1. Las Malas Nuevas del Evangelio

¿Cómo se sentiría si lo primero que descubre al entrar al cielo fuera que H. M. S. Richards no está entre los redimidos? ¿ Y qué pasaría si después encacuentra que en la siguiente puerta tiene como vecino a Adolfo Hitler? ¿O qué le acontecería si busca en vano a su hijo o hija, quien ha estado intensamente involucrado en el escenario de la droga, y luego descubre que la persona que le vendía la «pasta» vive cruzando la calle?

Ahora bien, ¡no estoy haciendo campaña por ninguno de ellos! Pero sabemos que habrá grandes sorpresas en el cielo. Gente que creíamos que con toda seguridad debería faltar, y personas que creíamos, no tendrían que estar presentes. Dios juzga por medio de un sistema diferente del nuestro, porque nosotros miramos sólo la apariencia exterior, pero Dios mira el corazón. Mientras tratamos de comprender un poco más acerca del sistema divino, echemos una mirada a Mateo 20.1-16. Es uno de los relatos más extraños que Jesús contara alguna vez. Y nos enfrenta cara a cara con las malas nuevas del evangelio.

«El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña, y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a la viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día [9 de la mañana], vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. Y ellos fueron» (versículos 1-4). Ellos no acordaron una suma de pago, aceptaron «lo que sea justo»; confiaron en él. Versículos 5-7: «Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados y les dijo: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?’ Le dijeron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo’».

Bien, un obrero a las 5 de la tarde no debe perder tiempo con sólo una hora para terminar la jornada de labor. Aunque si todo lo que hace es atiborrarse de uvas durante la última hora, y no se esfuerza por trabajar, aún está en mejores condiciones que si se hubiese quedado parado en una esquina sin hacer nada. Estos obreros, que fueron contratados a última hora, estaban frescos. No habían hecho nada durante todo el día. ¿Qué usted no puede verlos arrancando uvas lo más orondos y despreocupadamente, con total desparpajo, sólo por la novedad de tener algo que hacer antes que estar dando vueltas por ahí? Quizá también el resto de los trabajadores se quejó y dijo: «Es verdad, están llenos de brío. Pero esperemos a que trabajen doce horas como nosotros, y luego veremos qué sucede con su entusiasmo». Y finalmente llegó la hora de salida.

El propietario de la viña es un camorrero.

Pero ahora la trama se complica. Versículo 8: «Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los últimos hasta los primeros».

He aquí la primera señal de malestar. Estas personas se habían levantado antes de la salida del sol, tomado un desayuno precipitadamente y caminando calle abajo hasta la esquina o calle principal donde los autobuses azules, con vidrios polarizados, los recogían y llevaban a los viñedos. Habían estado trabajando por espacio de doce horas. Estaban acalorados y llenos de polvo. Estaban fatigados y ansiosos por regresar a casa, bañarse, comer algo, prestar un poco de atención a los niños e irse a dormir luego de leer el diario de la tarde. Caerían exhaustos en la cama, sólo para recomenzar todo al día siguiente. Y ahora, en lugar de obtener su paga y permitírsele continuar su camino, debían quedarse y esperar a que primero se les pagara a los miserables obreros que sólo trabajaron una hora. Ahora bien, ¿no concuerda conmigo en que el propietario de la viña es un agitador?

Entonces la Biblia dice: «Llegaron los que habían ido cerca de la hora undécima y recibieron cada uno un denario [el jornal de un día]» (versículo 9).

Repentinamente las cosas comenzaron a pintar bien. Pintaba bien para los obreros de la hora undécima, quienes recibieron el pago por un día completo por sólo trabajar una hora. Bueno, usted podría tener dos reacciones extremas si estuviera en su lugar. Una reacción podría ser figurarse que el propietario de la viña tenía sus momentos de debilidad, y entonces planear cómo poder robarle al día siguiente. La segunda, una reacción opuesta, sería estar tan agradecido por la generosidad del bondadoso dueño de la viña, que resolviera venir al día siguiente iY trabajar gratis! Pero no sólo para los obreros que trabajaron una hora venían bien las cosas. También para los que habían trabajado por espacio de doce horas. Miraron por encima de los hombros de uno de los que había recibido su paga primero, sacaron sus calculadoras de bolsillo iY se imaginaron que al fin habían conseguido unas buenas vacaciones! En sus mentes ya estaban corriendo hacia sus casas y anunciando las buenas nuevas a la familia, preparando la cocinilla y la pequeña tienda de campaña, y cargando todo en la camioneta. Estaban impresionados por la generosidad del dueño.

