14. Dos Clases de Permanencia

«Estad en mi y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en mí». (Juan 15:4)

Hace algunos años esperaba abordar un avión en Los Angeles. La niebla era densa y oculto entre esa niebla se hallaba el avión que deberíamos tomar rumbo a Chicago. Escuchábamos el típico sonido de los motores. Mientras más se agudizaban los ruidos extraños que producen los motores, más viajeros se iban desapareciendo de la sala de espera. Cuando finalmente partimos cerca de las dos de la tarde, yo era uno de los pocos que estábamos a bordo. Me resultó dificil acomodarme completamente durante el vuelo hacia Chicago.

¿Ha experimentado usted, amigo lector, una vida cristiana que tenga un sonido parecido al de los motores de ese avión? ¿Se ha preguntado si el vuelo de su vida cristiana despegará? ¿Ha experimentado ir a Cristo, con miras de permanecer en Él, pero sintiéndose luego convencido de su incapacidad y debilidad para llevar fruto?

Hay dos clases de permanencia inherente en esta parábola de la vid, y es muy importante que comprendamos la diferencia entre las dos.

La primera podríamos llamarla la relación de permanencia; la segunda, la dependencia absoluta.

Volvamos a la viña para poder entender la diferencia entre estas dos fases de la permanencia en la vid. Cuando el pámpano se injerta en la vid, comienza una relación, una asociación. El pámpano y la vid están unidos, y mientras permanezcan unidos, se inicia la segunda fase de la permanencia.

La segunda fase de la permanencia es la dependencia, minuto a minuto, que el pámpano experimenta con la vid. Puesto que la asociación se inició en el momento del injerto, la permanencia va siendo más profunda. La savia de la vid comienza a fluir a través del pámpano. Las pequeñas flores y zarcillos se entretejen hasta que poco a poco, los dos llegan a ser uno. Este segundo tipo de conexión no ocurre de la noche a la mañana. Envuelve un proceso de crecimiento. Siempre depende de la continuación de la relación. Si el pámpano se separa de la vid, todo el proceso de unión entre las células y fibras del pámpano se interrumpe, y el crecimiento se detiene hasta que la conexión se restablezca. La dependencia permanente se desarrolla con el correr del tiempo, no instantáneamente. Y puede ocurrir sólo cuando el pámpano está unido a la vid en una relación de permanencia.

Cuando acudimos a Cristo e iniciamos una relación personal diaria con Él, y mantenemos esa conexión, entonces hemos establecido una relación de permanencia. Esta relación se mantiene mientras acudamos día tras día a Él, en busca de compañerismo, de comunión con su Palabra y de oración.

La dependencia absoluta, o segunda clase de pennanencia, viene como resultado de esta relación de permanencia, de estar con Él. A medida que buscamos a Cristo diariamente, que aprendemos más y más de su amor por nosotros, tal como se revela en su Palabra, somos guiados a depender de Él, en todo instante.

En la relación de permanencia es donde ponemos nuestro esfuerzo. Podemos hacer una selección deliberada para continuar la búsqueda de nuestro compañerismo con Cristo. La dependencia absoluta es la obra de Dios. Él nos llevará a esa experiencia en la medida en que mantengamos esa relación de permanencia con Él.

Al acudir a Cristo por primera vez, cuando nos unimos a la Vid, Él inicia su obra en nuestra vida. Somos aceptos delante de Dios como si nunca hubiéramos pecado. Pero la salvación es más que la aceptación inicial. Jesús dijo en Mateo 10 que los que perseveraran hasta el fin serían salvos. (Véase el versículo 22). No sólo debemos acudir una vez, sino tenemos que acudir continuamente, para que la conexión entre la Vid y el pámpano permanezca.

En 1 Juan 3:6 se nos dice que «cualquiera que permanece en Él, no peca». ¿Ha experimentado usted, amigo lector, la devoción y el compañerismo personal con Jesús para luego descubrir que, sigue fracasando en vivir una vida cristiana victoriosa? Los discípulos pasaron por una experiencia semejante. Anduvieron con Jesús durante tres años y medio y para el tiempo de la parábola de la vid, todavía no habían comprendido cómo depender de Él continuamente. «El Camino a Cristo» nos da una ampliación de 1 Juan 3:6: «Si moramos en Cristo, si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones estarán en armonía con la voluntad de Dios» (CC 61).

Me atrevo a señalar que muchos de nosotros hemos tenido etapas de esta clase de dependencia absoluta, cuando nuestra voluntad y la de Dios han sido una. Sin embargo, aunque nos resulta doloroso, no siempre dependemos de Él en esta forma. Es allí donde radica el peligro.

Repetidas veces el diablo nos hace apartar los ojos de Jesús por un instante, y fracasamos, caemos en el pecado. El enemigo anhela vemos desanimados. Nos induce a creer que la relación de permanencia no funciona y que mejor sería rendirnos hasta la próxima semana de oración o de reavivamiento. Pero la sierva del Señor dice: «A menudo tenemos que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero no
debemos desanimarnos; aún si somos vencidos por el enemzgo, no somos desechados ni abandonados por Dios» (CC 64).

Como ya lo hemos mencionado, la relación diaria de permanencia es nuestra contribución al esfuerzo. Requiere nuestra fuerza de voluntad, perseverancia y determinación apartar ese apacible rato de comunión con Él. A veces requerirá cada onza de energía a nuestro alcance para buscar a Dios. Y esto no lo puede hacer el Señor por nosotros.

Sin embargo, la dependencia absoluta, momento tras momento, es la obra de Dios. Sólo Él puede guiarnos a esa experiencia. «Pero ningún hombre puede despojarse del yo por sí mismo. Sólo podemos consentir que Cristo haga esta obra» (PVGM 123). Nunca podremos crucificarnos a nosotros mismos. Jamás llegaremos al punto de doblegar nuestro yo y depender totalmente de Dios. Pero si persistimos en buscarle día tras día en una relación de dependencia, Él nos llevará ciertamente a esa absoluta dependencia de Él. La relación de permanencia nos dará la seguridad de la salvación. Esa dependencia de su poder trae obediencia y triunfo a la vida cristiana. Esa relación es una experiencia cotidiana, la dependencia absoluta ocurre momento tras momento. El crecimiento en la vida cristiana aparece a medida que aprendemos más y más a depender constantemente del poder divino en vez del nuestro.