10. Las Tijeras de Podar

«Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. El que en mí no estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en en el fuego, y arden». (Juan 15:2)

Las tijeras de podar que Dios usa, eliminan ya sea las ramas sobrantes o toda la planta. El título de este tema suena duro. Hay muchos que desean creer que todas las vicisitudes, dificultades y problemas de la vida vienen del diablo. Por supuesto que muchos de ellos se originan de él. Pero aquí hallamos evidencia bíblica de que la disciplina viene de Dios mismo, como parte del proceso indispensable para nuestro crecimiento y producción de fruto. Es mi deseo que aun en esto encontremos palabras de esperanza y consuelo, ya que la intención de tales palabras no es causar ansiedad. Estas declaraciones de Jesús son las de un Hombre moribundo, y no sólo un moribundo, sino un Salvador. Por lo regular un hombre guarda lo mejor para el final. Aquí en Juan 15, justamente antes del Getsemaní y la crucifixión, Jesús expresó sus más preciados pensamientos.este

Uno de los puntos que deseamos enfatizar aquí es que Dios tiene mucho interés en el fruto. Y los que no llevan fruto son cortados, simple y llanamente.

El versículo 8 nos recuerda uno de los propósitos por los que debemos llevar fruto: «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto». Ya hemos estudiado que uno de los objetivos de llevar fruto es glorificar a Dios. Pero seamos cuidadosos en este punto para no llegar a la conclusión de que el propósito de llevar fruto es salvarn os para el reino de los cielos. Llevar fruto glorifica a Dios y extiende su reino. Nos llena de gozo porque está en armonía con nuestros impulsos naturales cuando estamos unidos a la Vid, y nos restaura a la condición inicial de la humanidad, aquella que Dios dispuso desde un principio. Pero el acto de llevar fruto no es lo que nos salva, sino la aceptación de lo que Jesús ya hizo por nosotros en la cruz.

No obstante, Dios manifiesta su interés en el fruto, en el desarrollo del carácter. Su gran interés es vernos redimidos de las consecuencias del pecado. Esta es la posición que Juan 15 asume.

En el versículo 2 nos enfrentamos de nuevo a este hecho trascendental: que hay dos clases de pámpanos y ambos dicen estar «en Cristo» o en la Vid. Uno lleva fruto y el otro no. Tal como vimos anteriormente, es posible estar en Cristo, por lo menos en forma temporal, y no llevar fruto para su gloria. Es posible hasta estar convertido, comenzar la vida cristiana y unirse a la iglesia, y sin embargo no tener una relación continua con el Señor Jesús. En ese caso, no producimos fruto. Es posible tener un buen comienzo, una iniciación maravillosa como Dimas y otros, pero el amor a este siglo hace que otras cosas nos atraigan y nos desvíen de la relación personal con Dios.

Esta es la misma clase de persona descrita en Mateo 13, en la parábola del sembrador, la semilla y el terreno. El sitio tenía espinas. La semilla era buena, germinó y hasta brotó. Pero las espinas interrumpieron y ahogaron a la planta antes de producir fruto.

Los pámpanos que no llevan fruto representan a los que fracasan en el proceso de mantener una buena relación con Cristo. De modo que hay dos clases de creyentes: el que comienza, pero no permanece en Cristo, y el que permanece en Él. Ambos llevan algo como un rótulo que dice «en mí», según lo indica el versículo. Aparentemente Dios concede cierto tiempo a los que tienen un buen comienzo, para ver si han de llevar fruto o no.

Lo mismo nos ocurre en la huerta de nuestro hogar. En cierta ocasión, planté un árbol en el patio de mi casa, el cual había traído desde un lejano bosque. No prendió muy bien, pero lo dejé en su sitio durante un buen tiempo, a pesar de que no se veía saludable. Quería convencerme de que en realidad se había muerto, antes de arrancarlo y tirarlo. Finalmente, cuando ya no había ninguna sombra de dudas de que el árbol no daría nada, ni siquiera hojas, lo saqué. Todos sabemos que llega un momento cuando las ramas, plantas o árboles han tenido oportunidad para demostrar si van a producir o no. De modo que es inútil dejarlos en el huerto después de ese punto.

Supongo que podríamos especular calculando el porcentaje de las personas que tienen un buen comienzo, que están dentro de esta categoría. Algunas encuestas han revelado que la mayoría de los miembros de iglesia están demasiado ocupados, como para dedicar tan siquiera unos cinco minutos diarios a la devoción personal, mediante la oración, el estudio de la Biblia, etc. Algunos estudios revelan que sólo una de cada cuatro o cinco personas, dedica tiempo para su comunión diaria con Dios. Esta es una de las razones fundamentales por las cuales la iglesia se halla en dificultades espirituales en nuestros días.