Pero no permanecieron impactados por mucho tiempo. Versículo 10: «Al llegar también los primeros, pensaron que habían de recibir más, pero también ellos recibieron cada uno un denario». Ahora bien, ¿éstas son buenas nuevas o malas nuevas? Si el dueño de la viña hubiese optado por pagar primero a los obreros que habían trabajado doce horas y enviarlos de regreso, entonces no habrían descubierto el pago a los otros obreros. Pero por alguna razón, este propietario deseó que ellos lo vieran. Era un agitador.

En tal caso, ¡proteja su dinero!

Cuando los obreros que habían trabajado doce horas vieron que sus planes de vacaciones se cancelaban, se trastornaron. El registro dice: «Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: ‘Estos últimos han trabajado una sola hora y los ha tratado igual que a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día’. Él respondiendo, dijo a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo y vete; pero quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No me está permitido hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?’ Así, los primeros serán últimos y los últimos, primeros, porque muchos son llamados, pero pocos escogidos» (versículos 11 y 16).

«Toma lo que es tuyo y vete». Aparentemente, incluso no querían recibir su paga. Estaban listos para decirle al viñero que se guardara su sucio dinero. Él había alegado para quedarse con lo de ellos. Ahora bien, ¿no concuerda conmigo en que este viñero es un alborotador?

Si usted no piensa que el viñero estaba tratando de agitar la situación, ¡puede que tenga alguna otra idea de lo que es este propietario! Y si él es Dios, entonces usted no desea admitir que algunas veces el sistema de Dios nos parece extraño, porque el sistema del mundo que usamos es totalmente diferente. Incluso los espiritualmente maduros, quienes han aprendido a apreciar el sistema de Dios hasta en lo que a cosas celestiales se refiere, todavía deben vivir por el sistema de méritos en los asuntos temporales. En nuestro trabajo, en nuestras escuelas, en nuestra vida en la tierra, todo está basado en el sistema de méritos. Usted consigue lo que merece, y merece lo que consigue. No más, y con esperanza, no menos. Esto ha permeado toda la sociedad. Ha permeado la iglesia. Desde la niñez en adelante, todos hemos tenido que vivir con el sistema de méritos.

Los regalos no son inmaculados.

Recibir un regalo, real y verdaderamente gratis, es una cosa rara en este mundo; incluso puede hacer que el receptor se sienta incómodo. Hasta en las loterías y las apuestas a los caballos se tienen que tomar grandes precauciones y molestias, para probar a todo el mundo que fue el azar lo que favoreció al ganador; que el ganador no es el favorito de nadie. Así, premiar o regalar por cualquier método, excepto por selección al azar, no se considera «limpio». Y quienes ofician como intermediarios y controlan el regalo adjudicado a otro, como por ejemplo, en una situación de herencia, a menudo quedan desconcertados ante la falta de equidad de tal acto.

Cuando estaba en primer grado, iba a la escuela en la ciudad de Nueva York. Cada año trabajábamos duramente para progresar en las tareas escolares. Estaba estudiando para ser un Rayito de Luz y un Constructor (usted sabe, el vegetariano programa de los Boy Scout). Trabajaba y miraba adelante ansiosamente hacia la noche de la investidura.

Cuando arribó, el director de jóvenes distribuyó sobre la mesa todas las insignias y medallas («botones») para quienes serían investidos en las diversas clases. Allí estaban las clases de Amigo y Camarada (¡esto fue antes de que siquiera hubiera oído acerca de los rusos!), y las de Guía y Guía Mayor. La banda para el Guía Mayor era un hermoso pañuelo anaranjado, con un brillante sujetador de plástico. Todas las clases tenían sujetadores de plástico, excepto Rayito de Luz y Constructor. Para ellos sólo había un pequeño y sencillo pañuelo verde, y uno tenía que juntar los extremos y anudarlo alrededor del cuello.

