8. Venciendo Pecados Conocidos

La Biblia dice bien claramente que nadie podría jamás decir que está sin pecado. «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Juan 1:8). Cuando hablamos de vencer pecados conocidos, no estamos hablando de estar sin pecados. Si una persona fuera capaz de dejar de pecar hoy, todavía no estaría sin pecado por causa de su naturaleza pecaminosa.

Pero he oído a la gente decir, que jamás alguien realmente vence el pecado, porque el apóstol Pablo, uno de los más grandes cristianos que alguna vez vivió, dice: «Yo soy el primero de los pecadores» (vea 1 Timoteo 1:15). Ellos asumen, por esta declaración, que Pablo está diciendo: «Yo me mantengo pecando todo el tiempo». Pablo ofrece plenitud de evidencias, en otros lugares, de que él conoce la victoria a través del poder de Dios. Pero él no pretende impecabilidad, y nadie hoy día lo podrá pretender, si realmente conoce el poder de Dios en su vida para vencer el pecado. «Nadie que pretende santidad es realmente santo. Quienes están registrados como santos en los libros del cielo, no están enterados del hecho, y son los últimos en hablar de su bondad» (The Faith I Live By, página 140).

Aunque jamás pretenderemos estar sin pecado, todavía tenemos la oportunidad disponible para vencer los pecados conocidos. Es posible, es necesario, es nuestro privilegio y es el propósito de Dios para nosotros.

Permítame darle un ejemplo acertado de una lógica y un razonamiento simples, escrito por Meade McGuire, uno de los santos de antaño.

«Hay muchos pecados de los cuales creemos que deben ser interrumpidos. Todos afirmamos que el borracho, el adúltero, el asesino o el ladrón deben vencer esos pecados o se perderán. No les permitimos dejar de cometerlos gradualmente, o les damos muy pocos años o meses, en los cuales ganar la victoria, sino que decimos: Usted debe parar de una buena vez. La pregunta es: ¿Puede parar de una buena vez? Si es así, ¿por qué no puede cualquier pecado, y todos los pecados, dejar de ser cometidos de una buena vez? Sin embargo, por lo general son los así llamados pecados menores los que persisten. Pero si los más grandes pueden dejar de ser cometidos de una buena vez, ¿por qué no los más pequeños? Miles de personas están agotadas de pecar habitualmente y suspiran por dejar de hacerlo. Pero no saben cómo».

Pienso que la mayoría de nosotros concuerda en que sería ridículo decirle al asesino: «Bien, en realidad usted nunca vencerá esto, pero mientras más lo odie, todo estará bien». Y, ¿debería haber algún modelo diferente para otros?

¿Cómo hacer para vencer pecados conocidos? ¿Cuánto tiempo requerirá? Supongo que en este punto podríamos unirnos al rango de las personas poderosas, y decir: «Bien, si usted sabe que es pecado, ¡quítelo!» Pero la persona débil dice: «He tratado, pero no puedo quitarlo». La persona fuerte replica: «Puedes si eres realmente sincero en desear quitarlo». Y de esta manera, a la persona débil se le da la carga adicional de ser considerado no sincero, así como también pecaminoso. Me gustaría recordarle que si la religión de Jesucristo, y el poder de Dios, no es lo suficientemente bueno para la persona más débil del mundo, no es bueno para nada.

Se nos dice en 1 Juan 5:4 que «esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe». Y en el libro «Patriarcas y profetas», páginas 712 y 713, dice que toda falla de parte del pueblo de Dios, se debe a su falta de fe. De modo que la fe, debe ser de importancia primaria en la comprensión de cómo vencer los pecados conocidos. Lo que necesitamos recordar es que la fe nunca es algo en lo que nos ocupamos, o algo que elaboramos. Nunca se autogenera. Es una cualidad espontánea que resulta de conocer a Dios. Por lo tanto, no ponemos nuestra atención en conseguir fe, prestamos atención en conocer a Dios, y la fe llega naturalmente. La fe siempre fluye a partir de la relación de fe. La fe es un don (vea Efesios 2:8), y la forma de recibir un don consiste en entrar en relación con el único que es dador del don. Si sigue este razonamiento a todo lo largo de su conclusión lógica, entonces usted ya no estará involucrado en un esfuerzo por guardarse de pecar. Su atención no estará en su comportamiento, menos aún en tratar de hacer que usted tenga fe. Usted mirará totalmente a Jesús, en la relación de fe con él, y el resto vendrá como cosa natural.

