11. Fruto Genuino

«En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis mis discípulos. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis mucho fruto, y vuestro fruto permanezca». (Juan 15:8, 16)

Una de las palabras claves de Juan 15 es fruto. El Señor Jesús, en su gran plan de salvación, está ansioso de ver fruto. Él espera mucho fruto. Como se ha visto, si no hay fruto, los pámpanos son cortados y quemados. El Evangelio abarca más que el perdón de los pecados. Incluye la remisión del pecado, y su reemplazo por las virtudes o frutos del Espíritu.

Tal vez lo más cerca que podemos llegar a la definición del fruto es considerándolo en términos de resultados. Al plantar una vid, aguardamos resultados. El fruto, en su significado más amplio es, sencillamente resultados.

Algunos podrían preguntar si una de las caracteristicas sobresalientes del fruto es su espontaneidad, y si el fruto es un producto antes que una causa, ¿por qué hacer tanto énfasis en el fruto? ¿Por qué Jesús tenía tanto que decir acerca del fruto? O quizás la pregunta podría ser, si las buenas obras son el resultado de la fe, ¿por qué no hablamos simplemente de la fe? Si el fruto es un resultado inequívoco de una vid saludable, ¿por qué perder tiempo en el fruto? Empleemos nuestro tiempo en la vid.

Pero Jesús tomó tiempo para hablar del fruto, y lo hizo en más de una ocasión. Mateo 7 es un ejemplo clásico de ello. Aquí Él concluye su analogía al decir que «por sus frutos los conoceréis» (Versículo 20) .

Hemos visto que los frutos del Espíritu son cualidades interiores, pero a fin de conocer a otros por sus frutos, es necesario que haya también manifestaciones externas. Yo podría abrigar un gran amor en mi interior, pero a menos que el mismo sea visible exteriormente, nadie me conocerá por mi fruto. Puedo sentirme gozoso interiormente, pero algunos lo dudarán al ver que exhibo un rostro sombrío. Nadie sabrá de mi gozo interior, si el mismo, de alguna manera, no aparece en mi exterior; quizás por una sonrisa, o a través de mis cantos o de mi alabanza. Ciertamente, el amor verdadero, el gozo, y el resto de cualidades de un verdadero cristiano no pueden aprisionarse, pero buscarán exteriorizarse cuandoquiera que estén presentes en lo más íntimo.

Si seguimos la analogía de Jesús, de la vid y los pámpanos, es evidente que el fruto es externo en relación con el pámpano. Pero no puede producirse exteriormente a menos que exista en lo interior. De modo que cuando hablamos del fruto, nos referimos a ambos aspectos, internos y externos. Estamos hablando de los frutos interiores del Espíritu: amor, gozo, paz, tolerancia y todos los demás e igualmente incluimos sus manifestaciones en lo exterior.

Una de las razones por las cuales Jesús hizo énfasis en el fruto es, que como es bien sabido, es posible generar la forma exterior sin poseer la realidad interior. Los actores de la televisión y los productores de películas se dan perfecta cuenta de que es posible producir una sonrisa con sólo pedirlo, por medio de una anotación en el libreto que diga: »Sonría en este momento». Muchos pueden hacer aparecer una sonrisa, o derramar lágrimas, tan reales, simplemente con una isntrucción que pone en acción una especie de interruptor. Es muy posible exhibir buenas obras sin fe.

Los que tienen una voluntad férrea pueden abstenerse de producir malos frutos, y al hacerlo, se engañan a sí mismos pensando que están seguros. Olvidan que Jesús maldijo a la higuera, no porque produjo malos frutos, sino por falta de fruto. El punto básico en el tema de la vid, los pámpanos y las uvas no es la producción de malos frutos, sino más bien establecer si está presente el fruto genuino del Espíritu, con manifestaciones tanto internas como externas.

Por lo tanto, al pensar en el fruto del Espíritu, como aparece en Gálatas 5, «amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza», recordemos que, en última instancia, esos frutos se manifestarán exteriormente. Santiago señala que no es suficiente para un cristiano expresar sus buenos deseos a una persona pobre y que tiene hambre. Ha de alimentarla y vestirla si quiere mostrar su verdadero amor. El gozo se manifestará en alabanza y canto. Una verdadera paz interior capacitó a Daniel para permanecer tranquilo en el foso de los leones. La paz se manifestará en quienes puedan dormir en la noche sin revolverse en la cama y sin depender de pastillas para dormir. Los frutos internos tendrán resultados externos.

