7. Permanencia en la Vid

«Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviera en la vid; así ni vosotros, si no estuviéreis en mí» (Juan 15:4)

En cierta ocasión mi esposa y yo trajimos a casa una planta del vivero. Se desarrollaba muy bien en su macetero y pasó algún tiempo sin que la trasplantáramos. Pero empezó a crecer tanto, que el macetero no podía contenerla, de modo que escogí otro sitio, sin el asesoramiento de mi esposa, y la planté allí.

Como resultado de haberla puesto en un lugar equivocado, tuve que sacarla y trasplantarla de nuevo a otro lugar. Pero no me gustaba mucho su apariencia en ese otro sitio, de modo que volví a sacarla y la trasladé a otra parte. ¡La planta comenzó a verse deteriorada! Ni bien sus pequeñas raíces comenzaban a aferrarse al suelo, cuando el jardinero venía y la sacaba. Un día la noté muy decaída, sus hojas marchitas y cayéndose.

Al estudiar la parábola de la vid, nos damos cuenta que no es plantar, arrancar y volver a plantar lo que permite a la vid dar fruto. Aunque el pámpano esté unido a la vid, todavía hay un proceso de crecimiento. Esto puede causarnos perplejidad, puesto que la mayoría de nosotros sabe que aunque elijamos permanecer con Cristo, nuestra falta de madurez sale a relucir a menudo, y con tristeza descubrimos que la tarea no ha concluido. ¿Se ha sentido alguna vez así, amigo lector?

Primero aceptamos a Cristo por fe en Él, como nuestro Salvador personal. Es así como se inicia la conexión con la Vid. Igualmente es la manera de sostenerla. Cuando aceptamos a Jesús lo hicimos porque reconocimos el amor de Dios y la verdad del Evangelio. Y es así como la conexión se mantiene, no sólo al comienzo de la vida cristiana, sino como una continuación. El justo vivirá por la fe. Somos justificados en primer lugar al aceptar su gracia; nos mantenemos en Él solamente por fe. (Véase Hebreos 10:38; Habacuc 2:4; Romanos l :17). El justo ha vivido siempre por fe. No es fe, más esto o aquello, sino exclusivamente por la fe.

Reviste la mayor importancia saber que Jesús no coloca la responsabilidad de nuestras obras, o llevar fruto, sobre nosotros. Es cierto que debemos llevar fruto, pero eso se logra sólo por fe. El pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no está en la vid. Pero si está en la vid, llevará mucho fruto. El fruto es el resultado natural de estar en Cristo.

Algunos nos hemos maravillado al comprender que el Evangelio, y la forma como él obra en la vida cotidiana, es tan sencillo, tan simple que hasta los niños lo pueden entender. Y estas son buenas noticias. Por largo tiempo muchos hemos abrigado la idea de que debíamos hacer una parte del trabajo por nuestra cuenta. Confiamos en Cristo para el perdón de los pecados, pero luego tratamos de vivir en Él, por nuestro propio esfuerzo. Ese es un callejón sin salida. Todos los fracasos de los hijos de Dios se deben, no a la falta de esfuerzo penoso para llevar fruto, sino a la falta de fe y confianza en Él. Y es mediante la Palabra de Dios y la comunión con Él, como nace la fe.

Recordemos al hombre que transitaba por un camino, llevando una pesada carga sobre sus espaldas. Otro hombre que conduce su carruaje tirado por un caballo lo alcanza y le invita a subir. El caminante observa que el caballo se ve cansado y el carro luce pequeño, de modo que decide dejar la carga atada a sus espaldas, simplemente porque no le parece justo que el conductor y su caballo lleven su carga.

Otro hombre aborda un barco que navega por el Río Misisipi. Ha comprado pasaje para un viaje de cuatro días, pero ha traído consigo unas galletas y un poco de queso para comer, pues no tiene medios para comprar su alimento a bordo. A la hora de cada comida, mientras todos van al comedor, él se esconde detrás de una chimenea y se alimenta de sus galletas y su queso, hasta que se le ponen mohosos y siente que va a morir de hambre. Repentinamente, alguien lo descubre y le dice: «¿Qué te pasa? Cuando pagaste por el
pasaje también pagaste por todas las comidas. Ven y come con nosotros».