Dentro de esa relación de fe, me gustaría sugerirle varias cosas, que suceden en la vida de la persona a quien Dios está conduciendo para vencer el pecado. Para aquellos que desean saber cuánto tiempo lleva todo esto, puedo recordarles que eso no puede ser respondido por medio del calendario. El «cuánto tiempo» de vencer el pecado es dependiente, no del tiempo, sino de las condiciones en la vida cristiana, y estas varían con cada individuo.

1 – La primera condición para vencer el pecado conocido es admitir y reconocer que es pecado. Nadie más puede hacer eso por mí. ¿Alguna vez has visto a personas intentar ahogar sus convicciones en otra persona? Pero ¿alguna vez has notado que cada uno tiene un horario distinto, que sin duda Dios mismo conoce mejor? Hasta que llegues al punto en que el Espíritu Santo te convenza de que algo está mal para ti, nunca podrás renunciar a ello.

En el Salmo 51 dice: «Reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí». Dios no opera en el vacío. Él no elimina el pecado de nuestras vidas, mediante algún tipo de cirugía indolora. Él opera a través de la comprensión inteligente de cada individuo, y nos revela, poco a poco, una por una, las áreas problemáticas de nuestra vida. ¿No te alegra que Él lo haga de esta manera, en lugar de abrir la persiana veneciana en un instante cegador? ¿No es una buena noticia, que Él recuerde la debilidad de nuestra humanidad y abra la persiana veneciana lama por lama?

2 – La segunda condición para vencer el pecado conocido es darnos cuenta de nuestra impotencia para hacer algo al respecto, excepto una cosa: rendirnos. ¿Renunciar a qué? Renunciar a nosotros mismos y a cualquier pensamiento de que podemos hacer algo con respecto a nuestros pecados, excepto venir a Jesús, tal como somos. «El Camino a Cristo», página 18, nos dice: «Nuestros corazones son malos y no podemos cambiarlos… La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su ámbito propio, pero aquí son impotentes». ¿Dónde está el problema del pecado? ¿Hacia afuera o hacia adentro? Está en nuestros corazones. En el interior es donde realmente radica el problema. Y somos incapaces de hacer nada con respecto a nuestra vida interior. Pablo reconoció esto, cuando dijo en Romanos 7: «El querer está presente en mí, pero no encuentro cómo hacer el bien». Admite su impotencia.

3 – La tercera condición para vencer el pecado conocido es descubrir cómo participar en la pelea correcta, y pelear la batalla donde hay batalla, en lugar de donde no está. Romanos 8 habla del espíritu y la carne, y dice en el versículo 3: «Porque lo que la ley no podía hacer, por ser débil por la carne, envió Dios a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y por el pecado, condenó el pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu».

Ves a un niño de tres años en el bosque. Tiene un hacha. Con todas sus fuerzas, recupera el hacha y la fuerza contra el árbol. Y el hacha ni siquiera golpea directamente el árbol. El hacha se debilita a través de la carne. Llega un leñador gigante. Él mueve el hacha y se nota la diferencia, son el día y la noche.

Cualquier otra cosa que incluya Romanos 8, incluye este pensamiento: si estás tratando de vencer en tu propia carne, en tus propias fuerzas, no habrá nada más que debilidad. Pero si como dice el versículo 9, no estáis según la carne sino según el espíritu, y el Espíritu de Dios está en vosotros, hay una gran diferencia. Aprender la diferencia entre la lucha de la fe (caminar en el espíritu) y la lucha del pecado (tratar de luchar en tu propia carne, en tus propias fuerzas), es un punto crucial. Y nadie jamás vencerá el pecado, hasta que comprenda la diferencia entre la lucha de la fe y la lucha del pecado. Testimonios para la Iglesia, tomo 5, página 513, dice: «Si peleas la batalla de la fe con toda tu fuerza de voluntad, vencerás». Esto significa que si estoy usando toda mi fuerza de voluntad en la relación de fe, no me queda fuerza de voluntad para luchar contra el pecado o el diablo.

