5. Blanco, Negro, o Gris (Parte 2)

Cierta vez alguien le preguntó a H. M. S. Richards: «¿Es correcto que se maquillen las mujeres?» Él contestó: «Cuando el granero necesita pintura, píntenlo». Aunque no estoy seguro exactamente qué quiso decir con eso, me gustaría que todas nuestras respuestas fueran tan sencillas como esa.

Pero las respuestas raramente son así de sencillas y fáciles, cuando tratamos de analizar la cuestión de las normas de la iglesia y la ética. ¿Qué es correcto y qué no lo es? ¿Qué hace usted con las áreas grises? El diablo nunca lleva a una persona de lo blanco a lo negro de un solo salto. Lo lleva a través de áreas grises, poquito a poco. Y ¿cómo sabe usted la forma de decidir con respecto a lo correcto o lo erróneo en áreas grises, tales como dónde ir; qué comer; o qué normas aplicar a la música, al entretenimiento, a la lectura, la televisión y el vestido?

Para contestar estas preguntas debemos necesariamente referirnos a los principios. Como pastor, he descubierto que la gente trata de exprimirme, haciéndome que les hable acerca de detalles, pero yo trato de evitarlos. Resulta que en nuestro hogar tuvimos dos adolescentes, un hijo con pelo largo y una hija con faldas cortas. Yo tenía problemas porque quería influir sobre ellos en esos dos aspectos. Pero también sabía que ninguno de los dos había entregado su vida a Jesús. Creo que no se deben tratar las normas de la iglesia o de la ética personal, como si fueran asuntos religiosos, si la persona todavía no le ha entregado su vida a Jesús. Simplemente no es posible. Si usted lo hace, estará impidiendo que tomen su decisión por Cristo, ya que ellos verán a Dios como a uno que quiere entrometerse y echar a perder su estilo de vida. Así que decidí ser el chivo y decirles lo que yo quería que hicieran. Cuando me preguntaron por qué, les contesté: «Porque yo lo digo; eso es todo».

Muchas de las normas y reglamentos de nuestros colegios no tienen nada que ver con Dios, ni con la fe, ni con la religión. Y no podemos insistir en que así sea, cuando tenemos muchos jóvenes que no han entregado su vida a Jesús todavía. Sólo cuando lo hayan hecho, y tengan una relación con Dios, aquello tendrá sentido para ellos. ¡Pero antes, no!

Sabemos que en cada congregación hay personas que escuchan, pero que todavía no han entregado su vida a Cristo. Así que no entremos en detalles ni digamos cosas que podrían alejarlos. Por eso es que hablamos de principios.

Al ponderar la importancia de los principios, pienso en los astronautas que tratan de viajar en naves espaciales. Si yo fuera un astronauta elegido para una misión, no trataría de ver cuánto podría pasar por alto durante el programa de entrenamiento. No trataría de ver cuán poca atención podría dedicarle al aprendizaje de las reglas y normas del viaje y al entrenamiento. Lo que trataría de hacer sería llegar a la perfección. ¿Y usted? A mí me gustaría dominar todo a la perfección.

El mensaje implícito en esta ilustración acerca del espacio, es que nuestras normas, nuestras reglas, nuestros reglamentos y nuestra ética tienen algo que ver con el hecho de llevarnos de la tierra al cielo. Por eso quiero volver atrás y hacer esto tan claro como sea posible. Cuando hablamos acerca de lo que es correcto y de lo que no lo es, y acerca de la ética y la moralidad, no estamos hablando de algo que nos lleva al cielo. Nosotros llegaremos al cielo únicamente gracias a lo que Jesús hizo. Aceptar eso, y seguir aceptándolo por medio de una relación diaria con Él hasta que vuelva, es el método de nuestra salvación. Por otra parte, mis decisiones acerca de lo correcto y lo erróneo, y la forma como relaciono mi estilo de vida con todas estas áreas grises, puede tener algo que ver con mi relación con Jesús.

Yo descubrí eso una noche tras haberme quedado despierto hasta ver el último programa de televisión. Se trataba del misterioso caso de un asesinato; pero excusé mi acción porque el filme tenía a un misionero involucrado. Realmente logró que mi «Deseado de todas las Gentes» pareciera aburrido a la mañana siguiente. Y eso afectó mi vida devocional. Si cualquier cosa en la que estoy involucrado, dondequiera que voy, cualquier cosa que haga, influye de alguna manera en mi caminar diario y mi relación con Jesús, entonces eso tiene algo que ver con mi viaje de la tierra al cielo. ¿O no?

