9. Nada Podéis Hacer

«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos. El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque sin mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5)

Algunos se asustan ante una religión en la cual no tienen que hacer nada. Este versículo de Juan 15 casi parece estar diciendo eso: »Sin mí, nada podéis hacer». El versículo comienza con uno de esos «Yo soy» tan usados por Jesús. Vale la pena investigar esas declaraéciones en los Evangelios. Las mismas nos dicen que Jesús era más que hombre. Si cualquier otro se ufanara en decir: «Sin mí, nada podéis hacer», sería el colmo de la arrogancia. Esas palabras revelan claramente que Jesús era más que hombre. Bien sabemos, si nos hemos dedicado a estudiar sus palabras, que aunque Jesús vivió como hombre, hablaba como Dios. Esta es una de esas ocasiones.

La expresión salió de los propios labios de Jesús, una declaración que por lo regular aparece escrita en letras rojas en las ediciones de la Biblia que destacan las declaraciones de Jesús. Notemos sus palabras: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos». Yo soy la vid. Vosotros no sois la vid. Sois pámpanos, y «sin mí, nada podéis hacer».

Recordemos que Jesús dirigió esas palabras a sus discípulos, a 11 de ellos, cuando acababan de abandonar el aposento alto para dirigirse al Getsemaní. Les habló de la clase de fruto que brota en la vida cristiana. No se refería a la clase de fruto producido por una persona que ganase un millón de dólares gracias a su sagacidad. No se refería tampoco a la persona que puede hacer brillar su nombre en avisos luminosos o que puede hacerlo aparecer en los titulares de periódicos o revistas, mientras Dios le concede el aliento vital. Jesús no se dirigía a los escépticos, infieles y ateos. Su auditorio era la iglesia, sus discípulos sus seguidores. Estas consideraciones tienen gran importancia en el tema del fruto. Según lo dicho previamente, este es el fruto de la justificación (o de justicia).

Con esto en mente, destaquemos los puntos más sobresalientes de este versículo. En primer lugar, cuando Jesús dice: »Sin mí, nada podéis hacer», aunque se lo anuncie negativamente, es también positivo. Porque en Él, todo es posible. (Véase Filipenses4:13). Por lo tanto, hay esperanza al actuar.

Tan cierta como la salvación y la certeza de la vida eterna, es la esperanza de quienes se someten a Jesús. Él puede realizar sus propósitos al reproducir su vida en ellos y hacer que lleven mucho fruto. Hay esperanza de una cosecha, de resultados definidos aquí, y ahora, en la viña del Señor. Dios mismo quiere ver fruto. Él anhela ver la cosecha, los resultados fructíferos. Y aunque la salvación no es el resultado de nuestras acciones, ahora, a causa de esta gran salvación, deseamos actuar en gratitud hacia Aquel que nos ha salvado.

No hace mucho conversaba con un vecino acerca de la misión cumplida por Jesús, y cómo nuestra salvación y destino eterno fueron asegurados totalmente en la cruz. Él me preguntó: «¿Cuál es entonces, el propósito de la santificación? ¿Qué propósito cumple vivir la vida cristiana?»

¿Tiene un propósito el fruto? Con frecuencia cuando la gente oye las palabras de Jesús: «Sin mí, nada podéis hacer», no las entienden y piensan que no necesitan hacer nada. No, el fruto es muy importante. Examinemos brevemente cuatro razones fundamentales que muestran la importancia del fruto.

1 – El fruto revela a otros quién es el Labrador.
Mateo 5:16 afirma: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Al llevar fruto, exhibimos el amor y poder de Dios ante otros, y así son atraídos a Él. Llevar fruto es uno de los métodos predilectos de Dios para atraer a otros a la viña, a la Vid verdadera. ¿Desea usted, amigo lector, que otros disfruten de la conexión que usted tiene con la Vid? Entonces tendrá sumo interés en llevar fruto, como testimonio a ellos. El fruto atrae a otros a la Vid.