Un pequeño libro escrito por W.W.Prescott, llamado «Victoria en Cristo», nos da las siguientes perspectivas para pelear la batalla correcta:

«Por un largo tiempo traté de obtener la victoria sobre el pecado, pero fallaba. Hasta que no hace mucho aprendí la razón. En lugar de hacer la parte que Dios esperaba que yo hiciera, la cual podía hacer, estaba tratando de hacer la parte de Dios, la cual él no esperaba que yo hiciese, y que no podría hacer. Primeramente, mi parte no consiste en obtener la victoria, sino en recibir la victoria que ya ha sido ganada para mí, por Jesucristo».

«‘Pero’, preguntará usted, ‘¿no habla la Biblia acerca de soldados, guerras y batallas?’ Sí, ciertamente que lo hace. ‘¿No se nos dice que debemos esforzarnos por entrar en ella?’ Seguramente lo estamos haciendo. ‘Bien, ¿entonces qué?’ Sólo esto: deberíamos estar seguros de qué batalla estamos peleando, y por qué cosa nos estamos esforzando».

«Como hombre, Cristo peleó la batalla de la vida, y conquistó. Como mi representante personal, él ganó esta victoria para mí, y de ese modo su palabra para mí, es: ‘Confiad, yo he vencido al mundo’ (Juan 16:33). Por lo tanto, puedo decir con profunda gratitud: ‘Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo’ (1 Corintios 16:57). Mi dificultad se debía a esto: que yo no le prestaba atención al hecho de que la victoria es un don, ya ganado y listo para ser otorgado a todos los que deseen recibirlo. Yo asumía la responsabilidad de tratar de ganar lo que él ya había ganado para mí. Eso me hacía fallar».

«Esta victoria es inseparable de Cristo, de él mismo, y cuando aprendí a cómo recibir a Cristo como mi victoria a través de la unión con él, entré en una nueva experiencia. No quiero decir que no tenía algunos conflictos, y que no he cometido algunos errores. Lejos de ello. Pero mis conflictos han sucedido, cuando las influencias fueron desplegadas para llevarme e inducirme a perder mi confianza en Cristo como mi Salvador personal, y a separarme de él. Mis errores han sido cometidos cuando he permitido que algo se interpusiera entre mí y él, para impedirme mirar a su bendito rostro con la mirada de la fe. Cuando fijo mis ojos sobre el enemigo, o sobre las dificultades, o sobre mí mismo y mis fallas pasadas, me desanimo y fallo en recibir la victoria. Por lo tanto, ‘Mirar a Jesús’ es mi lema. La batalla que estoy peleando es ‘la buena batalla de la fe’, pero las armas de esta guerra no son carnales. No creo en mí mismo, y por lo tanto no tengo confianza en mi propio poder para vencer el mal. Me oigo diciéndome a mí mismo: ‘Mi poder se perfecciona en la debilidad’, y de esa manera someto mi ser entero a su control, permitiéndole obrar en mí ‘tanto el querer como el hacer’. Y cuando actúo en base a la fe de que él hará esto en el camino de la victoria, no me defrauda. Por vivir su vida de victoria en mí, él me da la victoria» (páginas 25,27).

Jesús dijo la misma cosa en Mateo 23: «¡Hipócritas!, porque limpiáis lo de afuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia» (versículo 25).

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es» (2 Corintios 5:17). Lo que a menudo hemos hecho, ha sido tratar lo más arduamente posible de ser nuevas criaturas, antes de tratar de estar en Cristo. «Todo el que permanece en él, no peca» (1 Juan 3:6). Pero nosotros hemos estado gastando tiempo y energía, tratando de «no pecar», cuando se supone que el tiempo, el esfuerzo y la energía, debería estar dirigido a habitar en él. ¿Lo seguirá en todo?

¡Qué verdad fantástica! Y sin embargo parece ser un punto muy difícil de atrapar por la mente humana, y realizamos esfuerzos desesperados, parcialmente por causa del odio del corazón humano, mientras acariciamos la idea de que podemos hacerlo por nosotros mismos.