Otra razón para examinar el fruto y estudiarlo es con el fin de no perder la gran lección de la parábola de Jesús, que el fruto brota natural y espontáneamente. Me permito recordarle una vez más que si escogemos permanecer en Jesús, si escogemos una relación genuina con Él, el fruto vendrá. Si no deseo ningún fruto genuino en mi vida, tengo que llegar al punto de partida, o sea escoger si quiero o no permanecer en Cristo. Si escojo continuar en una relación de permanencia con Jesús, al mismo tiempo escojo llevar fruto. No puedo decidirme por una permanencia en Cristo y luego escoger si llevaré fruto o no, además de la permanencia. El fruto estará presente.

Observemos ahora lo contrario. La única forma como no llevaré fruto es decidiendo que no tendré una relación con Jesús. La manera más cierta para no tener uvas en la viña es decidir que no tendré ni vides, ni pámpanos en mi viña. Si tengo una viña y escojo plantar vides que tienen sus pámpanos, ya he escogido tener uvas. No selecciono las uvas separadamente, pues ellas forman parte del paquete.

El fruto es tan natural como las flores que brotan en la primavera. Cuánto desearía que cada uno compartiera la emoción de este descubrimiento en la vida del cristiano. ¿Por qué es emocionante? Porque muchos hemos malgastado tiempo y esfuerzo, una y otra vez, luchando por llevar fruto. El tiempo y el esfuerzo han sido ubicados incorrectamente y no producirán ningún bien. Esto se convierte en uno de los hallazgos más notables en la comprensión de la salvación por la fe. Esto es lo que mueve a un individuo a convertirse en un testigo espontáneo, ya que no puede quedarse quieto cuando descubre algo que obra, en vez de algo que no obra.

Si usted permanece en Cristo, en una relación genuina, personal y de diario ejercicio de la fe, el fruto ya está en crecimiento. Ya sea interna o externamente, el fruto ya ha comenzado a crecer.

En este punto algunos se ponen nerviosos, pues les parece que no han visto mucho fruto. Yo tampoco he visto mucho fruto en algunas plantas en mi huerta. Me encantan las lilas. Acostumbrábamos ir a la casa de mi abuela, en la cual se usaban las lámparas de kerosene y los armarios viejos, la estufa de leña y el mantel de goma y los ramilletes de lilas en el patio, cargados de flores en la primavera. Se veían muy bien, también tenían buen olor. Lo que nos da gozo y nos deleita en la niñez no se olvida fácilmente. De modo que un día planté unas lilas en nuestro patio. Todavía no he visto sus flores. Tienen ramas y hojas, pero no se ven capullos.

Pero si esas plantas permanecen en el suelo, donde sus raíces se entierren más y más, entonces las lilas van por buen camino, aunque no las pueda ver todavía. En algún sitio, escondidas en esos tallos y hojas, están las flores. Uno de estos días me regocijaré al ver las lilas. Mientras tanto, me conformaré con ver las hojas.

Esta es una secuencia importante, tanto en el mundo natural como en el espiritual: el fruto visible, sigue al invisible. Nunca sucede al contrario donde se lleva a cabo el crecimiento genuino. Como lo describió Jesús: «Primero la hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga» (Marcos 4:28). Cuán a menudo anhelamos poder comenzar exteriormente, en un proceso de reparación apresurada, y luego concentramos en lo interior. Pero nunca ocurre así. El fruto nunca es la causa; siempre ha sido y será el resultado.

La única obediencia genuina que existe es la que viene como resultado de una conexión permanente con la Vid. Las plantas y flores no crecen por su propio cuidado, esfuerzo o ansiedad. Tampoco podemos nosotros asegurar el crecimiento espiritual por esos medios. Plantas y flores crecen al aceptar los dones del sol, el agua y los alimentos nutritivos que les suministra el ambiente en el que crecen. Así ocurre con el crecimiento en la vida cristiana.
Permaneciendo en Cristo, recibimos los dones que Él ha provisto, los cuales producen crecimiento y frutos.

El Salvador no instruyó a sus discípulos que lucharan para llevar fruto, sino a permanecer en él. (Véase «El Deseado de Todas las Gentes», pág. 631). El fruto que brota es el resultado de una relación de amor y es natural y espontáneo. Esta característica es una de las evidencias más notables de que el fruto es genuino.