Recuerdo que era tanta la ansiedad por obtener uno de esos sujetadores de plástico, que esa noche le esbocé mi sonrisa más grande al director de jóvenes, esperando que se impresionara conmigo y me diera uno de esos sujetadores. Pero no hubo forma de conseguirlo, y cuando el servicio de investidura se desarrolló y terminó, yo había conseguido exactamente lo que merecía, y había merecido exactamente lo que conseguí: mis botones de Constructor y Rayito de Luz, y mi pequeño pañuelo verde.

Pero entonces alguien tuvo una idea brillante. Mi padre y mi tío eran evangelistas, y estaban dando conferencias en el Carnegie Hall de la ciudad. Y alguien dijo: «¿Por qué no llamamos a los evangelistas y sus esposas, y los investimos como Guías Mayores? Ellos deben conocer todos los requisitos». De manera que invitaron a mi padre y a mi madre, y a mi tío y a mi tía, los hicieron pasar al frente y los invistieron como Guías Mayores. ¡Consiguieron los sujetadores de plástico y todo lo demás! ¡Y yo sabía muy bien que mi padre y mi madre jamás habían aprendido siquiera los requerimientos de Rayito de Luz y Constructor!

Yo siempre había amado a mi padre y a mi madre… hasta entonces. Y aún los amo, creo. ¡Pero no estoy tan seguro acerca del director de jóvenes! Toda esta experiencia hizo retroceder mi interés por las clases progresivas por espacio de veinte años.

No soy digno

En Lucas 7 leemos acerca del siervo del centurión que estaba enfermo. Y ante su ruego, los líderes judíos vinieron a Jesús pidiéndole que su siervo fuera sanado. Todavía permanecían en el sistema de méritos. Usted nunca los encontraría viniendo y suplicando por la sanidad de un ciego de nacimiento, un leproso o una pequeña viuda. Pero el centurión les había construido una sinagoga. De manera que vinieron a Jesús y «le rogaron con solicitud, diciéndole: ‘Es digno de que le concedas esto, porque ama a nuestra nación y nos edificó una sinagoga’ » (versículos 4 y 5). Jesús se dirigió a la casa del centurión, y cuando finalmente el centurión vino a Jesús, y a pesar de que los líderes judíos pensaban que era digno, el centurión dijo de sí mismo: «No soy digno». Entonces Jesús se maravilló de él y dijo: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe» (versículos 6 y 9).

He aquí las malas nuevas

El hecho es que nadie podrá alguna vez ser digno, y la verdad es que ninguno jamás ganará o merecerá la gracia o favor de Dios. Estas son las malas nuevas del evangelio. Ha sido una enfermedad universal de la humanidad que deseáramos ser dignos. Cuando nos hemos fatigado a lo largo del calor del día y luego vemos que quienes vinieron a última hora reciben un pago igual al nuestro, encontramos difícil recibir nuestra recompensa. El mensaje de que jamás seremos salvos en forma alguna sobre la base de nuestras propias obras, pueden ser malas nuevas para quien acostumbra a pagar su parte de la consumición. Sin embargo, ése es el fundamento de la economía de Dios. Todo el tiempo él descansa sobre el sistema del regalo.

Imaginemos que es llamado al lado de la cama de un misionero moribundo. Los ancianos han venido para ungirlo. Y usted le recuerda, al Señor de todo, sus años de servicio fiel: cómo enterró a un hijo o a una hija, quizá una esposa, fuera de su hogar en los vastos campos misioneros. Usted le recuerda al Señor de todo lo que todavía podría hacer en su obra. No lo dice explícitamente, pero lo hace, en el fondo: «Señor, este hombre realmente merece tu ayuda». Y el misionero muere, y usted regresa por su camino sorprendiéndose acerca del sistema de obras de Dios. Entonces va al lado de la cama de un reincidente. Se está muriendo en un hospital de un ataque al corazón. Apenas hay suficiente sangre corriendo a través de su cerebro como para permitirle pensar. Entre espasmos él dice: «Pastor, soy un reincidente. He tratado muy mal a Dios por años. Pero por favor, ore por mí, para que pueda resucitar en la resurrección de los justos». No hay ancianos ni hay aceite. Usted ni siquiera pide que sea sanado. Sólo pide que resucite en la resurrección de los justos. Y él es sanado y sale del hospital con un corazón aparentemente tan bueno como el de cualquier cuerpo saludable. Y usted regresa por su camino, rumiando el sistema de Dios.