No es verdad que Jesús lo hace todo, porque Jesús no puede buscarse a sí mismo por nosotros. Aquí es donde nuestra voluntad, nuestra fuerza de voluntad, y nuestro esfuerzo humano tienen que dirigirse en busca de Jesús, y en el logro de una creciente relación con él, día tras día. Él no lo hace todo. Él no puede buscarse a sí mismo por nosotros. Pero Jesús ha prometido que si buscamos relacionarnos con él, él obrará para guardamos de caer. Y lo que Jesús ha prometido, es capaz de concretar. Él no necesita mi ayuda para eso. De modo que es crucial, al llegar al punto de vencer el pecado, que entendamos claramente la diferencia entre la batalla de la fe, y la batalla del pecado.

4 – La cuarta condición para vencer pecados conocidos, es darnos cuenta de que la relación de fe continua requiere servicio y superación. «La fuerza para resistir al mal se obtiene mejor mediante el servicio agresivo» (Los hechos de los apóstoles, página 86). «Los que sirvan a otros serán servidos por el príncipe de los pastores. Ellos mismos beberán del agua de la vida y serán satisfechos. No desearán diversiones excitantes, o algún cambio en su vida. El gran tema de su interés será cómo salvar las almas que están a punto de perecer» (El Deseado de Todas las Gentes, página 596). «El esfuerzo por hacer bien a otros se tornará en bendiciones para nosotros mismos. Este fue el designio de Dios, al darnos una parte que hacer en el plan de la redención» (El Camino a Cristo, página 78). «Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Marcos 8:35). Si no estoy involucrado en la testificación, la superación y el servicio a otros, es inevitable que pronto o más tarde tenga que admitir que soy un cristiano derrotado, incluso en términos de vencer el pecado.

5 – Otro punto principal dentro de las condiciones para vencer los pecados conocidos, es saber que Dios nos justifica. No nos condena. «Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena?» (Romanos 8:33-34). A propósito, permítame responder esa pregunta. ¿Quién es el que condena? Es Satanás, aunque el hombre a menudo se une a él en su obra de condenación. ¿Alguna vez condenó a alguien, ya sea consciente o inadvertidamente? ¿Alguna vez se ha sentido condenado por alguien?

Se ha comprobado, incluso psicológicamente, que la condenación tiene dentro de sí, algo que mantiene a la persona atada en los mismos problemas, y casi lo fuerza a continuar dentro de ellos. Es la atmósfera de aceptación amante, lo opuesto de condenación, lo que da a la gente la habilidad para crecer más allá de sus propios problemas. Esto es algo que los padres tienen que aprender a menudo.

Algunas veces los cónyuges matrimoniales también tienen tribulaciones de aprendizaje. Pero la condenación casi fuerza a una persona a continuar lo que está haciendo. Esta es la razón por la cual Pablo, cuando vio la diferencia entre la batalla de la fe y la batalla del pecado, inmediatamente percibió la idea con la que comienza Romanos 8: «Ahora, pues, ninguna condenación hay». Ahora, cómo un Dios de justicia, quien odia el pecado, quien en la persona de Jesús podía estremecerse hasta el mismo pensamiento, y retroceder ante la presencia del pecado, todavía puede amar al pecador y no condenarlo, es quizás un misterio para el entendimiento humano. Pero él no condena. Así lo dice la Biblia.

6 – Otra condición es saber cómo habitar en Cristo; no solamente cómo ir a él en primer lugar, y descargar mis problemas sobre él, sino cómo permanecer en ese estado. «Todo el que permanece en él, no peca» (1 Juan 3:6). Es tan simple. No se complique con otros significados. Lea la Biblia como ella la lee. «Si moramos en Cristo, si el amor de Dios mora en nosotrós, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros propósitos, nuestras acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios» (El Camino a Cristo, páginas 60 y 61).

Esta no es una condición que prevalezca al momento en que una persona se convierte en cristiana. No sucedió de la noche a la mañana para Abrahán o Elías el Tisbita, o para los discípulos o para muchos otros. Habitar en Cristo significa más que la experiencia inicial de la conversión. Estamos hablando acerca de aprender a confiar en su poder y su fortaleza, en lugar de nuestro propio poder y fortaleza. No podemos realizar esto. Sólo el Espíritu puede realizarlo por nosotros. No podemos librarnos a nosotros mismos de la autodependencia. Sólo podemos consentir en que Cristo haga el trabajo (vea Palabras de vida del gran Maestro, página 123), dando nuestro consentimiento para continuar la relación con Jesús día tras día. Pero mientras continuamos con él, él nos conducirá a una dependencia más y más constante de él, y menos y menos de nosotros mismos.