Incluso los defensores de la nueva teología, quienes aseguran que la justificación es el evangelio, y que no hay nada más que tenga que ver con él, añadirían, como entre dientes: «Pero Dios no justifica a nadie si no lo santifica también». Así que, cuando hablamos de las normas de la iglesia, o de las normas personales; cuando hablamos acerca de la determinación de lo correcto y lo erróneo, de hecho estamos tratando con algo que impacta nuestra salvación, si afecta nuestra relación con Jesús.

Hasta aquí hemos formulado cuatro principios, mediante los cuales podemos decidir qué es correcto y qué es erróneo:

Numero uno: ¿Cuáles son mis motivos? ¿Puedo pedir a Dios que me ayude a comprender el asunto? ¿Qué es lo que realmente quiero en esta situación? (Por lo general tenemos dos razones para hacer lo que hacemos: !una «buena» razón y la verdadera razón!)

Número dos: Evitar la apariencia de mal. Esto no tendría ningún efecto si nos encontráramos abandonados en una isla deshabitada. Pero estamos en el mundo, donde hay personas, e incluso la apariencia de mal puede deshonrar el nombre de Dios.

Número tres: El principio de la influencia. No hemos dado suficiente crédito a una pequeña dama, que escribió muchos libros en los que considera ampliamente el poder de la influencia. Nosotros pensamos que esta autora fue, probablemente, la más rígida, conservadora, y de cara más larga que existió jamás. Pero la señora Elena de White le da en el clavo cuando trata este asunto. Cuando hablamos acerca de ciertas normas, tenemos una y mil razones superficiales para hacer algo o no hacerlo. Pero para ella, la razón principal era la influencia. No haga nada que pudiera ser causa de tropiezo u ofensa para alguien, siempre y cuando sea algo que usted no necesita y puede seguir adelante sin ello.

Yo escribí las palabras «ofendido» y «ofender» en mi computadora y descubrí un texto escrito por el salmista, uno que todos hemos escuchado en algún momento de nuestra vida: «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo» [y nada los ofenderá] (Salmos 119:165). Y obtuve una nueva comprensión de este antiguo texto. Si alguien dentro de la iglesia se ofende por lo que hago, entonces prueban que no aman la ley de Dios en absoluto. A decir verdad, la odian.

De manera que, si hago algo que a alguien le parece que es malo, porque son conservadores, rígidos defensores de la ley de Dios, y se ofenden, esto prueba que no aman la ley de Dios. Porque «mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo» [ofensa]. La verdad es que odian la ley y temen, al parecer, que vaya a zafarme de algo a lo cual ellos no pueden escapar.

Una forma de reaccionar ante este tipo de gente extremista es «dejar que se cuezan en su propio jugo». Pero Pablo dice: «No; no ofendan ni siquiera a gente que odia la ley y que han vivido en el escrupuloso mundo del legalismo toda su vida». Pablo dijo: «No los ofendáis». «Oh, pero son ellos los responsables de sus propios problemas». «¡No! ¡Yo también soy responsable de ellos!, dice: No los ofendáis». Y eso es un principio bíblico, porque estamos tratando de ayudar a las personas a salir de sus problemas, y orientándolas hacia algo mucho mejor.

Número cuatro: ¿Hacia dónde nos llevará esto? ¿Qué otros asuntos están relacionados con ello? La mayoría de nosotros estamos familiarizados con este tipo de historias. Podríamos dar muchos ejemplos de personas que siguieron la senda descendente al alejarse de Dios. Y la mayoría de nosotros hemos tenido alguna experiencia con ellos.

Jesús elevó una hermosa oración por aquellos que vivirían rodeados de sendas descendentes. Justamente antes de su arresto, durante el tiempo que estuvo con sus discípulos, rogó a su Padre: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Juan 17:15). No nos elevamos a la altura de las normas que Dios ha diseñado para sus hijos, volviéndonos ermitaños o apartándonos a una isla deshabitada. No llegamos allí porque seamos gente especial (como esos que se sientan en lo alto de un poste), o porque nos acostemos en un lecho de clavos. Estamos en el mundo. «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal».

Nuestra fuente de información primaria para discernir entre lo correcto y lo erróneo es nuestra intimidad con Jesús. Con esto en mente, me gustaría que recordásemos la famosa parábola del pastor y las ovejas, donde Jesús es el pastor y nosotros las ovejas. Jesús es también la puerta del redil.

«De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños» (Juan 10:1-5).

Las ovejas le siguen porque conocen su voz.

