12. El Fruto es un Don

»Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido». (Juan 15:11)

Supongamos que nos ofrecieran diez millones de dólares. ¿Los aceptaríamos alegremente, en forma inmediata y decidida? ¿O nos veríamos en dificultades con la oferta? Probablemente nuestra reacción sería: ¿Y qué hay detrás de todo esto?

Todavía recuerdo el día cuando un predicador ofreció un dólar a un grupo de estudiantes de secundaria. Les dijo: «Tengo un dólar que daré a uno de ustedes». Todos se quedaron en sus asientos sin moverse, pero mi hermano se paró, fue al frente y reclamó el dólar. Me molestó ese gesto, pues se trataba de mi hermano. Luego descubrí que él ya había escuchado acerca de esa maniobra del predicador y en esa ocasión estaba listo para ganarse el dólar. Sin embargo, nadie se movió sino el que conocía el asunto.

Si multiplicamos ese dólar por diez millones, nos veríamos en apuros para aceptar la realidad del regalo. Nos hemos habituado a trabajar por lo que tenemos. Recibo mi cheque de la asociación para la cual trabajo. ¡Todavía no he ido a la oficina a agradecerles por ese cheque! Nos ganamos el salario que recibimos de nuestros empleadores. El verdadero agradecimiento surge cuando recibimos algo por lo cual no hemos trabajado o que no merecemos. Es entonces cuando de veras mostramos gratitud, siempre y cuando estemos en condiciones de aceptar el regalo.

Quizás esto es parte de lo que el salmista quería expresar cuando dijo: «Sacrificios de alabanza» (Salmo 107:22). Dar gracias significa que admitimos no merecer el don que se nos concede y una actitud tal puede representar un sacrificio real para un corazón orgulloso.

En Juan 15:11 se habla del gozo que produce la unión con la Vid y el descubrimiento del fruto genuino que se manifiesta en la vida. Observemos qué clase de gozo es este: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido». Los discípulos debían llenarse de gozo y gratitud, pero el gozo procedía de la Vid, no de ellos mismos. La experiencia total es un don, el cual se recibe a través de la Vid.

Cuando nos ufanamos de un regalo, por lo general es porque creemos haberlo ganado. Exclamamos: «Fulano aprecia tanto mi trabajo que me obsequió este regalo especial. ¿Verdad que es hermoso?» De esa manera hacemos honor al regalo, y a nosotros mismos. Pero ¿cuán a menudo ha escuchado usted a alguien decir: «Fulano me obsequió este regalo especial porque es tan bondadoso, generoso y amable. No he hecho nada para merecerlo, pero me ha dado este regalo a pesar de que le he ofendido vez tras vez. Este regalo me ha sido dado porque hay tanto amor en él y ha querido expresármelo. ¿No le parece maravilloso?» ¿Hay alguna diferencia entre los dos casos? ¡Obsérvese a sí mismo todo confundido al reaccionar ante los regalos que ha recibido gratuitamente!

El reconocimiento genuino tiene que ser voluntario. Además, tiene que ser movido por el amor y no por una obligación. Y la gratitud verdadera no sólo acepta el regalo, sino también al dador, pues no se puede separar el regalo de su dador. Hay personas que desean aceptar el don de la salvación y todo lo bueno que viene en su estela, sin aceptar al Dador, y eso es imposible.

¿Recuerda usted a Caín y Abel? Ambos recibieron las mismas instrucciones. Pero Caín eligió ofrendar frutas en lugar del sacrificio de gratitud y alabanza. Presentó a Dios lo que representaba el fruto de su trabajo y por lo tanto su sacrificio no fue aceptado. No estaba, en realidad, agradecido a Dios por lo que había hecho por él, pero Juan 15, el mensaje de la parábola de la viña, que sin Dios no podemos hacer nada, pero que a través de la conexión con el Dador, podía recibir libremente los frutos provistos.

Abel siguió las instrucciones divinas, las cuales especificaban un sacrificio. Ese sacrificio era un símbolo de su incapacidad de hacer algo por él mismo. El cordero representaba a Aquel que vendría para hacerlo todo en su favor.

Tratar de forzar el fruto en la vida cristiana es destruir el fruto mismo. Si contemplamos a Cristo en la cruz y decimos: «Él murió por mí; debo pagarle esforzándome por llevar fruto», en verdad no estamos aceptando su obsequio.

Resulta imposible pagar por el «don inefable» (2 Corintios 9:15). Al contemplarle en la cruz y responderle con amor por su bondad y misericordia hacia nosotros, no podemos ser tan orgullosos como para no aceptar al mismo tiempo el don del fruto que anhela darnos para su gloria, y por nuestro medio concederlo al mundo.

La dificultad estriba en el hecho de que hay tantos que no desean aceptar un regalo que no puedan devolver. Como resultado de eso, siguen este patrón: «Si no puedo devolver lo que me has dado, entonces no lo quiero». ¿Ha visto usted ocurrir esto en su propia vida? Cada vez que deseamos obsequiar algo y el receptor quiere pagar por ello su actitud destruye el gozo de dar. ¿Ha experimentado algo semejante’? Millares de personas cometen el mismo error con relación a la salvación. Rehúsan aceptar el don de Cristo a menos que puedan hacer algo para pagarle. La verdad es que todo lo que pudiéramos hacer para cumplir nuestro intento es simplemente inaceptable.

Cuando descubramos la grandeza del obsequio y la profundidad de su amor, y nos unamos a Él por fe, día tras día, el fruto de una experiencia semejante se verá en nuestra vida. Su amor se manifestará en nosotros y su gozo llenará nuestro corazón; su paz preservará nuestra mente y corazón. Le daremos verdadera alabanza por su don inefable.