7 – Con el fin de experimentar y entender la victoria sobre los pecados conocidos, debemos conocer la amante presencia de Dios. Como un escudo contra la tentación y el pecado, nada es más grande que la sensación constante de la presencia de Dios. Veamos cómo obra esto en nuestra vida diaria. Digamos que tengo un problema con el alcohol, estoy sediento y tomo mi automóvil, y me voy al bar más cercano. Soy débil. No puedo evitarlo. Pero mientras manejo hasta el estacionamiento, veo por el espejo retrovisor que mi presidente de asociación viene en su auto detrás de mí. Yo pensaba que era débil, pero repentinamente soy fuerte. Giro y regreso a mi casa.

Usted ve a dos adolescentes en el parque. La luna está brillando. Están abriéndose paso en la difícil lucha contra la tentación. Son débiles. Repentinamente ven acercarse unas figuras que se recortan contra la luz, son su madre y su padre. Ellos pensaban que eran débiles, ¡ahora son fuertes! ¿Qué hace la diferencia? La presencia de alguien que cuida.

Quizás estos ejemplos están basados, en cierta medida, sobre el temor. Pero el amor es mucho más poderoso que el temor, así como los cielos son más altos que la Tierra. Si estoy casado y soy fiel a mi esposa sólo en base al temor, entonces si hago un viaje al otro lado del mundo, a 10000 kilómetros de mi casa, estaré libre del temor, porque su presencia no existe. Pero si tengo un matrimonio basado en una relación de amor, puedo alejarme 10000 kilómetros, y todavía seguir siendo fiel. El amor recorre una gran distancia.

El amor de Dios también obra a grandes distancias. Es la amante presencia de Dios, no su presencia condenatoria, lo que nos rodea y nos da el poder para vencer el pecado. En el libro «La Educación», página 255, dice: «Como escudo contra la tentación e inspiración para ser puros y sinceros, ninguna influencia puede igualar a la de la sensación de la presencia de Dios». «No hay lugar a donde podamos volar», dice un antiguo himno, «donde no esté la presencia de Dios». Y si nos damos cuenta de eso, habrá una gran diferencia, ¿no es verdad?

8 – Y finalmente, la última condición para vencer pecados conocidos es darnos cuenta de lo que el pecado hizo a Jesús. Si sólo pudiéramos darnos cuenta constantemente de lo que el pecado le hace a él, qué diferente obraríamos. Vea a Pedro maldiciendo y lamentándose al lado del fuego. Está tratando de defenderse. Está mirando más allá de Jesús. Pero repentinamente sus ojos son dirigidos hacia el rostro de Jesús, y cuando ve la mirada de piedad y desconsuelo en ese rostro, se da cuenta de que aparte de todas las espinas, los escupitajos y bofetadas, ha sido él quien más duramente ha tratado a Jesús, de toda la multitud. En la mirada de Jesús no hay censura, no hay condenación, no hay enojo. Y el corazón de Pedro se quebranta.

Recuerda qué maravilloso amigo ha sido siempre Jesús, cuán leal y verdadero. Recuerda cómo había prometido defender a Jesús, no mucho antes de este momento, y se da cuenta de que le ha fallado totalmente. Se da cuenta de lo que su pecado ha hecho con su mejor Amigo.

¿Le gustaría unirse a mí, en un clamor al cielo para que Dios nos ayude a ver lo que nuestros pecados le han hecho a Jesús? Y si eso no ocurre, nada lo hará.

No es extraño, que se nos haya dicho que deberíamos gastar una hora de profunda meditación, cada día, en la contemplación de la vida de Cristo, especialmente las escenas finales. Porque mientras veamos lo que nuestros pecados han hecho con Jesús, eso será lo que nos disuada poderosamente de pecar.

Me gustaría pedirle que haga una decisión, en su propio corazón, con respecto a lo que usted va a hacer con Jesús. ¿Se decidirá a buscar tener, por la gracia de Dios, una vida personal significativa con Dios, saber lo que significa caer sobre sus rodillas delante de la Palabra de Dios, día tras día, de manera que pueda aprender a conocer a Jesús, y darse cuenta de su presencia amante en su vida?