Un suizo me dijo que cuando era niño, él y un amiguito suyo cuidaban sus rebaños muy cerca el uno del otro en la ladera de una montaña. Se acompañaban mutuamente mientras cuidaban juntos las ovejas. Pero un día los azotó una terrible tempestad y tuvieron que correr a refugiarse. Las ovejas se esparcieron y mezclaron totalmente amontonándose en diversos lugares en busca de protección durante los truenos, relámpagos, el viento y la lluvia.

Cuando finalmente cesó la tormenta, los niños pastores tuvieron problemas para reconocer a sus ovejas. Perdieron mucho tiempo tratando de separarlas. Finalmente, frustrados, dijeron: «No lo podemos hacer, simplemente nos iremos a casa en busca de ayuda». Fue así como uno se dirigió por un rumbo y el otro por el lado opuesto. Para sorpresa de ambos, las ovejas también se separaron y siguieron cada una a su propio pastor. Ellas conocían la voz de sus pastores y los siguieron.

En el notable libro «El Deseado de Todas las Gentes», encontramos esta declaración: «Cuando conozcamos a Dios, como es nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua obediencia» (página 621). El énfasis se pone, clarísimamente, sobre la necesidad de conocer a Dios. Pero el mismo párrafo habla directamente de nuestro tema: «Los que decidan no hacer, en ningún ramo, algo que desagrade a Dios, sabrán, después de presentarle su caso, exactamente qué conducta seguir. Y recibirán no solamente sabiduría, sino fuerza».

De modo que tenemos esta secuencia:

1. Las personas llegan a conocer a Dios personalmente. (De nuevo la teología relacional)

2. Se enfrentan a un serio problema, cuando tratan de decidir por ellos mismos lo que es correcto o erróneo.

3. Han decidido no hacer nada que desagrade a Dios.

4. Se les promete que «sabrán, después de presentarle su caso, exactamente qué conducta seguir».

5. Reciben no sólo sabiduría de lo alto para discernir entre el bien y el mal en estas zonas grises, sino también fuerza para hacer lo que es correcto.

¿No son éstas buenas nuevas? Muchas personas creen saber qué es lo correcto en estas áreas grises, pero carecen de fuerza para hacerlo. Si alguno piensa que ya es grandecito para saber qué es el bien y el mal en primer lugar, y en segundo para hacer lo que es correcto, entonces tiene una idea equivocada de quién es realmente su Dios. No somos lo suficientemente grandes como para independizarnos del Señor.

Sólo hay dos clases de personas en el mundo. Los que conocen a Dios y los que no lo conocen. Estas dos clases de personas existen en todo lugar, incluyendo mi propia iglesia. Muchas personas están desilusionadas con la religión organizada de la actualidad y no quieren tener nada que ver con ella, pero todavía tienen sincero interés en Dios, y están haciendo esfuerzos por conocerle a través de su Palabra y a través de la oración. Algunas encuestas revelan que de estas dos clases de personas, sólo la minoría de los que asisten a la iglesia conocen realmente a Dios. La mayoría todavía está atrapada en la justificación por la herencia, la justificación por ser miembro de la iglesia, la justificación por la ética o la justificación por la celebración.

Aventuraré una conclusión. Creo que cuando llegamos al asunto de lo correcto o lo erróneo, la persona que conoce a Dios sigue siendo la misma, no importa en qué lugar del mundo se encuentre. El mismo Espíritu Santo está inmerso en sus vidas y en sus relaciones con Dios. El los guía en términos de lo correcto y lo erróneo, y les da poder para hacer lo bueno.

Por otra parte, los que no conocen a Dios son como camaleones. Mimetizan el color de su piel para adaptarse al ambiente donde se desenvuelven. (¡Yo supongo que usted oyó hablar del camaleón que se paró sobre una tela multicolor escocesa y casi se volvió loco!) En realidad, tratar de decidir qué es correcto y qué no lo es, simplemente sobre la base de las ideas de la mayoría, es como para volverse loco. Pero eso es lo que sucede con la gente que no conoce a Dios. Para ellos, la religión y la iglesia no son más que un club, y se conforman a sus normas fácilmente, no importa cuáles sean esas normas.

Una invitación pastoral nos llevó una vez desde el noroeste hasta el sur de California, y estábamos muy interesados en trasladarnos a esa región. Habíamos oído hablar mucho de «los adventistas del sur de California». Durante el tiempo que me tocó pastorear la iglesia de White Memorial, me resultaba interesante observar a algunos de los estudiantes que llegaban a la Univesidad de Loma Linda procedentes del Este, el Este conservador. Eran conservadores cuando llegaron. Pero cambiaron casi de la noche a la mañana. Se conformaron con la atmósfera en la que estaban inmersos. Fue tan obvio, que era imposible ignorarlo. Y quedó demostrado que sus normas, su ética, su estilo de vida, estaban determinados simplemente por la mayoría en medio de la cual se encontraban.

