1. La Vid Verdadera

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el Labrador» (Juan 15:1)

¿Se ha detenido usted alguna vez a contemplar una vid? No me refiero a hacerlo durante el verano cuando está en pleno follaje. Más bien pienso en ella, en la época del invierno, cuando se puede ver la enredadera. ¿La encuentra usted hermosa? No, es fea, ¿no es cierto? Cuando sus ramas ya no tienen hojas, se puede apreciar la enredadera misma con su color negruzco, nudosa y retorcida como si nunca más pudiese volver a la vida.

Nos hace recordar al Ser de quien se dijo que era como raíz de tierra seca. Algunos cuadros y tallas medievales, representan a Cristo en forma simple y poco atractiva. Para muchos no despiertan ningún atractivo. Sin embargo, recordemos que la belleza de Cristo era interna y no externa. Isaías 53:2 dice: «Verlo hemos, pero sin atractivo para que lo deseemos».

«¡Sólo una madre podría amarle!» Quizás hayamos conocido alguna persona que nos causó esa impresión, cuando la vimos por primera vez. Pero conforme fuimos tratándola mejor, descubrimos, para nuestra sorpresa, que realmente era una persona atractiva. ¿Le ha ocurrido alguna vez algo semejante?

De modo que cuando meditamos en la Vid, y concentramos nuestra atención en ella, no pensamos en alguien que posee belleza exterior. Meditamos en Aquel que posee belleza interna, vinculada con la fuente celestial.

En la analogía del Antiguo Testamento, Israel era la viña, pero resultó una viña estéril. Aquí surge una nueva aplicación, una nueva interpretación de la viña, a través de las palabras de Cristo registradas en este capítulo.

Los hijos de Israel eran considerados como el pueblo de Dios, pero uno de sus problemas radicaba en el hecho que se sentían seguros únicamente por su conexión con Israel. La aplicación moderna es para los que consideran a la iglesia como la viña, y que creen que la
certidumbre de la vida eterna consiste en afiliarse a la iglesia, o tener su nombre en el registro de ella. Es por eso que estas palabras de Jesús son tan oportunas: «Yo soy la vid verdadera» (Juan 15:1). Quitemos nuestra atención de la iglesia, para que podamos comprender debidamenteesta parábola, y podamos aferramos firmemente a la Vid verdadera que es Jesucristo.

Hay otro aspecto interesante en la viña que Jesús eligió para ejemplificarse a sí mismo, y su relación con su pueblo. Una vid es una planta dependiente. No puede sostenerse por sí sola. Es cierto que las ramas dependen del tronco, pero la vid, a su vez necesita apoyo o soporte. Jesús vino a mostrarnos cómo apoyarnos en otro ser. Así como Él se apoyó en su Padre, nosotros debemos apoyarnos en Él.

Una vid no recibe mucha gloria, reconocimiento u honor. La vid en sí, no es atractiva. Pero provee la conexión a la fuente de nutrición de las ramas, y resulta interesante descubrir, que durante la primavera y el verano, cuando despliegan todo su follaje y con los brillantes
colores de otoño, las ramas lucen más hermosas que el tronco mismo.

La vid es un símbolo más del Ser que no labró una reputación para sí mismo, sino que tomó la forma de siervo y se dispuso a servir a los demás, antes que atraer la atención hacia sí mismo.