2 – El fruto da gloria y honra al Labrador Y a la Vid.
Salmo 23:3 dice: «Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre». El resultado de nuestras buenas obras, nuestra justificación, nuestro fruto, que Él produce en nuestra vida, es que el nombre de Dios es glorificado. ¿Y no le parece que el deseo de glorificar a Dios,
es razón suficiente para llevar fruto?

3 – El fruto resulta en forma natural de la conexión con la Vid.
Jesús afirma que el buen árbol produce buen fruto. (Véase Mateo 7:17). Santiago declara que una fuente pura produce agua potable (Santiago 3:11). Elena G. de White, en «El Deseado de Todas las Gentes», página 621, nos dice que cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio conocerle, el pecado nos será aborrecible.

Para un corazón regenerado el fruto tiene valor, porque está en armonía con los gustos, apetitos, inclinaciones y deseos transformados. El fruto es atractivo, hermoso y deseable. Como resultado de la unión con la Vid, no sólo llevaremos fruto, sino hallaremos que éste es precisamente lo que más anhelamos. Este fruto es importante porque encaja bien con nuestros valores, con los pámpanos que están unidos a la Vid verdadera.

4 – Somos salvos para llevar fruto.
A veces nos preocupa tanto la salvación misma, que nos olvidamos de qué somos salvados. Somos como los caballos que acaban de ser rescatados de un establo en llamas. Tan pronto como se los suelta, corren de vuelta al establo. O al igual que los presos liberados de la cárcel, que vuelven a sus celdas. Semejantes a náufragos que tan pronto como son llevados a la orilla, corren de vuelta a las revueltas profundidades.

No debemos olvidar que salvación significa ser salvados de algo. Parece tan elemental que es casi un insulto decirlo. Pero no somos salvados del pecado para que sigamos pecando. Somos salvados para llevar fruto, cumpliendo así el doble propósito de nuestra creación y redención.

Por lo tanto, en Juan 15 hallamos las bases mismas de la enseñanza de Jesús, la esperanza continua de una cosecha, el objetivo de ver el fruto en la viña, la gloria de Dios y la felicidad de la humanidad.

En estos versículos se nos recuerda que es posible vivir sin Él. De otro modo, ¿por qué habría de tomarse Jesús la molestia de recordarles a sus discípulos, que sin Él, nada podían hacer? ¿Qué significa vivir sin Él? Bueno, no quiere decir vivir sin Él, en términos de vida, salud y fuerza. Se refiere a la unión estrecha y a la comunión constante entre el pámpano y la Vid. Es posible, dicho de otro modo, vivir como un simple miembro de iglesia, ser un seguidor a distancia, estar en la viña, por así decirlo, sin que exista una unión y comunión con el Salvador. Jesús nos previene de esta situación cuando dice: Permaneced en mí, estad en mí. Manteneos en relación y fraternidad conmigo.

Una de las razones por las cuales resulta fácil vivir sin Él, es nuestro falso concepto de lo que es el fruto. Leamos la lista de Gálatas 5:22-23, «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra estas cosas no hay ley». Notemos que todas son cualidades del hombre interior. No se refiere tanto a la conducta, realizaciones o acciones, sino a las virtudes internas del corazón.

El fruto no es un asunto externo. En los primeros versículos de Gálatas 5, se describen las obras de la carne, y allí ocurre todo lo contrario, las mismas son mayormente transgresiones externas, aunque aparecen una o dos: la envidia y el enojo, que pertenecen a la
vida interior.

Los frutos del Espíritu no se limitan a las manifestaciones externas de la conducta, sino a los motivos, sentimientos y actitudes íntimos. Si esto no nos resulta claro, entonces nos engañaremos a nosotros mismos creyendo que llevamos fruto al realizar buenas obras. Si una persona decidida puede realizar buenas obras exteriormente, la misma podría llegar a pensar que está en la Vid cuando en realidad está muy lejos de ella.