¿No hay algo más profundo y verdadero que nos impulse? Debería haberlo. Yo no quiero que mis decisiones en cuanto a lo correcto y lo erróneo, sean influidas o determinadas por la multitud en medio de la cual me encuentro.

Hace algún tiempo, durante mi primer año de ministerio, trabajé en un pueblo pequeño cerca de Bakersfield, California. Se suponía que yo debía hacerme cargo de Taft, un pueblecito por allá detrás de los campos petrolíferos. Era una iglesita llena de gente muy celosa en compartir su fe con otros. De modo que empezamos algunos estudios bíblicos, y la gente asistió. Es posible que yo haya dado más estudios bíblicos ese primer año, que en cualquier otro año desde entonces.

Era muy fascinante ver a la gente que se interesaba en el evangelio. Una pareja joven sencillamente no parecía conseguir todo lo que deseaba aprender en un estudio. Decían: «Venga y estudie otro día con nosotros. Venga después del sermón y coma con nosotros y estudiemos un poco más». Estudiábamos la Biblia con ellos en cada oportunidad que teníamos. El apetito por las cosas de Dios parecía insaciable.

Sin embargo, llegamos al asunto del arreglo personal. La joven mujer se parecía a la bestia escarlata y a la mujer de Apocalipsis 17. Se arreglaba en forma exagerada, incluso para el mundo, con una media docena de collares pegados al cuello, los aretes le llegaban a los hombros y los brazaletes le cubrían los brazos. ¡Debo decir que aquello era en realidad exagerado. ¡Y todo eso rematado con un maquillaje de color morado! ¡Jamás hablamos acerca de sus joyas ni del maquillaje! Todo lo que hicimos fue estudiar la Biblia.

Y comencé a ver cómo cambiaba la «pintura del granero». Y me puse nervioso. ¡Me puse realmente nervioso al respecto! Pensé que algún vecino suyo miembro legalista de la iglesia, estaba trabajando con ellos. Pero el milagro ocurrió gradualmente. El morado cambió a rojo y luego a rosa. Los collares disminuyeron de cinco a cuatro, luego a uno y finalmente a ninguno. Los aretes que le llegaban hasta los hombros se hicieron cada vez más cortos. Debe de haber tenido una fabulosa colección de joyas en algún lugar. Pero todas las cosas comenzaron a cambiar.

Continué sintiéndome nervioso al respecto, particularmente cuando al llegar un día encontré a ambos masticando pedazos de madera. ¡Yo pensé que aquella pareja había perdido la cabeza!

-¿Qué hacen? -les pregunté.

-Estamos tratando de dejar de fumar -fue su respuesta.

-¿Por qué? ¿Por qué están tratando de dejar de fumar? ¿Alguien les ha hablado al respecto?

-No.

-Entonces, ¿por qué todos esos cambios en su vida?

-No sabemos por qué.

Simplemente había un principio obrando. A medida que Jesús entraba, ellos cambiaban espontáneamente. No puedo decirles cuántas veces he visto este milagro en personas que han comprendido la Biblia y comenzado a pensar en las cosas del cielo. Sólo cuando Jesús entra podemos encontrar la única respuesta verdadera al significado de lo correcto y lo erróneo.

Podría ocurrir de un modo diferente para varios individuos en distintas etapas de sus vidas. Debemos entender esto y no tratar de urgar en la vida de los demás. Pero todavía ocurre, y es real. Porque los que conocen a Dios están siendo guiados a una vida de continua obediencia. Ellos saben, a medida que pasan tiempo con Él, qué camino seguir. Reciben tanto sabiduría como poder.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? Las ovejas genuinas conocen la voz de su pastor. Él tiene una forma peculiar de comunicarles su voluntad en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. No puedo explicarlo. Usted tampoco puede explicarlo. Pero podemos experimentarlo. Y mientras más nos acercamos a Jesús, más seguros estaremos al determinar lo correcto y lo erróneo por nosotros mismos, según las circunstancias en las que nos encontremos en ese momento.

Tenemos a continuación este texto muy significativo del apóstol Pablo, Hebreos 12:1-2: «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso». ¿Notó bien qué palabra emplea el apóstol? «Despojémonos de todo peso». Puede ser que el peso no sea un pecado, pero es un peso. Es algo que estorba nuestra relación con Cristo. «Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Puestos los ojos en Jesús». Y cuando miramos a Jesús, los pecados y los pesos son afectados. Pueden ser dejados atrás.