Tal vez ayudaría un poco meditar en una pequeña parábola. Dos estudiantes de medicina salen rumbo a la universidad, para estudiar sus materias. Lo primero que descubren es que en el laboratorio de anatomía existe un profundo silencio. Es muy frío, y las cosas están realmente muertas en ese lugar.

Pero estos estudiantes están ansiosos de hacer una buena demostración, de modo que analizan la situación. Descubren que existe un alto grado de unidad en el laboratorio. No parece haber contiendas de ninguna clase; nadie parece estar deseando ocupar el mejor puesto. Todos están en una posición similar. Mientras estos estudiantes consideran la situación, se convencen de que lo que estos pacientes necesitan es crecer. Después de fracasar en sus intentos por lograr su desarrollo, aun estimulándolos a practicar el ejercicio, llegan a la conclusión de que el problema es más complejo.

Cierto día, se preguntan si el problema de esas personas del laboratorio de anatomía no tenga que ver con la falta de compañerismo. Pero esa conclusión resulta un callejón sin salida, pues los pacientes rehusan mostrar el menor grado de sociabilidad. Hasta tratan de desarrollar una declaración de objetivos para esas «personas», pero la ignoran.

Finalmente, esos estudiantes de medicina descubren con asombro que todos los que ocupan el laboratorio tienen el mismo problema: Ninguno respira. Y otro problema anterior era que tampoco comían.

La oración, que es el aliento del alma, ha sido considerada como la respiración de la vida espiritual. Y el estudio de la Palabra de Dios es el alimento del alma. Si los. miembros de la iglesia no comen ni respiran, es inútil hablarles del crecimiento de la iglesia.

El profesor logra convencer a los estudiantes para que examinen a los ocupantes del laboratorio de anatomía, y establezcan la causa de su condición, para que puedan prevenir a sus familiares y amigos de una situación semejante.

No obstante, dentro de esta analogía, hay una animadora declaración en Ezequiel 37:3: «Vivirán estos huesos». Hay esperanza de comprensión aun para los que están en la vid, pero no crecen ni llevan fruto. Dios jamás ha hecho responsable a nadie por lo que no comprende. Esa es una de las evidencias de su amor. Él nos hará responsables de lo que hemos tenido oportunidad de entender y quizás esto incluye la comprensión de la importancia que hay en
«comer» y «respirar».

Puede ocurrir un buen comienzo, experimentar una conversión genuina, y sin embargo desviarse gradualmente porque no se ha tomado en serio la necesidad de permanecer. Resulta interesante descubrir que aun personas brillantes, durante mucho tiempo, no tienen la menor idea del significado de permanecer en Cristo.

Pero Dios comprende los problemas que afrontamos en un mundo de pecado, y Él puede quitar el velo que a menudo cubre nuestros ojos.

Estamos sugiriendo, contrario a la naturaleza, que es imposible para un sinnúmero de personas tener una vislumbre de Jesucristo en la cruz, y llegar a producir mucho fruto. Esa es la razón por la cual algunos de nosotros hemos sentido el llamado a evangelizar a los que ocupan las bancas de la iglesia. Hay un campo muy extenso para el evangelismo dentro de la iglesia.

Todo aquel que no permanece en Cristo, aunque haya tenido un buen comienzo, reaccionará ante el proceso de poda de una de las dos formas siguientes: Para el que no se da cuenta exacta del amor de Jesús, las tijeras podadoras pueden parecer un castigo en vez de una disciplina. Tal persona es solamente un siervo y no un amigo, y quizás hasta ni comprenda su calidad de hijo, de modo que no alcanza a reconocer al Padre amoroso que está detrás de la poda. Sin embargo, ese proceso puede llevarlo a una conexión más estrecha con la Vid, y de ese modo empezar a llevar fruto, o bien lo puede llevar al desprendimiento completo de la Vid.

El problema está en el hecho de nuestra incomprensión del proceso de la poda. Esto pueden entenderlo mal hasta los que han tenido un buen comienzo, y han seguido avanzando en su relación de permanencia con Cristo.