La gratuita gracia de Dios puede ser buena nueva para un moribundo reincidente, pero ¿qué con respecto al misionero? ¿No merece al menos un tratamiento igual? ¿No lo merece? y continuamos asombrados por la forma de obrar de Dios.

La recompensa extra para los obreros de doce horas.

Con el fin de entender por qué el sistema de Dios es buena nueva para los obreros de doce horas, para el misionero moribundo, como así también para los que vinieron último, debemos retroceder hasta Mateo 19. Un joven rico había venido a Jesús preguntándole qué hacer para entrar en la vida eterna. Jesús le dijo que vendiera todo lo que tenía, lo diera a los pobres, y que viniera y lo siguiera. El joven rico se retiró entristecido, porque tenía grandes posesiones (vea los versículos 16 y 22).

Los discípulos aguardaban expectantes, y uno de ellos se las ingenió para tener el suficiente coraje como para preguntar lo que todos estaban pensando: «Señor, este joven rico se fue porque tenía grandes posesiones y no deseaba venderlas para darlas. No obstante, nosotros aún estamos aquí. No nos hemos retirado, y lo hemos dejado todo para seguirte. ¿Qué vamos a obtener?» (vea el versículo 27).

Si usted hubiese estado en los zapatos de Jesús en esa coyuntura, fácilmente se habría desanimado. Había trabajado con estos hombres por casi tres años, tratando de enseñarles los valores del reino. Si hubiese sido uno de nosotros, bien podría haber dicho: «Tus hombres son incurables. Dame otros doce. Comenzaré de nuevo». Pero Jesús fue paciente, y los encontró donde estaban. Él dijo: «En el reino habrá doce tronos, y cada uno de ustedes tendrá un trono, y juzgarán a las doce tribus de Israel» (vea el versículo 28). iY usted puede ver a Pedro y a los otros discípulos irguiéndose un poco más mientras comienzan a imaginarse la escena!

Pero entonces Jesús hizo una declaración muy interesante, que no deberíamos perdérnosla: «Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (versículo 29), y Marcos agrega: «Ahora en este tiempo … y en el siglo venidero la vida eterna» (Marcos 10.30). Por favor, note las dos recompensas. Quienes lo han dejado todo y han seguido a Jesús recibirán cien veces más. ¿Cuándo? Ahora. En este tiempo presente. Y la otra recompensa es la vida eterna al final de los siglos, cuando Jesús vuelva por segunda vez.

De modo que hay dos recompensas. Y con esto en mente, podemos regresar al viñedo y al resto del relato. Existe la recompensa de ser capaz de trabajar a lo largo del día con el bondadoso viñero. Es remunerativo estar involucrado en el servicio y en una obra significativa todo un día. No es necesario esperar hasta el final del día por la recompensa; la recibimos a lo largo del día.

Si usted mantiene una relación vital con Jesús, si usted conoce a Dios como es su privilegio conocerle, entonces su interés primario no estará centrado en la recompensa al final del día. Su primer interés es el gozo del compañerismo y servirlo a él, correctamente ahora. ¿No es verdad? Esos obreros de una hora, quienes se pasaron el día en la esquina, ¿son ganadores o perdedores? ¡Es aburrido estar fuera de la viña! Porque el viñedo es un lugar excitante, salvo que usted esté meramente gastando el tiempo, tratando duramente de hacerlo para el cielo, fácilmente puede entender esto. Si usted no conoce la emoción de entrar en relación y servicio con el Señor Jesús hoy, entonces es un miserable, y será miserable hasta el final.

La persona más feliz hoy es la que está más involucrada en el servicio a otros, y la persona más miserable hoy es la que está más dirigida hacia sí misma. Si su enfoque total está en usted mismo y en tratar de hacerse feliz, usted será un miserable. Pero cuando usted se olvida del yo y se extiende hacia otros, encuentra automáticamente la felicidad. Son mayores las recompensas que vienen con el peso y el calor del día, las cuales compensan justamente ese peso y calor, incluso si no hubiese galardón al final.

