio es solamente un retoño. Y si descubrimos que todavía no conocemos la experiencia de la entrega plena de la cual hemos hablado, no debemos desanimarnos.

Em primer lugar, no fue nuestra obediencia la que produjo nuestra aceptación por parte de Dios. Dios nos rodea con sus brazos debido a lo que Jesús hizo por nosotros. Cuando respondemos a su ofrecimiento de salvación, nuestra aceptación por Dios es asunto resuelto. Mientras continuemos allegándonos a él, nos recibe tales como somos.

En segundo término, Dios siempre da lugar al crecimiento en la vida cristiana. Así que si encontramos que no estamos obedeciendo exactamente como Jesús lo hizo, no debemos alarmarnos. Pero, por favor, no obstaculicemos su propósito, su blanco e ideal para nuestras vidas, haciéndolo descender al nivel de nuestro desempeño. El hecho de que yo no lo haya experimentado, no significa que no sea posible. Las siguientes declaraciones de El Camino a Cristo, págs. 63, 64, debieran estar en la tapa de cada Biblia.

«Hay quienes han conocido el amor perdonador de Cristo y desean realmente ser hijos de Dios; sin embargo, reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa, y están propensos a dudar de que sus corazones hayan sido regenerados por el Espíritu Santo. A los tales quiero decirles que no se abandonen a la desesperación. Tenemos a menudo que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y errores; pero no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados por Dios. No; Cristo está a la diestra de Dios e intercede por nosotros. Dice el discípulo amado; ‘Estas cosas os escribo, para que no pequéis. Y si alguno pecare, abogado tenemos para con el Padre, a saber, a Jesucristo el justo’ (1 Juan 2:1). Y no olvides las palabras de Cristo: ‘Porque el Padre mismo os ama’ (Juan 16:27). Él quiere que te reconcilies con él, quiere ver su pureza y santidad reflejadas en ti. Y si tan sólo quieres entregarte a él, el que comenzó en ti la buena obra la perfeccionará, hasta el día de Jesucristo. Ora con más fervor; cree más plenamente. A medida que desconfiemos de nuestra propia fuerza, confiemos en el poder de nuestro Redentor, y luego alabaremos a Aquel que es la salud de nuestro rostro».

Así es el proceso del crecimiento y no ocurre de la noche a la mañana. Pero a medida que avanzamos más y más, constantemente, en el proceso de la entrega y del abandono total de nosotros mismos y de nuestra propia capacidad; a medida que aprendemos a desconfiar del yo y a confiar en él, obedeceremos natural y espontáneamente, porque renunciamos a nuestra propia habilidad para lograrlo y dependemos de él, quien vive su vida en nosotros.