Hasta los que llevan fruto deben ser sometidos a la poda para que lleven más fruto. El acto de podar no significa arrancar, sino más bien darles la forma y el tamaño adecuados, antes de que se exalten y engrandezcan, olvidándose que son sólo criaturas. El proceso de dar forma es a menudo doloroso. Sin embargo, para el que está en comunión diaria con Cristo y reconoce constantemente la gracia divina, la poda viene a ser una disciplina en vez de un castigo. Hay una palabra que se deriva de disciplina, es discípulo. El discípulo o seguidor de Cristo, es el que acepta la disciplina y percibe su significado. En Hebreos 12:11 hay un excelente comentario en cuanto a este proceso: «Es verdad que ningún castigo al presente parece causar gozo, sino da tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en él son ejercitados».

Recordando esto, demos un vistazo a las tijeras de podar. ¿Qué son unas tijeras? La idea común es que las tijeras son aflicción y que Dios aflige. Pero, ¿envía Dios la aflicción, o más bien viene del diablo? Entonces, si el diablo envía la aflicción, y Dios la usa, ¿quiere decir esto que Dios y el diablo son socios? ¡No! Dios controla este mundo, a pesar de todo lo que el diablo trate de hacer. Meditemos en esta proposición: Dios puede usar cualquier cosa que el diablo haga o deje de hacer. Y a menudo lo hace. Por lo tanto, Satanás, conociendo el poder de Dios, continúa arrojando miseria sobre la gente y Dios; porque comprende muy bien que Dios transformará el mal en algo bueno, no importa lo que sea.

La pregunta es: ¿Pueden la aflicción, la prueba y los problemas hacer que una persona lleve más frutos? O ¿es posible para una persona ver y sentir el dolor sin descubrir su propósito? ¿Ha tenido usted, amigo lector, alguna vez algún problema, desánimo, desilusión, o pena y ha descubierto que en lugar de llevarlo a una relación más estrecha con Cristo, más bien lo ha hecho mirar al cielo con desdén? ¿Ha visto que eso le ha ocurrido a otros? ¿Es posible que la aflicción produzca fruto, o la mayor parte del tiempo produce daños a la permanencia de la relación?

¿Es acaso la aflicción la única forma de podar? Si la poda es necesaria para el crecimiento, ¿qué pasará en el cielo? Continuaremos nuestro crecimiento y desarrollo por la eternidad, pero no habrá tristeza ni aflicción en el cielo. De ahí que deben existir otros medios de poda, pero tomando en cuenta que vivimos en un mundo de pecado, afrontando toda clase de dificultades creadas por el enemigo en nuestra vida, Dios simplemente utiliza la aflicción para su gloria.

Cuando llegamos al centro del asunto, las tijeras de podar son la Palabra de Dios, no la aflicción. La aflicción, la tristeza y la desilusión son sólo el mango o agarrador de las tijeras de podar, para hacer que las cuchillas de las tijeras lleguen a nosotros. Resulta muy interesante
observar en el capítulo 15 de Juan, el profundo significado de las palabras del versículo 3: «Ya vosotros sois limpios por la Palabra». Dicho en otra forma: «Ya habéis sido podados, a través de la Palabra». Es la Palabra la que poda. Leámoslo en Hebreos 4:12. Aquí se la llama espada. «La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».

El capítulo 6 de Efesios describe la armadura del Evangelio, y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Por lo tanto, cuando la prueba, la aflicción y la tristeza se hacen presentes, una persona es impulsada hacia la Palabra de Dios, mientras que otro la resiste. El primero se acerca más a Dios, aún más que antes de la prueba. El otro se aleja y está menos inclinado a buscar a Dios que antes de la prueba.

¿Se ha sentido usted tan feliz en el camino de la vida, disfrutando de toda clase de bendiciones y entretenido con toda clase de actividades propiaas de una vida muy agitada? De repente se encuentra acostado de espaldas en el lecho, sin otro lugar hacia el cual mirar, excepto hacia arriba. ¿Ha observado que si está dispuesto, esa situación puede ser el mango de las tijeras de podar y que usted es movido hacia la Palabra de Dios y la oración? Lo he visto ocurrir vez tras vez, con familiares, miembros de iglesia y amigos.

Si usted sufre un trauma que lo confina a una cama, en tracción, debido a que una de sus vértebras se ha desviado y los médicos le ordenan permanecer acostado de espaldas durante dos o tres semanas; y le colocan unas pesas en las cuerdas que tiran de sus extremidades, puede meditar entonces en el mango de las tijeras de podar y convencerse que, al final de cuentas, no está tan mal que tenga que disminuir su actividad de vez en cuando durante el tiempo suficiente para ayudarlo a pensar.