Al hablar de los frutos de justicia, hablamos de los frutos de Jesús, pues la más notable definición de justicia es Cristo mismo. No poseemos la justicia, y la tan pronto como hablamos de justificación, irremediablemente tenemos que referimos a Jesús, el único que vivió sin contaminarse con el pecado.

No es de sorprenderse que en la parábola, Jesús una los pámpanos con la vid de una manera tan estrecha, al decir: «Sin mí, nada podéis hacer». La persona misma no puede producir el fruto. Nunca lo daremos porque nos esforcemos en producirlo, pues sólo el Espíritu puede hacerlo aparecer espontáneamente como resultado de la unión con la Vid.

El amor es el fruto del Espíritu, nunca de una persona. La única fuente de amor es el Señor Jesucristo mismo. La paz es fruto del Espíritu. La paz no viene a través de una conferencia cumbre o reuniones de paz; por lo menos no la paz genuina y duradera. Una cosa es que Irán e lrak suspendan sus hostilidades bélicas mutuas, debido al agotamiento de sus recursos, al cansancio de la batalla y por darse cuenta de que no hay esperanza de ganarla, y otra muy distinta es esperar que se amen mutuamente.

El gozo tiene que ser espontáneo, no algo que luchamos por sentir o experimentar. Sólo Cristo puede producir los frutos del Espíritu: Amor, gozo, paz, tolerancia, y todos los demás. ¿No es acaso una gran noticia para nosotros saber que es un privilegio ser cristianos, que vivimos junto a la Vid verdadera, y que poseemos los frutos del Espíritu de una manera natural y espontánea? Estas buenas nuevas, son para hoy, para este siglo XX.

Algo más que podemos observar en esta referencia bíblica es que si no estamos en Cristo, aunque seamos discípulos, o profetas como Balaam, terminaremos fracasando. Nuestra producción será nula.

Quizás seremos perdonados si dedicamos un poco de nuestro tiempo a la iglesia. Cuando hablo de la iglesia no me refiero a la dirección de la misma. Es el individuo el que conforma el cuerpo de Cristo. Usted, amigo lector, es la iglesia. Yo soy la iglesia. Es posible para la iglesia hoy, tal como lo dijo Jesús en relación con la iglesia apostólica, terminar en completo fracaso. Una iglesia puede exhibir crecimiento estadístico, una hermosa arquitectura, o conferencias de profundo valor intelectual; sin embargo, existen enormes catedrales vacías en nuestro mundo, y a menos que Jesucristo sea el centro focal de la iglesia, ésta fracasará. Esa es una de las razones por las cuales todavía estamos aquí.

¿Qué es el cristianismo sin Cristo? Nada más que un club o una cofradía. Podemos creer que la vida de Jesús es hermosa y que su ejemplo y principios éticos están por encima de todo reproche. Pero ¿qué acerca de Cristo como el centro focal? ¿Qué pasaría si exaltásemos a Jesús como supremo Ser, de tal manera que cuando nos moviéramos entre cristianos, el tema fuera Jesús, y solamente Jesús?

El cristianismo sin Jesús es como pan sin harina. En la actualidad, se hace pan sin muchas cosas: sin azúcar, sin aceite o sal. ¡Pero es bien dificil hacer pan sin harina! Cuando consideramos la fe cristiana, si Jesús no es exaltado, la falla es evidente. Y cuántas veces hemos fracasado, cuántas veces le hemos olvidado y por eso el resultado final es un fracaso.

Los cristianos pueden congregarse en reuniones, retiros y convenciones. Incluso hemos aprendido a expresar las palabras adecuadas. Pero el fracaso resulta obvio en nuestras realizaciones. «Sin mí, nada podéis hacer». Sin Él, sin la unión y comunión con Él, podemos hablar mucho, planear intensamente, discutir sin cesar, pero no llegamos a nada en cuanto al fruto se refiere.