Tengo una pregunta para usted. Está basada en experiencias de personas que afrontan diversas crisis en sus vidas: tragedias, tristezas, enfermedades terminales, o pérdidas de seres amados. ¿Ha notado usted que hay algunas cosas, tales como las que se encuentran en la zona gris, que de alguna manera no parecen tan importantes frente a las tragedias y las crisis? ¿Ha experimentado usted esto? De alguna manera, en esos momentos podemos ver mejor lo que es realmente importante y lo que es superficial.

Pero, insisto en preguntarle: si usted supiera con certeza que Jesús regresará en seis meses, ¿afectaría eso de algún modo los lugares que frecuenta, lo que hace, o su estilo de vida, particularmente en las áreas grises? ¿Lo afectaría? ¿Honestamente? Yo creo que sí. Siento que no estaría fuera de lugar hacernos cada uno esa pregunta.

¿Será posible que nos deslicemos a presión entre las puertas de perlas de la ciudad de Dios? ¿Nos infiltraremos de alguna manera con las calificaciones mínimas, y trataremos de entrar por la fuerza en las puertas de la patria celestial?

En los albores del lejano oeste, una diligencia tenía vacante el puesto de conductor. La compañía invitó a las personas a hacer su solicitud, y tres hombres respondieron. Mientras el primero era entrevistado, se le preguntó:

-¿Conoce usted aquel lugar particularmente peligroso en las montañas, donde el precipicio está cortado a pico por un lado y las rocas forman una pared por el otro? ¿Cuán cerca del borde del precipicio puede usted pasar y hacerlo con seguridad?

Él respondió: -Yo tengo mucha experiencia. Puedo pasar a 25 centímetros del borde y hacerlo con seguridad.

Entrevistaron al segundo interesado. Le hicieron la misma pregunta:

-¿Conoce aquel lugar…? ¿Cuán cerca del borde puede usted pasar y hacerlo con seguridad?

Él respondió: -He tenido mucha experiencia. Sé conducir. Conozco mis caballos. Puedo pasar a 12 centímetros del borde y hacerlo con seguridad.

Llamaron al tercer hombre, quien respondió así a la misma pregunta:

-No sé cuán cerca del borde pueda pasar y hacerlo con seguridad; pero una cosa puedo asegurarles, voy a pasar tan lejos del borde como pueda.

-¡Obtuvo el trabajo!

Una vez conté esta historia en la iglesia y un miembro se me acercó después del culto y me dijo: «He estado pasando muy lejos del borde durante tantísimos años, que me he arañado al colgarme de la pared de roca por el otro lado». ¿De veras quiere usted vivir en el cielo con personas que han tratado de llegar allí haciendo todos los esfuerzos posibles?

Quizá podamos ver a Jesús otra vez, reflejado en la llanura de Dura, ante los ojos de aquellos tres jóvenes hebreos, Sadrac, Mesac y Abed-nego. Todavía recuerdo que cuando yo era niñito, oía predicar a mi tío acerca de esos valientes jovencitos hebreos. Habían echado a perder la fiesta de Nabucodonosor. Este quería asegurarse de que no habría Medo-Persia, Grecia, ni Roma. Así que erigió aquella gigantesca imagen. Se suponía que todos debían inclinarse ante ella cuando escucharan la música.

De pronto un mensajero llegó corriendo hacia Nabucodonosor y le dijo: «Hay tres que no se arrodillaron». Así que los llamó a su presencia. Y los reconoció como sus amigos. Tenía un enorme respeto por ellos.

Quizá su súplica se pareció mucho a esto:

-Vamos, amigos. Yo los conozco. Conozco a su Dios, y siento una gran simpatía por todo lo que ustedes creen. En realidad, los admiro. Pero estamos tratando de hacer algo aquí hoy por causa de la nación, el reino. Vayan y oren a su propio Dios. Simplemente arrodíllense, aunque sea en una sola rodilla. Simplemente pónganse sobre una sola rodilla y miren hacia otro lado. Ni siquiera tienen que mirar a la imagen. Eleven una sencilla oración a su Dios. Simplemente no echen a perder la fiesta.

Y usted recuerda lo que ellos dijeron: -Oh, Nabucodonosor, no necesitamos responderte en este asunto. No adoraremos la estatua que has levantado (véase Daniel 3:16-18). No eran moderados que iban por el término medio. Eran hombres dedicados al Dios a quien servían. Y nada podía desviarlos de su obediencia indivisa a Él. A medida que el Espíritu de Dios le hable, me gustaría invitarle a decidir en su propia mente, que no tratará de hacer lo menos posible, ni de obtener lo más con el menor esfuerzo. Póngase como blanco la norma más alta posible.