Aceptamos la gracia de Dios y decimos: «¡Qué maravilla! Él ha hecho provisión para salvarme eternamente en el cielo. Ahora, tengo que llevar mi carga» y nos doblegamos bajo el peso de la tarea. Él nos ha invitado a la cena de bodas del Cordero para gozarnos con Él, y nos parece que debemos llevar nuestra propia comida. Aceptamos su Evangelio todopoderoso como un regalo y nos emocionamos por eso, pero esa emoción palidece, porque no logramos ver que al caminar y mantener nuestra comunión con el Señor, actuamos dentro del mismo método, el mismo proceso. Nos mantenemos con la ansiedad de añadir algo y así se convierte en un proceso penoso para nosotros, no sólo para acudir a Jesús, sino también para permitirle que lleve nuestras cargas, nuestros pecados, nuestros fracasos, y que nos dé el poder para obedecer, que tanta falta nos hace. Pasamos por alto el hecho de que el Señor quiere darnos la obediencia y la victoria como sus dones.

La permanencia en la Vid no ocurre de una manera automática. Cristo la concede como una súplica, un ruego, un mandato, si así queremos llamarla. «Estad en mí», separado de la vid, el pámpano no puede sobrevivir. «Así tampoco ustedes, si no permanecen en mí», dijo Jesús. Es únicamente a través de la constante comunión con el Señor, como crecemos. Ningún pámpano llevará fruto si sólo está unido ocasionalmente a la vid. La unión debe ser permanente. El pámpano tiene que estar en la Vid.

Nos referimos a una comunión con Cristo cada día, cada hora. Es nuestro el privilegio de mantener esa comunión como una forma de vida. ¿Cuánto tiempo hemos dedicado esta semana, a la comunión con Dios? ¿Es nuestra comunión con Jesús algo intangible para
nosotros? Esa es la misma unión vital presentada en Juan 6, a través de la exhortación de comer su carne y beber su sangre. Juan 6:63 nos da la clave: «Las palabras que os he hablado, son espíritu y son vida». Por lo tanto, es por medio de la Biblia y la oración por las cuales permanecemos en el Señor; y si no estamos en Él, no llevamos fruto y seremos arrancados.

Una comunión continua no requiere que estemos hablando siempre. Orar sin cesar significa una unión ininterrumpida con Dios. ¿Ha viajado usted con su familia por muchos kilómetros sin decir una palabra? Pero a pesar del silencio se experimenta la compañía y la comunión. Nuestros mejores amigos son aquellos en cuya compañía podemos sentimos cómodos estando aun en silencio. Esa es la clase de comunión que debemos sostener con Cristo, nuestro mejor amigo. Habrá ocasiones cuando nuestra comunicación será directa, mientras
que otras veces simplemente experimentaremos la alegría de estar juntos, trabajar juntos, viajar juntos.

¿No es verdad que debemos considerar un gran privilegio el hecho de comunicarnos con el Rey del universo? Puedo ver claramente a los dos hombres que caminaban rumbo a Emaús. Un extraño los alcanza. Sus corazones arden dentro de su pecho. Pero se ha hecho tarde cuando finalmente llegan a casa, así que le dicen al forastero: «Quédate con nosotros». Esos hombres respondieron a Jesús, a pesar de ignorar quién era el misterioso personaje. (Véase Lucas 24).

Amigo lector, se está haciendo tarde. Todas las señales así lo indican. Ya desciende la noche sobre el mundo. ¿Desea unirse usted a aquellos discípulos que respondieron a la invitación de Jesús de «permanecer en Él?» ¿Por qué no se une a ellos diciendo: «Ven, quédate con nosotros»? Él siempre está dispuesto a hacerlo y lo volverá a hacer porque anhela estar con nosotros ahora y siempre.