Si Dios lo llama a usted a algún lugar difícil para servirlo. y usted sabe que él lo ha llamado, entonces el sacrificio no está en ir. ¡El sacrificio estaría en permanecer en casa! Y muchos misioneros le pueden decir que esto es verdad.

El ocio es una verdadera carga.

Cierta vez, mientras estaba en el colegio, hacia fin de año la presión académica aumentó; me sentía fatigado. De modo que una mañana le dije a mi hermano cuánto deseaba poder acostarme por una semana. Ese mismo día, en lo alto del campo de gimnasia, estábamos saltando con garrocha y la mía se rompió.

Caí de cabeza, y el golpe me dejó inconsciente. Tuve una conmoción cerebral, y también padecí un extraño problema cardíaco llamado fricción pericardial (frotamiento producido por trauma). Los estudiantes de Medicina en Loma Linda encontraron curioso el escuchar los latidos de mi corazón, desde el otro extremo de la habitación. Y el doctor dijo: «Tendrá que hacer reposo por una semana». Yo lo amé … durante las primeras tres horas. Luego fue terrible.

¿Alguna vez ha salido de vacaciones y ha estado tan agotado que resolvió no hacer otra cosa que armar una cabaña y algún mosquitero, y dormir o leer mientras pasea por el lago? Y tan pronto como arriba al lago, se apresura a armar la cabaña y andar bajo el mosquitero. Pero después de treinta minutos no puede permanecer allí por más tiempo. Y muy pronto está construyendo una balsa, o embalsando la ensenada, o puliendo el tapacubos de su auto. En toda la vida, la actividad es la única manera de sobrevivir, tan necesaria para la vida cristiana como para la vida física. Es trabajando como permanecemos vivos.

Incluso en el cielo, esa tierra de descanso, todavía existirá el gozo de servir a otros. Esto es lo que los ángeles están haciendo. Ellos han encontrado su gozo por miles de años en ministrar a los seres humanos, quienes son, en todo aspecto, inferiores a ellos.

¿Puede imaginarlo? Un día su ángel guardián viene a su mansión de visita, y le dice: «¿Te gustaría realizar una excursión?»

Y usted le dice: «Seguro, cuenta conmigo. Espérame mientras empaco».

«No», dice él, «no necesitas empacar. ¡Nada de empacar!» Usted dice: «Oh, eso está bien. Bueno, déjame despedirme de mis amigos y luego partimos».

«Ellos estarán aquí cuando regreses», le recuerda. «¡Ellos estarán aquí para siempre!» De modo que está listo para partir. Usted ha tenido la oportunidad de comparar los registros con este ángel amigo. Encontró el tiempo cuando lo salvó de escalar hasta la cima del Nevada Falls en Yosemite; usted ni siquiera sabía que estaba en peligro. Además le ha agradecido por salvarlo de ese choque frontal en la autopista. Y usted está ansioso por pasar más tiempo con él.

«¿A dónde vamos?»

A un pequeño planeta, en la orilla exterior de una galaxia, para que oigan el relato de labios humanos de a qué se parece ser rescatado de un mundo de pecado». Usted sabe que los ángeles nunca sintieron el gozo que trae consigo nuestra salvación, de modo que usted parte en un vuelo incansable hacia los mundos lejanos para contarles, a quienes todavía no han oído, a qué se asemeja estar perdido y ser encontrado nuevamente.

Y una vez más, usted está involucrado en el principio sin fin y universal de que la persona más feliz es aquella que tiende la mano hacia los otros.

Por lo tanto, lo invito a las recompensas, cien veces tanto aquí y ahora, de trabajar con este bondadoso, amante y generoso viñero. Él también ha hecho provisión para entregar las recompensas hacia el final del día, a todos, ya sea que trabajen a lo largo del día, o vengan a último momento. ¿No se unirá conmigo en rogar juntos a Dios que transforme nuestros corazones, de tal manera que podamos aceptar su sistema y así ser felices con él en el cielo para siempre? De la misma manera como aceptamos su gracia hoy, libremente, seremos capacitados para ver que las malas nuevas del evangelio en realidad son, después de todo, buenas nuevas.