Estas consideraciones nos llevan a nuestro punto 4: Debemos llegar al punto en el cual admitimos que sin Él, no podemos hacer nada y someternos entonces a la Vid. Es entonces cuando la cruz aparece en escena. Al dejar de hacer ciertas cosas, decimos que nos hemos rendido. Pero rendirse es más que renunciar a ciertas cosas, es damos a nosotros mismos. Romanos 9 presenta el cuadro trágico del pueblo de Dios. El versículo 31 afirma que Israel se esforzó por llevar fruto, pero no lo logró. Sin embargo, en el versículo 30, un grupo que no había luchado por llevar fruto, sí lo logró. ¿Cómo nos explicamos eso? Un grupo buscó llevar fruto no por la fe, o por su unión con la Vid, sino en su propio esfuerzo. Romanos 10:3 dice que ellos, ignorando la manera divina de producir fruto y ansiosos de producir sus propios frutos, no se sometieron a sí mismos al fruto cuyo origen es Dios, o la Vid misma. Para todo aquel que entra en contacto con la viña, Cristo es el fin del anhelo de producir uvas fuera de la viña. (Esta es la «Paráfrasis Revisada de Venden»).

Cuando Cristo llega, toca a su fin nuestro afán de producir fruto separados de la Vid. Al ver nuestra condición y la futilidad de nuestros intentos para llevar fruto fuera de la relación personal y la unión con Cristo, llegamos a la conclusión de que hemos fracasado, no importa cuán luminosos sean los informes que podamos presentar acerca de un buen programa adelantado por la iglesia, la retención del interés en las reuniones, aún de los niños, la estabilidad financiera o el magnífico servicio a la comunidad.

La iglesia como un todo y nosotros como individuos debemos admitir el fracaso y desistir del empeño de producir nuestro propio fruto. Debemos doblar nuestras rodillas, como Pablo, y admitir que el bien que intentamos hacer; no resulta. Sólo cuando comprendamos esta verdad podremos comprender el significado de la verdadera conexión con la Vid.

Cuando Pablo dijo en Romanos 7:18: «Porque tengo el querer, pero efectuar el bien no lo alcanzo», no se refería a las obras externas. En Filipenses 3 hace una descripción de sus éxitos en las obras externas. Seguramente que él no tenía de qué avergonzarse en ese punto. Pero Pablo había logrado una vislumbre del fruto verdadero, de las gracias interiores. Es por eso que dobló sus rodillas y exclamó: «Tengo que aceptar que he fracasado sin Cristo; no puedo producir fruto, no puedo hacer nada». Por lo tanto, vayamos a un encuentro con el Señor allí mismo, rindiéndonos completamente a Él, en la viña, conscientes de nuestra necesidad. Clamemos la gracia que viene de lo alto.

Es animador percibir esa vislumbre que allí se describe. Si fuera de Cristo sus seguidores no podemos lograr nada, entonces sus enemigos y oponentes tampoco podrán lograr hacer algo. Sin Jesús, aquellos que se oponen a la fe cristiana, a la iglesia remanente de Dios, harán menos que nada. Estas también son buenas noticias.

Hace algunos años entró a un templo un enfermo mental. Vociferó e insultó desde el pasillo central. Gritó al predicador y echando espuma por la boca amenazó con derribar el edificio. Y se dirigió a una de las columnas centrales para derribar el templo, como Sansón en la antigüedad. Los concurrentes se alarmaron, hasta que por fin uno de los feligreses, con toda calma dijo: «Déjenlo que lo intente». Al oír eso, todos volvieron a sentarse.

La causa de Dios sigue adelante a pesar de todo lo que se haga para detenerla. La causa marcha victoriosa, y ¿no le gustaría a usted, amigo lector, marchar con ella? Sin Él, nada podemos hacer, pero con el Señor todo es posible.