15. Se Requiere Tiempo

«Como el Padre me amó, también yo os he amado: estad en mi amor». (Juan 15:9)

Cuando yo era muchacho y ayudaba a mis padres en la huerta, una de las cosas que más recuerdo es la siembra de rábanos. Los rábanos son plantas que brotan fácilmente. Según las instrucciones que aparecen en los paquetes de semillas, antes de dos semanas el rábano se ha formado. Pero aun ese breve tiempo me parecía muy largo; de modo que cada día iba a la huerta y tiraba alguna plantita para ver cómo crecían. Este procedimiento no ayudaba a los rábanos a crecer más rápidamente.

No deseo insultar a los rábanos, pero después de sembrar la semilla y esperar el tiempo estipulado, todo lo que obtenemos es un rábano. Si nos interesa algo más permanente, tal como un árbol de secoya, tendremos que medir su crecimiento en años en vez de días.

Uno de los fracasos en nuestra relación de permanencia con Cristo es la tendencia a olvidar que toma tiempo el desarrollo del fruto. Desde un principio queremos resultados instantáneos, y la analogía del crecimiento del fruto debería recordarnos de una vez por todas que existe el elemento tiempo. Los resultados no ocurren de la noche a la mañana.

En Lucas 13, Jesús mencionó el caso de un hombre que fue a buscar fruto en la higuera, y no lo halló, y decidió cortar el árbol. Pero su hortelano le dijo que abonara el suelo a su alrededor y esperara hasta la próxima estación, cuando quizás produciría fruto. Hay tiempo para el fruto y para su desarrollo completo. Pero una de las cosas más desanimadoras que podemos encontrar en la vida cristiana es la búsqueda de la cosecha perpetua. No procedemos de esa manera en el mundo de la naturaleza; cuánto más importante es recordarlo también en la vida espiritual.

Cuán a menudo nos impacientamos mientras esperamos que el fruto se desarrolle. ¡Cuánta impaciencia produce el hecho de esperar! Los seres humanos no nos distinguimos por nuestra paciencia. Buscamos las rutas más directas que nos llevan al supermercado, la línea más corta para pagar, la caseta de peaje que tiene menos autos en la carretera y de la misma forma, la ruta más corta que conduce al reino de los cielos.

La espera es quizás la etapa más intensa que hay en la poda y la limpieza. La espera saca a relucir nuestra verdadera personalidad, nuestros verdaderos valores y motivos. Hay muchas cosas que aceptamos y buscamos si no tenemos que esperar. Pero cuando descubrimos que tenemos que hacerlo, cuán a menudo descubrimos que lo que parecía tan deseable, no vale la pena esperarlo.

A través de la historia bíblica, vemos a muchos personajes como aguardando en una fila para recibir la bendición prometida por Dios. Adán y Eva se pusieron en fila tan pronto como abandonaron el Edén, en espera del Mesías prometido. Noé esperó 120 años que viniera el diluvio y confirmara su condición de profeta de Dios. Moisés esperó 40 años detrás del Monte Horeb, cuidando los rebaños. Luego esperó otros 40 años con el pueblo de Israel en el desierto, mientras aprendían la lección de la espera en el Señor. Finalmente no resistió más la larga espera y su fe flaqueó en las fronteras de la tierra prometida.

David fue ungido como rey de Israel, pero tuvo que esperar. Elías esperaba un reavivamiento inmediato y la liberación después del día en el Carmelo, pero tuvo que esperar. Los discípulos aguardaban que Jesús estableciera su reino, pero tuvieron que esperar. Se les dijo que esperaran la promesa del Padre, el derramamiento del Espíritu Santo, después de la ascensión de Cristo. Los santos descritos en Apocalipsis se distinguen por su paciencia en la espera.

Hay muy pocas facetas en la vida cristiana que no requieren espera, en una forma u otra. Esperamos la respuesta a nuestras oraciones. Esperamos ver los frutos que se desarrollan en nuestra vida. Aguardamos el regreso de Jesús, el cual dará fin a todas las esperas.

Por lo tanto, recordemos que se requiere tiempo para transformar la naturaleza humana hasta colocarla en armonía con la divina. No se puede alcanzar en un día la plenitud de la estatura de Cristo. Debemos vivir un día a la vez, manteniendo la relación de dependencia con Él, y la cosecha vendrá en su debido tiempo.

Si su preocupación consiste en que no ve mucho fruto en su vida, recuerde la parábola de la viña. Los resultados son ciertos, si permanecemos en Él. Pero no olvidemos las palabras de Santiago 5:7: «Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia…» Nuestra parte consiste en mantener la relación con el Señor, y Él cumplirá su parte a su tiempo.

Cuando comprendamos nuestra parte en el proceso del crecimiento y continuemos buscando esa permanencia en Él, nuestra obra progresará y producirá frutos para su gloria. Y entonces estaremos listos para encontrarnos con el Señor en paz en aquel día cuando digamos: «He aquí éste es nuestro Dios, le hemos esperado y Él nos salvará: este es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salud» (lsaías 25:9)