La Palabra de Dios es la tijera podadora, y esa Palabra vive y permanece para siempre. Debemos dedicar tiempo a estudiarla tanto en su forma escrita, como en las declaraciones divinas desde la eternidad. Nuestro crecimiento continuará y asimismo nuestro fruto.

Algo más que conviene mencionar en este pasaje, es que el acto de podar elimina el exceso de hojas y ramas. Así es más fácil para el tronco crecer. ¿Cuánto hace que usted, amigo lector, no examina el tronco de su vida? Hasta el fruto del Espíritu, a causa de nuestra naturaleza carnal, puede convertirse en madera inútil. Veamos un ejemplo: Uno de los frutos del Espíritu es la fe genuina, o la confianza en Dios. Pero a causa de la constante presión de la carne, de nuestra naturaleza baja, la cual puede ser dominada por el Espíritu, pero que permanece activa, resulta muy fácil que la confianza en Dios se degenere y se convierta en confianza propia. ¿Ha visto a la fe genuina producir frutos en su vida? Así le ocurrió a Elías. Sobre el monte Carmelo rogó que descendiese fuego del cielo. Esa fue una fe absoluta en Dios y los resultados no se hicieron esperar.

Pero un poco más tarde, oró por lluvia. Oró siete veces antes de que Dios pudiese enviar la lluvia sin animarlo a confiar en sí mismo.

Sin embargo, después de la maravillosa confrontación en la cumbre del Carmelo y de la inequívoca respuesta divina, primero por medio del fuego y más tarde por medio de la lluvia, Elías resbaló hacia la confianza en sí mismo. Jezabel le envió un mensaje amenazándolo con la muerte al día siguiente. Olvidando el cuidado de Dios, Elías traicionó su deber y huyó al desierto.

Pensemos en el caso de un cristiano recién convertido, o de uno que ha sido convertido y que está lleno de celo espiritual. Luego, a causa de la naturaleza carnal que lucha constantemente por manifestarse, ese celo se convierte en fanatismo. ¿Ha visto usted ese cambio?

Hay otro que experimenta un gran gozo en el Señor, uno de los frutos del Espíritu. Se siente profundamente agradecido hacia Dios por haber enviado a Jesús y por la obra que consumó en la cruz. Pero de pronto el enemigo entra en acción y lo lleva a abrigar orgullo a causa de su experiencia, en vez de regocijarse en el Señor.

¿Ha visto usted, amigo lector, la clase de amor que Dios posee, convertirse por causa de la naturaleza carnal y la influencia diabólica, en un amor erótico? Personalmente lo he visto.

Observemos a una persona muy amable. Posee el fruto del Espíritu que lo ha guiado por el camino de la bondad. Pero el enemigo lo convierte en una persona tímida, insegura y retraída.

Quizás vemos a otro que es humilde, y convierte esa humildad en una excusa para no hablar denodadamente por Dios.

Existen otros que exhiben el fruto del Espíritu llamado fe, y el diablo busca la manera de transformar esa fe en simple pensamiento positivo, o cualquier otro pariente de la presunción.

Esa es la razón por la cual la podadora divina es universal y no descansa. La gran verdad de este pasaje es que no hay uno que no haya sido podado o cortado. Si hubiese alguien perfecto, no necesitaría más poda. La Escritura nos demuestra que no hay uno solo que lleve tanto fruto como podría hacerlo; de ahí que aun los santos que llevan fruto deben sentir el efecto de la poda. Este proceso no es una ocurrencia aislada, sino algo continuo; quizás a través de la eternidad.

Pero lo hermoso de la tijera podadora, la Palabra de Dios, es que nunca condena. Jesús vino al mundo no para condenar, sino para que el mundo fuera salvo por Él (Juan 3:18).

Si una persona no permanece en Cristo y desconoce su amor, el tal puede pensar que la poda es una forma de condenación. Pero para quien conoce a Dios y mantiene una relación de amor con Él, sabe que el amor de Dios nunca falla.

En conclusión, diremos que son buenas nuevas las que indican que es Dios quien corta y quien poda, y no el hombre. Nosotros no podemos efectuar la poda ni cortar a nadie. Es Dios mismo quien realiza el desprendimiento, y Él sabe cuándo ha llegado ese momento. Debemos estar agradecidos que estamos en las manos de un Dios de amor el cual sabe cómo podamos para nuestro bien. ¿Desea usted unirse a mí, en la búsqueda de una relación semejante con Él, de tal manera que cuando la poda llegue, seamos solamente podados y no
cortados por completo?